Ninní 1934-1940
Siempre al atardecer giras la llave que abre las rejas del cancel y separa las hojas de la senda para que llegue al mármol que te nutre con sus racimos congelados. Desde el fondo del valle nos invoca la voz de la carreta rechinante, cantándole al inerme corazón. ¿Por qué tengo que oír a cada tarde el horror que gotea en el silencio? Ninní, Ninní, tú lo sabías: me siguen embrujando los caminos las flores brunas de la carne que acarician mis ojos con su bisturí; el veneno que dormía en los labios de Ihú el que se alimentaba tan sólo de silencio; las palabras que vienen a mi mesa a iluminar el pan de la mañana. Por buscarte, Ninní, he removido los muladares de la noche, he roído huesos rechazados por los perros, he malbaratado bienes del reino lejano, proyectos de reconstrucción. Pero no he vuelto a hablar a solas. Tú plantas los laureles en el sueño persuades a las aguas para que sólo reflejen tu reflejo; por ti alienta aún esa colina en su primavera de tumbas y jardines. Cuando yo vuelva te hablaré de Isabel, Estambul, Nueva Zelandia, de la isla que nos aguarda en el Atlántico donde yacen sepultas nuestras alas. Pero mucho tendré que caminar aún conmigo mismo, perseguido por todos mis caminos moribundos escapar a las trampas tendidas a las corzas en los calveros de la profanación; fingir que dormiré cuando esas mismas flores extiendan su corola en la penumbra empozoñada. Tras la ventana pasarán los días como caballos negros con crineras blancas.
Del libro inédito Bajo llave
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