Material de Lectura

III. Una hermenéutica analógica

Para hablar de la hermenéutica analógica, una vez que hemos tratado de la hermenéutica en general, consideremos ahora la analogía, que es la noción que le sirve como vertebración. Tenemos como ventaja que el concepto de analogía posee una ya larga tradición, desde los griegos hasta la actualidad. Pero ha heredado en diferentes épocas varias distorsiones, por lo que conviene tener cuidado, precaverse bien ante ellas. La analogía no es la simple semejanza, sino que en ella predomina la diferencia: es compleja. Requiere que sepamos más en qué difieren las cosas que en qué se parecen. La idea simplista de analogía como mera semejanza es la que, con toda razón, causó suspicacia en autores acuciosos, como Foucault, quien denunciaba su uso en el hermetismo renacentista, para el que todo se asemejaba a todo, indiscriminadamente.6 Pero no, la analogía es algo mucho más serio.

La analogía es, en la filosofía del lenguaje de todos los tiempos, un modo de significación intermedio entre el unívoco y el equívoco.7 El significado unívoco pretende ser idéntico, claro y distinto; el equívoco es totalmente diferente e inconmensurable, sujeto a oscuridad y relativismo. En cambio, el significado analógico es en parte idéntico y en parte diferente, predominando la diferencia, porque la semejanza misma así se nos muestra en la experiencia humana. "Analogía" significa en griego "proporción". 

Los genios de la analogía fueron los pitagóricos, filósofos presocráticos y grandes matemáticos, quienes introdujeron la idea en la filosofía. A partir de la proporción, definida como a:b::c:d, encontraron la armonía en la música e investigaron las propiedades de las cosas en la física y la astronomía. También la usaron al descubrir los números irracionales y para explicar la inconmensurabilidad de la diagonal, lo cual manifiesta que la analogía o proporción ayuda a superar la irracionalidad y acercar elementos que parecen inconciliables entre sí. Los pitagóricos transmitieron la idea a Platón, quien tuvo muchos amigos partidarios de esta corriente, como Timeo de Locres, Lisis y Teeteto, entre otros. Platón recogió la aplicación moral de la analogía o proporción en forma de virtud (areté) en la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia, según se advierte en la República. Pareja utilización moral de la analogía o proporción, en el ámbito de las virtudes, se observa en Aristóteles, en su Ética a Nicómaco. Sin embargo, Aristóteles abordó la idea de analogía de una manera más teórica, especulando acerca de sus propiedades semióticas y epistemológicas. Estudió la analogía en su filosofía del lenguaje entre la sinonimia y la homonimia, esto es, entre la univocidad y la equivocidad. También añadió, a la analogía como proporción, la analogía que después se llamará de atribución, es decir, la atribución jerárquica de un predicado, que posee un analogado principal y analogados secundarios, según cierta gradación desde lo más propio hasta lo más impropio. Por ejemplo, el predicado "sano" se puede aplicar al organismo, al alimento, al medicamento, al clima, e incluso a la orina, en cuanto signo de salud para los médicos.

La teoría de la analogía atravesó la Edad Media, presente primordialmente en Santo Tomás de Aquino. Al llegar al Renacimiento, encontró sistematización en Tommaso de Vio, el cardenal Cayetano, quien le asignó una clasificación muy aceptada. Cayetano dividió la analogía en los dos tipos que ya conocemos: la analogía de atribución y la analogía de proporcionalidad. A esta última la clasificó en otras dos: la de proporcionalidad propia y la de proporcionalidad impropia o metafórica. La propia usa términos en sentido no figurativo o tropológico, por ejemplo: "El instinto es al animal lo que la razón al hombre" o "Las alas son a las aves lo que las aletas a los peces". La impropia es una clase muy importante de metáfora, la metáfora analógica, presente en, por ejemplo: "El prado ríe", expresión que comprendemos a partir de la proporción siguiente: "Las flores son al prado lo que la risa al hombre", en el sentido de dar alegría.

Como se ve, la analogía es muy amplia y puede oscilar entre lo metafórico y lo metonímico, entre la analogía de proporcionalidad impropia o metafórica y la analogía de proporcionalidad propia y la de atribución, más metonímicas. Abarca la metáfora y la metonimia, las cuales, según el semiótico Roman Jakobson, son los dos polos del discurso humano, los dos extremos de nuestra racionalidad.8 La analogía abarca y abraza a la metáfora y la metonimia, hace intersección entre ellas; por lo tanto, puede modularlas e interpretar, cuando sea conveniente, de una manera metafórica, de una manera metonímica, o de una manera mixta. Contiene riqueza.

La analogía casi se perdió en la modernidad, pero se refugió en los barrocos, luego en Giambattista Vico y después en los románticos. Pasado ese tiempo moderno en que fue rechazada, preterida o incomprendida (tal vez por enigmática y molesta), muchos pensadores están tratando ahora de recuperarla. Alguien que subrayó el valor de la analogía hace poco fue Octavio Paz.9 Más recientemente, Enrique Dussel, en México, Juan Carlos Scannone, en Argentina, y Germán Marquínez Argote, en Colombia, la han rehabilitado. De hecho, existe todo un movimiento en torno a la hermenéutica analógica en América Latina, y ya comienza a desplazarse a otros países.

En consecuencia, la hermenéutica analógica trata de superar la distensión que se da en el presente entre las hermenéuticas unívocas y equívocas. La hermenéutica, a lo largo de toda su historia, ha sido jalonada entre el univocismo y el equivocismo, de modo que puede hablarse de una hermenéutica univocista, que restringe las posibilidades de la interpretación, y de una hermenéutica equivocista, que abre en demasía dichas posibilidades, hasta el punto de no poder discernirse entre una buena interpretación y otra incorrecta. En esta época que llamamos de tardomodernidad o posmodernidad, ha habido una mayor tendencia hacia la hermenéutica equívoca. Y, como la analogía se halla semánticamente entre la univocidad y la equivocidad, ha existido la necesidad de implementar una hermenéutica analógica, cuyas características consideraremos ahora. Unas son estructurales y otras funcionales, pero obviamente están conectadas entre sí y guardan una estrecha dependencia las unas con las otras.





6 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, México, 1978, pp. 26-52.
7 Umberto Eco, Semiótica y filosofía del lenguaje, Lumen, Barcelona, 1990, p. 193 y ss.
8 Roman Jakobson, "Lingüística y poética", en Ensayos de lingüística general, Origen, Planeta, México, 1986, p. 381 y ss.

9 Cfr. su excelente libro Los hijos del limo, Seix Barral, Barcelona, 1990.