Material de Lectura

Julio Herrera y Reissig



Selección y nota introductoria de Alberto Paredes



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Nota introductoria
 

Injustamente olvidado… ¿de cuántos notables poetas hispanoamericanos puede decirse lo mismo? En su momento —vigoroso, festivo y enérgico—, tres eran los nombres clave del modernismo: Rubén Darío, Leopoldo Lugones y el uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910). Vivió sólo 35 años y antes de los 25 —es decir todavía en el siglo XIX o en el año 1900— ya había facturado poemas que perdurarían dentro de lo mejor suyo como “Plenilunio” y “Wagnerianas”.

El modernismo: bien podemos concebir ese movimiento literario bajo el signo de la oralidad. Los poetas hispanoamericanos conocieron —padecieron y gozaron— una oralidad voraz; todo se lo apropian: los museos, acervos culturales, corrientes, modos y modas estéticos, son engullidos carnavalescamente por nuestros poetas que así mostraron el camino de participar en la agitada danza de la cultura europea. Entre ellos, Herrera y Reissig está marcado por el exceso; su voracidad fue tal que se le conocía como el barroco del grupo. “Ultramodernista”, según Max Henríquez Ureña; “ametralladora metafórica”: Anderson Imbert; “aparatosa maquinaria verbal donde el referente es cada vez más postergado”, en la visión de Yurkievich (véase especialmente su “Julio Herrera y Reissig: El áurico ensimismo” en Celebración del modernismo, Tusquets Editores).

Herrera y Reissig: volcánica máquina verbal que no se detiene ante nada y todo lo vuelve parte de sí —asimilándolo o no, transformándolo o dejándolo inusitadamente intacto— en un triple movimiento de apropiación, carnaval y kitsch; no se detiene ni siquiera para configurar un estilo. No podemos fijar el caudal multívoco del uruguayo: lo único que contemplamos es el perpetuo movimiento verbal, una suerte de Heráclito con inspirada logorrea.

La musa, en este poeta, no es distinta del museo. Un tipo de museo: el gabinete del anticuario; su sensualidad inequívoca, olores y texturas densas. Todo es opaco (caobas, lienzos, cristalería antigua, tapices con motivos exóticos, marfiles y viejos espejos biselados de marco bucólico). La lectura de un poema de este modernista exige un ritmo lento: no digerimos con rapidez su exceso y sólo un tempo reposado capta la espesa materialización del estrato sonoro de sus textos.

La teatralidad: Herrera aprovecha el planteamiento de lo teatral dentro de un texto lírico. Notablemente, ese tipo de poemas con acotaciones escénicas y personajes identificables dentro de una esbozada acción dramática (como en el extenso “Las pascuas del tiempo”, o en “Berceuse blanca” que aquí se reproduce), logran la radicalización de la propuesta ficcional y literaturizante del texto. Se ostenta la realidad virtual de cosa cultural y literaria del poema; con ello queda potenciado el terreno a la voracidad museográfica que, ahora sí, no tendrá límite ninguno. Mas de golpe, el todo excesivo propugnado muestra el revés: caos. Lo ingobernable por heteróclito se vuelve contra todo (y no sólo contra las manías positivistas de orden social); aun la poesía y el espíritu sensible quedan afectados del desorden incontenible del cosmos. Este uruguayo —a partir de su hipersensibilidad afectada— fue de los primeros en admitir dentro de su discurso —en Sudamérica, a principios de siglo— las nociones balbuceantes de las nuevas escuelas psicoanalíticas. Habla de noches cloróticas, de neuróticos batracios y de la hipertrofia de las ilusiones.

El poema, entonces, prosigue su deglución y acepta con el mismo talante el nuevo lenguaje científico y prefuturista que los viejos motivos románticos de exotismos orientales o sajones: una realidad literaria está naciendo conforme estos poetas lo saquean todo pantagruélicamente. Llamamos modernismo a ese terreno conquistado, a esa actitud ejemplar. El paroxismo se comunica a una cierta fantasía productora de imágenes sin fin; sintaxis en cascada y verbalización paroxística de ese súbito, delirante, cosmos interior. El carnaval, el pastiche, del sincretismo modernista rebasa todo lo previsto y llega a su extremo: barroco, caricatura, manierismo; exacerbación y cosquilleo psico-estéticos.

Por sobre todo, campea el carácter del en sí literario de esta obra, tan presente en los poemas exotistas como en los bucólicos —vascos o pampeanos idealizados— como en los psicologizantes. Todos ellos ofrecen su sostén temático para escenificar la operación literaria (formal, metaforizante, aliterante, trópica) que define el cuerpo verbal —obeso, obseso, multifónico— de Julio Herrera y Reissig. Esta conciencia (y premura) exacerbada de lo literario señala la vigencia inagotable del uruguayo. Las notas sintomáticas de su obra subrayan (imposible que esto fuera involuntario) un afán irrealizante, es decir literario: la manía metafórica, la extravagancia, lo fantasioso, lo artificial, el exotismo, las sinestesias incontenidas, los neologismos fortuitos o deliberados… Entonces es que el poema se escenifica como carnaval de sí mismo —objeto, efecto y afecto—: otra lección del hombre de La Torre de los Panoramas. No lo digo por exceso insostenible: bajo una modalidad que podría parecer anacrónica al lector desatento, Herrera y Reissig, en su afán de la poesía como caudaloso objeto verbal, despliega irrestrictamente las categorías de deseo y libertad como fundamentos de la literatura. Máquina deseante y máquina libérrima: el exceso —si realmente lo es— siempre será una aventura fértil. El naufragio inefable de palabras/ hundiéndose como noches recorridas.



Alberto Paredes


Obra poética
 

Iniciaciones, 1897-1899.
Las pascuas del tiempo, 1900.
Los parques abandonados (primera serie), 1900-1905.
Ciles alucinada, 1902.
La vida, 1903.
Los éxtasis de la montaña (primera serie), 1904-1907.
Sonetos vascos, 1906.
Los parques abandonados (segunda serie), 1908.
La torre de las Esfinges, Tertulia lunática, 1909.
Las clepsidras, 1909.
Los éxtasis de la montaña (segunda serie), 1910.
Berceuse blanca, 1910.
Poesías completas, Ed. Losada (Biblioteca Clásica y Contemporánea), estudio preliminar de Guillermo de Torre, Buenos Aires, 1942 (4a. ed., 1969).


Las pascuas del tiempo


Plenilunio

 

En la célica alcoba reinaba
un silencio de rosas dormidas,
de tímidas ansias, de ruegos callados,
de nidos sin aves, de iglesias en ruinas;
mas de pronto se siente que salta,
que salta agitado, que llama o palpita,
el vital corazón de una virgen:
campana de fuego que al goce convida.

En su lecho de escarchas de seda,
cual cisne entre espumas, la virgen dormía:
¡eran alas de su ángel custodio
los leves encajes de la alba cortina!
En su boca entreabierta mostraba
una hermosa y extraña sonrisa
que la noche anterior en sus labios,
pensando en un rezo, quedóse dormida.

Miréla y de pronto quédeme extasiado,
admirando sus formas benditas,
y sus senos: ¡las cúpulas blancas
del templo de carne de Santa Afrodita!
—¡Besadla, Poeta —me dijo mi Musa—,
panal es su boca, bebed ambrosía
y sea la lengua de ardientes rubíes
la hostia de fuego de su eucaristía!

Su frente tan blanca, tan pálida y tersa,
semejaba la página nívea
en que Psiquis pintaba sus sueños
con sangre nevada de rosas lascivas…
Yo miraba en sus curvas ojeras
las sendas que atraen, las sendas prohibidas,
las manchas sensuales, los arcos de gloria
¡que adoran la eterna ciudad de la Vida!

Mi Musa me dijo: Pedidle a Cupido
su flecha de fuego, su flecha divina:
¡en el cuerpo sensual de la virgen
hay dos aves muy blancas, dormidas!
Oh Poeta, la virgen os llama;
que sea su cuerpo la lúbrica lira:
los ritmos más dulces los tiene su boca.
¡Su aliento es un verso de blanda armonía!

¡Oh luna de amores! Fogoso y brillante
radiaba en la noche de sedas bruñidas,
en el bosque de sombra, aromado,
que el negro cabello tendido esparcía,
semejando la Venus de fuego,
esa reina de crencha encendida,
que es fúlgido faro en el mar de las noches,
¡y blanca azucena en la frente del día!

Acerquéme temblando: la virgen
ostentaba la misma sonrisa
que es novia del beso y hermana del llanto,
que es pena y reproche, palabra y caricia;
ostentaba las mismas ojeras:
las sendas que atraen, las sendas prohibidas,
las manchas sensuales, los arcos de gloria,
que adornan la eterna ciudad de la Vida.

¡Gran Dios! Ya eran ríos de vino mis venas,
serpientes mis brazos, serpientes mordidas.
¡Mi fatal corazón se agitaba
cual fiera convulsa sintiéndose herida!
¡Y, oh solemne momento, oh milagro;
apenas la virgen despierta y me mira,
la fiera y las sierpes quedaron exánimes…
y sólo un arcángel sus alas batía! 


Los maitines de la noche



Las arañas del augurio
Solo verde-amarillo para flauta, llave de u
Neurastenia
Esplín
Wagnerianas
Nivosa
 

Las arañas del augurio
 

                                                          La sed jamás saciada
                                                          que hace infinito el sueño…

 

Yo sé que sus pupilas sugieren los misterios
de un bosque alucinado por una luna exótica;
yo sé que entre sus sedas late una fuga erótica
que sueña en irreales y lácteos hemisferios.

Para mis penas fueran divina magia hipnótica
sus labios incensarios de místicos sahumerios;
y yo deseara siempre tener por cautiverios
sus brazos, sus cabellos y su nostalgia gótica.

¡Oh, si pudiera hallarla! Soñaba en este día
que ilusionó el palacio de mi melancolía;
sus finas manos ebrias de delirar armónicas

dulzuras de los parques, vagaban en el piano
sonambuleando, y eran las blancas filarmónicas
arañas augurales de un mundo sobrehumano.

 


Solo verde-amarillo para flauta, llave de u

 

Virgilio es amarillo
y Fray Luis verde.
(Manera de Mallarmé)

 

(Andante)       Úrsula punza la boyuna yunta;
                    la lujuria perfuma con su fruta,
                    la púbera frescura de la ruta
                    por donde ondula la venusa junta.

(Piano)           Recién la hirsuta barba apunta
                    al dios Agricultura. La impoluta (Pianissimo)
                    uña fecunda del amor, debuta

(Crescendo)    cual una duda de nupcial pregunta.
                    Anuncian lluvias las adustas lunas.
                    Almizcladuras, uvas, aceitunas,

(Forte)          
gulas de mar, fortunas de las musas;

(Fortissimo)    han madurado todas las verduras.
                    Hay bilis en las rudas armaduras;
                    y una burra hace hablar las cornamusas.

 


Neurastenia

 

Le spectre de la réalité traverse ma pensée.
Víctor Hugo

 

Huraño el bosque muge su rezongo
y los ecos, llevando algún reproche,
hacen rodar su carrasqueño coche
y hablan la lengua de un extraño Congo.

Con la expresión estúpida de un hongo,
clavado en la ignorancia de la noche,
muere la Luna. El humo hace un fantoche
de pies de sátiro y sombrero oblongo.

¡Híncate! Voy a celebrar la misa.
Bajo la azul genuflexión de Urano
adoraré cual hostia tu camisa:
“¡Oh, tus botas, los guantes, el corpiño…!”
Tu seno expresará sobre mi mano
la metempsícosis de un astro niño. 

 


Esplín

 

Todas las cosas se visten de una vaguedad profunda;
pálidas nieblas evocan la nostalgia de París;
hay en el aire perezas de “cocotte” meditabunda.
Llenos están cielo y tierra de un aburrimiento gris.

Otoño el príncipe vela tras una tenue vitrina,
medio envuelto en la caricia de su pálido jubón.
Flora, enferma, se desmaya mientras el Hada neblina
abre a los silfos del sueño su palacio de algodón.

Pulsa el arpa somnolienta; y haz que tus dedos armónicos
salten como plumas de ópalo de un verderol del Edén
y que finjan en tus manos los insectos filarmónicos,
dos arañas venturosas de un ensueño de Chopin.

Yo quiero ver en tus ojos una tiniebla azulina
de la clorótica noche de tu faz plenilunial;
crucifícame en tus brazos, mientras el Hada neblina
fuma el opio neurasténice de su cigarro glacial.

 


Wagnerianas

 

¡Oh!, llévame con tus ansias; en las nevadas uvas de tus
                                                                   [senos,
fermenta el vino sublime de los placeres azules.
Quiero libar en tu boca la satánica miel de los venenos;
con el haschisch de tus besos me hará ver mil Estambules.

Las románticas palomas se besan blandamente con el pico;
y se abraza con las nubes —ogro de piedras— el cerro.
Une tu boca a la mía, mientras me embrujan con su
                                                     [ideal chamico,
tus ojos, cafres ardientes, que se vengan de su encierro.

Pasaron las golondrinas: ideas de un espíritu iracundo;
las nubes negras pasaron como viudas lacrimosas;
y el iris, risa de Flora, cayó cual serpentina sobre el
                                                            [mundo,
y de él nacieron los sueños y las regias mariposas.

Las flores de porcelana son jarrones artísticos de Etruria;
canta el crepúsculo herido, su yambo de cisne griego.
Como un silfo ruboroso que se esconde en su lecho de
                                                               [lujuria,
entra el Sol en occidente bajo sábanas de fuego.

¡Vamos a pasear, querida! Plutón fecunda la dormida
                                                              [tierra
y teje Dios en el cielo su luminoso arabesco.
Por entre las verdes cejas que embellecen el rostro de la
                                                                    [sierra
baja el río a la llanura como un sudor gigantesco.

Una loca pincelada, del Miguel Ángel soñador de arriba,
flota en la cúpula inmensa del etéreo Vaticano;
sobre el triste campanario la aguja de metal se yergue
                                                                 [altiva
como el dedo de Dios mismo señalando un gran arcano.

¡Vamos a pasear, querida, florecen las dormidas amapolas
como blasfemias sangrientas que Richepin cincelara,
como bocas de odaliscas, como ardientes mejillas de
                                                           [manolas,
como lenguas que Swinburne con su gran cincel tallara!

Como hipérbole de duda, nace la “noche blanca” de la
                                                                [bruma
y su ramazón de nieve forma un incienso de tules,
cadavéricos jazmines va deshojando la nevada espuma,
¡y los cardales nos miran con sus pupilas azules!

Como en el alma de Rubens, hay en el lago llamas y
                                                          [mirajes.
Dios sopla en la inmensa fragua y el cielo florece chispas;
y celebran sus idilios sobre el gracial balcón de los ramajes,
bayaderas de oro y plata, las armónicas avispas.

Las uvas negras esplenden, cual pupilas de reinas de
                                                            [Etiopía;
un gran harem hay arriba que para Venus fue hecho,
entre sábanas de raso duerme la reina en su lujosa
                                                           [umbría,
y los astros son gacelas que reposan en su lecho.

Como Poe yo amo el negro: los negros novilunios de tus
                                                                   [cejas
que en el cielo de tu rostro fueron hechos de relieve;
la escandinávica noche de tu cabello, que flotar dejas
para que forme un misterio sobre tu cuerpo de nieve…

Los tristes gajos del sauce lloran temblando su inmortal
                                                                  [rocío;
el alma azul de Lucía, trémula, en ellos se arropa:
como estrofas de Prudhomme lloran ondas, cíngaras del
                                                                     [río;
¡Y el zorzal ebrio de cantos es Verlaine frente a una copa!
de Mallarmé dicen versos los neuróticos batracios,
y las luciérnagas de oro semejan, al formar extraños giros,
una elegante gavota de hermosísimos topacios.

¡Vamos a pasear, querida; tus ojos son de luz cristalizada,
como el ardiente veneno que hizo cantar a Anacreonte;
es tu boca el rojo Infierno donde Dante labró sus
                                                   [llamaradas
y tus senos son dos versos cincelados por Leconte!

 


 

Nivosa


Es noche de Neurastenias. Es una noche de junio,
los surtidores derraman plumas, jazmines, burbujas;
por sus manchas me parece que se ríe el Plenilunio,
y se me antojan las plantas un ejército de brujas.

Cual procesión de novicias, envueltas en aéreo velo,
pasan las nubes aladas vertiendo nevado lloro;
y en el níveo campanario, que es un témpano sonoro,
hay dos palomas muy blancas que son como hostias del
                                                                   [cielo.

Las rocas, como fantasmas, enseñan sus curvos flancos,
y parecen recostadas en un diván de albo lino;
yergue el monte su cabeza de gran pontífice albino,
y es el mar un gran cerebro donde bullen versos blancos.

Con níveo tisú se visten las acacias amorosas;
ostentan los floripondios sus copas de porcelana
en que siempre beberemos ¡oh mi púdica sultana!
la miel blanca de los nardos y la leche de las rosas.

Todo es blanco; muestra el bosque su gran peinador de
                                                                   [seda,
mil abanicos de nácar y mil ánforas de nidos;
me parecen los corderos mil pierrots que están dormidos
y la neblina en el árbol una escala que se enreda.

La gran capital del mármol y de los sueños, la Grecia,
está en todo lo que es blanco y está en todo lo que es
                                                                [fuerte;
en el fondo de las aguas hay una extraña Venecia
y una antártica acuarela de la ciudad de la Muerte.

¡Oh, ven, mi blanca querida de los pálidos hastíos;
Chopin y Schubert conversan entre esas muertas
                                                     [blancuras;
y ejecutan en el bosque la romana de los fríos,
de las tristes palideces y las blancas hermosuras!

Miro a un lirio que está loco: miro a Ofelia que se aleja;
miro a un astro que se cae: miro a Safo que se mata;
siéntate al piano, oh querida, y hazme oír la serenata

 

 

 

 

 

En los pechos ateridos de la diosa del invierno,
nieva almíbar coagulada, nieva leche temblorosa,
y es la luna el sacerdote de las nupcias de una rosa.

Ven, mi hermosa desposada; son tus senos los altares
        en que ofrezco mis querellas:
son los cisnes en el río como góndolas de azahares
y los azahares son perlas del collar de las estrellas.

        Esa túnica de bruma,
        que el viento prende o arranca,
es el peplo de la muerte y es el alma de la espuma
que sacude sobre el mundo su eucarística ala blanca.

Camelia del océano va el tímido barquichuelo
agitando su teristro de ámbar, cera y alabastro,
y es cual hada misteriosa que alza su enorme pañuelo
saludando a lo infinito y haciendo señas a un astro.

¡Pálida virgen, ebúrnea, cándida, mística, santa,
la tierra es un incensario de intacta, inhollada nieve
en donde, trémula y casta, sutil, impoluta y leve,
la niebla, incienso con alas, vuela, gira y se levanta!

        ¡Ven, neurasténica, loca
        de mis inviernos de hastío!
        ¡Lejos de ti siento frío:
        ven, neurasténica, loca!

Tus ojeras son las flores que te deja el amor mío,
ala, lirio, flor y hostia, gasa, niebla, luz y pluma:
¡serán mis dientes los cirios que buscan fuego en tu boca
y tus brazos en mi cuerpo dos serpentinas de espuma! 


Los extásis de la montaña 


La siesta

La iglesia

El ama


La siesta

 

No late más que un único reloj: el campanario,
que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
el cual, al sol de enero, agriamente chispea,
con su aspecto remoto de viejo refractario...

A la puerta, sentado, se duerme el boticario...
En la plaza yacente la gallina cloquea
y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea,
junto a la cual el cura medita su breviario.

Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores
bendice las faenas, reparte los sudores...
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda
las ropas que el domingo sufren los campesinos…
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
huye, soltando coces, de los perros vecinos.

 


La iglesia

 

En beato silencio el recinto vegeta.
Las vírgenes de cera duermen en su decoro
de terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...

Sedienta, abre su boca de mármol la pileta,
Una vieja estornuda desde el altar al coro...
Y una legión de átomos sube un camino de oro
aéreo, que una escala de Jacob interpreta.

Inicia sus labores el ama reverente.
Para saber si anda de buenas San Vicente
con tímidos arrobos repica la alcancía...

Acá y allá maniobra después con un plumero
mientras, por una puerta que da a la sacristía,
irrumpe la gloriosa turba del gallinero.




El ama

 

Erudita en lejías, doctora en la compota
y loro en los esdrújulos latines de la misa,
tan ágil viste un santo, que zurce una camisa,
en medio de una impávida circunspección devota...

Por cuanto el señor cura es más que un hombre, flota
en el naufragio unánime su continencia lisa...
y un tanto regañona, es a la vez sumisa,
con los cincuenta inviernos largos de su derrota.

Hada del gallinero. Genio de la despensa.
Ella en el paraíso fía la recompensa...
Cuando alegran sus vinos, el vicario la engríe

ajustándole en chanza las pomposas casullas...
Y en sus manos canónicas, golondrinas y grullas
comulgan los recortes de las hostias que fríe.

 

Los parques abandonados

 


La ausencia meditativa
La liga
Fiat lux

 


La ausencia meditativa

 

                                                                      Je me souviens
                                                                      des jours anciens
                                                                      et je pleure.

                                                                                    Verlaine

 

Tu piano es un enlutado misterioso y pensativo...
hay un sueño de Beethoven desmayado en el atril;
su viudez es muy antigua y en su luto intelectivo
tiene lágrimas muy negras su nostalgia de marfil.

En la abstracción somnolienta del espejo, está cautivo
el histérico abandono de tu tarde juvenil,
su metafísica extraña cuenta un cuento extenuativo
a la alfombra, a la cortina y al dolor de tu pensil.

Tus glorietas me abandonan. Hoy los pálidos violines
me anunciaron la agonía de tus últimos jazmines...
Fue mi llanto a la ribera. Mientras el hada Neblina

abdicó frívolamente su corona de algodón...
¡En el clorótico espanto de la vela sibilina,
tus ausencias meditaban en mi gran desolación!

 


La liga

Honni soit qui mal y pense...

 

Husmeaba el sol, desde la pulcra hebilla
de tu botina, un paraíso blanco...
Y en bramas de felino, sobre el banco,
hinchóse el tornasol de tu sombrilla.

Columpióse, al vaivén de mi rodilla,
la estética nerviosa de tu flanco;
y se exhaló de tu vestido un franco
efluvio de alhucema y de vainilla.

Entre la fuente de pluviosas hebras,
diluía cambiantes de culebras
la tarde... Tu mirada se hizo muda

al erótico ritmo; ¡y desde el pardo
plinto, un Tritón significó su dardo
concupiscente, hacia tu liga cruda...!

 


Fiat lux


Sobre el rojo diván de seda intacta,
con dibujos de exótica gramínea,
jadeaba entre mis brazos tu virgínea
y exangüe humanidad de curva abstracta...

Miró el felino con sinuosa línea
de ópalo; y en la noche estupefacta,
desde el jardín, la Venus curvilínea
manifestaba su esbeltez compacta.

Ante el alba, que izó nimbos grosellas,
ajáronse las últimas estrellas...
El cristo de tu lecho estaba mudo.

Y como un huevo, entre el plumón de armiño
que un cisne fecundara, tu desnudo
seno brotó del virginal corpiño...

 

 


Las clepsidras



Reina del arpa y del amor
Epitalamio ancestral
Liturgia erótica
Odalisca



 

Reina del arpa y del amor


Evocadora de Jerusalenes
de las graves Afroditas místicas,
de Salomón el creador de harenes
y sumo pájaro de las lingüísticas...

Duermen tus manos de prerrafaelísticas
insinuaciones todos mis vaivenes;
manos que son custodias eucarísticas
para las regias hostias de tus sienes.

¡Vamos a Dios! Entre floridos cánticos,
piquen tus dedos, pájaros románticos,
el Arpa antigua del vergel de Sión...

Y alzando a ti mi beso, en un hipnótico
rapto de azul, como en un cáliz gótico
beberé el vino de tu corazón.


                                                                  

Epitalamio ancestral

 

Con pompas de brahmánicas unciones,
abrióse el lecho de tus primaveras,
ante un lúbrico rito de panteras
y una erección de símbolos varones...

Al trágico fulgor de los hachones,
ondeó la danza de las bayaderas,
por entre una apoteosis de banderas
y de un siniestro trueno de leones.

Ardió el epitalamio de tu paso
un himno de trompetas fulgurantes...
Sobre mi corazón, los hierofantes

ungieron tu sandalia, urna de raso,
a tiempo que cien blancos elefantes
enroscaron su trompa hacia el ocaso.


 


Liturgia erótica

 

En tus pendientes de ópalos malditos
y en tu collar de rojos sacrilegios,
fulgió un Walhalla de opulentos mitos
y una Bagdad de Califatos regios...

Ante los religiosos monolitos,
al mago influjo de tus sortilegios,
grabé a tus plantas, zócalos egregios,
la efigie de mis besos eruditos.

Y fui tu dueño... Entre devotas pomas,
sacrifiqué gacelas y palomas...
Después, en una gloria de fagotes,

surgiste hacia los tálamos votivos,
sobre una alfombra, negra de cautivos,
bajo el silencio de los sacerdotes.

 


Odalisca

 

Para hechizarme, hurí de maravillas,
me sorprendiste en pompas orientales,
de aros, pantuflas, velos y corales,
con ajorcas y astrales gargantillas...

Sobre alcatifas regias, en cuclillas,
gustaste el narguilé de opios rituales
mientras al son de guzlas y timbales
ardieron aromáticas pastillas.

Tu cuerpo, ondeando a la manera turca,
se insinuó en una mística mazurca...
Luego en un vals de giros extranjeros

te envaneciste en milagroso esfumo,
arrebatada por quimeras de humo,
sobre la gloria de los pebeteros...

 


El collar de salambó



Berceuse blanca

 

A ti, Julieta, a ti

I

Adorad a la Virgen en su amable santuario,
junto al lecho en que velan devociones azules;
una forma imprecisa bate el sordo incensario,
y es el humo de encajes de cortina y los tules.

¡Cómo va y viene el rítmico pleamar de tu seno!
Es la luna que ondea en un lago que expira.
Loreley tañe el alma y la Muerte conspira
en el círculo de ópalo de ese abismo sereno.

II

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!
No has menester de Venus filtros para vencerme.
Mi pensamiento vela como un dragón asirio.
Duerme, no temas nada. ¡Duerme, mi vida, duerme!...

¡Duerme, que cuando duermas sin fin, bajo la fosa,
mi alma irá en los beatos crepúsculos a verte,
y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa
desflorará tus ojos sonámbulos de muerte!

III

Su mano blasonada de esmalte y de jacinto,
su ilusa mano de agua sedante que apacigua
como un Leteo, mano muerta que sueña un plinto,
mano de santa y mano de una deidad ambigua...

Sus manos en un gesto gótico de cansancio
duermen no sé qué sueño de candores ilesos,
y como en las suntuosas vitrinas de Bizancio
desgranan distraídas un rosario de besos...

IV

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Duerme, mi vida, duerme!
No has menester que Venus sus legiones embosque.
Duerme, no temas nada. ¡Heme a tus pies inerme,
pálido como un pobre niño a mitad de un bosque!

V

Alguien riza las alas. Alguien vuelca los ojos.
Su mirada es de luna y de sol es su veste.
Miradla: es la divina Poesía celeste,
con los brazos en cruz y plegada de hinojos.

Duerme, que mientras duermes, mi alma en incandescente
escala de Jacob hacia los astros sube...
Y que tu rizo negro sea la sola nube
que turbe el ilusorio menguante de tu frente

VI

Entre irreales tules, gaseosamente anida,
el lecho, un espejismo de Primavera inerte,
y es como una magnolia narcótica de vida,
que se abre bajo un blanco crepúsculo de muerte.

—En el tapiz de Oriente, a la sombra de un dátil,
una pastora sueña con el alma inclinada,
sin mirar que a su vera, desde amable emboscada,
le insinúa una flecha el Arquero versátil.

Y suspira su canto: “¡Ven y rige la sonda
en el mar de mis penas; pon tu beso en mi herida,
húndeme tus desdenes, y mi muerte tan honda,
te dirá, sin decírtelo, hasta dónde eres vida!...”

¡Reposa, oh Luz, reposa! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!
Nos has menester de Venus filtros para vencerme.
Mi amor vela a tu lado, como un dragón asirio.
¡Duerme, no temas nada! Duerme, mi vida, duerme...

VII

¡Cómo sueña la Virgen! ¿Soñará en cosas vanas,
en su hermana la rosa desmayada en un vaso,
en el mago Aladino o en las otras hermanas
que hartarán de bombones su zapato de raso?

En su seno hay rielares de luz blanca y de seda
y palpita dormido sobre olímpica cuna,
en un ritmo celeste, como el huevo de Leda
fecundado por una apoteosis de luna.

La expresión distraída de su claro aderezo
y su risa entreabierta son tan ebrias de encanto,
que esa noche —sin duda— se olvidó de algún rezo
¡o pensando en su amante, se durmió con un canto!

¡Oh levedad de líneas! ¡Oh esbeltez de contorno!...
Algo ruega, algo late en la oscura armonía...
Es tan bella, que el Ángel azul que vela en torno,
se interroga temblando si es su amante o su guía...

¡Duerme, que cuando duermas sin fin, bajo la fosa,
mi alma irá en los beatos crepúsculos a verte,
y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa,
desflorará tus ojos sonámbulos de muerte!...

VIII

Su tenue mano de agua sedante que amortigua,
ópalo del olvido para morir soñando,
su mano cincopétala de una fragancia antigua,
duerme sobre su pecho, como en un plinto blando.

En sus sienes añilan transparencias de copo.
¡Oh mi exangüe Nirvana! ¡Oh mi etérea Latzuna!
Y arden en un halo espectral de heliotropo
sus clementes ojeras otoñales de luna.

¡Cómo su cabellera de azul negro trasciende
sobre el busto que es todo joven luz y armonía!
Es tan vivo el contraste de ilusión, que sorprende
como si anocheciera en la mitad del día.

Sus joyas —un zodíaco de luz cristalizada—
titilan en su gala de ingenuo paraíso:
como a los astros para rielar les es preciso.
que el día de sus ojos se duerma en la almohada.

¿Quién al verla en su hipnosis, bajo el ciego misterio,
recelara el prodigio de su rayo iracundo?
¡Oh Judith de la gracia, en su mano de imperio
sustentara inaudita la cabeza del mundo!

Alguien riza las alas. Alguien postra los ojos.
Abre el velo de Maya y unge el beso de Alceste
Recogida en su cuello y plegada de hinojos,
se parece a la ingenua Poesía celeste.

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Duerme, mi vida, duerme!
No has menester que Venus sus legiones embosque.
Duerme, no temas nada. Heme a tus pies inerme
¡temblando como un pobre niño a mitad de un bosque!...

IX

(Afuera es un motivo de Brahms sobre un exótico
panteísmo, que enuncia descriptivos efectos;
es todo un retornelo de columpio narcótico
para oboes de ranas y marimbas de insectos...)


—En el tapiz de Oriente, a la sombra de un dátil,
una pastora sueña con el alma inclinada,
sin mirar que a su vera el Arquero versátil
le insinúa una flecha, desde amable emboscada—.

¡Qué vaguedad de euritmia! ¡Qué esbeltez de contorno!
Auscultad el silencio de la abstrusa armonía.
Es tan bella que el Ángel azul que vela en torno
se arrodilla temblando... y es su amante y su guía.

¡Ave que en el harmonium de su carne salmodia;
hostia de gracia inmune! ¡Todo se exhala en Ella,
desde sus eucarísticos éxtasis de Custodia
hasta sus inefables desnudeces de Estrella!

Yerra en su labio, al ritmo de una celeste brisa,
la violeta cautiva, péndulo perfumado...
¡Cuántas veces mi alma pendió, muda a su lado,
de la dilatación perla de una sonrisa!

¡Aspirad su incorpórea levedad de Ulaluma!
En sus sienes rutilan transparencias de copo;
y vuelan sus orejas otoñales de bruma,
como vagas libélulas de una tarde heliotropo.

¡Qué “nonchalance” de Reina! ¡Qué ebriedad de
                                                    [eufonía!
En su gracia inclinada convalece una estrella;
en sus líneas herméticas canta la Geometría;
¡y en su actitud beata reza un Enigma en ella!

Ramos de Serafines etéreos de alabastros
deshojan primaveras líricas en su pecho:
las noches inauditas se abren sobre su lecho,
¡y tras de la cortina velan todos los astros!

¡Pliega tu faz, mi Lirio! ¡Duerme, mi vida, duerme!
No has menester que Venus sus legiones embosque.
Duerme, no temas nada. Heme a tus pies inerme,
temblando como un pobre niño a mitad de un bosque...

¡Qué efluvio de Epopeyas! ¡Qué anunciación de rosas!
¡Qué frémito de mundos! ¡Qué beatitud de ritos!
¡Qué alumbramiento en éxtasis de azules infinitos!
¡Qué aleluya inspirado late en todas las cosas!

Sauce abstraído y arpa muda, vaso de Ciencia,
mística sensitiva que sus gracias restringe,
noche estrellada y urna blanca de quintaesencia,
¡eres toda la Lira y eres toda la Esfinge!

¡Oh Plegaria del verbo, Iris de dulcedumbre,
interjección de un sabio vértigo sibilino,
cáliz evaporado en fragancia y en lumbre,
eres todo el pentagrama y eres todo el Destino!

La pompa de tu frente reclama una diadema,
por santa y por augusta, de Emperatriz de Hungría
y tu escote, Laponia de blancura suprema,
el collar de una Aurora boreal de pedrería.

¡Síntesis de Gliceras, Diotimas y Atalantas,
eres toda la Esfinge y eres la Lira toda:
por ti se alzan las treinta cúpulas de mi Oda,
y todos mis imperios se duermen a tus plantas!

¡Oh Cristalización de luna! ¡Oh fausta gema!
De todas las Estéticas filosofía y norma,
ánfora pitagórica de idealidad suprema,
¡Carne inspirada en éxtasis y Éxtasis de la forma!

¡Oh Ifigenia que en sueños crece hacia lo Invisible!
¡Diana de luminoso mármol que nada turba,
Astra de Cien Poemas ebrios de Incognoscible,
Catedral de la Vida y Orquestrión de la Curva...!

¡Silencio, oh Luz, silencio! ¡Pliega tu faz, mi Lirio!
No has menester de Venus filtros para vencerme.
Mi amor vela a tu lado, como un dragón asirio.
¡Duerme, no temas nada! ¡Duerme, mi vida, duerme!

¡Duerme! ¡Cuando durmamos la eterna y la macabra,
la insensible y la única embriaguez que no alegra,
y sea tu himeneo la Esfinge sin palabra,
y el ataúd el tálamo de nuestra boda negra,

con llantos y suspiros mi alma entre la fosa
dará calor y vida para tu carne yerta,
y con sus dedos frágiles de marfil y de rosa
desflorará tus ojos sonámbulos de muerta!...