Material de Lectura

Atrios

 

Con objeto de dar cabida a las enormes muchedumbres de conversos, los atrios adquirieron dimensiones inusitadas, cubriendo a veces, superficies que, como en Xochimilco, o en Huejotzingo, exceden los diez mil metros cuadrados. Generalmente están situados al frente de la iglesia, como en los templos anteriores, pero también hay algunos situados lateralmente, como el de Tlalquiltenango. Se limitan por una barda almenada (Tula), y sobre sus ejes se encuentran los accesos, que solían estar formados por una arcada de tres claros (Otumba).

En su centro se coloca una cruz (Oxtotipac, Estado de México). Algunas, como la de San José de los Naturales o la capilla abierta del Convento de San Francisco en la ciudad de México, llegaron a tener colosales dimensiones, pero por lo regular son más modestas. Presentan en su superficie la Pasión de Cristo de una manera simbólica, en tal forma que a los ojos de los indios, no fuera a parecer la Redención un sacrificio humano. Sólo aparece el rostro de Cristo y en manos y pies los agujeros. Se sustituye la sangre por racimos de uvas, símbolo eucarístico, y se agregan aparte los elementos que, como los clavos, la corona de espinas, la escalera y las esponjas, se relacionan con distintos pasajes de la Pasión, sin faltar el gallo que cantó a San Pedro.

En los cuatro ángulos del atrio se levantaban las capillas posas, que en muchos casos han desaparecido parcial o totalmente, y en otros nunca existieron. Su objeto era el de servir como tabernáculos para depositar la custodia durante las procesiones, indicando con la disposición de sus entradas el sentido del movimiento de la misma. Su forma es generalmente cúbica, con una cubierta de bóveda, auténtica o falsa, muestra del influjo mudéjar. La decoración es muy variable, pues hay ejemplos, como las agustinas de Morelos (Yecapitxtla, Atlatlahuacan) sumamente austeras, y otras, como las de Huejotzingo y, sobre todo, las de Calpan, en las que se despliega una gran decoración en relieve, inspirada en grabados góticos y ejecutada por la mano de los indios.

El elemento más importante relacionado con el atrio es la capilla abierta, surgida de la necesidad de celebrar la misa ante grandes concurrencia, de fieles, llegadas los domingos y días de fiesta de todos los pueblos cercanos carentes de conventos. En estos casos, el atrio hacía el papel de nave de la iglesia, y la capilla era el presbiterio. También encontramos en estas disposiciones una prueba de la habilidad con que los frailes mendicantes llevaron a cabo la evangelización sin alterar excesivamente las costumbres indígenas.

La tradición prehispánica de presenciar al aire libre las ceremonias religiosas fue conservada por los frailes mediante el empleo de la capilla abierta. Gracias a ella fue posible facilitar la evangelización y es, desde muchos puntos de vista, el tipo de edificio más característico del siglo XVI.

No había regla fija para la situación de la capilla abierta. La única condición necesaria era colocarla frente al atrio, para conseguir una mejor visibilidad. Tampoco su composición era definida. Por esto las hay de ubicación y formas muy diversas, ajustadas a las necesidades de la evangelización y regidas por la inventiva de los frailes.

El tipo más simple es el constituido por un presbiterio, situado al nivel del atrio, como en Actopan, o adjunto al volumen de la iglesia, como los de Tlahuelilpa, Acolman o Tochimilco. En este caso no forman sino un balcón elevado que facilita la visibilidad desde cualquier punto del atrio. A veces se combinan con la portería, situándose detrás de la arcada que la forma; así son las de Otumba y Cuitzeo, Zinacantepec y Calpan. Un tipo de mayor complicación, en el que la capilla adquiere más dignidad, es aquel en que al presbiterio se agrega un pórtico, reservado para las personalidades que asistían a la celebración de la misa; el ejemplo más bello de este tipo es Tlalmanalco.

En ocasiones se sustituye el pórtico por elementos laterales, en los que se acomodan los músicos y los cantores (Teposcolula, Cuernavaca), o se llegan a multiplicar las naves hasta cubrir grandes superficies y adquirir las capillas el aspecto de mezquitas. Con ello era posible albergar a cubierto un gran número de fieles. Así fueron San José de los Naturales, la capilla abierta de San Francisco en México, la de Jilotepec, y la de Cholula, única conservada y que puede reputarse como la obra maestra.

Por último, consideraremos el edificio del convento, que ya hemos visto que era, a la vez, habitación de los frailes y centro de servicios sociales. Lo mismo que para el resto de los elementos, se solían distribuir sus partes en forma que admitía pocas variantes. Quedaba situado por lo regular al sur de la iglesia (Huejotzingo), aunque en ocasiones también los hay al, norte (Tepoztlán). En el piso bajo, y alrededor de un pórtico estaban la portería, la sala capitular, la sacristía, el refectorio, la cocina y despensas, así como la escalera y, en lo alto, las celdas de los frailes y del prior, la biblioteca y los sanitarios. Todos estos locales eran de una gran sobriedad, estaban decorados únicamente con pinturas murales, y no competían en expresividad arquitectónica con la parte nuclear del edificio, el claustro.

Éste recibió diversas soluciones a lo largo del siglo. Los claustros más antiguos están formados por gruesos muros apenas perforados por vanos aislados (Izamal). Luego se agregaron contrafuertes para poder ampliar los claros, llegándose a soluciones de gran belleza en las cuales los pasillos interiores se cubrían con bóvedas de crucería (Yuriria). Otro tipo, que alterna con el anterior, es el de las columnas, cuyos ejemplos más simples los encontramos en Huexotla; pronto llegan a ser más elaborados, alcanzando la riqueza de Acolman. En todos estos casos la techumbre más conveniente era la viguería.

Los corredores recibieron un tratamiento especial en lo que a ornamentación se refiere. La pintura al fresco, formando frisos y composiciones de escenas al fondo de los pasillos, llegó a un gran desarrollo, lo mismo que las bóvedas, en las que se solía pintar un encasetonado que era imposible construir con los procedimientos usados. A pesar de haber sido repintadas en múltiples ocasiones o de haberse destruido u ocultado con pintura, todavía es posible ver en muchos monasterios algunos de estos frescos.