Voces
1933
Mil novecientos treinta y tres. ¿Por qué tienes que hacer poesía? Tierra de Promisión de la despedida, ¡oh, presentimiento de profundos abismos!
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No nos engañemos, nunca seremos buenos; arrastrados de borrachera en borrachera, vamos hacia la tortura y la sangre. Amamos la pena de muerte, con el látigo, la soga y los gritos; con cincuenta valientes latigazos liberamos las costillas y la columna vertebral. El hierro del garrote quiebra lentamente la nuca, y de la hirsuta barba del reo cuelga la lengua azul. Nuestro progreso tiene mucho que agradecer a la juiciosa guillotina; la silla eléctrica, que tortura sin hablar, sirve para idéntico fin. Los patíbulos de acero para dos o cuatro personas, orgullo del ejército alemán, se mueven sobre neumáticos de goma. Las plumas diseñan en los tableros de dibujo y nadie, nadie, siente temor. La nueva cruz de Gólgota hecha de tubos y enchufes, se puede transportar, brillante, sobre ruedas, exacta, para que la gente lo crea, y luego los ingenieros le atornillarán allí.
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Descúbrete y piensa en las víctimas. Pues sólo el que siente la soga en su cuello se da cuenta de la brizna de hierba que se agita en el viento por entre los adoquines que hay bajo el cadalso. ¡Oh, aquellos que disfrutan con el derramamiento de sangre! Lo demoníaco es ciego, lo prohibido es ciego, los espectros son ciegos, están ciegos ante lo que germina porque ellos carecen de crecimiento. Y sin embargo, cada uno de ellos fue niño una vez. No alabes ni premies nunca más a la muerte, no premies la muerte que los hombres se infligen unos a otros, no alabes lo indigno. Ten, en cambio, valor para decir mierda cuando alguien excite a los hombres a matar a su prójimo. En verdad que el asesino sin dogmas es el mejor de los hombres: ¡oh llamada humillante y envilecedora, llamada al verdugo, la llamada de miedo más secreto, llamada de todos los dogmas que carecen de fundamento! Hombre, ¡descúbrete y piensa en las víctimas! El mal vuelve siempre su rostro hacia el mal: ¿quién consuma el sacrificio humano espectral? Un espectro. Está ahí en la habitación, algo prohibido está ahí, que silba para sus adentros, ¡es el espectro del espíritu burgués habituado al orden! Ha aprendido a leer y a escribir, usa cepillo de dientes, va al médico cuando está enfermo, honra a veces padre y madre, en general se ocupa sólo de sí mismo, y sigue siendo sin embargo un espectro.
Surgido del ayer, sujeto románticamente al pasado, presintiendo en cambio las ventajas del tiempo actual y pendiente de éste, un espectro que no es un espíritu, un espectro de carne, sin sangre y sin embargo sanguinario, con una objetividad casi carente de odio, sediento de dogmas, ávido de fórmulas exactas y movido por ellas como por los hilos de las marionetas (entre estas fórmulas está el progreso), siempre sangriento y cobarde, virtuoso en cambio en toda circunstancia, así es el burgués: ¡dolor, ay, dolor! ¡Oh, el burgués es en definitiva lo demoníaco! Su ilusión es la técnica más moderna y desarrollada que lleva inexorablemente a fines ya extinguidos, su ilusión es la ramplonería más perfecta técnicamente. Sueña en que un espíritu demoníaco profesional toque exclusivamente para él, sueña en la magia de la ópera, que brilla y refulge entre el hechizo del fuego. Su ilusión es brillo andrajoso.
¡Ah, qué asustados estábamos! A través del Berlín de espectros pasaba como un rayo el emperador-burgués, plif-plaf, clin… clin…, ramplonería de púrpura y apocalipsis, motorizado y vestido de armiño, hiede a barroco, resuena diáfana su gran limusina. Nos empujamos con los hombros y nuestro espanto se convierte en risa. Pero esto era sólo el comienzo, cuando tres decenios más tarde se aproximó el monstruo y abrió sus fauces y nos habló en un lenguaje babeante, entonces perdimos nosotros el don de la palabra. Las palabras se secaron y parecía que nos hubieran arrebatado para siempre la comprensión: el que todavía hacía poesía era tenido por un loco despreciable, que pretendía sacar frutos de flores marchitas. Perdimos la risa y vimos la máscara del terror, la ramplonería fúnebre unida al rostro del verdugo, espíritu burgués. Máscara sobre máscara, monstruosidad cubriendo monstruosidades, rostro que ignora las lágrimas,
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Pero las revoluciones, sublevación de la naturaleza ante lo monstruoso, ante lo espectral y radicalmente prohibido, rebelión contra la multiplicidad de convicciones, que la sublevación pretende destruir mediante el fuego lúgubre y corrosivo del terror y de la violencia, las revoluciones se convierten ellas mismas en fantasmas, ya que todo terror provoca una nueva actuación de la burguesía, hace surgir a los que se aprovechan de las revoluciones, al burgués rebelde, al técnico y virtuoso del terror, a los eternamente profanadores de la justicia: ¡Dolor, ay, dolor! ¡Oh justicia revolucionaria! La revolución trae consigo la revolución imitativa y demoníaca del burgués, ente criminal y más exasperante aún, porque su falta de dogma es la del poder al desnudo. No se trata ya de convencer, de grado o por fuerza, sino de la infamia inherente a todas las convicciones, del instrumento de terror técnicamente más perfecto, de campos de concentración y laboratorios de tortura, que tratan de conseguir, mediante la abolición de la ley, hecha ley suprema, mediante la mentira fantasmagórica, hecha verdad superior, una esclavitud universal y abstracta, ajena a todo lo que sea humano.
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No podemos medir el ser que hemos perdido: yo era uno en mi cuna y seré uno a la hora de mi muerte, aunque quizá deberé aguardar, tras los alambres de púas, a que me conduzcan al lugar del suplicio. Pues nuestras almas, aunque adheridas a la nada y sin saber hacia dónde han de dirigir sus plegarias, susurran delirantes en piadosa soledad, como si en la nada se ocultara callado el Ser. ¡Oh, haced que yo nunca olvide! Por eso tú, que aún vives, debes descubrirte y pensar en las víctimas, sin olvidarte de aquellas que lo serán en el futuro. La carnicería humana no ha terminado aún: ¡sean malditos los campos de concentración de todo el orbe terrestre! Se multiplican, sea cual sea su nombre. Revolucionarios o antirrevolucionarios, fascistas o antifascistas, representan el dominio del burgués, ya que éste quiere practicar y sufrir la esclavitud. ¡Maldita sea la ceguera! El prado y el bosque llegan hasta las alambradas, y en los hogares de los verdugos cantan los canarios. Un cielo de sangre cubre las cuatro estaciones del año y el arco iris no tiene color de esperanza, el cosmos se burla de las incompatibilidades y pregunta al hombre: ¿soportarás todo eso aún mucho tiempo?, ¿qué ves?, ¿qué te parece falso? El que va a morir lo ve; ya nada le amarga y el tiro en la nuca es auténtico. Descúbrete y piensa en las víctimas.
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La incisión en lo terreno, otra vez. La orilla desciende abrupta, hasta el mar, El paisaje ya no constituye un todo y el horizonte, allá a lo lejos, está cubierto por la niebla múltiple de la metamorfosis. Las cosas se han convertido en mesura del hombre. Y el ayer se escapa antes de que la barca lo recoja. Ve hasta el puerto. Las barcas aguardan todas las noches, invisibles, para llevar hacia el este desconocido de la noche la flota de los humanos: ¡oh, incisión que atraviesa el tiempo! ¿Existió nunca un ayer? ¿Quiere burlarse de ti? ¿Existió nunca la madre? ¿Existió nunca lo que te llevó en su seno? ¿Existe el retorno al hogar? Nunca existe el retorno, siempre hallas, en tus encuentros, aquello que te está destinado. Por eso no es necesario que busques, mira únicamente. Contempla el flujo y reflujo tranquilos, contempla la metamorfosis en la escisión, la pausa entre lo visible y lo invisible en que se resuelve la escisión, allí a donde vuelven las cosas hechas por el hombre, indefensas al término de su poder. En eso se cumple todo. Ve hasta el puerto. Cuando el atardecer se cierna sobre los muelles y el mar sea un espejo tranquilo, observa allá donde el ayer se convierte en mañana antes de que se cumpla. El paisaje está dividido, pero tu saber es mayor que tú mismo. Espolea de nuevo tu conocimiento para que tu saber lo alcance antes de que caiga la noche.
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No basta el que no esculpas una imagen Mía; tú piensas sin embargo en imágenes cuando piensas en Mí. No es suficiente que te avergüences de pronunciar Mi Nombre; tu pensamiento es lenguaje y Me nombras con tu callada vergüenza. No basta que no creas en otros dioses aparte de Mí; tu fe sirve sólo para forjar ídolos y Me coloca en su mismo rango; son ellos y no Yo quienes te dan órdenes. Yo soy el que soy y no soy porque soy. Yo escapo a tu fe. Mi rostro no es rostro. Mi lenguaje no es lenguaje, esto lo sabían Mis profetas: cualquier afirmación acerca de Mi Ser o Mi no-Ser es presunción. Y tanto el descaro del embustero como la sumisión del creyente son igualmente saber presuntuoso. Aquel evita las palabras de los profetas y éste no las comprende, aquél se rebela contra Mí, éste se Me une con una veneración cómoda. Por eso rechazo a aquél y sobre éste dejo caer Mi ira. Soy benévolo para con los que confían en Mí. Soy el que no soy, soy una zarza ardiendo y no lo soy, pero a aquellos que preguntan: ¿a quién hemos de venerar? ¿quién ocupa el primer puesto entre nosotros?, a ellos ya les respondieron Mis profetas: ¡Venerad lo desconocido! ¡Adorad lo desconocido! Lo que está fuera, lejos de vuestro campo; allá está Mi trono vacío, inasequible en el no-espacio vacío, en la no-mudez vacía y sin límites. ¡Protege tu conocimiento! No intentes acercarte. Si quieres acortar la distancia agrándala con libertad y arrástrate libremente en la contrición sin poder acercarte a ti mismo. Sólo así podrás formarte una imagen. Si no, te verás obligado a la contrición. No seré Yo quien levante el látigo sobre vuestras cabezas, vosotros mismos lo iréis a buscar y bajo sus golpes perderéis vuestra capacidad de ser imágenes, perderéis vuestro conocimiento. Pues en tanto Yo sea y exista para ti, te habré infundido el no-espacio de Mi Ser, y habré hundido hasta lo más profundo de ti mismo aquello que es más externo, a fin de que tu conocimiento llegue a presentir tu saber y, no obstante, puedas creer en tu falta de fe, reconoce la capacidad de tu conocimiento, pregunta por tu facultad de preguntar, la claridad de tu oscuridad, la oscuridad de tu claridad, que no se pueden oscurecer ni volver más diáfanas: ahí radica Mi no-Ser. Así es como enseñaron Mis profetas cuando fue el momento y, rebelándose sólo por ser elegidos pero siendo sin embargo elegidos, algunos del pueblo así lo entendieron y se atuvieron a ello. Escucha en lo desconocido, atiende a las señales de la nueva plenitud a fin de que existas cuando se abran a tu conocimiento. Dirige hacia allá tu piedad y tu oración. No Me reces a Mí, no te oiré: sé piadoso por Mi causa, incluso sin acercarte a Mí. Sea ésta tu conducta: orgullosa humildad que te hace ser hombre. Y, sobre todo, mira. Esto sí es suficiente.
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Oh, el sistema solar es todo para el hombre, y le cuesta decir adiós, aunque en la mirada de despedida descubra la Tierra de Promisión, sin que pueda ni deba pisarla. Hermano lejano, a quien todavía no conozco en mi desamparo, ha llegado el momento de que escalemos el monte Pisgah. Un poco fatigados —como corresponde a nuestra edad— pero llegaremos, y luego, en la cúspide del monte Nebo, allá descansaremos. No seremos ni los últimos ni los primeros en llegar. Se nos juntarán eternamente gentes de nuestra clase y diremos de pronto Nosotros olvidando el Yo. Pero ahora hablaremos así: nosotros, estirpe elegida, estirpe renovada entre todas las demás, en máxima y pujante transformación, nosotros que hemos cruzado el desierto hambrientos, sedientos, cubiertos de polvo y de mugre, completamente agotados (sin citar los insectos, las sabandijas y las enfermedades que nos han torturado). nosotros los exiliados, los buscados por el hogar y que por eso buscamos hogar, nosotros, los que hemos escapado al horror, reservados para la felicidad de conservar y de contemplar. Nosotros, los que nos hemos evitado el horror de la contemplación expectante, nosotros somos los bienaventurados. La noche se nos ha hecho corta, para nosotros el ayer llega hasta el mañana y vemos uno en otro, regalo maravilloso de la paridad del tiempo. Y de este modo (mientras allá abajo hacen sus equipajes, con la confusión y los gritos de la marcha), a nosotros, aquí arriba, libres de toda esperanza, dichosos, en la gran despedida de la contemplación, nos es dado esperar el beso dulce y fuerte de lo desconocido sobre nuestros ojos y sobre nuestras frentes.
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