La escuela
A horas exactas nos levantan, nos peinan, nos mandan a la escuela. Vienen los muchachos de todas partes, gritan y se atropellan en el patio y luego suena una campana y desfilamos, callados, hacia los salones. Cada dos tienen un lugar y con lápices de todos tamaños escribimos lo que nos dicta el profesor o pasamos al pizarrón. El profesor no me quiere; ve con malos ojos mi ropa fina y que tengo todos los libros. No sabe que se los daría todos a los muchachos por jugar con ellos, sin este pudor extraño que me hace sentir tan inferior cuando a la hora del recreo les huyo, cuando corro, al salir de la escuela, hacia mi casa, hacia mi madre.
De Espejo
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