Esto lo saben los árboles más viejos y las nubes que empiezan a formarse. Sigue lloviendo, pero la tierra está tranquila y el viento se ha refugiado en las alas de un pájaro serpiente. Por mi ventana veo tanto cielo que mis ojos se van y a veces no regresan. Yo veo y oigo y huelo y toco y paladeo. Y esto me ocurre como al agua natural que nadie ve. Estoy perdiéndome sin horizonte, y cuando me tropiezo con el tiempo, creo que la muerte tiene tanta vida como yo en ese instante.
Madrugada del 8 de noviembre de 1969
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