Material de Lectura

Nota introductoria


"A Oliverio Girondo —dijo Gómez de la Serna— hay que darle en vida las respuestas a su exuberancia, a su fidelidad literaria, a su clarividencia fulminante". Pero el tiempo ha pasado —Girondo murió el 17 de agosto de 1971— y aún no se ha hecho justicia a su vertiginosa, deslumbrante poesía. Sin embargo, la literatura argentina de los últimos 45 años mantiene una cercana conexión con la obra del autor de En la masmédula. Habría razones para pensar que tanto el nombre del protagonista (Oliveira) como algunos fragmentos de la Rayuela de Cortázar son un homenaje, una inclusión necesaria, a la escritura girondiana. Caben otros ejemplos, pero baste apuntar que, a pesar de ser poco conocido y, peor todavía, poco leído, Oliverio Girondo-escritor se precipitó sobre las generaciones que lo sucedieron (algo similar pasa con Macedonio Fernández). Solitario obcecado, Girondo es culpable de su magra difusión. Tras haber participado con ahínco en el movimiento "Martín Fierro", que reveló a las letras latinoamericanas las formas de la vanguardia europea y se convirtió en un baluarte durante la década de los 20, el poeta decidió permanecer al margen de cualquier grupo, de cualquier "capilla" cultural. Su preocupación primigenia fue levantar un puente entre la poesía —para él la manera más precisa de conocer la realidad, quizá un influjo dadaísta— y la vida. "La poesía —expone Oliverio— siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta". De ahí que, contra las fulgurantes actividades de sus coetáneos, ávidos por publicar aquí y allá, por pastar —como afirma Enrique Molina— en los suplementos dominicales, a Oliverio Girondo, hijo privilegiado de una familia burguesa, le haya dado por indagar sobre los avatares de la existencia ("A veces rotuno/a veces muy hondo / se va por el mundo / girando, Girondo /", le cantan sus asiduos amigos de 1926), con el objeto de fijar el punto que vincula el mundo cotidiano a la palabra poética. El poeta debe ser un "tejedor de milagros", es decir, descubrir por medio del espacio textual aquello no advertido por los demás ("El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones ¿no es justificar que pasáramos los días aplaudiéndole a la vida y a nosotros mismos?"). La poesía es, así, un modo de presenciar la realidad, en razón de lo cual Girondo precisa abolir todos los obstáculos y enfrentar los valores establecidos ("abre los brazos y no te niegues al clarinete, ni a las faltas de ortografía") para desarrollar una moral poética. Mientras muchos de los martínfierristas terminaron arrastrados por viejos cánones y una actitud tradicional, Girondo puso de manifiesto el carácter de una escritura que hay que mirar en un proceso perpetuo ("hincados / sin aureola / ante charcos de lágrimas que cantan / con un pezvelo en trance debajo de la lengua / hay que buscarlo / al poema"). De la concepción de un lenguaje lineal, Oliverio Girondo va poco a poco explorando distintos mecanismos lingüísticos que irán aparejados, casi siempre, al humor negro, región donde gravita el poeta. Parece ser, como ha asentado Enrique Molina, que en la obra de Girondo el universo está al borde del colapso. La catástrofe se anida en las esquinas y de repente acontece lo extraordinario: una vaca que habla, un simple perdón o el amor arborescente, y las cosas recuperan su cauce.

Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922) toma la figura fantasmagórica del suceso cotidiano. Frente a éste, el espejo en el que nos contemplamos todos. "Lo cotidiano, sin embargo —argumenta Girondo—, ¿no es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo? Y cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura?" Siguiendo la fórmula, cuando Gómez de la Serna recibe un ejemplar del libro se sube a un tranvía y comienza a leer. Concluido el recorrido, pero no la lectura, el escritor español compra un boleto más "hasta el próximo poema". En 1925, Girondo publica Calcomanías, una visión latinoamericana de la España de charango y pandereta y, antes que nada, de una nación suspendida en el tiempo. Para 1932 Espantapájaros sale a la luz. Y Oliverio, poeta a contrasombra y a contracorriente, alquila una carroza funeraria presidida por un elegante espantajo, mensajero del recién editado libro ("Hasta las ideas más optimistas toman un coche fúnebre para pasearse por mi cerebro"). El texto, en su mayoría formado por pequeñas narraciones poéticas, hace reincidir al argentino en la presentación de una realidad grotesca, la cual, de no combatirla con el deseo de volar —una de las obsesiones de Girondo— o con el asombro frente a lo más mínimo, lleva "…a no concebir otra aspiración que la de recibirse de calavera…". Aquí, Girondo vuelve a sorprender los trazos endebles del ámbito diario, pero esta vez dentro de una conciencia más desgarrada, en la que los objetos se han introyectado en los protagonistas, ahora generadores psíquicos.

No se puede hablar de Girondo como de una personalidad que se ha ido desencantando de la vida. En él, a través de su obra, hay ciertos elementos que agudizan el síndrome del hombre contemporáneo, un ser cosificado y abrumado por la ciudad, la exuberancia corrompida de las formas y una buena dosis de desolación. Sin embargo, el humor extrapola estos factores hacia una dimensión aparte, para ofrecerle un sitio especial a la ternura. El personaje de Interlunio (1937), una suerte de carácter chejoviano a punto de perder la razón debido a detalles insignificantes (los pasos nocturnos de un estudiante que vive en el cuarto de arriba) que cobran una magnitud extravagante, recibe la revelación por boca de ese animal de mirada lánguida y bonachona, la vaca, que en Girondo adquiere una imagen totémica.

Persuasión de los días (1942) marca una segunda época en la producción literaria de Oliverio Girondo. Un mayor aunque velado escepticismo recorre su escritura:

Cansado
¡Sí!
Cansado por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
de una cola auténtica,
alegre,
desatada
y no este rabo de hipócritas,
degenerado,
enano.

Para el mismo Enrique Molina, Persuasión de los días es "el paso de una geográfica a una ética." Es decir, se ha pasado "de un universo físico a un universo moral". El dominio del lenguaje se ha extendido hasta conformar un proyecto original de significación. Girondo escarba dentro de la lengua y, en múltiples ocasiones selecciona las palabras más deslucidas o las más manoseadas o las más pobres y entonces las metamorfosea, las viste, las festeja:

y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido:
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;

La aparición de En la masmédula (1956) participa a las letras hispanoamericanas de uno de los libros más audaces y excepcionales de nuestra literatura. En este poemario se trasgreden las convenciones de la sintaxis, de la semántica e incluso de la fonética. A dicho respecto escribe Aldo Pellegrini:

En Girondo hay una verdadera sensualidad de la palabra como sonido, pero más que eso todavía, una búsqueda de la secreta homología entre sonido y significado. Esta homología supone una verdadera relación máxima, según el principio de las correspondencias, que resulta paralela a la antigua relación mágica entre forma visual y significado.

En En la masmédula la comunicación se torna una sinfonía. Y es esta una fantástica aventura de la poesía moderna. El laboratorio de los sonidos ("Lo no moroso al toque / el consonar a qué la sexta nota / los hubieran posesos / los sofocos del bis a bis acoplo de sorbentes / subósculos") produce el vértigo de un encuentro inesperado con la lengua. Las palabras-montaje, el efecto lewiscarrolliano, originan en español una vía de expresión sin antecedentes y de desempolvamiento del lenguaje, en la que el brasileño Haroldo de Campos y los cubanos Severo Sarduy y Gabriel Cabrera Infante, entre otros, han incursionado bajo la irrisión de una fiesta paródica, de la que Girondo fue (es) innovador. Para algunos poetas actuales, la experiencia de En la masmédula supera los intentos del Trilce de Vallejo, una tentativa no llevada a sus últimas consecuencias. Contrariamente, el texto de Girondo resulta el sortilegio de la intrepidez, del punto límite del lenguaje. Y, acaso, la práctica de En la masmédula sea ya irrepetible.

Constante viajero, Oliverio Girondo conoció los más intricados caminos de Europa y América Latina, desde muy joven. Con Norah Lange, su mujer y compañera, anduvo, viejo y cansado, de un país a otro. Su pasión por la vida; por la pintura (tiene un largo ensayo sobre pintura francesa moderna y su tarea literaria sustenta, en ciertos rasgos, una correspondencia directa con las artes plásticas); por la escritura; su desparpajo y antisolemnidad (la pieza teatral La comedia de todos los días, escrita en colaboración con René Zapata Quesada, no llega a estrenarse nunca porque un actor se niega a decir, tras la palabra "estúpidos", "como todos ustedes", dirigiéndose al público); y honorabilidad (Girondo negó siempre que, habiendo coincidido en París, le prestó ayuda económica a César Vallejo, pero años después de su muerte —acelerada por un accidente en la calle— y mediante un fárrago epistolar, se constata lo opuesto); y por varias anécdotas suyas extraídas del olvido por Ramón Gómez de la Serna, Oliverio Girondo ofrece una figura peculiar, una fiereza indomesticable (se recibió de abogado para jamás ejercer como tal) y un ímpetu desaforado que se relaciona muy bien (y aunque los datos biográficos no digan nada y lo único que perdurará de un poeta, si algo de él perdurara, será su poesía) con la imagen de un escritor que hizo de la palabra y de la realidad el prodigio de una literatura inusitada.

Para terminar reproduzco, y recibamos de una buena vez la presente antología, lo que Oliverio Girando escribió en una obligada presentación, obligada por parte del editor, a Veinte poemas para ser leídos en el tranvía:

Un libro —y sobre todo un libro de poemas— debe justificarse por sí mismo sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen.

Y creo que Oliverio Girondo estaba en lo cierto.

Anamari Gomís