Gino Scartaghiande
Sonetos de amor para King Kong
Hay viejos que duermen
me dan risa los océanos con sus profundidades verdes. No te vayas, te lo ruego. Mira, no soy precisamente yo, sino el más hondo barranco del universo para recibirte. Las estrellas de tu esperma estallan dentro de mí, ninguno de nosotros dos es éste o aquél. Hay viejos que duermen en la estación. Por los suelos.
Que por lo menos
Ayuda a que se vayan las palabras. Sentido. Sinsentido. Pero no es la verdad. Es una cuestión poco interesante. Es la coerción de dos mil años de literatura. Pero no es justamente que las cosas jamás pensadas se pusieran a temblar así, sucede que por lo menos se comienza a balbucir tras el silencio de las palabras y el mal atroz que nos hicieron siempre a propósito de esos sentidos, porque la palabra guerra tiene fusiles que matan, deveras, y también ayuda a que se vayan las palabras.
Que precisamente yo
Me pego a ti. Estoy en metamorfosis entre uno y otro huso pedazos de eternidad incomprensibles discursos quién sabe qué buenas cosas se podrían. No me devores. Cómeme con calma. Zarzas de tu esófago donde los siglos rechazados ojean como. No existe el excusado donde puedas librarte de mí. ¿No estás seguro de que ya te haya vomitado precisamente yo? Mi otra compenetración.
Parágrafo
Querrán asesinarnos. Pero no nos agarrarán. Hace tiempo que dejamos los planetas. Están ciegos. Mi querido y asqueroso amor, ahora queremos en un acto extremo de indiferencia dejarles a ellos la vida con todas sus uñas.
Apenas en el inicio
Querida ignorancia querido ser desvital caro desamor plasmas toda la materia de la cual estoy hecho. Querido King Kong, mi rey y mi súbdito. Querida posesión que aquí se dispersa. Es apenas el inicio de otro tiempo.
Noche
Ahora queremos ser poeta de orden ínfimo creador de minucias. Preferimos el descuido. Descienden viejos cojos y musulmanes los escalones de las dos orillas del Tíber; es el corazón de una oscura noche lluviosa. Los miro entre uno y otro guagüis. Ellos miran masturbándose de celos, juntos, necesarios en el ritual orgiástico. Dulcísimas manos mías custodien y alegren su búsqueda sacra. Si es necesario desgramatizaremos también a los elementos. Absolutamente lo falso dicho a las tres de la mañana.
La imagen
Deberás darme un nombre. Todo lo hecho hasta hoy no me interesa. Seguiré matándote, escribiéndote y reescribiéndote. La imagen es el universo de nuestras fugas, es la excrecencia terrestre con avenidas arboladas, hombres, hormigas. Debo acunarte aún, palabra por venir, debo santificar tus cementerios y buscarte con más ardor, a ti mentira, a ti falsedad. Deberé darte y darme paz: te espero de un momento a otro, sin saber si me acerco o me alejo ni por qué tener o no tener miedo a eso.
¿Por qué él último?
Qué cosa rota. Despedazada la creta. En otra ocasión tendremos cuidado, fíjense, no sea que el primer violín se nos escape. Un soplo entre la mejilla y el occipital. Todos los universos no pueden bastar. Esto es axiomático. Recrear es nuestra condena. Y es el último de los sonetos de amor.
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