Material de Lectura

VIII

 

Por un lado, se propuso que asumir la perspectiva de la extrañeza e insistir en proliferar asombros —por ejemplo, procurar quedarse de vez en cuando atónito e intentar no saber por dónde proseguir— es un rasgo de los problemas y argumentos anormales de segundo grado o extraños con que se describieron ejemplos característicos de los problemas y argumentos filosóficos. Por otro lado, se acaba de introducir ese procedimiento como propio de la razón porosa. En consecuencia, si no estoy equivocado, asumir de vez en cuando tal perspectiva conformaría un modo fecundo de trabajar en ciencias naturales, en ciencias sociales, en las muchas tecnologías, así como de reflexionar sobre problemas morales, políticos, estéticos, y hasta de meditar en la vida cotidiana. Entonces, ¿qué queda de las distinciones propuestas en el primer paso de esta reflexión, entre problemas y argumentos normales y problemas y argumentos anormales de primer grado o anómalos, y argumentos anormales de segundo grado o extraños?

Sospecho que esta dificultad, o un aspecto de la dificultad, se origina en el modo no sólo ambiguo sino tal vez confuso en que formulé esas distinciones y las relacioné demasiado estrechamente con ejemplos que parecían agotarlas. (Sin embargo, con algo hay que empezar.) Pero, ¿a qué me refiero con relacionar distinciones y ejemplos "demasiado estrechamente"? Introduje indicios para caracterizar los problemas y los argumentos normales

—un problema normal se plantea en un contexto particular que hábitos y prácticas rutinarias lo han cerrado de modo más o menos articulado;

—las respuestas normales, incluyendo las respaldadas en argumentos, se construyen a partir de esos hábitos y prácticas;

—a menudo se necesitan habilidades especiales para responder.

Como ilustración de los problemas y argumentos normales enseguida se ofrecieron problemas y argumentos de cierto tipo de los problemas y argumentos científicos y técnicos. Sin embargo, para evitar la predecible confusión, al exponerlos se debiera haber formulado una casi tautología: se trata del tipo de problemas y argumentos científicos y técnicos normales. Son el tipo de problemas y argumentos científicos y técnicos que institucionalmente han recibido una buena, una utilísima normalización.

Algo análogo hay que indicar respecto de los problemas y argumentos anormales de primer grado o anómalos. Rápidamente se los ilustró con problemas y argumentos morales y políticos. También se señaló que, por ejemplo, en las narraciones —en la literatura, en el cine…— encontramos esos problemas y, a veces, hasta argumentos de este tipo. Sin embargo, otra vez los ejemplos corren el riesgo de haberse apoderado de las distinciones. Pero, ¿en qué consiste la posible confusión?

Por supuesto, en la investigación científica a cada paso encontramos abundantes ejemplos de buena normalización de problemas y argumentos. También los encontramos en las tecnologías que se dejan reconstruir por usos del esquema medio-fin. Pero es un error afirmar que la investigación científica y técnica es inmune a los problemas y argumentos anormales de primer grado o anómalos, o de segundo grado o extraños. Y si se quiere llamar a estos últimos "problemas y argumentos filosóficos" no cabe la menor duda que mucha investigación científica y técnica no deja de enfrentarse con "problemas y argumentos filosóficos".

Asimismo hay que defender que en la moral y en la política y —¿quién lo negaría?— en cualquier arte con frecuencia topamos con problemas y argumentos normales y con problemas y argumentos anormales de segundo grado o extraños. ¿Acaso se querría disputar que se plantean o sugieren "problemas y argumentos filosóficos" en Shakespeare, en Mozart, en Frida Kahlo?

Entonces, si bien son comunes los ejemplos característicos de problemas y argumentos normales, de problemas y argumentos anormales de primer grado o anómalos, de problemas y argumentos anormales de segundo grado o extraños en algunas disciplinas del saber o en ciertas prácticas — de las ciencias, las técnicas, la moral…, estos tipos de problemas y argumentos no se corresponden uno a uno con esas formaciones del saber o de la práctica. Por el contrario, los diversos problemas y argumentos abundan en todos los saberes, en todas las prácticas.

Ésta debe ser al menos la propuesta de quien defienda un uso poroso de la razón o razón porosa.

Tal vez resurja la alarma: a partir de un uso poroso de la razón, ¿se propone, pues, un continuo de los saberes y de las prácticas que borra las diferencias entre los valores científicos y no científicos, y hasta entre las normas propias de las técnicas, de la moral, de la política, de las artes, así como aquellas que rigen las experiencias divergentes de la vida cotidiana?

La respuesta depende del uso que se haga de la palabra "continuo". A veces el sentido de esa palabra equivale a "ininterrumpido": hace referencia a un todo compuesto de partes entre las que no hay hueco y acaso ninguna distinción que importe entre las partes. Estamos ante continuos homogéneos. No obstante, también hay continuos heterogéneos. Por ejemplo, se describe un coro como un continuo de voces, lo que no elimina ni los timbres diferentes y hasta a veces singularísimos —soprano, tenor…—, ni sus múltiples rupturas, continuidades y traslapes.

O, acaso esta otra imagen dé más en el blanco: en la mayoría de los casos, con nitidez podemos decidir entre quién está adentro o afuera de una casa, aunque en ocasiones dudemos frente al continuo que establece toda esa gente conversadora que se demora saludándose en el umbral, o que luego no menos se demora por ahí comentando cómo estuvo la fiesta, o el velorio. Quizá con la buena filosofía sucede algo análogo: al ejercer no en exclusiva, ni todo el tiempo, pero de manera más focalizada que los otros saberes, tecnologías y prácticas la perspectiva de la extrañeza —la perspectiva que atiende los problemas y argumentos como doblemente anormales o extraños—, se trata de argumentaciones en frecuente continuidad con las demás, pero a menudo en el umbral.