Material de Lectura

 

Nota introductoria

 

Gerardo es sentimental y apasionado; bueno como pocos, irónico como él solo y fanático del béisbol, quizá porque lo jugó durante años. Fue actor, quiso escribir teatro, ha hecho periodismo, historietas y guiones de cine y televisión que se han filmado o no y que han tenido éxito o no; reconoce a Hemingway como a uno de los autores que más lo han impresionado, y como el mejor amigo que tuvo a Juan Manuel Torres. Toma Siloprin para la gota, y a veces deja de beber y pide limonadas. Pero sobre todo, Gerardo es profundamente humano como lo es su obra, construida a partir de su experiencia. Lo que a Gerardo le interesa o lo que nos entrega en sus cuentos y novelas es el alma del ser humano, a pesar de que se le ha querido encasillar como un escritor de “tendencia social” o como un narrador de “La onda”. Nada más absurdo.

Gerardo de la Torre pasó un poco inadvertido precisamente cuando los onderos hacían moda. Ahora, pasada ésta, se salvan tan pocos autores que sobran los dedos de una mano para contarlos; pero nos queda la posibilidad de encontrar a los talentos de ese tiempo. Uno es, sin duda, De la Torre, porque su obra, vista en conjunto y a distancia, permanece no sólo por la fuerza con la que pone en evidencia las contradicciones del hombre y sus infiernos (el alcoholismo, la frustración, la corrupción, la injusticia, la ira, el dolor, la rebeldía, la crueldad, la represión, el miedo y la fantasía, las pasiones y el amor a pesar de todo) sino también por lo bien construida. El lenguaje y las técnicas narrativas que maneja son impecables por lo bien trabajados y porque expresan nítidamente al hombre y a la sociedad que el escritor observa.

Los que han visto la “tendencia social” en Gerardo han comparado su obra con la de Revueltas, pero como el mismo Gerardo reconoce, sólo tienen en común que ambos intentan darle una forma literaria a la vida. Las novelas de Revueltas son más reflexivas, más filosóficas, mientras que las de Gerardo son más narrativas. “Yo estoy preocupado por los hechos, por las situaciones, por lo meramente anecdótico; Revueltas está mucho más preocupado por la reflexión que por los hechos.”

Gerardo de la Torre proviene de una clase popular: heredó de su padre una vida de obrero en PEMEX. Esta circunstancia lo condujo de una manera natural a recrear ese mundo que la experiencia le regaló mientras sus compañeros de generación exploraban los temas de la clase media.

De la Torre nació el 15 de marzo de 1938 en la ciudad de Oaxaca. Terminó la primaria y dejó a medias la secundaria cuando entró a trabajar, en 1953, a Petróleos Mexicanos, donde permaneció 18 años como obrero. A la literatura llegó por su barrio: la Narvarte, donde conoció a José Agustín; y entró por las puertas del teatro: unas clases que impartía el Seguro Social a sus afiliados. Comenzó como actor (y “escribiendo” obritas de teatro). De allí saltó a publicar con sus amigos del Café San José La hoja literaria, y con Anya Schroeder Nuevas letras. Más tarde participó en el taller de Juan José Arreola al lado de José Agustín, René Avilés Fabila, Alejandro Aura, Roberto Páramo, Jorge Arturo Ojeda, Elsa Cross, Eduardo Rodríguez Solís y Antonio Leal, entre otros. Entonces escribió la mayoría de los cuentos que aparecieron publicados en su primer libro, El otro diluvio, en los que no encontraba aún su propia voz y quedaron bajo la influencia de Arreola.

Gerardo de la Torre publicó su primera novela, Ensayo general, en 1970. En ella, el telón de fondo es el movimiento sindical de 1958 y 1959; lo que le sirve para retratar en forma extraordinaria la figura de los líderes sindicales de nuestro país. Sin embargo, su novela va mucho más allá: es la historia de dos hombres (dos amigos que han crecido juntos desde niños) y la manera en que ambos se enfrentan a los retos de la vida. La novela está narrada desde diversas voces (primera, segunda y tercera personas) y sorprende por lo bien entretejidas que están sus estructuras.

Su segunda novela, La línea dura, es interesante a partir del planteamiento: los tres últimos días de la vida de un sastre que decide tomar una chinampa en Xochimilco y declararla el segundo territorio libre de América. La historia de este sastre le da la oportunidad a Gerardo de la Torre de jugar hasta encontrar su propia libertad en el terreno de la escritura. Si Ensayo general gozaba ya de una estructura impecable y de un lenguaje narrativo propio del escritor, en La línea dura los perfecciona echando mano de un elemento nuevo: el humor. Sin embargo, lo que descubrimos en las acciones del sastre es una historia profundamente dolorosa a pesar de la ironía.

En Muertes de Aurora, su tercera novela, vuelve a surgir el medio petrolero, ahora, durante el 68: la experiencia del autor, cuando dirigió el movimiento en la sección 35 de PEMEX. Cualquiera diría, sin fijarse, que la novela pretende recoger la historia política del país (lo cual es verdad en cierta forma), pero habría que hacer hincapié en que lo que sostiene la anécdota son los problemas del ser humano y sobre todo, la historia de un hombre obsesionado por la muerte de su mujer, ocurrida tiempo atrás pero que se repite con la misma intensidad en contextos diferentes varias veces.

Gerardo de la Torre tiene además dos volúmenes de cuentos: El vengador y Viejos lobos de Marx, donde ha reunido textos con temática diversa pero en los cuales pinta a esos hombres y mujeres de la clase media enajenados y frustrados para los cuales la vida empieza a pesar, a esos hombres y mujeres obreros que sufren o ejercen la corrupción y la represión; y una novela: Hijos del águila, donde volvemos a reconocer las obsesiones del escritor y su mundo, el nuestro, el México que le ha tocado vivir y amar, odiar y padecer y que nos entrega con una gran pasión literaria.
 

Silvia Molina