Material de Lectura

Prólogo


La arquitectura en el Siglo de las Luces


En estas breves líneas no se pretende hacer un análisis a fondo de lo que fue nuestra arquitectura en el último fin de siglo y en el despunte del presente, sino señalar, de manera general, algunas de las esencias que la caracterizan y la distinguen.

La arquitectura del Siglo de las Luces presenta en México ejemplares de gran calidad, comparables  en importancia, quizá, con algunas de las obras de la centuria que le había precedido y adquiere una significación y un interés tal que comienza a ser advertido por historiadores y críticos.

Es el siglo XIX, para la historia de México, un siglo axial, en el que tienen lugar acontecimientos políticos de extrema importancia, que van a ser determinantes en las formas de vida y en las formas culturales. En el primer cuarto del siglo tiene lugar la guerra que culmina con la independencia de la corona española, de los territorios que colindaban al sur con la Capitanía General de Guatemala y al norte con la Luisiana y las antiguas posesiones inglesas que habían dado origen a partir de 1782 a los Estados Unidos de Norteamérica. Años más tarde, la guerra de Texas, que trae como consecuencia la trágica pérdida de gran parte de las Provincias Internas de Oriente y de Occidente reduciendo el territorio nacional a poco menos de la mitad en su superficie; el establecimiento del Segundo Imperio por el archiduque Maximiliano de Austria con el apoyo de Napoleón III de Francia, el triunfo de la República, la Reforma y la interminable serie de luchas y de revoluciones internas, que culminarían con la instauración de la dictadura del general Porfirio Díaz al declinar el siglo.

Es éste el tiempo en el que se desarrolla una arquitectura en la cual se verán reflejadas todas esas circunstancias.

Haciendo un poco de historia, el rey Carlos III, por cédula del 25 de diciembre de 1783, estableció la Real Academia de San Carlos de la Nueva España, que propiciaría el fin del mundo barroco, para dar lugar al arte neoclásico. Las inmensas riquezas de las minas y la consolidación de los antiguos mayorazgos fundados en el siglo XVI, que impulsaban la producción agrícola y ganadera, harían que la Nueva España alcanzara su cenit, al finalizar el siglo XVIII, bajo el reinado de los Borbones, que por otra parte, no eran ajenos a la influencia cultural venida de Francia a la Corte de España y que se extendería más tarde en sus dominios allende los mares. Los viejos tratados de la arquitectura del Renacimiento italiano, asimilados por los maestros del plateresco hispano, que habían escrito obras tales como Las medidas del romano de Diego de Sagredo, impresa en Toledo en 1526 y De varia conmensuración para la escultura y la arquitectura de Juan de Arphe, aparecida en Sevilla en 1585, sirvieron de base teórica a la arquitectura del virreinato y desde luego no serían extraños en las lecciones de la Academia, que sintetizaría y, hasta cierto punto, reglamentaría el arte de la época, cuyas grandes obras se edificarían al comenzar el siguiente siglo, alcanzando su más alto grado de perfección y refinamiento en el Palacio de Minería, obra de un valenciano ilustre, Manuel Tolsá.

La arquitectura neoclásica concluye en México con la consumación de la Independencia, extendiéndose su influencia en los años inmediatos posteriores, ya que los maestros de la Academia y sus discípulos se hacen cargo de las edificaciones que se realizan, hasta la desaparición de la institución a la que tanto debió ese estilo.

Va a ser el año de 1843 la fecha que marca el renacimiento artístico, ya que por un decreto del presidente Antonio López de Santa Anna se ordena la reorganización de la desaparecida Academia, a la que van a ingresar maestros que se buscan en Europa, como el pintor catalán Pelegrín Clavé. Años más tarde es nombrado director el arquitecto italiano Javier Cavallari, ex director de la Imperial y Real Academia de Milán. A partir de ese momento, la influencia europea en la arquitectura es categórica, ya que, además, a los alumnos más distinguidos se les pensiona en Italia o en Francia trayendo a su regreso los tratados franceses de arquitectura que estaban en boga, como el de Durand, el de Reynaud y los de Violet Le Duc y posteriormente el de Cloquet y el de Gaudet. Sin embargo, la sección de arquitectura en diversos periodos estuvo dividida en dos partes: lo técnico se estudiaba en la Escuela de Minas y lo estético en Bellas Artes. Fue hasta 1867, al organizarse de nueva cuenta la Academia, cuando se unió el ramo de arquitectura, quedando otra vez como una Escuela dentro de la institución, temporalmente, ya que años más tarde se volvió al estado anterior.

Es preciso también señalar, que en estos años el liberalismo de la Reforma, traería consigo por razones de orden estrictamente político, la demolición de los antiguos conventos y, con ello, la modificación de la traza que hiciera en el siglo XVI Alonso García Bravo para la ciudad virreinal, tratando de acabar inútilmente con cualquier vestigio de la cultura que le había precedido.

Fue aquella una época de crisis, en la que después de las innumerables luchas, el clima era poco favorable para el desarrollo de las artes. Las viejas raíces culturales se habían roto en 1821; no existía un estilo propio y la filosofía positivista con sus nociones de simplicidad y de universalidad dominó el paisaje cultural hasta la caída de la dictadura en el año de 1911. Todos estos factores abonarán el campo para el desarrollo de un eclecticismo que va a marcar definitivamente la producción arquitectónica de esa época, eclecticismo que va a perdurar hasta bien entrado el presente siglo, cuando se sientan las bases de la arquitectura contemporánea.

Esta postura romántica, en la que se deja sentir una nostalgia por el pasado, haría posible que del neoclásico se pasara al neoprehispánico, al neoislámico, al neobizantino, al neorrománico y el neogótico en todas sus modalidades. Paralelamente, se desarrolla el llamado Art Nouveau con un sentido básicamente decorativo. Es muy fácil distinguir las variadas raíces estilísticas de la arquitectura de esta época.

Es de interés el señalar también la aparición de los nuevos materiales de construcción, que modifican los viejos sistemas constructivos; el hierro y el cemento, que al combinarse darán por resultado el concreto armado con todas las posibilidades que hoy conocemos. La revolución industrial va a crear necesidades que en el mundo antiguo habían pasado desapercibidas.

El problema de la habitación se va a replantear desde su origen, modificando sustancialmente los programas arquitectónicos tradicionales y reflejando su influencia en las artes decorativas.

De la casa novohispana a la casa porfiriana se produce un cambio radical en la arquitectura, tanto en la forma como en algo más sutil que es el concepto de la proporción, dando lugar a la supresión de los viejos sistemas de raíz islámica, que tienden siempre a la cuadralidad, característica indudable de la arquitectura del virreinato, representando esto la gran ruptura con la antigua herencia hispana. Surge un nuevo sistema de proporciones, que tiende, por el contrario, a alargar los vanos en sentido vertical. Desaparece el tradicional patio central abierto, que es reemplazado por el gran vestíbulo techado con vidrio, en el que se construye la escalera monumental. A partir de la Independencia había que liberarse de la historia, y las influencias europea y norteamericana se van a dejar sentir poderosamente.

En las postrimerías del Porfiriato dirigía la Escuela Nacional de Bellas Artes el arquitecto Antonio Rivas Mercado, que había sido alumno de la Escuela de Bellas Artes de París. Su formación francesa tendría necesariamente que repercutir en la enseñanza que se impartía en la escuela.

Las grandes obras del gobierno del general Díaz, que caracterizarían a toda una época, se encargan a arquitectos franceses e italianos. El Palacio Legislativo a Emile Bénard y Maxim Roisin; el Palacio de Bellas Artes y el de Correos a Adamo Boari. Este último es quizá, el más interesante de todos y el menos extraño, en el contexto urbano, ya que vuelve a engarzar en cierta medida con las raíces de la antigua tradición hispánica.

Algunos de los palacios particulares que se construyeron fueron proyectados en París, con sus techos a la Mansard, pero también intervinieron los arquitectos mexicanos egresados de la Escuela, que construyen según las enseñanzas de sus maestros, unos copiando las plantas y las fachadas de los tratados europeos, otros interpretando a su sentir lo aprendido, de ahí lo variado de las influencias que se pueden analizar en este interesante periodo de nuestra historia, muchas de cuyas obras, algunas de gran calidad, han desaparecido, dando lugar a una demolición más de aquella “Ciudad de los Palacios” que tanto impresionaría al Barón de Humboldt, cuyo perfil urbano y antigua traza han sido alterados de nueva cuenta, para dejar paso a la arquitectura contemporánea. Las siluetas de sus edificios dominan ahora el paisaje urbano, ocultando las torres de las iglesias de la vieja ciudad virreinal.

 
Juan Urquiaga Blanco