Material de Lectura

Walt Whitman
Canto de mí mismo



Selección, traducción y nota introductoria de Ana Rosa González Matute



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Nota introductoria

En su país de hierro vive el gran viejo
bello como un patriarca, sereno y santo.

Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo

algo que impera y vence con noble encanto

Rubén Darío

Walt Whitman (1819-1892), el poeta de mayor trascendencia que ha dado Estados Unidos, escribe en medio de una sociedad puritana inmersa en los más estrictos convencionalismos sociales. Sus contemporáneos, Ralph Waldo Emerson, Henry Wadsworth Longfellow, Edgar Allan Poe, Henry David Thoreau y Emily Dickinson (entre los más destacados), se habían estado nutriendo de las voces literarias procedentes de Europa y, en especial, de Inglaterra. Walt Whitman, de manera plenamente consciente (así lo demuestran los artículos que él mismo produce sobre su obra), se aparta de la tradición poética en su obsesiva búsqueda de nuevas formas expresivas. Así, Whitman, como pionero, se convierte en un innovador fundamental para la poesía del siglo XX. Todo ello suscita que los testimonios sobre su arte sean abundantes y contradictorios desde el momento en que sus primeros escritos aparecen, precisamente porque abre un nuevo campo estilístico, actitud que preside las audacias de todos los artistas vanguardistas y que, generalmente, rechazan los lectores y críticos que ven nacer la obra.

Su libro más significativo, Hojas de hierba, se publica en Nueva York en 1855, paralelamente a Hiawatha de Longfellow, epopeyas ambas de carácter experimental. Mientras que este último es ampliamente laureado por la crítica de ese tiempo, el de Whitman, altamente incomprendido, es calificado de "impiedad libidinosa y audacia fálica". Paradójicamente, no pasan más de dos décadas para que la obra de Whitman, el "anciano hermoso como la niebla y con la barba llena de mariposas", como lo describe García Lorca, empezara a adquirir esa fama que trasciende los lindes de su tierra y de su época. El primer reconocimiento a su poesía, mismo que Whitman difunde y explota inmediatamente, se debe a su maestro Emerson, quien tiene gran influencia en nuestro autor. A partir de entonces, se origina una "historia" de la poesía norteamericana como reacción a Whitman. Por ejemplo, Henry James y William Dean Howells, representantes de la generación joven alrededor de 1865, creían que la reputación de Walt era inmerecida porque no tenía ni sensibilidad para el lenguaje, ni oído para la música y las palabras. Gerald Manley Hopkins reconoció sus aportaciones literarias, pero objetó que a su estilo "salvaje" le faltaba rigor. George Santayana dijo que no lo leía por sus gracias verbales las cuales no tenían la excelencia de Keats o Shakespeare, pero sí un mérito propio: su mensaje, que nace de la inspiración y se comunica a través de la voz de la naturaleza que grita en el desierto de los convencionalismos. Más tarde Ezra Pound lo considera su "padre espiritual" y lo reconoce como el poeta que, en Norteamérica, ocupa el lugar de Dante en Italia, motivo por el cual su influencia es ineludible.

Ante la controvertida crítica, Whitman se dedicó exhaustivamente a defender y explicar sus tendencias literarias al hablar de ellas a través de artículos en periódicos y revistas, en prefacios y dictando conferencias. Cabe destacar, además, su labor como periodista. La recopilación de estos textos iguala, en extensión, a su obra poética. No deja de llamar la atención el hecho de que, en diversas ocasiones, varios de estos artículos aparecían como anónimos. Actualmente, después de minuciosas investigaciones, se presentan ya bajo el nombre de su autor.

Con Hojas de hierba, Whitman se sitúa a la vanguardia de la literatura en lengua inglesa (influye en poetas como Ezra Pound, Carl Sandburg o William Carlos Williams) y, mucho más significativamente, a la vanguardia de la literatura mundial (influye, sobre todo, en el futurismo, creacionismo, imaginismo, ultraísmo y en poetas tan diversos como Darío, Martí, Marinetti, Pavese, García Lorca, Apollinaire, Neruda, Huidobro, Ginsberg). En Hojas de hierba (libro que corrige y amplía a lo largo de su vida), a través de un proceso en donde los recursos estilísticos se combinan de manera intrincada, Whitman huye del metro, de la rima, de la alineación clásica de los versos, se lanza a expresar lo no dicho sobre el mundo por medio de un lenguaje nuevo, mundano, casi tan vasto como la realidad que recrea. Le imparte a su poesía un sentido muy preciso, directo, por medio de palabras que abarcan diversos sustratos de la lengua (coloquiales, filosóficos, científicos, neologismos), e incluye frases banales o comunes sobre el tiempo, la naturaleza, los espacios, las ciudades, los animales y él mismo. Parece decir "soy todo el hombre" y se revela como "turbulento, carnal, sensual", terreno, desmesurado, infinito. "No más modesto que inmodesto". Rechaza el uso de vocablos con prestigio literario para crear una poesía vinculada a la experiencia real o, al decir de Merleau-Ponty, un mundo gemelo al de la carne y de la vida.

Las palabras en Whitman son tan airadas y contundentes como su tono discursivo y profético (él siempre pensó que sus poemas debían leerse como plegarias, que debían cantarse, entonarse), y adquieren una gran fuerza a través de la ilación del verso libre. Desde principios del siglo XIX algunos poetas en Inglaterra (Coleridge, Blake) y en los Estados Unidos (Emerson, Thoreau, Lowell) habían experimentado con esta forma, pero ninguno la había llevado al extremo de Whitman. En este recurso encontró un equilibrio perfecto con lo que quiso expresar, es decir, con su obsesión por manifestar las ideas individualistas y democráticas prevalecientes en ese momento en su país. "Canto de mí mismo" (que forma parte de Hojas de hierba), compuesto con una sobreabundancia de referencias y de conceptos en la imagen, ha sido considerado el poema más lúcido y detallado que se ha escrito sobre la democracia y donde el poeta se imagina a sí mismo hablando a (y por) todos los norteamericanos.

Esta postura ha provocado múltiples comentarios que nos revelan a Whitman como a un imperialista cuya ambición era la de ver a todos los países de la tierra sometidos a Estados Unidos, además de ser esclavista y de atacar abiertamente a los que se opusieron a la guerra expansionista con México. De ahí que Borges nos haga notar cómo los estudiosos de Whitman, al rastrear su biografía en busca del hombre, del norteamericano de idealismos democráticos, del poeta "divino", sufren una decepción. Por consiguiente, surge la duda de si sus ideas sobre la igualdad, libertad y solidaridad no serían tan sólo uno de sus recursos poéticos.

Si bien Whitman, el hombre, no tiene el lugar de Whitman, el poeta, lo esencial es rescatar la importancia de su obra para la literatura contemporánea. Con Hojas de hierba se suma al tipo de escritor que intenta comprender la realidad de manera absoluta, privada de límites o condiciones. No se conforma, como Coleridge, Poe, Dickinson o Baudelaire, en ser una voz inspirada por la divinidad, sino que con su obra quiere ser la divinidad misma, capaz de abarcar todos los mundos, el universo entero ("Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo"). Así, la mente del poeta, con su lucidez de visionario, difunde su propia divinidad sobre el vacío del mundo externo (la hierba no es una sustancia inerte que un niño le muestra, sino "la bandera de [su] genio") y su imaginación interviene para provocar una transmutación misteriosa de lo real cuando quiere evocar, implicar, a todos los hombres, al espacio infinito, a "la amplitud del tiempo". Se nos presenta como un "poeta-dios", "inmortal", que lleva en el rostro la "plenitud de la prueba de todo lo existente".

 
Ana Rosa González Matute

I

Yo me celebro y me canto,
Y lo que asumo, tú lo asumirás,
Porque cada átomo de mi cuerpo que me pertenece,
también te pertenece.

Ocioso invito a mi alma.
Ocioso me tiendo a observar un tallo de hierba de verano,
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, formado de esta
tierra, de este aire,
Nacido aquí, de padres nacidos aquí, al igual que sus
padres, y los padres de sus padres,
Ahora, a los treinta y siete años en salud perfecta, me
inicio,
Y espero no cesar hasta la muerte.

Me alejo de los credos y de las escuelas en inercia,
Me alejo un momento, satisfecho de lo que son, pero
nunca las olvido,
Me erijo como puerto del bien y del mal, dejo que hablen
sin riesgos,
Naturaleza sin freno, con energía original.


II

Las casas y las habitaciones impregnadas de perfumes, los
estantes invadidos de perfumes,
Yo mismo aspiro la fragancia y la conozco y me gusta,
Su esencia me embriagaría, pero no lo permitiré.
La atmósfera no es un perfume, no tiene el gusto de la
esencia, es inodora,
Siempre ha sido destinada para mi boca, estoy enamorado
de ella,
Iré a la orilla del río junto al bosque, me quitaré el disfraz,
me desnudaré,
Ansío con locura sentir su contacto.

El vaho de mi aliento,
Ecos, ondas, rumor del murmullo, raíz-amor, hilos de seda,
horca y vid,
Mi respiración e inspiración, el latido de mi corazón, el
paso de sangre y aire por mis pulmones,
El olor de las hojas verdes y de las hojas secas, y de la
playa y de las oscuras rocas marinas, y del heno en el
granero,
El sonido de las palabras que vomita mi voz, perdidas en
los remolinos del viento,
Besos instantáneos, algunos abrazos, el roce y opresión
de los pechos,
El juego de luz y sombra en los árboles al agitarse las
ramas flexibles,
El deleitarme solo o en el tumulto de las calles, o por
los campos y laderas,
La sensación de salud, la plenitud del mediodía, mi canto
al salir de la cama y saludar al sol.

¿Crees exagerado mil hectáreas? ¿crees exagerado el valor
de la tierra?
¿Te has esforzado tanto en aprender a leer?
¿Te has sentido muy orgulloso al asir el sentido de los
poemas?

Ven conmigo este día y esta noche, y poseerás el origen
de todos los poemas,
Poseerás lo bueno de la tierra y del sol (existen millones
de soles más),
Ya nunca aceptarás las cosas de segunda o de tercera
mano, ni mirarás a través de los ojos de los muertos,
ni te alimentarás de los espectros de los libros,
Tampoco mirarás a través de mis ojos, ni aceptarás lo que
te digo,
Escucharás lo que te llega de todas partes y lo filtrarás
a través de ti mismo.


III

He oído lo que hablaban los habladores, el hablar del
principio y del fin,
Pero yo no hablo del principio y del fin.

Nunca hubo mayor inicio que ahora,
Ni mayor juventud o vejez que ahora,
Y nunca habrá mayor perfección que ahora,
Ni más cielo ni más infierno que ahora.

Impulso, impulso, impulso,
Siempre el impulso procreador del mundo.

De la penumbra surgen los iguales antagónicos, siempre
la sustancia y el incremento, siempre el sexo,
Siempre un tejido de identidad, siempre la distinción,
siempre la creación de la vida.

De nada sirve elaborar; sabios e ignorantes lo saben.

Seguros como los más seguros, íntegros e inconmovibles,
bien cimentados, afianzados y a plomo,
Fuertes como caballos, afectuosos, altivos, eléctricos,
Yo y este misterio estamos aquí.

Límpida y dulce es mi alma, límpido y dulce es todo lo
ajeno a ella.
Si falta uno, le faltan ambos, y lo invisible se comprueba
por lo visible,
Hasta que lo visible se hace invisible y se comprueba a
su vez.

Mostrar lo mejor y arrancarlo de lo peor, la edad hostiga
a la edad,
Conocer la condición perfecta y la ecuanimidad de las
cosas; guardo silencio mientras discuten y más tarde
me baño y me admiro.

Bienvenido sea cada órgano y atributo mío, y el de
cualquier otro hombre vigoroso y limpio,
Ni una pulgada, ni una partícula de pulgada es vil, y
ninguna es menos conocida que las otras.

Estoy satisfecho —veo, bailo, río, canto;
Cuando el compañero amoroso y sensual que duerme a
mi lado en la noche se retira sigilosamente al amanecer,
Dejándome canastas cubiertas de toallas blancas que
invaden la casa con su abundancia,
¿He de posponer mi aceptación y realización y de gritar
a mis ojos,
Que se vuelvan y dejen de mirar hacia el camino,
Y así cifren y me muestren con precisión,
El valor exacto de uno, el valor exacto de dos y cuál
vale más?


IV

Me rodean ambulantes y curiosos,
Gente que encuentro, el efecto que tiene en mí la infancia,
el barrio, la ciudad o la nación,
Fechas, sociedades, descubrimientos e inventos últimos,
autores antiguos y modernos,
Mi cena, vestido, apariencia, compañeros, cumplidos,
deberes,
La indiferencia real o imaginaria de algún hombre o mujer
que amo,
La enfermedad de uno de mis parientes o la mía, las malas
acciones o la pérdida o la falta de dinero,
o el abatimiento o la exaltación,
Las batallas, los horrores de la guerra fratricida, la fiebre
de noticias ambiguas, los acontecimientos inciertos;
Todas estas cosas me llegan de día y de noche y
nuevamente me dejan,
Pero no son mi Yo.

Lejos de la contienda y del bullicio se erige lo que soy,
Se erige divertido, complaciente, compasivo, ocioso,
unitario,
Mira hacia abajo, se yergue o dobla un brazo sobre una
base impalpable y segura,
O contempla con la cabeza inclinada a un lado, curioso
de lo que vendrá,
Dentro y fuera del juego, observándolo, sopesándolo.

Miro hacia atrás, hacia los días en que me ahogaba en la
niebla entre lingüistas y contendientes,
No me burlo ni discuto: atestiguo y espero.


 

V

Creo en ti, mi alma, mi otro yo no se humillará ante ti,
Y tú no debes humillarte ante él.

Tiéndete conmigo en la hierba, libera tu garganta,
Ni palabras, música o rima quiero, ni costumbres ni
conferencias, ni aun las mejores,
Sólo quiero el arrullo, el susurro de tu suave voz.

Recuerdo cómo nos acostamos una mañana transparente
de verano,
Cómo colocaste tu cabeza sobre mis caderas y suavemente
te volviste hacia mí,
Me abriste la camisa sobre el pecho y hundiste tu lengua
hasta tocar mi corazón desnudo,
Y te erguiste hasta sentir mi barba, y te doblaste hasta
abrazar mis pies.

La paz y el conocimiento que trascienden las discusiones
terrenales, súbitamente se elevaron y se extendieron
a mi alrededor,
Y sé que la mano de Dios es la promesa de la mía,
Y sé que el espíritu de Dios es hermano del mío,
Y que todos los hombres que han nacido son mis
hermanos, y las mujeres mis hermanas y amantes,
Y que el palmejar de la creación es el amor,
Y las hojas tiesas o caídas en los campos son infinitas,
Y las hormigas negras en sus pequeños orificios bajo las
hojas,
Y las costras musgosas de la cerca ondulante, las piedras
hacinadas, el saúco, el gordolobo y la cizaña.


VI

Uno niño dijo ¿Qué es la hierba? trayéndomela a manos
llenas;
¿Qué podría responderle? Ignoro, como él, lo que es.

Tal vez sea la bandera de mi genio, tejido con la
sustancia verde de la esperanza.

Tal vez sea el pañuelo de Dios,
A la vez perfumado obsequio y recordatorio que
intencionalmente dejó caer,

Llevando el nombre del dueño en un borde para que lo
veamos, preguntemos y digamos, ¿De quién?

O tal vez la hierba sea un niño, el recién nacido de la
vegetación.

O un jeroglífico uniforme,
Que significa: germino igual en las zonas amplias que en
las estrechas,
Crezco igual entre los negros y los blancos,
Sea kanuk, tuckahoe, senador o inmigrante, doy a todos
lo mismo y a todos recibo.

Y ahora me parece la hermosa cabellera crecida de las
tumbas.

Tiernamente te usaré, hierba curva,
Puede ser que transpires en el pecho de los jóvenes,
De haberlos conocido, tal vez los hubiese amado,
Tal vez perteneces a los viejos, o a los niños arrancados
prematuramente del regazo de sus madres,
Y ahora eres el regazo de las madres.

Esta hierba es muy oscura para haber brotado de la
cabellera blanca de las madres ancianas,
Más oscura aún que las barbas descoloridas de los ancianos,
Oscura, sí, para surgir de la bóveda rojo pálido de las bocas.

¡Oh! percibo al fin la emisión de tantas lenguas,
E infiero que no han surgido en vano de las bóvedas de
esas bocas.

Quisiera poder traducir las alusiones a los jóvenes muertos,
Y las alusiones a los ancianos, y a las madres de los recién
nacidos arrebatados de sus regazos.

¿Qué crees tú que ha sido de los hombres jóvenes y de
los ancianos?
¿Qué crees tú que ha sido de las mujeres y de los niños?

Se encuentran bien y vivos en alguna parte,
El brote más débil muestra que no existe la muerte,
Y que si alguna vez existió, impulsó a la vida, y no espera
hasta el final para acabarla,
Y que cesó en el instante en que apareció la vida.

Todo progresa y se expande, nada se desintegra,
Y morir es distinto de lo que uno imagina, y más
afortunado.

 


 

VII

¿Ha pensado alguien que es afortunado nacer?
Me apresuro a informarle a él o a ella que es tan
afortunado morir, y lo sé.

Muero con los moribundos y nazco con los recién nacidos
y soy algo más que lo existente entre mi sombrero y
mis zapatos,
Y escudriño diversos objetos, ninguno idéntico, todos
buenos,
Buena la tierra, buenas las estrellas y todo lo contiguo.

No soy la tierra ni lo que pertenece a la tierra,
Soy el compañero y camarada de la gente, todos tan
inmortales e insondables como yo,
(Ellos ignoran cuán inmortales, pero yo lo sé).

Cada especie para sí y para lo suyo; para mí la mía, lo
masculino y lo femenino,
Para mí los que han sido varones y han amado a las
mujeres,
Para mí el hombre orgulloso que siente el dolor ante el
desprecio,
Para mí la amada y la solterona, para mí las madres y las
madres de las madres,
Para mí los labios que han sonreído, y los ojos que han
llorado,
Para mí los niños y los engendradores de niños.

¡Desnúdate! Ante mí no eres culpable, ni rancio ni
inservible,
Veo si lo eres a través del velo o del sayal,
Y soy íntegro, tenaz, codicioso, infatigable y nadie podrá
librarse de mí.

 


 

XX

¿Quién va ahí? ansioso, rudo, místico, desnudo;
¿Cómo extraigo fuerza de la carne que como?

En realidad, ¿qué es un hombre? ¿qué soy yo? ¿qué eres tú?

Todo lo que distingo como mío, tu lo reconocerás como
tuyo,
Si no, pierdes el tiempo en escucharme.

No lloriqueo con el lloriqueo del mundo,
Los meses son vacíos y la tierra fango y podredumbre.

Gimoteando y arrastrándose, dosis de polvos para
inválidos,
la conformidad se aleja intempestivamente,
Uso mi sombrero a mi antojo dentro y fuera de casa.

¿Por qué debo rezar? ¿por qué debo venerar y reverenciar?
Después de haber examinado y analizado hasta lo
ínfimo en los estratos, de haber consultado a los doctos
y calculado minuciosamente,

No encuentro grasa más dulce que la que se unta a mis
huesos.
En todos los hombres me veo a mí mismo, ninguno
superior o inferior a mí,
Y lo bueno y lo malo que digo de mí lo digo de ellos.

Sé que soy sólido y fuerte,
Hacia mí convergen los objetos del universo que fluyen
perpetuamente,
Todos se han escrito para mí y debo descifrar su
significado.
Sé que soy inmortal,
Sé que esta órbita mía no puede abarcarse con el compás
del carpintero,
Sé que no desapareceré como la espiral que delinea un
niño con una luz de bengala en la noche.
Sé que soy augusto,
No inquieto a mi espíritu para que se me justifique o se
me comprenda,
Veo que las leyes elementales no piden disculpas,
(Creo, después de todo, que no me muestro más
orgulloso que el nivel según el cual construyo mi casa).

Existo como soy, eso basta,
Si pasa inadvertido en el mundo, estoy satisfecho,
Si todos y cada uno lo advierten, estoy satisfecho.

Un mundo lo advierte y para mí el mayor, y ese soy yo,
Y si llego a poseer lo mío ahora o en diez mil o en diez
millones de años,
Puedo aceptarlo jubilosamente hoy, o con igual júbilo
esperar.

Mi apoyo se apuntala y se ensambla con granito,
Me río ante lo que llaman disolución,
Y conozco la amplitud del tiempo.

 


 

XXI

Soy el poeta del Cuerpo y soy el poeta del Alma,
Los placeres del cielo están conmigo y los tormentos del
infierno están conmigo,
A los primeros los injerto e incremento en mí mismo, a
los segundos los traduzco a una nueva lengua.

Soy el poeta de la mujer al igual que el del hombre,
Y digo que es tan grande ser mujer como ser hombre,
Y digo que nada es tan grande como la madre de los
hombres.

Entono el canto de la expansión y de la soberbia,
Hemos vivido caídas y desprecios suficientes,
Y muestro que el tamaño es tan sólo crecimiento.

¿Has superado a los demás? ¿eres tú el Presidente?
No importa; todos llegarán ahí e irán más lejos.

Soy el que camina con la noche tierna y creciente,
Invoco a la tierra y al mar semienvueltos por la noche.

¡Noche, cíñeme a tu pecho desnudo —cíñeme, noche
magnética y fecunda!
¡Noche de los vientos del sur —noche de grandes y escasas
estrellas!
¡Noche tranquila que me invita —noche de verano loca
y desnuda!

¡Sonríe, oh tierra voluptuosa de aliento fresco!
¡Tierra de árboles soñolientos y líquidos!
¡Tierra de crepúsculos muertos —tierra de cumbres
envueltas en la niebla!
¡Tierra del fluir cristalino de la luna llena recién teñida
de azul!
¡Tierra del brillo y de la sombra que jaspean la corriente
del río!
¡Tierra del gris límpido de las nubes que brillan y se
aclaran para mí!
¡Tierra vertiginosa y yacente —tierra rica de manzanos
en flor!
Sonríe, que tu amante llega.

¡Pródiga, me has dado amor —y amor te devuelvo!
¡Oh, amor apasionado e inefable!

 


 

XXII

¡Tú, mar! Renuncio también a ti, adivino lo que quieres
decir,
Diviso desde la playa tus seductores dedos torcidos,
Creo que te niegas a retirarte sin sentirme,
Viajemos, me desnudo, arráncame de la vista de la tierra,
Cúbreme suavemente, arrúllame hasta adormecerme entre
tus olas,
Salpícame de espuma amorosa que he de retribuirte.

Mar de surcos dilatados,
Mar de respirar profundo y convulsivo,
Mar de la sal de la vida y de las tumbas aún no excavadas,
más prontas a abrirse,
Mar en brama que levantas tormentas, mar delicado y
caprichoso,
Me integro a ti, soy también de una y de todas las formas.

Participo de tu flujo y reflujo, elogio al oído y a la
conciliación,
Elogio a los amigos y a los que duermen abrazados.

Soy quien atestigua la simpatía,
(¿Debo enlistar los objetos de mi casa y omitir la casa
que los contiene?)

No sólo soy el poeta de la bondad, sino el poeta de la
maldad también.

¿Qué alarde es éste de la virtud y del vicio?
El mal me impulsa y la reforma del mal me impulsa;
permanezco indiferente,
A mi paso ni censuro ni rechazo,
Humedezco las raíces de todo lo que crece.

¿Temiste que la incesante preñez tuviera escrófulas?
¿Creíste que las leyes celestiales deberían revisarse y
rectificarse?

Encuentro equilibrio entre la parte y su contrario,
E igual ayuda en la doctrina endeble que en la firme,
Los pensamientos y los hechos actuales son nuestro
inicio y nuestro ascenso.

Este minuto que me llega a través de millones de siglos,
Nada es mejor que el aquí y el ahora.

Lo que se comporta bien en el pasado y en el presente
no es asombroso,
Lo asombroso es que siempre exista un hombre vil o un
hombre sin fe.

 


 

XXIII

¡Desenvolvimiento infinito de palabras de todas las
edades!
Y la mía, una palabra de lo moderno, la palabra En-Masa.
Palabra de la fe que nunca falsea,
Lo de hoy y lo venidero son para mí lo mismo, acepto
al Tiempo de manera absoluta.

Sólo él no tiene falla, sólo él abarca y completa todo,
Esa maravilla desconcertante y mística todo lo abarca.

Acepto la Realidad y no me atrevo a juzgarla,
Lo material la invade de principio a fin.

¡Viva la ciencia positiva! ¡Vivan las demostraciones
exactas!
Traigan uvas mezcladas con cedro y ramas de lilas,
Éste es el lexicógrafo, éste el químico, éste el que
compuso una gramática de los antiguos jeroglíficos.
Estos marineros con su navío surcaron los mares
peligrosos y desconocidos,
Éste es el geólogo, éste trabaja con el escalpelo, y éste
es un matemático.

¡Caballeros, para ustedes siempre los primeros honores!
Sus verdades son útiles, pero no constituyen mi morada,
Tan sólo las atravieso para llegar a ella.

Menos han dicho mis palabras de los recuerdos de las
cosas,
Y más de los recuerdos de la vida innombrable, y de la
libertad y del desasimiento,
Y apenas esbozan a epicenos y castrados, y favorecen a
hombres y mujeres bien dotados,
Y tañen el gong de la rebelión, y se unen a fugitivos y
conspiradores.

 


 

XXIV

Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo,
Turbulento, carnal, sensual; comiendo, bebiendo,
engendrando,
Ni sentimental ni sintiéndome por encima de otros
hombres y mujeres,
Ni apartado de ellos,
No más modesto que inmodesto.

¡Arranquen los cerrojos de las puertas!
¡Arranquen las puertas de sus goznes!

Quien degrada a otro me degrada,
Y todo lo que se haga o se diga se vuelca sobre mí.

A través de mí surge la inspiración divina, a través de mí
la corriente y el índice.

Doy el primordial santo y seña, doy la señal de la
democracia,
¡Por Dios! Sólo aceptaré lo que se ofrezca a los demás
bajo los mismos términos.

De mí brotan infinitas voces largo tiempo calladas,
Voces de generaciones interminables de prisioneros y de
esclavos,
Voces de enfermos e inconsolables, de ladrones y de
enanos,
Voces de ciclos de preparación y de crecimiento,
Y de hilos que unen a las estrellas, y de matrices y simiente
paterna,
Y de los derechos de los oprimidos,
De los deformes, triviales, simples, tontos, despreciados,
Niebla en el aire, escarabajos que arrastran bolas de
estiércol.
A través de mí las voces prohibidas,
Voces de sexo y de lujuria, voces veladas que yo revelo,
Voces indecentes que clarifico y transfiguro.
No cruzo el índice sobre los labios,
Me conservo tan delicado en las entrañas como en la
cabeza y el corazón,
Para mí la cópula no tiene mayor jerarquía que la muerte.

Creo en la carne y en los apetitos,
Ver, oír, sentir son milagros, y cada parte y extremo mío
son un milagro.

Divino soy por dentro y por fuera y santifico todo cuanto
toco o me toca,
El olor de mis axilas es aroma más fino que una plegaria,
Esta cabeza es más que las iglesias, las biblias y todos los
credos.

Si algo venero más, es la extensión de mi cuerpo y cada
una de sus partes,
Mortaja translúcida de mi cuerpo, ¡serás tú!
Lápidas y restos sombreados, ¡serán ustedes!
Firme reja viril, ¡serás tú!
Todo lo mío que vaya al cultivo, ¡serás tú!
¡Tú, mi rica sangre! ¡tú fluir lechoso, pálido extracto de
mi vida!
Pecho que oprimes otros pechos, ¡serás tú!
¡Mi cerebro serán tus circunvoluciones ocultas!
Raíz lavada del cálamo oloroso, becada medrosa, nido
protegido de huevos gemelos, ¡serán ustedes!
Heno mezclado y revuelto de la cabeza, barba, cejas,
¡serán ustedes!
Savia de arce que goteas, fibra de trigo viril, ¡serán ustedes!
Sol generoso, ¡serás tú!
Vapores que iluminan y ensombrecen mi rostro, ¡serán
ustedes!
Arroyos y rocíos sudorosos, ¡serán ustedes!
Vientos que frotan contra mí sus genitales, ¡serán ustedes!
Amplios campos musculares, ramas de roble vivo,
amoroso vagabundo de mis senderos sinuosos, ¡serán
ustedes!
Manos que he tomado, rostros que he besado, mortal
que acaso he tocado, ¡serán ustedes!

Soy motivo de mi idolatría, hay tanto mío y todo tan
voluptuoso,
Cada instante y cuanto me sucede me estremece de júbilo,
No sé cómo se doblan mis tobillos, ni la causa de mi más
ínfimo deseo,
Ni de la amistad que irradio, ni de la amistad que recibo.

Al subir mi escalera hago una pausa para considerar si
todo realmente es,
La hiedra que se enreda en mi ventana me satisface más
que la metafísica de los libros.

¡Contemplar el amanecer!
La débil luz disuelve las sombras inmensas y diáfanas,
El aire me sabe bien.

Los brotes del mundo cambiante se elevan silenciosos
en un juego inocente, fresco sudor,
Esparcidos oblicuamente, hacia arriba y hacia abajo.

Algo que no puedo ver eriza sus espinas libidinosas,
Mares de brillante zumo invaden el cielo.

La tierra se funde con el cielo en su diaria y consumada
unión,
En un instante, el oriente lanza su desafío sobre mi cabeza,
La burla mordaz: ¡Ya veremos si serás tú el amo!

 


 

XXV

Deslumbrante y tremenda, en un instante la aurora me
mataría,
Si no pudiera, ahora y siempre, hacer que brote la aurora
de mí.

Nosotros también ascendemos, deslumbrantes y
tremendos como el sol,
Hemos encontrado lo nuestro, oh mi alma, en la quietud
y frescura del amanecer.

Mi voz persigue lo que mis ojos no alcanzan,
Con el giro de mi lengua comprendo mundos y volúmenes
de mundos.

El habla es gemela de mi visión y desigual por inmesurable,
Siempre me provoca, me dice con sarcasmo:
Walt, contienes tantas cosas, ¿por qué no las dejas salir?

Vamos, no me dejaré atormentar; tienes demasiada fe en
la palabra,
¿No sabes, oh habla, que los brotes se doblan bajo tu
peso?
Esperando en la penumbra, protegido por la escarcha,
La inmundicia retrocede ante mis gritos proféticos,
Fundamento las causas, al fin las equilibro,
Mi conocimiento lo vivo en mí, está a la altura del
significado de todas las cosas,
Felicidad (que todo el que me escuche, él o ella, salga
este día a buscarla).

Te niego mi último mérito, me niego a rechazar lo que
realmente soy,
Abarca mundos, pero nunca intentes abarcarme,
Reúno lo más fino y lo óptimo que hay en ti con sólo
mirarte.

La escritura y el habla no me revelan,
Llevo en el rostro la plenitud de la prueba de todo
lo existente,
Con el silencio de mis labios confundo al escéptico.

 


 

XXVI

Ahora no haré otra cosa que escuchar,
Para aumentar con lo escuchado este canto y dejar que
los sonidos lo engrandezcan.

Escucho alardes de pájaros, el murmullo del trigo que
crece, el rumor de las llamas, el tronar de los leños al
cocinar mi alimento,
Escucho el sonido que amo, el sonido de la voz humana,
Escucho todos los sonidos, al unísono, combinados,
fundidos continuos,
Sonidos de la ciudad o sonidos de fuera de la ciudad,
sonidos del día y de la noche,
El cuchicheo de los niños con quienes los aman, la
carcajada sonora de los obreros al comer,
La voz airada de los amigos distanciados, los tonos
desfallecientes de los enfermos,
El juez con las manos pegadas a la mesa y los labios
pálidos al pronunciar la sentencia de muerte,
El grito de los estibadores que descargan junto a los
muelles, el estribillo de los que levan anclas,
Las campanas de alarma, el grito del fuego, el estrépito
de los carros con mangueras y los silbidos
premonitorios y las luces de color,
El silbato de vapor, el continuo rodar del tren y sus
vagones,
La lenta marcha al frente del cortejo que avanza de dos
en dos,
(Van a hacer guardia ante algún cadáver, las banderas
entretejidas con listones negros.)

Escucho el violoncelo (es la queja del corazón de un
joven),
Escucho la corneta de llaves, se desliza rápidamente por
mis oídos,
Y provoca un latir dulce y loco en mis entrañas y en mi
pecho.

Escucho al coro, es una gran ópera,
¡Ah, esto sí es música, me agrada!

Me colma un tenor vasto y fresco como la creación,
Del gesto de su boca se derrama y me colma.

Escucho la voz afinada de la soprano (¿qué relación existe
entre su canto y el mío?)
La orquesta me hace girar aún más que el vuelo de Urano,
Me arranca ardores que jamás sospeché poseer,
Me hace navegar, me sumerjo con los pies desnudos que
lamen las olas indolentes,
Me corta el granizo amargo e iracundo, pierdo el aliento,
Me sumerjo en la dulce morfina, me asfixio simulando a
la muerte,
Al fin me libro para sentir el enigma de los enigmas,
Lo que llamamos Ser.

 


 

XXVIII

¿Es éste el tacto?, que me conduce, temblando, hacia
una nueva identidad,
Las llamas y el éter se agolpan en mis venas,
Mis extremidades traidoras los alcanzan y se enciman
para ayudarlos,
Mi carne y mi sangre se convierten en rayo que fulmina
lo que apenas difiere de mí,
Por todas partes incitadores lascivos me paralizan los
miembros,
Exprimen de la ubre de mi corazón la gota contenida,
Obran licenciosamente conmigo, no aceptan negativas.
Intencionadamente me privan de lo mejor que poseo,
Desabrochan mi ropa, asiéndome por la cintura desnuda,
Eluden mi confusión con la calma de la luz del día y de
los pastizales,
Impúdicamente rechazan a los otros sentidos,
Los sobornan para que se transformen en tacto y se vayan
a pacer a los bordes de mi cuerpo,
Sin consideración, sin pensar en mi desfalleciente fuerza
o en mi cólera,
Convocan al resto del rebaño para disfrutarlos un
momento,
Luego, todos se reúnen en un promontorio para
mortificarme.
Los centinelas abandonan cada una de mis partes,
Me dejan indefenso ante un rojo merodeador,
Todos acuden al promontorio para atestiguar y oficiar
en mi contra.

Me entregan los traidores,
Hablo como salvaje, me he vuelto loco, yo y nadie más
soy el mayor traidor,
Fui el primero en acudir al promontorio, mis propias
manos me llevaron.

¡Tacto maldito! ¿qué haces? mi aliento se cierra en la
garganta,
Abre las compuertas, eres demasiado para mí.

 


 

XXX

Todas las verdades están latentes en las cosas,
Ni se apresuran ni se resisten a nacer,
No necesitan el fórceps obstétrico del cirujano,
Para mí lo ínfimo es tan importante como todo lo demás,
(¿Qué puede ser mayor o menor que el tacto?)

La lógica y los sermones nunca convencen,
La humedad de la noche se filtra profundamente en mi
alma.

(Sólo lo que por sí mismo se prueba a todo hombre y
mujer es tal,
Sólo tiene valor lo que nadie niega).

Un minuto y una gota mía sosiegan mi cerebro,
Creo que los terrones húmedos se transformarán en
amantes y lámparas,
Y un compendio de compendios es la carne de un hombre
o de una mujer,
Y que está en la cima y en la flor el sentimiento que los
une,
Y han de ramificarse desbordadamente de esa lección
hasta hacerla omnífica,
Y hasta que todos nos deleiten y nosotros a ellos.

 


 

XXXI

Creo que una hoja de hierba no es inferior al curso trazado
por las estrellas,
Y la hormiga es igualmente perfecta, y así un grano de
arena y el huevo del abadejo,
Y que la rana arbórea es una obra maestra digna de los
más altos,
Y que la zarzamora podría adornar las estancias del cielo,
Y que la articulación más insignificante de mi mano
podría humillar a todas las máquinas,
Y que la vaca paciendo cabizbaja supera a todas las
estatuas,
Y que un ratón es milagro suficiente para confundir a
millones de infieles.

Descubro que incorporo el gneis, el carbón, el musgo de
largos filamentos, las frutas, los granos, las raíces
comestibles,
Y que estoy enteramente estucado de cuadrúpedos y de
pájaros,
Y que he tenido buenos motivos para alejar cuanto he
dejado atrás,
Y que puedo hacer que vuelva cuando me plazca.

En vano la prisa o la timidez,
En vano las rocas plutónicas lanzan su calor ancestral
a mi despecho,
En vano el mastodonte se repliega bajo el polvo de sus
huesos,
En vano los objetos se mantienen a leguas y adquieren
formas varias,
En vano el océano se asienta en las cavernas donde habitan
los grandes monstruos,
En vano el buitre elige por morada al cielo,
En vano la serpiente se desliza entre las lianas y los
troncos,
En vano el alce se oculta en los linderos más recónditos
del bosque,
En vano el cormorán tiende el vuelo hacia el norte, hacia
el Labrador,
Lo sigo velozmente, asciendo al nido en la fisura del
peñasco.

 


 

XXXII

Pienso que podría vivir con los animales, son tan plácidos
y retraídos,
Me detengo y los contemplo largamente.

No sudan ni gimen ante su condición,
No pasan la noche en vela ni lloran por sus pecados,
No me irritan con sus discusiones sobre sus deberes con
Dios,
Ninguno está insatisfecho, ninguno está obsesionado por
la manía de poseer cosas,
Ninguno se arrodilla ante otro, ni ante alguno de su especie
que haya vivido hace miles de años,
Ninguno es respetable o infeliz sobre la faz de la tierra.

Así muestran sus relaciones conmigo y yo las acepto,
Me traen señales de mí mismo, dan pruebas claras de que
las poseen.

Me pregunto dónde obtendrán esas señales,
Es que ¿pasé por ese camino hace muchísimo tiempo
y distraídamente las dejé caer?

Avanzando entonces y ahora y siempre,
Siempre agrupando y mostrando en creciente número y
con rapidez,
Infinitos y omnígenos, y entre ellos sus semejantes,
Si ser muy exigente con quienes alcanzan mis recuerdos,
Eligiendo aquí al que amo, yéndome con él fraternalmente.

La belleza gigantesca del semental, fresco y sensible a mis
caricias,
De altiva y amplia frente,
De extremidades lustrosas y ágiles, cola que barre el suelo,
De ojos plenos de centellante malicia, las orejas finamente
delineadas, de movimiento flexible.

Su nariz se dilata cuando mis talones lo abrazan,
Sus miembros bien formados se estremecen de placer
cuando corremos.

Te cabalgo un minuto, luego renuncio a ti, semental,
¿Por qué necesito tu trote cuando mi galope lo supera?
Sea de pie o sentado, soy más veloz que tú.