Material de Lectura

  Elva Macías



Selección y nota introductoria de Roberto Elsa Cross



VERSIÓN PDF

 


 

Nota introductoria

Nacida en Chiapas, en 1944, Elva Macías proviene de una rica estirpe de poetas chiapanecos cuyo patriarca, Jaime Sabines, es uno de los más queridos y admirados en México.

Elva está, por muchas razones, en esta tradición, logrando al mismo tiempo imponer con gran libertad su propia voz. Recoge y recibe elementos no sólo de la poesía sino del legado ancestral de esta tierra; pero es también completamente independiente y llega incluso a la ruptura, cuando es necesario.

En este sentido, me parece percibir un marcado contraste entre Elva y otra antecesora ilustre, también de Chiapas, Rosario Castellanos, en quien la tradición se convierte en una imposición aplastante hacia la cual responde con sumisión y desesperanza, si no en su vida social, sí en su poesía.

Libre en su cercanía y en su distancia de ese núcleo ancestral, la vida de Elva se enlaza con sus motivos poéticos. Pone distancia cuando en 1963 se enamora de Eraclio Zepeda, gran narrador y miembro del grupo de poetas La espiga amotinada, y los dos huyen hasta China, en lo que Eraclio llamó "el rapto más largo de la historia". Busca la cercanía, al retornar a una vida feliz, donde recobran su sitio los antiguos legados.

Pero éstos también se encuentran en los viajes, y aparecen en lugares distantes junto con las imágenes de la propia tierra. La imagen poética une al río Perfumado de China, al Vítosha, de Sofía, y al Tulijá, de Chiapas —estos dos últimos, en poemas de Lejos de la memoria, 1989—; y es notable cómo se enlazan "Ascenso a San Cristóbal5'' y "Al borde del camino de Li Tai Po" (Imagen y semejanza, 1982).

La tradición y el arraigo mismo borran sus fronteras, y son tan conmovedores los poemas de Elva que recrean a la figura de su propio padre ("Hacienda de San Agus­tín", "Piscis"), como los poemas finales de la nodriza del joven príncipe. El arraigo es arraigo por la tierra mis­ma, más allá de tiempos y espacios, y no sólo se funda en la riqueza espiritual de su herencia humana, sino en su materialidad misma: "En la mesa se extienden frutos habi­tuales,/todo es festinado en el quehacer o en la holgan­za", o del poema "Breve fundamento para una ciudad":

 

Amantes contemplamos el paraíso
desde la bóveda donde trasiegan
espíritus como insectos.
Me arrullas
me colmas de adornos y agasajos
me instas a fundar una ciudad
y a compartir la generosidad de nuestras tierras.

 

Se habla de fundaciones, desapariciones y también des­plazamientos de ciudades: "Ah, ciudad que viaja para desconcierto de las caravanas", dice en una misteriosa secuencia de "ciudades", incluida al final de esta selec­ción, donde el juego entre una ciudad interior y otra ex­terior subraya un doble acontecer presente en los poe­mas, que se desenvuelve entre la imagen poética y el hilo narrativo. Conozco el correlato anecdótico de la escritu­ra de otro poema "Voz escanciada", que cierra Círculo del sueño (1975), y fue el hecho insólito de la desapari­ción de una ciudad o, más bien, un pueblo de Chiapas, La Concordia, que quedara sepultado bajo las aguas de la Presa de la Angostura. El poema prescinde de la anéc­dota, pero a las vibrantes imágenes de la inundación, se intercalan otras de rasgos casi pastoriles, que hablan de una pareja de hermanos que se anega, también en el duelo de la separación:

 

Los juegos quedaron pendientes bajo la higuera
y la caricia de la siesta
dobló su fronda.
Desventurado el juego
que deslinda tu mano de la cabalgadura.

 

Constantes imágenes de viajes y traslados se unen a las imágenes de la permanencia. El vínculo con la tierra está en todas partes:

 

Al amanecer
el puente de piedra indaga sobre viejos exilios
y mi alma deja de ser un filamento.

 

escribe en el pequeño y extraordinario libro que aquí se reproduce, Los pasos del que viene (1971). En él recoge, como propias, imágenes de China. La limpidez de los ver­sos tiene la precisión y la soltura de un trazo caligráfico:

 

Paseo la mirada por el estanque,
como un pez dorado lo recorro.

 

dice, completo, un poema. En otro, una imagen parale­la, nos da igualmente un instante de revelación:

 

Olor de insectos es el pozo,
tan sólo dije ah...
y la humedad arrebató mi voz.

 

Esta comunión con la tierra se manifiesta en otro as­pecto importante que es la mujer. "Frío destello" e "Ima­gen y semejanza" hablan de una nueva mujer, mucho más libre. "Imagen y semejanza", del libro del mismo título, es un hermoso canto a la condición femenina. Dice:

Y no entre la nostalgia heredada
en nuestro lecho.
Nuestro lecho sea de paz
o de grandes batallas de placer,
nuestro lecho sea de soledad elegida.

"Frío destello", poema no recogido en ninguno de los libros anteriores, habla de la "blanca displiscencia de hos­pital" donde liberadas del germen no deseado, van las mujeres

...con la decisión de ser infieles madres,
mujeres al fin
en otra dimensión.

Y junto a la nueva mujer, en los últimos poemas de esta selección, aparece una de las imágenes más antiguas de la mujer y menos tocadas en la poesía de nuestra épo­ca: la de la nodriza, que hace presente en figura humana los aspectos nutricios de la tierra que se muestran en to­das las fases de esta obra.

Siguiendo su propio cauce natural, que no ha acepta­do prisas ni imposiciones, la obra de Elva Macías discu­rre llena de ricos sedimentos y resonancias entrañables; hace suyo sin saberlo ese amor profundo por la tierra, por el hombre y los parajes destinados al viaje o la per­manencia.
En los poemas de un último libro inédito, del que hay un anticipo en las páginas finales de esta selección, to­dos los motivos poéticos de las fases anteriores se decan­tan hasta alcanzar una expresión de extraordinaria be­lleza y originalidad:

"Solo una flama palpita como deseo escondido. Es la ora­ción del sastre que cae como aguja en la tarima del tercio­pelo nocturno".

Este libro tiene la cualidad de llevar a su culminación la obra anterior mostrando una unidad, una consisten­cia orgánica, que sólo surge cuando un poeta es fiel a sus obsesiones. También es comienzo de otra etapa, que abre ya muy ricas vetas.

Aquí se revelan nuevos matices y se afinan otros ya existentes en la voz de Elva Macías que, "sobre el fluir del tiempo", es una de las más significativas de nuestras letras.

 


Elsa Cross

 

La voz

 

La voz, orillada
como una lanza lejos de la contienda,
tañido apenas
sobre el fluir del tiempo,
dialoga con la muerte.
En cada advenimiento de dolor
se funda.
Pero nada es violencia,
es sólo un lento sacrilegio
que no toca los límites.

La voz, irisada
en su propio templo se mitiga,
se posa al fondo,
diluye su resonancia antes del canto
por ese desafío
que todo lo cicatriza antes de la expiación.


Los pasos del que viene

I

Danza nocturna de cascos en la piedra,
el joven Wang
cabalga con la lanza de su padre
a la primera cacería.
Ah, tal es su suerte,
cacería inicial:
un jabalí de presa
y el murmullo del grillo.

II

En la tribulación,
en la discordia,
mis dos hermanas no fueron desposadas.
La más joven murió
y la mayor no tuvo quien prodigara su soledad
con versos y canciones.
En mi vieja habitación
el viento entró para llevarse
el dolor que ya no me pertenece.

III

Murió sin fin
la vieja Low Yan
amenazada de ser eterna errante:
carecía de deudos rezadores.

IV

Quién fuera aquel que se perdió en las dunas,
a quien el sol tomó en un abrazo.
Kuan Yin, de rostro femenino,
Lun Yi, mis reducidos pies...
Se fue rayando el Gobi
sin tributarme más que este delirio,
aceptada condena.

Ay, el lamento de mi voz.
¿En dónde estuvo el volumen de mis ojos?
Aquella tarde me creí ciega.
La melodía cesó.
Ya no está aquel que volvía por las tardes
con la presa en las manos.
Ya no canta Sun las seis canciones.
Errante, en el vino y la flor,
no supo contenerse en mi mirada.
Ay, el dolor que me dejó.

V

Paseo la mirada por el estanque,
como un pez dorado lo recorro.

VI

En el té de jazmín
dejo mis ojos.
En el tazón que humea
y se apacigua
dejo mis ojos de mañana.
En el aroma de ayer
que tiene un sorbo,
en la porcelana de los días festivos
dejo absortos mis ojos.

VII

Entre mariposas
y sauces bien nacidos se desliza:
hoja desprendida en el estanque,
y es el agua una tibia limadura

VIII

Olor de insectos es el pozo,
tan sólo dije ah...
y la humedad arrebató mi voz.

IX

En la terraza
las aves duermen
cubiertas con suaves lienzos.
Mi soledad es una pequeña ciudad sitiada.

X

Nada se agita en este verde prado.
Ni la melancolía por el guerrero más audaz,
ni la precisión de Li Jua
en su lenta gimnasia.
Su cuerpo,
una estatuilla,
un dios sin pretensiones.
Inicia un solo movimiento
tapando la luna con la mano.
Mansión de mármol es la luna.
La otra mano se une
acariciando la esfera,
jade blanco en sus largas uñas.
Una pierna se contrae,
lenta pesquiza,
sus brazos se prolongan
en languidez de pesos desiguales.
Un violento virar
desde su planta lo sacude
pero no altera el ritmo
del paisaje.

XI

Toma la voz del grillo
que durmió el verano en mis solapas.

XII

Escribo a Chan Min Shu
un poema de despedida.
Pekín está cubierto de nieve,
ella pinta perdices,
las perdices escriben en la nieve.

XIII

Interrupieron mi labor
mínimos matices
modificando el tedio.
Desde mi regazo
las cuentas se dispersaron,
rodaron hasta la ofrenda última del día:
de inciensos y oraciones
cubro su partida,
se torne seda la muralla
a su paso,
notas de dulzaina
su regreso.

XIV

Anticipo mis pasos
al canto de las primeras aves,
un rumor se agranda
en el envés de las hojas
y en el trajín de los insectos.
Al amanecer,
el puente de piedra indaga
sobre viejos exilios
y mi alma deja de ser un filamento.

XV

Ceremonia al despertar el año.
Ruido de cigarras prisioneras
anuncia los pasos del que viene.
De estandartes y signos precedido,
precedido también de sacerdotes y letrados,
capitanes bajo la púrpura del palio.
En ese prisma del tiempo,
en esa furia
marcada de batallas,
su figura se mueve
con el paso suntuoso
de un pavorreal a punto de iniciar la danza:
Tsao-Tsao, general y señor de las cosechas
y el buen vino.


Voz escanciada

 

Sin misericordia
he hurgado la conciencia del alba.
Nada ha quedado ya.
Absolución y sentencia
son ahora
un ojo muerto
en su misión más clara.
La fatiga de Dios
está dispuesta a lo ancho de los caminos.
Pero otra celda en la que vi mi cuerpo,
otra voz asidero del sueño,
dispersaron el último impulso de sosiego.
Días para confirmar nuestra indigencia amorosa.
Tribulaciones
en donde brotan
las flores de la disipación.

Tu cuerpo, incauto amor,
tus huellas apenas se marcaban...

Las blandas hojas
propiciaron tu marcha.
Los juegos quedaron pendientes bajo la higuera
y la caricia de la siesta
dobló su fronda.

Desventurado el juego
que deslinda tu mano de la cabalgadura.
Era el jadear de los perros
la soledad de nuestro parentesco,
la última visión
de la viudez temprana
en el único sitio vulnerable:
el quicio de la puerta.

A tu paso
se desvanecen
los últimos humores de la tierra.
El paisaje respira inalterable.
Se repiten caseríos y plazas
en la profusión de tus oficios:
espantador de aves,
pastor de los ganados,
escanciador del vino.
Y en parajes sombríos
tuviste que guarecerte
de nuestra propia delincuencia.

Ay, la tierra que labramos juntos...
La más fiel de sus guirnaldas
perecerá bajo mareas ajenas.

Los suburbios del aire
hacen su convite.
Alimañas se nutren en el estanque.
Pequeños cascos
cimentaron tu bautisterio en la desolación.

Sean tus ojos
la única sedición de mansedumbre,
melancolía que se liquida en ámbar
como la cicatriz de un amuleto.

Violenta tu silenciosa travesía,
tan violenta a veces
que tuviste que trastocar
el vicio del recuerdo.

Se diluye tu arrebato
concebido una noche de fuegos artificiales
Se hinca el viento
con más fuerza
la arena se precipita
en la pendiente
y en la tregua
la ventisca es más benigna que tu llanto.

Errante, vuelvas
para escanciar el vino,
porque al dejar la casa
te llevaste, entre tus males,
mi vecindad dormida.

Sobre mi piel
se vuelca el zureo de las palomas.
Ah, liturgia que fluye
y anida en mí como un pez mancebo.

Una cigarra enciende
su halo corrosivo
y mi liviandad
polvo de sol
abre sus alas.

Entremuere la luz
sobre las arcas de los despojados,
las salomas del vino
traspasan las alianzas.
Innoble asunto nos iguala:
estampas de cara al tiempo
en el pavor de la conciencia,
dos confesos que naufragan
en una ciega hopalanda.
Qué herrumbrosa heredad se ha derramado
sobre el filo cobrizo y sin aliento.
Al amanecer
el día ha pasado por el ojo de la aguja.

Desaliñados juncos
tutelan mi desesperanza.
Se oyen a todas horas
las controvertidas aguas anunciándose,
evaporándose en la noche,
llaman a tempestad,
recogen sus faldines
y escalan la primera colina.
Se vuelven de sal los tulipanes,
las puertas de la perseverancia,
los mensajeros que llevan la concordia.

Las manos del orfebre se abren.
El barro no se amolda más.
Los escurridizos abonan sus deberes,
han tomado en asolamiento los espejos,
se disputan las casas de nadie,
las horas de nadie.
El enterrador
flagela las tumbas,
aclara el juego de la memoria incierta.

El agua es esa luz que se aniquila
y avanza en el desierto
y nos confunde.
Si fuera el tiempo la medida,
mi cuerpo se volvería una larva
en la vegetación.

Andas, andas a tientas,
bajo el blindaje de tus párpados.
Lejos de las montañas
de faldas menguadas,
lejos de los balcones
y el azoro con su forma de uña desnuda.
Andas
desandas la doble querella del infierno,
cavas el pedestal y la sentencia
en tus ojos.

Y mis ojos, únicos continentes del deseo,
pequeñas cicatrices,
corolas de sombra.

Ojos que en la vigilia y en el sueño
destituyen castas.
Una sola vez
suplicaron en el vacío
y las súplicas fueron contusiones al espíritu.
Cuencos de la vejez
en los desprendimientos sucesivos.
¿En dónde si no en la purificación de las imágenes
se corrompe el recuerdo?
Ojos dispuestos a la contemplación.
Asediados van
junto a la tropelía de las bestias,
alejan su raíz
de nuevo errantes.
Y sólo han de volver
en su alucinación.

Los cauces de los ríos se vuelcan.
Sus aguas toman bajo custodia
arcos abandonados,
armas enmohecidas,
aleros con su vanidad perezosa.
Han anegado las despensas,
la intimidad de la cofradía y sus insectos.

Los caminos son una sola mancha:
altavoces estrangulados,
roedores navegan
con los dientes crecidos,
huesos afloran y contaminan el retiro.
El escándalo permanece en el trasiego,
la plaza se adoquina de caracoles
y en un pescante duerme una lubina.

¿Qué sueño errabundo ha de volver?
Las migas del regreso
se disuelven en el mar.

Desde la gran pupila,
ventana para orientar al vértigo,
emerge la nostalgia abisal,
muerte de todo tiempo,
voz escanciada,
levitación marina:

Hermano, ausente mío,
¿con qué designación nombrar el duelo?

 


Al borde del camino de Li Tai Po

 

Bajo un árbol
el vino y mi corazón
se han embriagado uno del otro
y canto.


Perdiz

 

Arco en la nieve
la perdiz abre sus alas
blancas sólo en invierno,
entonces
sueña que se aleja y resplandece.


Ascenso a San Cristóbal

 

Desde la montaña
contemplo a Navencháuc
como una aldea china
donde el agua duerme
como un ojo.


Dispersión

 

Forma de sabueso
tiene el origen de las dispersiones.
Quise borrar su huella
y me siguió
en la brecha
en la huida.
Permaneció en el iris de mis ojos
y recorrió mis vetas más exhaustas.


El regreso

 

Supe de mi regreso
desenvolviendo nombres y señales
asignando regalos a la curiosidad.
Reproduje las voces anteriores,
traté de restaurar la imagen extraviada
y se desvaneció en el lienzo
sin matices.
Y me sentí más grande que el olvido.


Breve fundamento para una ciudad

 

Amanecimos
con la mirada abierta
contra el viento.
Trazamos un haz de luz
desde el centro de nuestros ojos
hacia el valle.
Amantes contemplamos el paraíso
desde la bóveda donde trasiegan
espíritus como insectos.
Me arrullas
me colmas de adornos y agasajos,
me instas a fundar una ciudad
y a compartir la generosidad de nuestras tierras.
Apresuras mis pasos entre los sacabastos
de altos penachos ondeando al sol,
nos escabullimos de la mirada de los negros
que danzan con la marimba
haciendo agua su boca
haciendo agua su pie.
Tomas mis manos
y depositas tu camisa de verano
te plantas en el remanso
de los ríos que se juntan
en cuyo centro albean pequeñas piedras
que vienen a chocar en mi vientre.

Este es el sitio.
Este es el lugar.

Cien años después amanece y las fachadas se
descubren
como mujeres que han pasado la noche en su sitio.


Frío destello

 

Valgan de ti calladas actitudes
valgan de mí tantas palabras.
Que te conmueva un hermano pequeño
inexistente
o el germen que perdí
en la blanca displicencia de hospital
o el hijo que te ignora.

Revolotean las frustradas parturientas
que en una gravidez vergonzante
me acorralan
blanco frío destello
y descendimos
atropellada lentitud
niñas
jóvenes
y de madurez marchitas
todas uniformadas
sin peso en el vientre carcomido
y con la decisión de ser infieles madres
mujeres al fin
en otra dimensión.


Imagen y semejanza

 

El bien sea dado.
El mal no resucite.
Señora de la sentencia del ser,
es tu reino el que recorro
como el más humilde peregrino,
con la fe como báculo
y el azoro como único alimento.
Tu vía láctea se ensancha
cubierta de cercenaduras de estrellas
y el santuario aguarda únicamente tu determinación.
Mi esperanza se funda
en el entendimiento
de nuestra alcurnia y degradación
de nuestra virtud y nuestro vicio
de nuestro placer y atadura
de nuestra generosidad y rapiña.
¿A quién amamos?
Espejo de las miserias, di,
espejo de la virtud,
explica.
Ya las cosechas no se pierden a nuestro paso
ni altar se erige sobre nuestro vientre.
Una es nuestra mano.
Una es la mano de la alianza,
una la que conduce los primeros pasos
de la progenie,
una la mano que se crispa
ante la esterilidad,
una la que rechaza la unión
la misma que arranca la constelación de la matriz
y la que recibe el astro de nuestro vientre.
No hay a quien culpar no hay a quien agradecer.
Mujeres somos
desde el inicio de la gestación
hasta más allá de la vida y de la muerte
marcada o trunca en la estela de la descendencia.
Mujer también la que acompaña nuestros pasos
y exige el agua del deseo
el agua de la purificación
el agua de la inmundicia.
No sólo para incendiar la nave hemos nacido:
para tripular embarcaciones
que naufragarán con nuestra sola presencia,
para detener las furias del mar
con el pubis descubierto y salobre
como un mascarón de proa ante la tormenta.
Cese el canto de las sirenas,
llanto de mujeres
que se acostaron con ángeles del infierno.
Y no entre la nostalgia heredada
en nuestro lecho.
Nuestro lecho sea de paz
o de grandes batallas de placer,
nuestro lecho sea de soledad elegida.
El humo del sacrificio asciende
cuando la ofrenda es un animal enfermo
o el hijo más amado:
las prostitutas y las vírgenes
las madres o las yermas
las solas y las ayuntadas entre sí
las parejas fornicando
y los pequeños animales
domésticos que no quisimos ser.
Paraíso perdido
isla encantada
tierra de promisión
de tu entraña surge el volcán
que ha de sepultarnos.
Apartemos los vestigios
de todos los templos
mientras la luna se revierte
en el espejo de nuestro universo múltiple.

La manzana es de piedra
y latente está la semilla de la sierpe
que no ha de devorarse a sí misma.


Vitosha*

 

Río de piedras

a Jaime Sabines

Hace millones de años
estuve allí,
cuando la montaña erguía su placidez
estuve allí,
cuando en su vientre se gestaba un gigante
estuve allí,
cuando se iniciaron los furores de su parto,
y el cráter, como una pelvis dilatada volcó su cauce,
estuve allí.
Sentí la fortaleza en el dolor
y el placer inmenso
al tiempo que bullía la cauda de piedras.
Desde hace siglos
brotan de nuestros ojos de madre
vertientes de agua fresca y rumorosa
que pulen las piedras inmensas.
Vítosha*
—río de piedras permanentemente detenido—
testigo del paso del gigante.


* Vitosha: testigo geológico, montaña a cuyas faldas está la ciudad de Sofía, Bulgaria.

Río Tulijá

 

En medio de la selva
arrastra un pavorreal
su cola de agua
en saltos sucesivos
ondula espuma
y estremece al sol
multiplicados ojos
azul
verde
agua
azul
acaudalando el paso.


Casa abierta

 

a Roger Brindis

En las caballerizas las bestias jadean
han traído los beneficios de la huerta:
el aroma de racimos recién cortados
invade el patio...
En el jardín merodean
los pavones, los pijijis, los alcaravanes
entre el almendro, el tamarid, las rosas...
Pies descalzos prodigan su frescura en los corredores.
En la mesa se extienden frutos habituales,
todo es festinado en el quehacer o en la holganza.
Cada mañana
las puertas se abren de par en par,
en el zaguán hallan reposo el loco y el mendigo,
y los viajeros, sin traspasar cerrojos,
se cobijan del sol a mediodía.


Hacienda de San Agustín

 

El claustro derruido.
Oro cae sobre la casa grande
en rayos de luz
o entre mis manos polvo.
En las espigas un niño se confunde
por el color de heno de su pelo.
Agitación entre quienes lo buscan:
Eres mi hijo, padre,
mi niño hallado en el templo.


Piscis

 

Padre, tus pies,
peces ornados con sandalias,
se deslizan cautelosos
en el mar oscuro.
Esa profundidad que todo lo contiene
eres tú mismo.
Buscas tu sitio,
mar de los sargazos,
para depositar tu vida que se apaga.
Somos el cardumen que te sigue
en la corriente que acostumbraste
con sabiduría a la ceguera.
Creemos que todo ha cambiado
desde que no nos miras
y mar adentro de ti somos los mismos
tres niños que sujetos a tu ropa
se estremecen
mientras fluye
el tiempo de agua
holgado en tu camisa.


Ciudad interior

Fragmentos


Sólo una flama palpita como deseo escondido. Es la ora­ción del sastre que cae como aguja en la tarima del ter­ciopelo nocturno. Ahí donde se alzan de día los cuerpos desnudos esperando el entallado de sus ropas.

* * *

La ciudad ve partir a sus exarcas a países remotos, como la certidumbre de su cometido. Después de que el último peregrino recibe la sombra en su cuerpo, como un vaso olvidado, cierra sus puertas.

La ciudad vuela cuando el desierto enfría. Su muralla es el canto de una moneda que se acerca al ojo del Gran Coleccionista.

Lanzada al cofre de sombra como una parábola, en­calla en mar ajeno.

Ojos que dormían se abren y no recuerdan un ocaso sin mar. Alaban y vuelven a cerrarse avecindados en su revelación.

***
Ah, ciudad que viaja para desconcierto de las caravanas. Ninguna cartografía señala su espesor de tejo sobre el polvo.

* * *

La ciudad contra el cielo avanza y deja tras de sí sus ce­menterios, ahuyenta bandadas de perdices. En los ojos de las aves nocturnas, el llanto de sus hijos extraviados. En la cancelación del duelo, su errancia interminable.


Ciudad prohibida

Fragmentos

 

No sé cuál es ahora el nombre de los hijos que parí. En mi memoria sólo el vértigo de arrullarte. Sol en mis pechos.

Aún guardas mis prendas exquisistas en percheros de blancas astas —ciervos de tu primera cacería—

De mi vida anterior
sólo recuerdo cuando mi arado tropezó
con la piedra ritual que veneré estremecida.

Premonición.
Cambiaron mis humildes faenas
por la tarea de ser tu ama de cría.

* * *

Las mujeres más jóvenes
las mujeres más viejas
no tienen tu sabiduría
ni tu elixir.
Unas perfuman mi lecho.
otras perfumarán mi féretro.
Tú, en cambio, llenas galerías.
Conmigo resplandeces
cuando me aplico en las artes marciales,
cuando estudio las leyes divinas,
cuando alzo mi copa y escucho canciones
de amor profano.

* * *

Nodriza enloquecida
que ha perdido su crianza.
Varón que no parí
pero durmió en mi seno
hasta la pubertad.
Llevo el destierro
hundido en mis costados.
Hoy nadie creería
al verme una mendiga
que amamanté al joven príncipe
como a un cervatillo.

***

Voy traspiés, dando traspiés
alrededor de la ciudad prohibida.
Mientras tú, en el último balcón,
lloras también por mí.
Sé que tus lágrimas se habrán secado
antes de que traspase
la puerta del tambor batiente.
Que mi exilio de ti
que tu exilio de mí
es definitivo.
Olvidé mis caminos más viejos,
no hay rencor.
Repaso en mi mente las cartografías
con que te ilustraban los sabios
en busca de un lugar que me dé sombra


Ciudad exterior

Fragmentos

 

La seda púrpura bajo el palio
bulle con el viento:
y yo me esparzo como la ceniza por ti.

***

Como la barba y el pelo
de los jinetes a galope
así se doblegan
copas de arbustos
penachos de palma
sirgos de pastizales
abrasados por el simún.

***

Montañas separadas como jibas
custodian al río Perfumado.

La ciudad es un sello
al pie del paisaje.

En el embarcadero un coro de ciegos:
cauces son sus bocas.

De las cuevas de imágenes sagradas
emanan los fieles.

Así fluye el canto de los mendigos.