Material de Lectura

Mayakovski



Selección, traducción y nota introductoria de
Alfredo Gurza



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Nota introductoria

Dice Ripellino que ya es hora de que los usos políticos de Mayakovski dejen de opacar la intensa luminosidad de su poesía. Esto viene a cuento porque efectivamente el suicidio de Mayakovski, en Moscú en 1930, ha llenado páginas que simbolizan las dos actitudes dominantes sobre su figura: por un lado, la de aquellos que ven en su muerte un desafortunado incidente, ajeno a su probada militancia obrera. Y por el otro, la de quienes aprovechan para hacer de su suicidio la ocasión de la verborrea acerca del artista asfixiado y la imposibilidad del socialismo.

Debemos tener claro que el mismo Mayakovski se definía como un comunista que escribía poemas y que su tragedia personal es la tragedia de la generación de combatientes que parió a la Unión Soviética.

Arrojar luz sobre la poesía de Mayakovski supone entonces la enorme tarea de aprender de él. Aprender en sus versos, en sus obras de teatro, en sus guiones de cine, en sus carteles y en sus ensayos. Las lecciones de Mayakovski forjan poetas: hacedores del lenguaje que también lo son de vida nueva.

Su mundo poético es el de la sensibilidad situada al centro del vértigo moderno; las imágenes futuristas de la electricidad y el concreto, se mezclan con los gestos románticos. Como su camisa de un amarillo encendido, que escandalizaba a los círculos burgueses de la cultura de etiqueta, becas y cocteles. Mayakovski es el poeta que fustiga el tiempo. Detesta la inercia que reproduce el orden de la dominación de los miserables, los seres grasientos y voraces que "decoloran al mundo". Escribe "versos-látigos y líneas-púas"; trata de recrear la dimensión estética de los hombres: Éste es el frente que la Revolución le encomendó.

Con un dominio total de la tradición poética rusa y con su trabajo meticuloso con el lenguaje, Mayakovski elabora en delirantes poemas líricos, en festivas marchas, en majestuosas odas y en sobrios partes de guerra estética, una obra que plantea la grave cuestión del sitio de los artistas en la Revolución. Y lo resuelve en términos que liquidan la vieja argucia del compromiso exclusivo con la inspiración y la falacia del arte como esfera impoluta. Reflexionando desde la poesía, Mayakovski advierte la imperiosa necesidad de fundir la vanguardia artística con la vanguardia política: no para sujetarse al encargo de ocasión ni al capricho de la burocracia cultural, sino como condición indispensable para la resolución de los problemas propiamente artísticos: "La poesía empieza donde hay tendencia".

Mayakovski es irreductible por contradictorio. Su discurso poético revienta moldes y etiquetas. Como artista revolucionario llevó la poesía rusa a nuevos terrenos donde imperan las hipérboles desmesuradas, los ritmos del habla cotidiana, las líneas truncadas y las rimas complejas. Su asombroso y poderoso arsenal poético responde a tres objetivos de lucha estética: Trazar una línea de demarcación respecto a los lenguajes sacralizados por el poder; recuperar la mejor tradición de la poesía rusa; y destruir por la vía del extrañamiento a la inercia de la percepción, descubierta como garantía política de la reproducción del mundo de esclavitudes y miserias.

La Revolución es vivida por Mayakovski como la ocasión histórica del advenimiento de la modernidad. La poesía debe limpiar al mundo de suciedades pasadas y el poeta pone sobre sus hombros toda la carga de la redención de los hombres. Así, su veta romántica y futurista contradice su tendencia militante hacia la fusión orgánica de trabajadores de la cultura y vanguardia política. Justamente en sus contradicciones aparece la riqueza aún no bien comprendida de Mayakovski. Su batalla personal, generosamente librada hasta el fin, es un legado para todos aquellos que no rehúyan la autocrítica. Depurando su obra y su conciencia, él nos retó a seguir avanzando, derruyendo los vejestorios filosóficos que empañan el trabajo poético y lo alejan de su justa senda.

Recuperemos la luminosa poesía de Mayakovski en su verdad política, en contra de los abusos a los que se la ha sometido. Adoptemos su punto de vista para replantearnos los problemas actuales de la práctica poética y la lucha estética. Por la poesía, "por que no vuelva a suicidarse Mayakovski"...


Alfredo Gurza

 

Puerto
 

Sábanas de agua debajo del vientre.
Rasgadas en olas por los blancos dientes.
Era el gemido de la chimenea-como si anduvieran
el amor y la lujuria por la chimenea de cobre.

Se arrimaron las lanchas a las salidas de las cunas
a chupar a la madre de hierro.
En las orejas de los sordos barcos
ardían los aretes de las anclas.


¿Y usted podría?
 

De un golpe manché el mapa de los días,
salpicando la pintura del frasco;
y mostré en el plato de aspic
los oblicuos pómulos del océano.

En las escamas de un pez de estaño
he leído el llamado de nuevos labios.
¿Y usted
un nocturno tocar
podría
en la flauta de los tubos del desagüe?


Unas cuantas palabras acerca de mí mismo
 

Me gusta ver morir a los niños.
¿Usted notaría la cresta de la risa, la ola brumosa
tras la trompa de la tristeza?
Yyo—
en las calles de lectura—
tan a menudo he hojeado tomos de ataúdes.
La media noche
con húmedos dedos me tienta
a mí
y a la apisonada cerca,
y con las gotas del aguacero sobre las calvas cúpulas
galopa enloquecida la catedral.
Veo a Cristo huir del icono
mostrando al viento sus heridas
besadas llorando por el barro.
Grito al letrero de "Prohibido",
hundiré el puñal de palabras poseídas
en las henchidas carnes del cielo:
"¡Sol!
¡Padre mío!
¡Sé al menos compasivo y no me atormentes!
Es en ti que mi sangre derramada fluye en costosos hilos.
¡Es mi alma la que está,
cual jirones de nube desgarrada
en el cielo calcinado,
en la oxidada cruz del campanario!
¡Tiempo!
¡Al menos tú, lisiado peregrino,
pinta mi rostro
para la deforme capilla de los siglos!
¡Estoy solo, como el último ojo
de un hombre que va hacia los ciegos!"


Mamá y el crepúsculo asesinado
por los alemanos
 

Por negras calles blancas madres
se alargan convulsas, como bajo luz de lápida,
llorando por aquellos que gritaron sobre el enemigo vencido:
"¡Ay, cierren, cierren los ojos de los periódicos!"
Carta.
¡Mamá, más alto!
Humo.
Humo.
¡Humo aún!
¿Qué me murmura, mamá?
Vea
¡todo el aire está inundado
por las piedras arrancadas por la metralla!
¡Ma-má-a-á!
Ahora arrastraron al crepúsculo herido
Aguantó mucho,
romo,
rugoso,
y de pronto—
vencidos sus poderosos hombros—
rompió en llanto, el pobre, en brazos de Varsovia.
Las estrellas con sus pañuelos de algodón azul
berreaban:
"¡Muerto,
querido,
querido mío!"
Y el ojo de la luna nueva miraba espantado
el puño muerto con los cartuchos vacíos.
Corrieron a ver los pueblos lituanos
cómo, besando los trenzados barrotes,
con lágrimas de los dorados ojos de las iglesias,
los dedos de las calles fracturaba Kovna.
Y el crepúsculo gritaba,
sin piernas,
sin brazos:
¡No es verdad,
yo puedo aún,
eh:
Agarrando el ritmo de la ardiente mazurca
puedo desternillarme mi pardo bigote!
Campana.
¿Qué
mamá?
Blanca, blanca como bajo luz de lápida,
¡Déjelo!
Acerca de él,
del muerto, un telegrama.
"¡Ay, cierren,
cierren los ojos de los periódicos!"


¡Escuchen!
 

¡Escuchen!
Si las estrellas se encienden,
¿quiere decir que alguien quiere que ellas estén?
¿quiere decir que alguien llama a estos escupitajos?
¿quieren decir que alguien llama a estos escupitajos
perlas?
Y, agotado
en la borrasca de polvo del mediodía,
irrumpe ante Dios;
teme haber llegado tarde,
llora,
le besa la nudosa mano,
pide
¡que sin falta haya una estrella!
jura
¡no soportará este tormento sin estrellas!
Y después
camina ansioso,
pero tranquilo por fuera.
Le dice a alguien:
"¿Ahora estás bien?
¿No tienes miedo?
¡¿Sí?!"
¡Escuchen!
Si las estrellas
se encienden,
¿quiere decir que a alguien le hacen falta?
¡¿quiere decir que es necesario,
que cada tarde
sobre los tejados
se encienda al menos una estrella?!


A sí mismo, amado, dedica estos versos
el autor
 

Las cuatro.
Pesadas como un golpe.
"Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios."
Y a aquél
como yo,
¿a dónde se le escurre?
¿Dónde hay una guarida preparada para mí?
Si fuera yo
pequeño,
como el Gran Océano,
de puntas me pararía a mis anchas,
en la pleamar resarciría a la luna.
¿Dónde encontraré una amada
tal como yo?
¡Ésa no cabría en este minúsculo cielo!
¡Oh, si fuera indigente!
¡Como un millonario!
¿Qué es el dinero para el alma?
¡Un ladrón insaciable!
A la desordenada horda de mis deseos
no le basta el oro de todas las Californias.
¡Si yo fuera tartamudo
como Dante o Petrarca!
¡El alma de alguna encendería!
¡Ordenaría a los versos reducirla a cenizas!
Y las palabras
y mi amor
son un triunfal arco:
Suntuosamente,
sin rastro pasan a través de él
los amantes de todos los siglos.
Oh, si fuera yo
callado
como el trueno,
el galope estremecería la tierra decrépita.
Si yo
todo su poder
arrancara a mi voz enorme,
los cometas romperían sus brazos encendidos,
cayendo con tristeza.
Con los rayos de mis ojos mordería la noche,
¡oh, si fuera yo
opaco,
como el sol!
¡Me es tan necesario
que me den a beber leche
del regazo agotado de la tierra!
Paso,
arrastrando mi amor inmenso.
¿En qué noche
delirante,
enferma,
qué Goliaths me parieron
tan grande
y tan innecesario?


Mejor trato a los caballos
 

Batían los cascos
como si cantaran:
grip
grab
grop
grup.
De viento borracha,
de hielo calzada,
la calle resbalaba.
Un caballo sobre la escarcha
se estrelló
y de pronto
un ocioso tras otro,
de los que los pantalones bien hechos presumen en la
[Kuznetski,
se arremolinaron.
La risa.
—¡Un caballo se ha caído!
—¡Se ha caído un caballo!
La Kuznetski reía.
Sólo yo
mi voz no unía a su alarido.
Me acerqué
y vi
los ojos del caballo.
La calle
fluía a su modo...
Me acerqué y vi
gota a gota
por el belfo deslizarse,
escondiéndose en la crin.
Y alguna punzante
animal melancolía
salpicando brotó de mí
y se extendió en un rumor.
"Caballo, no importa.
Caballo, escuche.
¿Es que piensa que usted es peor que ellos?
Chiquillo,
todos nosotros somos un poco caballos.
Cada uno de nosotros es a su manera caballo."
Quizá
era viejo
y no necesitaba una nana.
Quizá mi idea le pareció
trivial.
Simplemente
el caballo
corrió.
Se paró sobre las patas,
relinchó
y se fue.
La cola mecía.
Pelirrojo bebé.
Llegó alegre,
se detuvo en el establo.
Y le pareció
que era un semental
y valía la pena vivir
y trabajar valía la pena.


La extraordinaria aventura ocurrida a Vladimir Mayakovski en verano, en el campo.
(Pushkino, monte Akul, Rumiantsi, 27 verstas por el
ferrocarril Iaroslav)



Ciento cuarenta puestas de sol llameaban.
En julio, corría el verano,
hacía calor,
el calor llameaba
y esto ocurrió en el campo.
La colina Pushkino arqueaba
al monte Akul
y bajo los montes
había una aldea.
La corteza de los techos se retorcía.
Y tras la aldea
había un hoyo.
Y en este hoyo, por cierto,
cada vez se hundía el sol,
lenta y seguramente.
Pero de mañana
de nuevo
al mundo inundaba
el ascendente halo del sol.
Y día con día
me irritó terriblemente
esto
que ocurría.
Y así un día me enfurecí,
tanto que de terror todos palidecieron.
A quemarropa grité al sol:
"¡Baja!
¡Basta de tintinear en este fuego infernal!"
Le grité al sol:
"¡Parásito!
Tú ablandado en las nubes
y aquí ni el calor, ni el invierno ni el verano
¡sentado dibujo carteles!"
Le grité al sol:
"¡Un momento!
Escucha, frente dorada,
¿qué tal si
en vez de ponerte,
conmigo
al té vinieras?"
¡Qué he hecho!
¡Estoy perdido!
Hacia mí,
de buen grado,
por sí mismo,
arrasando al paso de sus rayos,
camina el sol cruzando el campo.
Quisiera no mostrar mi miedo
y retrocedo.
Ya están en el jardín sus ojos.
Ya cruza el jardín.
Por las ventanas,
por las puertas,
por las hendiduras entra.
Ha caído la masa solar;
se hundió.
Recuperando el aliento,
habló con voz de bajo:

"Conduzco de vuelta el fuego
por la primera vez desde la creación.
¿Tú me llamaste?
¡Trae el té,
poeta, trae la mermelada!
Lágrimas de mis ojos,
el calor me enloquecía.
Le señalé
el samovar:
"¿Pero qué pues,
siéntate luminaria!"
¡Maldita mi insolencia!
Le grito,
confuso,
me siento en la orillita de un banco,
me temo que esto vaya a empeorar.
Pero una extraña luz del sol
fluía
y gradualmente,
despreocupados,
pronto platicaba
con el sol poco a poco.
De esto
y de aquello hablé,
que si atormentaba ROSTA,
y el sol:
"Bien,
no te inflames.
¡Mira las cosas con sencillez!
¿Acaso yo, crees tú,
alumbro
fácilmente?
¡Asómbrate e inténtalo!
¡Pero, anda,
atrévete!
¡Anda y alumbra a plenitud!
Así charlamos hasta que oscureció;
hasta lo que antes era la noche, quiero decir.
Pues, ¿qué oscuridad había aquí?
De "tú"
finalmente familiaricé con él.
Y pronto,
la amistad no es otra cosa,
lo palmeé en el hombro.
Y el sol a mí:
"Tú y yo,
nosotros, somos camaradas los dos.
Vamos, poeta,
a las alturas,
cantemos sobre la gris basura del mundo.

Yo mi propio sol derramaré
y tú el tuyo,
con versos.
El muro de sombras,
de la noche la prisión,
bajo el doble cañón del sol se derrumbó.
Versos y luz la confusión.
¡Brilla hasta donde llegues!
Se cansa alguno
y quiere la noche
acostarse,
estúpida lirona.
De pronto
yo puedo brillar intensamente
y de nuevo el día chisporrotea.
Brillar siempre,
brillar por todas partes,
hasta el día del Juicio Final,
brillar.
¡Y nada de trucos!
He ahí mi consigna
¡y la del sol!


Conversación con el inspector fiscal sobre poesía
 

¡Ciudadano inspector fiscal!
Disculpe la molestia.
Gracias...
no se moleste...
me quedo de pie...
Tengo con usted
un asunto
de naturaleza delicada:
El lugar
del poeta
en las filas obreras.
Al lado
de los propietarios
de almacenes y tierras
he sido gravado
y debo ser castigado.
Usted demanda
de mí
quinientos por medio año
y veinticinco
por no rendir declaración.
Mi trabajo
a cualquier
trabajo se parece.
Mire
cuánto he perdido
cuáles
gastos
en mi producción
y cuánto se invierte
en material.
A usted,
por supuesto, le es conocido
el fenómeno de la rima.
Digamos,
una línea
termina con la palabra
"atsá".
Entonces
en la línea alternada
repitiendo las sílabas
pondremos
algo así:
"lamtsabritsa-tsá."
Hablando como usted,
la rima
es una letra de cambio.
¡Cóbrese a la línea alternada!
He ahí la disposición.
Y buscas
el cambio de sufijos y flexiones
en la desolada caja
de declinaciones
y conjugaciones.
Intentas
una palabra
meter en la línea,
pero no cabe;
la aprietas y se rompe.
Ciudadano inspector fiscal,
palabra de honor,
al poeta
le salen caras las palabras.
Hablando como nosotros,
la rima
es un tonel.
Tonel con dinamita.
La línea
es la mecha.
El renglón se consume,
estalla la línea
y la ciudad
por los aires
vuela en estrofas.
¿Dónde encontrar,
a qué precio,
rimas
que de un golpe maten, certeras?
Puede que
cinco
inusitadas rimas
queden solamente
en Venezuela.
Y me dan
ganas
en el frío y en el ardor.
Me lanzo
enredado en anticipos y préstamos.
¡Ciudadano,
considere el boleto del viaje!
La Poesía
¡toda!
es un viaje a lo desconocido.
La Poesía
es como la extracción de radio.
Se desperdician
por una sola palabra
miles de toneladas
de mineral verbal
Pero qué
abrasador
es el ardor de estas palabras
junto
a la prodredumbre
de la palabra cruda
Estas palabras
pondrán en movimiento
por miles de años
a millones de corazones.
Por supuesto, hay distintas calidades poetas
Cuántos poetas
poseen agilidad de manos!
Sacan,
como prestidigitadores,
líneas de la boca,
tanto de la suya
como de la de otros.
¡¿Qué decir
de los castrados líricos?!
Una línea
ajena
ponen
y son felices.
Esto es
un común
robo y despilfarro
entre los despilfarros que acosan al país.
Estos
de hoy
versos y odas,
aplaudidos a rabiar,
pasarán
a la historia
como gastos accesorios
de lo hecho
por nosotros,
por dos o tres.
Un pud,
como se dice,
de sal de mesa
consumes
y cien bocanadas de cigarrillo,
para
extraer
la palabra preciosa
de las artesanas
profundidades de la humanidad.

Y de golpe
se reduce
el tamaño del impuesto.
¡Rebaje
de la imposición
la rueda de un cero!
Uno noventa,
cien cigarrillos;
uno sesenta
la sal de mesa.
En su encuesta
hay un montón de preguntas:
—¿Ha salido?
¿O no ha salido?—
¿Y qué
si yo
diez pegasos
reventé
en los últimos
quince años?
Usted—
póngase en mi lugar—
pregunta por sirvientes
y bienes
en esta sección.
¿Y qué
si yo soy
conductor del pueblo
y al mismo tiempo
su sirviente?
La clase
se expresa
en nuestras palabras;
y nosotros,
proletarios,
somos agitadores de la pluma
La máquina
del alma
se desgasta con los años.
Dicen:
¡Archívenlo!
¡Ya no interesa!
¡Ya es hora!
Cada vez amas menos,
cada vez te atreves menos
y mi frente
el tiempo terrible
atormenta.
Llega
la más temida de las amortizaciones:
la del
corazón y el alma.
Y cuando
este sol
cerdo cebado
se levante
sobre el futuro
sin miserables ni inválidos,
yo
ya
estaré oculto,
muerto bajo la cerca
junto
a diez
de mis colegas.
¡Conduzca
mi
balance mortuorio!
Yo afirmo
y lo sé —no miento—
que sobre el fondo
de los actuales
oportunistas y bribones
yo seré
el único
con deudas impagables.
Nuestro deber
es aullar
con una sirena garganta-de-cobre
entre la neblina de pequeñoburgueses,
en la espuma de la tormenta.
El poeta
siempre
es deudor del universo.
Paga
por el dolor y la pena
porcentajes.
Yo
estoy en deuda
con los faroles de Brooklin,
con ustedes,
cielos de Bagdadí,
con el Ejército Rojo,
con los cerezos del Japón—
con todo
acerca de lo cual
no pude escribir.
¿Y para qué
finalmente
esta complicación gratuita?
¿Para disparar rimas
y enfurecer con los ritmos?
La palabra del poeta
es su resurrección,
su inmortalidad,
ciudadano burócrata.
Dentro de siglos
de su marco de papel
tome el verso
¡y restituya el tiempo!
Y aparecerá
este día
con inspectores fiscales
con brillo de prodigios
y hedor de tinta.
Habitante convencido de los días presentes,
consiga
en el Ministerio
un pasaje a la inmortalidad
y, calculando
la eficacia de los versos,
reparta
mis ganancias
¡en trescientos años!
Pero la fuerza del poeta
no sólo está en eso
de que, a usted
recordando,
en el futuro hipéen.
¡No!
También hoy
la rima del poeta
es caricia
y consigna
y bayoneta
y látigo.
Ciudadano inspector fiscal,
pagaré cinco,
¡todos
los ceros
de la cifra tachando!
Yo
por derecho
exijo una pulgada
al lado
de los empobrecidos
obreros y campesinos.
Y si
a ustedes, les parece
que mi trabajo
es utilizar
palabras ajenas,
ahí tienen,
camaradas,
mi pluma,
y pueden
escribir
¡por sí mismos!


Nuestra marcha
 

¡Golpea las plazas del motín el pisoteo!
¡Arriba, orgullosas columnas desnudas!
Con la venida del segundo diluvio
limpiaremos las ciudades del mundo.

El toro de los días arrastra
el lento carro de los años.
Nuestro dios es la carrera;
el corazón, nuestro tambor.

¿Hay oro más celestial que el nuestro?
¿Se apiada de nosotros el aguijón de las balas?
Nuestras armas son nuestras canciones;
nuestro oro son nuestras voces intensas.

La verde pradera
ha cubierto los días.
Arcoíris, da riendas
a los corceles voladores de años.

¡Vean a la humillada estrella del cielo!
Sin ella nuestras canciones trenzamos.
¡Eh, Osa Mayor! Exige
que en el cielo nos prendan vivos.

¡Beban de alegría! ¡Canten!
Por las venas la primavera se desborda.
¡Corazón, redobla a combate!
Nuestro pecho es un timbal de cobre.


Poeta obrero
 

Gritan al poeta:
"Te veríamos junto al torno.
¿Qué son los versos?
¡Son estériles!
Imagino que trabajar... Entrañas delicadas."
Puede ser
que para nosotros
el trabajo,
de todas las ocupaciones, sea la más entrañable.
Yo también soy una fábrica.
Y, si bien sin chimeneas,
puede ser
que para mí
sin chimeneas sea más difícil.
Yo sé
que ustedes no gustan de las frases vanas.
Talan robles para trabajar.
Y nosotros,
¿no somos acaso ebanistas?
De la cabeza de los hombres pulimos robles.
Por supuesto
que pescar es un oficio honorable:
Recogen la red y
¡en las redes hay esturiones!
Pero el trabajo del poeta es también honorable.
Se pescan hombres, que no peces.
Enorme trabajo es arder sobre la fragua,
templar el acero sibilante.
Pero, ¿quién pues
de "ociosos" nos arroja el reproche?
Cerebros pulimos con la lima de la lengua.
¿Quién es más grande: el poeta
o el técnico,
el cual
conduce a los hombres al beneficio material?
Ambos.
El corazón es tal motor.
El alma, tal diestra máquina.
Somos iguales:
Camaradas en la masa de los trabajadores.
Proletarios de cuerpo y espíritu.
Sólo juntos
el universo embelleceremos
y las marchas dejaremos sonar.
Aislémonos a cal y canto de la tormenta de palabras.
¡A la obra!
Trabajo vivo y nuevo.
Y los vacuos oradores,
¡al molino!
¡Con los molineros!
Que el agua de sus discursos haga girar la noria.


Marcha izquierda
(A los marinos)



¡Enderecen la marcha!
Para palabrerías no hay sitio.
¡Silencio, oradores!
Es suya
la palabra,
camarada máuser.
Basta de vivir con leyes
dadas por Adán y Eva.
El caballo de la Historia reventemos.

¡Izquierda!
¡Izquierda!
¡Izquierda!

¡Eh, blusazules!
¡Ondeen!
¡Por los océanos!
¿O
de los acorazados en la rada
encallaron las filosas quillas?
Que,
mostrando su corona,
levante un rugido el león británico.
La Comuna no será sometida.

¡Izquierda!
¡Izquierda!
¡Izquierda!

Allá,
tras las montañas del dolor,
hay una soleada tierra sin estrenar.
¡Contra el hambre,
contra el mar de peste,
el paso de millones marca!

Aunque nos cerque una banda mercenaria
y acero viertan,
Rusia no caerá bajo la Entente.

¡Izquierda!
¡Izquierda!
¡Izquierda!

¿Se apagará el ojo del águila?
¿En lo viejo nos detendremos cubiertos de polvo?
Firmes
en el cuello del mundo
¡los dedos del proletariado!
¡Hacia adelante el pecho bravío!
¡El cielo tapicen con banderas!
¿Quién camina a la derecha?

¡Izquierda!
¡Izquierda!
¡Izquierda!