Canto XII
Pellejos de la peste, pestilentes pajares, ruedas con carne ardida bajo cielos morados, palomares sin techo, secos pozos, cadáveres en las albas nevadas, cadáveres de piedra vagando, presidiendo, orando, acuchillando, las horas como siglos en claustros, en mazmorras, en lupanares, rosas lloviendo en el acero de las lanzas partidas, oxidando el acero oxidado, los ásperos bordes de cada noche sobre los camposantos parecidos a aldeas, los huertos del amor con pájaros sin ojos, los ojos como pájaros siniestros en la altura de chirriantes veletas viendo los trigos negros, las ratas, los relámpagos apagando las velas, rebaños extraviados, bueyes que están arando sin su dueño la tierra de un bosque calcinado, escarcha en los renuevos de la vid, huracán de caballos y naves, crucifijos y espadas, inmensa hoguera en que arde la idea de progreso y la idea de paz, arde la luz del sabio mientras crecen los gritos, gritos sobre las losas de este monte, y gritos en su pétrea entraña, el yermo infinito, un mar carbonizado, cúpula que sostiene la cúpula vacía, desnudez del planeta sobre la que no cesan de llover torrencial, continuadamente, en los siglos oscuros, grandes ojos cortados, sangre, lágrimas, sangre, cadáveres, cadáveres…
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