Si como en un psicoanálisis alguien me preguntara cuáles son los epítetos que definen a la narrativa de Guillermo Samperio mi respuesta sería tal vez previsible pero sin duda contundente: lo extraño, lo extraordinario y lo humorístico. Sus cuentos pueden ser breves o extensos, realistas o fantásticos, paródicos o dramáticos, pero en todos priva una manera inimitable de percibir el mundo. No en balde tituló uno de sus libros Textos extraños. Samperio, a pesar de que parece vivir dentro de este mundo, narra sus historias como si formara parte de otro mundo, un mundo distante, oblicuo, enrarecido e irónico. Me vienen a la mente varios ejemplos para ilustrar esta idea: un domingo, hace mucho tiempo, teníamos que inventar una historia para contarla oralmente en honor de Eraclio Zepeda. Guillermo, en su más clásico estilo samperiano, empezó a hablar moroso y titubeante. Explicó que durante alguna época él había sido guerrillero. Que además había sido alcohólico y que le había entrado a las drogas con ferviente fruición. Contó entonces cómo un día había tenido que viajar al Medio Oriente para traficar con armas y con drogas y en el curso del viaje había ido a dar a un pueblo cerca del desierto del Sahara donde se había encontrado con tres viejos que lo habían acompañado en su trayecto y con quienes había logrado cruzar las puertas desvencijadas del poblado aquel fantasmal y abandonado donde soplaba el viento y donde no había ni luces ni pisadas en sus calles. Que había recorrido con aquellos hombres aquel lugar sin encontrar ni gente ni animales. No recuerdo qué más contó. La imagen que me queda en la mente es la de que esos viejos eran tres ciudades que habían tomado el aspecto de personas para acompañar en su trayecto a un tal Guillermo Samperio, igualmente ambiguo y fantasmal, para llegar a la ciudad desierta, cruzar sus puertas y vagar por sus calles solitarias. A pesar del estilo monótono y dubitativo de narrar le aplaudimos mucho a Guillermo por la originalidad de su cuento y por la manera como nos había logrado confundir al mezclar los detalles biográficos con un cuento tan descabellado como fantástico. Con toda humildad y honestidad Guillermo aclaró, al fin de su intervención, que lo que nos había contado estaba basado en un cuento de Lord Dunsany. Al llegar a mi casa busqué en el libro de Dunsany y di con el cuento en el que Samperio se había inspirado. Era interesante, sin duda, pero era totalmente otra idea y otro cuento de lo que Guillermo nos había narrado.
Samperio percibe el mundo, lo procesa y lo transforma. Si Samperio entra a una oficina y le llama la atención un hombre “la mayoría de las veces moreno, delgado, un poco mal parecido a causa de una nariz ladeada o de un rictus en la boca que desarregla el rostro”, él no ve al joven ejecutivo en ascenso, servil y ambicioso a la vez, sino a “El hombre de la penumbra... quien comienza a habitar ese espacio infinito de la extensa noche sin tiempo”. Si en la misma oficina Samperio da con una señorita de blusa transparente y escotada, de conspicuo brasier, falda entallada, medias negras y tacones de aguja que se contonea ante los ojos lúbricos de los demás empleados eternizados en sus escritorios de metal, él no ve a la típica secretaria burócrata, buenona y provocativa sino que clasifica a todo un espécimen al que de inmediato nombra como “La mujer mamazota” para proceder a elaborar una detallada y amorosa descripción de su científico descubrimiento. Por último, al salir de la oficina Samperio se tropieza con un hombre que trapea el piso con un palo y una jerga. Él no ve a un empleado de intendencia sino que descubre que por ésa y por muchas oficinas deambulan los fantasmas de la jerga “señores de un espacio que no les pertenece”. Y mientras narra y nos describe a sus estrambóticos y simpáticos personajes —entre los que vale la pena mencionar a la Señorita Green, al pequeño gigante y sobre todo al filósofo Grotález del cuento...— la sonrisa “socarrona y salada” que Samperio le atribuye a alguno de sus protagonistas se vislumbra tras cada página en donde se mezclan casi sin que lo notemos el horror y el humor, la realidad y la fantasía, la locura y la risa.
Hay que mencionar también sus cartas que son una forma de diálogo interior con un interlocutor virtual. Por ello he querido incluir la famosa “Carta a Salvador Elizondo” en la que de manera oblicua nos habla de su apreciación personal de un autor contaminado ya por la imaginación samperiana.
El viaje que emprende Samperio en su escritura es como el de su protagonista Guillermo Segovia cuando decide habitar un texto y hacer que la realidad emprenda un viaje hacia lo imaginario. Se va adentrando en varios niveles de modo que Segovia logra colarse hasta la propia mente de la actriz Ofelia Medina que repentinamente se da cuenta de que se halla en el interior de una mirada. Poco a poco va emergiendo de allí hasta que regresa ya no al personaje Guillermo Segovia sino a la mente de Guillermo Samperio, el escritor.
Samperio pertenece ya a la gran estirpe de cuentistas mexicanos. No es solamente el escritor más imaginativo y original de nuestra generación, él ha logrado abrir un camino en la narrativa que estaba apenas vislumbrado por escritores de la talla de Efrén Hernández, Julio Torri y Juan José Arreola.