Canto X
Mientras Virgilio muere en Bríndisi no sabe que en el norte de Hispania alguien manda grabar en piedra un verso suyo esperando la muerte. Éste es un legionario que, en un alba nevada, ve alzarse un sol de hierro entre los encinares. Sopla un cierzo que apesta a carne corrompida, a cuerno requemado, a humeantes escorias de oro en las que escarban con sus lanzas los bárbaros. Un silencio más blanco que la nieve, el aliento helado de las bocas de los caballos muertos, caen sobre su esqueleto como petrificado. Oh dioses, qué locura me trajo hasta estos montes a morir y qué inútil mi escudo y mi espada contra este amanecer de hogueras y de lobos. En la villa de Cumas un aroma de azahar madurará en la boca de una noche azulada y mis seres queridos pisarán ya la yerba segada o nadarán en playas con estrellas. Sueña el sur el soldado y, en el sur, el poeta sueña un sur más lejano; mas ambos sólo sueñan en brazos de la muerte la vida que soñaron. No quiero que me entierren bajo un cielo de lodo, que estas sierras tan hoscas calcinen mi memoria. Oh dioses, cómo odio la guerra mientras siento gotear en la nieve mi sangre enamorada. Al fin cae la cabeza hacia un lado y sus ojos se clavan en los ojos de otro herido que escucha: Grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio.
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