Material de Lectura

 

 

 
Mercedes y Marta
 
 
 
 

Con cualquier pretexto, Mercedes y Marta se retiran a una pieza sola:

—¿No has sabido las loqueras de Micaela? Dicen que ahora la trae con Julián. ¿Tú sabes?

—Deben ser cuentos —responde Marta, la dulce— Julián es muchacho serio. ¿No ha seguido procurándote?

—¡Ay! No te lo puedo ocultar, necesitaba verte para platicarte: desde que supe lo que hace Micaela, y su falta de delicadeza, mis propósitos de no pensar siquiera en Julián se han debilitado. Ha sido una lucha terrible. He llegado hasta arrepentirme de tantos desaires que le he hecho. Ya no siento la repugnancia de antes cuando me viene a la imaginación la impertinencia con que me persigue, ni me parece ya tan malo detenerme en pensar en él. La mera verdad, Marta, nunca me ha disgustado seriamente que se fijara en mí. Tú eres la única a la que puedo hablar de esto. Ahora lo noto resfriado y siento lo que nunca creí poder sentir. ¿Qué crees que deba hacer? Si antes no podía dormir pensando cómo dejar de verlo, ahora lo contrario. Y lo peor, lo peor es que ya ni siento remordimientos. ¡Una Hija de María! Te aseguro que ahorita ha de andar tras él o él tras ella; deben estar en casa de los Pérez, o en el Oratorio, y quién sabe si anden visitando los incendios de las orillas: ¡Dichosa tú que no sabes de estas cosas: es un sufrimiento atroz! Y por más que quisiera, no puedo dejar de sentir esto como envidia, ganas de llorar, de pelear, de morirme, casi como odio, y hasta ganas de ser igual que Micaela. ¡No!, eso no, ¡Dios no lo permita! Marta, ¿por qué habrá mujeres así?

Los ojos negros, hondos, de Marta, compadecen. (Hace dos años Luis Pérez tuvo la ocurrencia de hacer su incendio con figuras vivas, inspirado por la cara y los ojos de Marta: —“Una Dolorosa ideal”— prorrumpía en todas partes el extravagante. Rara vez ha hecho un enojo semejante don Dionisio, como el día que Pérez le solicitó permiso para llevar a cabo el proyecto.)

Marta la piadosa, la prudente, acaricia las manos de su amiga:

—Debes tener calma y esperar. Yo creo que es muy humano lo que sientes; pero que nadie vislumbre tus sentimientos, y menos Julián. Ahora sí te aconsejo que te muestres hasta orgullosa.

—Mi papá, mis hermanos están propuestos a hacerme sufrir, contando, como sin intención de que los oiga, cuanto hacen Micaela y Julián; lo que los critican. Con eso creen hacérmelo aborrecible y ha sido todo lo contrario.

Marta escucha —benigna, compadecida— las cuitas de Mercedes; a veces la interrumpe: —“Debes ser muy prudente... Que nadie conozca tu pena, tus deseos... Yo creo que no es malo desear lo que no es contrario a la Ley de Dios...”

(Marta del buen consejo, ¿dónde has aprendido la sabiduría de la vida? ¿cuál fue la escuela de tu prudencia, Marta sagaz, doncella zahorí?)