Desgraciadamente, no basta, no. No es mala cosa ser un respetable padre de familia. Ni pagar religiosamente los impuestos. Ni entregarle tu abono mensual a la oscura cajera de una [empresa (yanqui). Ni darle veinte centavos de propina al que te limpia los [zapatos. Ni saludar ceremoniosamente al engolado señor a quien [detestas. Ni rodearte de libros, de cuadros, de discos. No, no es mala cosa, no. Pero no basta. No es suficiente. Tú quieres más. ¿O quieres menos? Y emborrachas cuaderno tras cuaderno. Hay algo en ti, una raíz oscura que se enrosca en tus [células, y te sorbe la savia, y te angustia, te llama. Hay algo en ti. Algo que quieres tratar de hacer, que a [veces haces, sin que nadie te exija, te pida que lo hagas. ¿Por qué, entonces, te gangrena la sangre una raíz [extraña? ¿Por qué quieres hacer aquello para lo que, seguramente [no estás dotado? ¿Por qué escribes? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Quién te impulsa, te obliga? ¿Quién te llama? No, no basta ser un excelente padre de familia para ser [un poeta. Ni pagar los impuestos. Ni ser de izquierda, de derecha o [del centro. Desgraciadamente, no basta, no. Así emborrones los pliegos por millares. Así publiques [tus versos por millones. ¿Por qué no te arrancas de cuajo la oscura raicilla? ¿Por qué no dedicas más horas a jugar con tus hijos? ¿Por qué no te lustras tú mismo los zapatos? ¿Por qué no, carajo?
Blanco de amor, de miedo desolado. Aleve la oración —rosa de invierno— lumbre en los labios.
Roja de sol la tarde. Roja de sol la oscura Cola (boreal ayer, inane ahora) del lagarto
Cuando llegué a San Luis, negro, yo no sabía. Yo no sabía que tu sonrisa, blanca, es para el negro, para él, la canción, el dolor, la alegría... Yo no sabía. Y cierta tarde quise —insisto: yo no sabía— acariciar el pelo de tu hija. Y gritaron sus ojos —acerados puñales de la niña— el odio de mis víctimas. Yo no sabía. Sólo —negro—, sólo quería —lo juro— acariciar el pelo de tu hija.
Se pudrieron las sábanas que nos cubrieron ayer [tímidamente. No fue la posesión, que fue tu ausencia, el equilibrio entre mi ascenso —franco— y tu desvío. La posesión no fue, no fue el encuentro. Velan quizá en el carro, quizá velan su albura los hilos que se urdieron en torno de mi carne y tu silencio.
Deshaz la rama el cardenal el nido sacrifica el dolor a la quimera rompe la luz el canto desgaja vive en la sombra alienta...
Subir y subir sin saber adónde subir al sol quemarse morder la lengua del dragón su fuego. Matar la salamandra subir al sol al sol morir al hielo.
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