Material de Lectura

Aurora Reyes



Selección y nota introductoria de Roberto López Moreno



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Nota introductoria

La de Aurora Reyes es una poesía compuesta con base en tres vertientes poderosas: un lirismo que en un momento dado se desprende de las aflicciones del yo para convertirse (segunda vertiente) en una actitud política, en una preocupación por el hombre colectivo en el reclamo legítimo de equidades sociales y un horario dignamente cumplido.

La tercera vertiente se encuentra en la retoma de simbologías y motivos precolombinos integrados con maestría a las leyes verbales de nuestro tiempo. Los viejos mitos, las antiguas lecturas del cosmos, despiertan hacia una renovada metáfora para integrar una obra tan peculiar que hizo decir en algún momento al poeta colombiano Germán Pardo García: "Aurora Reyes es la poetisa contemporánea de la América India".

En su antología Poetisas mexicanas del siglo XX, editada por la UNAM, Héctor Valdez señala: "Los años cuarentas constituyen la verdadera eclosión de la poesía femenina; surge un grupo compacto de poetisas que llega a nuestros días con una labor ininterrumpida y que poseen, además, un acento propio. Pertenecen a la misma generación de los escritores reunidos en torno a dos revistas fundamentales: Taller y Tierra Nueva, quienes continúan por nuevos rumbos la tradición poética de México".

Acto seguido, el investigador proporciona una lista de las poetisas consideradas dentro de esta eclosión y da los nombres de Guadalupe Amor, Rosario Castellanos, Dolores Castro, Emma Godoy, Margarita Paz Paredes y Aurora Reyes. "Estas dos últimas —nos dice el antologador— harán de la poesía una bandera revolucionaria en el sentido político."

Aurora Reyes nació el 9 de septiembre de 1908 en Hidalgo del Parral, Chihuahua. Desde muy temprana edad tuvo que abandonar su lugar de origen y enfrentarse con los más descarnados cuadros de miseria en la Ciudad de México. Esta historia se inicia en el momento en el que su abuelo, el general Bernardo Reyes, cae acribillado frente al Palacio Nacional con lo que da principio la llamada "Decena Trágica".

A raíz de estos acontecimientos se desata una persecución a muerte contra los descendientes cercanos del general que tuvieran cargo militar. El capitán León Reyes, padre de Aurora, tiene entonces que pasar a la clandestinidad mientras su familia viaja a la capital del país y se instala en uno de los barrios más pobres en aquel entonces, "La Lagunilla". La madre se dedica a hacer quesadillas que la niña (sobrina de don Alfonso Reyes) vende entre la gente más humilde. Ésa fue la primera visión que tuvo de su pueblo.

Ya adolescente ingresa a la Escuela Nacional Pre-paratoria; ahí, junto con Frida Kahlo, conoce a Diego Rivera con el que va a sostener una amistad que la convierte finalmente en la primera muralista mexicana, una amistad que sólo terminará con la muerte de Diego en 1957.

En 1947 edita el poemario Hombre de México y en 1953 entrega a la luz pública Humanos paisajes, del que Carlos Pellicer solía decir: "con este libro Aurora Reyes se coloca en un sitio privilegiado dentro de los poetas modernos".

¿Cuáles son las fuentes literarias de Aurora Reyes, cofundadora de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios? Su estrecha amistad con Eulalia Guzmán la llevó al conocimiento de los textos mexicanos. Conocía los muchos puntos de vista con polémicas que estos trabajos provocaban en un México que habían sido abordadas las traducciones del náhuatl, lo que la hacía formar parte de —y en— las polémicas que estos trabajos provocaban en un México por esas fechas en plena ebullición de las corrientes nacionalistas.

En ese renglón, sus lecturas iban desde los poemas de Tecayehuatzin, hasta las obras de investigadores extranjeros, desentrañadores de la vida de los antiguos mexicanos, estudiosos como Soustelle y Vaillant, Séjourné y Katz pasando por los muchos textos de nacionales contemporáneos.

En el hemisferio complementario de su obra, Aurora Reyes fue una minuciosa lectora de los poetas españoles de la "Generación del 27"; es dueña de un manejo del epíteto que la emparienta con la poesía surrealista y vive con emoción la epopeya de los fundadores de esta corriente. En referencia a nombres concretos de nuestro acervo, algo tiene de Othón, algo de López Velarde. De Othón, en la lírica descripción del desierto; de López Velarde, en un tipo de versificación en el que el verso libre de pronto es sorprendido por líneas consonantadas (a veces asonantadas), de carácter aparentemente fácil, pero que ayuda eficazmente (en estos dos casos: A. R. y R. L. V.) a la polirritmia del poema. Está también la presencia latinoamericana de Porfirio Barba Jacob, "¡Acuarimántima Poeta!"

Con estos elementos describe como nadie su entorno humano y geográfico. En su poesía crece la fundamentalidad del paisaje. La palabra avanza, el paisaje triunfa hacia todos los puntos cardinales del poema para que en él y desde él habite el hombre su dual condición: raíz y astro.

Así es como llega a "La máscara desnuda", un poema primordial de la literatura mexicana, que requiere un estudio profundo que hasta la fecha no se ha realizado. Entre los poemas de gran aliento escritos en México, como "El Tajín", merece destacado sitio "La máscara desnuda" (Danza mexicana en cinco tiempos), poema con el tema-eje de la muerte, labrado con el pedernal y la obsidiana de una versificación principalmente alejandrino-endecasílaba que se rompe en el "Brindis intermedio" de estrictas diez sílabas por verso para acentuar el efecto —por el contraste— de una danza de muerte a huéhuetl y teponaztli plenos. "La máscara desnuda" es un imponente mural poético.

Aurora Reyes murió el 26 de abril de 1985 en la Ciudad de México. Sus cenizas descansan al pie de una magnolia que sembró en su casa de Coyoacán, calle de Xochicaltitla. En el tronco del árbol está pegada una placa de metal en donde se reproducen unos sencillos versos que ella escribió a la flor. Y como la poesía es magia, cuenta la leyenda que cada aniversario de su muerte, sus amigos, reunidos en torno del árbol, contemplan cómo en la altura se abre, "blanca y luminosa", una esplendorosa magnolia.


Roberto López Moreno

 

Magnolia
 
Hoy, blanca y luminosa,
naciste Yololxóchitl:
magna flor de las flores.
La luna es tu diadema cuajada de diamantes.
Hoy, blanca y luminosa,
naciste, Yololxóchitl.

Recóndita espiral
 

Aérea faz de roca construida,
suspendida en la noche de la infancia.
Recuerdas idolátricos perfiles
de inarmónica danza.

¿Eres diáfana sombra o luz caída,
anticipada muerte o rescatada,
perímetro de ausencia o invadida
forma de realidad acumulada?

Entre muros de angustia vacilante
y estatuas calcinadas
húndese el horizonte de mi frente
en colérica sal desparramada.
¿Cuál fragmento de espejo
se quedó con mi cara?
El sueño gira lenta, lentamente,
repitiendo sin voz una palabra:

Espiral, espiral,
flor infinita...
¡Cuántas estrellas desprendidas,
cuántas!
No interrogues al cardo,
no te asomes al río,
no llames al secreto.

¿Has oído cantar la tierra húmeda
bajo tu corazón?
¿Has visto la tormenta crecer y hacerse múltiple
en las alas del árbol?
¿Has palpado el amor en el recóndito
ruiseñor de los huesos?

Mira subir la lluvia por los tallos
y retornar al cielo.
Elévate en los pétalos azules,
en las trémulas manos de las hojas,
en la cifra total de los sentidos.
La ascensión te reclama las raíces,
la sombra, la garganta, los cabellos.
¡Líbrate, rompe todo, desángrate, agoniza!
pero que no te ciña el pensamiento.

Los corales del tacto, los corales.
Los caminos del viento...

Una sola palabra de tus ojos
despertará la muerte que perdió tu mirada,
la muerte que circunda tu contorno de niebla,
la que habita detrás de cada párpado
en las cuencas de todas las preguntas
que anidaron las fieras subterráneas.

Crece, silencio. Crece con los barcos,
con el fuego y el mar y la distancia;
trasciende los lamentos impotentes
de las últimas playas.
Crece el cielo más alto
del amor, sin sonrisa,
sin rostro, sin espejo,
sin arena, sin agua...


Madre nuestra La Tierra

A ti, Coatlicue, Madre ominipresente;

principio y fin de todo ser terrenal.

Cuando dormías, Madre
—elásticas hamacas mecidas por el tiempo—,
halo de niebla apenas
en la blanca serpiente de tu órbita,
un diamante de labio transparente
cristalizó la sombra de tu cuerpo.

Tu corazón fue líquida mirada,
juventud sideral enamorada.
En tu vientre, la rosa giratoria congregando
vertientes,
igniscentes anillos, vorágines en danza;
caos elementales de esférica alegría...

Y tu piel invisible se fue haciendo manzana

Primavera terrestre en los cielos nupciales:
manto de aérea nube, satélite de plata,
lenta falda de víboras sedientas,
germinal atributo de oscuras dinastías
entrelazando génesis mortales.

Aprendiste en silencio el secreto profundo;
los varones del sol te lo dijeron
luz a luz, rayo a rayo, en las entrañas.

Fueron en ti las duras raíces de las piedras,
las estaciones broncas, las causas vegetales,
metrópolis enhiestas de verde muchedumbre,
litorales de sílabas cautivas
en los ojos de luces minerales.
Amaneceres, muertes, nacimientos.
Borbotaron fecundos manantiales
al áspero pezón de la montaña
y juntaste en el cuenco de la mano
los mares verticales de tus lágrimas.

Un día primordial edificaste
la arquitectura grácil del poema
—¡almendra del anhelo!—
y el Hombre fulguró en la superficie
del frutal paraíso de tu sueño;
en la espina y la roca conmovida,
en el ala tendida del relámpago,
en la cuna solar de las crisálidas,
en el vértigo vivo del océano.

Le llamaste con todos los nombres de los seres:
pétalo rojo, sorprendido insecto,
fosforescente fiera del corazón del monte
y pájaros y peces de dorada centella.

Horas de soledad y fantasía
ensayando contornos, volúmenes, colores,
en el fruto esperado de la siembra:
¿Cómo será el delirio como espuma?
¿Y la mano del viento como ola?
¿Y la noche en el ojo de la estrella?

El amor con los dedos del silencio
construía la tela de tus cielos...
Apareció la imagen bajo perfil humano:
¡Niebla y polvo cayeron en su mínimo espejo!

Surgió para decir las formas nuevas
que no alcanza tu mano de inocencia,
para viajar tus signos infinitos,
multiplicar por dos tu pensamiento,
escuchar tu canción en su palabra
y poder abrazar tu propio pecho
cuando en ti se desnudan los amantes.

Y abarcar tu destino, poseído
en la suma total de las presencias:
amar tu amor en el espacio abierto,
en el fondo marino de la sangre,
en el barro que anuda las distancias,
en la perla de sal que nos dejaste;
repetir tu latido en la tiniebla
de la frente quebrada del cadáver.

Ahora estás mirándote en mí misma
como el eco insondable del espejo:

Inmensurable Madre,
sembradora,
pasión desesperada,
hacedora implacable,
grano a grano preñada,
gigante paridora.
Cosechera,
mandíbula feroz,
ávida espiga,
grávida golosa,
volcánica, tenaz,
Diosa legítima,
Coatlicue sin quietud,
¡Devoradora!

Madre nuestra La Tierra
que fluyes en el poro de todo lo viviente,
reflejas tu emoción en los plurales,
caminas desde el centro de lo Uno,
prologas el hechizo de los números pares;
que rondas en el paso y la caída,
respiras en el hueco sonoro de la noche,
sonríes en el astro de fuegos tutelares
y en los trémulos cauces del verbo de la leche.

Mueren las extensiones en tus brazos,
de ti nacen honduras y pilares;
¡Qué sabor de granada turbulenta!
¡Qué perfume colérico de sangre!
Eres punto y esfera, muslos de agua,
nido y fosa y atmósfera radiante,
y todas las palabras y los niños
y los gajos de todas las naranjas.

Gravitas en los cálices ocultos,
en la rama calcárea de mis huesos,
en mi vientre de sombra sacudida,
en la memoria de algo
que de ti se desprende y conmigo comienza.

Turba mis continentes tu frescura entrañable
transitada del río callado del misterio,
húmeda de esqueletos y yerba derretida,
devastados veranos y pétreos yacimientos.
¡Tierra de sumergido paraíso
en donde no hay lugar para el destierro!

Ante los horizontes del abismo
en que vierte universos lo perpetuo,
interrogo a la luna de mi muerte:
¿Cómo será la luz como semilla?
¿Y la raíz profunda como vuelo?
¿Y el pacto del silencio y el silencio?
Cuando tomo en mis manos un puñado de tierra
y resbalan sombríos planetas por mi tacto,
me ahoga una ternura dolorosa de niebla,
derrúmbanse los arcos de mi nombre
y ruedo hasta los últimos paisajes
de la tierra que sube por mis labios.


 

A veces hago un viaje
 
Ciego pie de tiniebla, vacilante,
avanza en el desierto de mi pecho.
Seguramente es el infierno.

Aquí dentro, convulso,
desbordando metales por mis ojos abiertos,
levantando mareas de veneno,
girando mariposas de cal y de ceniza;
frías caricias lentas estrellando mis huesos.

No sé si será el grito anudado al origen
que ha crecido gigante y le ha trascendido,
no sé si aquella niña en asombro que llevo
o una fotografía de lo que nunca he sido.

El ángel de la ausencia preside la agonía.

Tal vez sean los árboles que viven en mi sangre
o colores inéditos,
o voces que no quieren apagarse conmigo.

Si hubiera luz, ascendería.

Mano de sombra danza por mi frente
más allá de la sed y del sueño.
Me protege un paisaje de pájaros inmóviles.
Si supiera tu nombre... ¡te llamaría silencio!

Cruzan desnudos ríos inconcretos,
pasos de arena fina, sal quebrada.
Me protege una cifra solitaria y geométrica.
Si mirara tu rostro... ¡te llamaría distancia!

Seguramente esto es el infierno:
en muda dimensión desconocida
una sombra cayendo en pozo negro.

Si pudiera decir palabra limpia
de amor o de miseria, de olvido o de recuerdo.
Si pudiera sentir sobre mis párpados
mirada pura, voz indudable, firme transparencia,
sobre mi sien amarga...

¡Qué ala tendería!

Y pronunciar tu nombre impronunciable,
circundar tu inasible firmamento.
Imagen desolada del abismo,
sólo soy una forma sin espejo.

 

Danza en la playa
 
Yo seré la sirena de barro:
una cinta de niebla en las piernas,
una estrella de mar en la mano.

Tú serás arcoíris de luna:
un camino de siete cristales
en la luz de una curva desnuda.

De tu amor he de ser caracol.
En mi casa girando la rosa,
el retorno girando en tu voz.

Tú serás una danza inocente
deslizando medusas de sueño
en la playa de pálida frente.

Yo seré aquella nube callada:
mis cabellos azules de cielo,
mis pupilas caminos del agua.

Tú serás una noche de negro:
terciopelo caliente los brazos,
constelada de peces los senos.

Yo seré la canción olvidada
levantando espirales blancuras
en revuelo de líquidas alas.

Tú serás una barca de espejos
en un viaje de lunas quebradas
hasta el último azul del silencio.

Yo seré caballito marino:
a galope, galope las olas,
a galope tendido el abismo.

Tú serás un lucero diamante:
en el agua tus labios azules,
una flor de infinito en el aire.

Estudios en otoño
 

Piña,
coronada esmeralda.
¡Clara niña!

Manzana,
rosa-mujer-color.
Pulpa caliente de misterio y amor.

Tejocote de miel.
Amigo rural.
Pecas en la piel.

Fresas, coral camino.
Adolescentes labios del valle
tendidos al rocío.

Naranja,
risa de oro,
en cada poro un sol te danza.

Dulce tiniebla.
Negro zapote.
Labio de crema.

Lima,
verde mujer.
Los varones del viento tienen sed.

Durazno,
terciopelo dormido;
frente, caricia, olvido.

Tuna,
arquitectura de la soledad.
El desierto te dijo la verdad.

Guanábana:
rostro indígena,
carne mágica.

Membrillo, amor escolar.
Saliva dulce, sueño amarillo...
¡Para llorar!

Ciruela,
señorita que se licúa bajo la piel
cuando el aire la roza sin querer.

Higo, jardín interior.
Iris maduro
sin perfume, sin lágrima, sin flor.

Vestido colorado, ojitos negros:
la risueña pitaya.
Muchachita de pueblo.

Cereza:
noche redonda.
Honda mirada de tristeza.

Uva, tierno cristal.
Penumbra. En luz y en sombra
tus ojos dicen el mar.

Estrella granada.
Vientre de rubíes.
Tierra enamorada.

Coco, cerrado caracol.
Un viejo rostro ríe
al agua niña que mece tu interior.

Guayaba,
dama pálida.
Desesperado aroma de cantárida.

Plátano: adámico racimo, paraíso integral,
diversidad del fruto
del bien y del mal.

Pingüicas ¡alegría!
Niñas en recreo:
bailan, ríen, brincan.

Melón,
Fruto de luz, metal
en manos del sol.

Amigo de la infancia: tamarindo,
desde el árbol paterno
dicen adiós tus dedos amarillos.

¡Quince años! Pomarrosa,
fruta o flor.
No importa clima ni color.

Papaya,
hembra de las cavernas,
indefensa, sin brazos y sin piernas.

¡Capulines, capulines!
Entre el verde cuchillo de las hojas
brillan negras pupilas aborígenes.

Nuez,
laberinto de sed,
encerrado infinito que gira al revés.

Pera,
leal construcción:
negra rama, aéreo corazón.

Verde campo abierto.
Sangre a mediodía;
muere, resucita la sandía.

Mamey: tono profundo,
labio maduro,
carne del mundo.

Jícama: "chata de agua";
un vientre de piñata —cacahuates y cañas—
te dio nombre y presencia de fruta mexicana.

Mango: grito azarcón al aire azul.
Corazón esencial.
Trópico varón.

Pitahaya: materia de la niebla.
Hidra, sueño. País de rosa y gris.
¡Acuarimántima! Poeta...


La palabra inmóvil
 
Amor, fuera olvidarte como perder los ojos,
cegar frente a los verdes más claros de la vida,
caer en el invierno con un sueño encerrado
sepultando los brotes de la flor del prodigio.

Desconocer las formas que anidaron el tacto,
ignorar la sonrisa que prepara la aurora
en los húmedos labios terrenales;
no haber sentido nunca ese punto celeste
en el que culminaron los pasos de la sangre.

Amor, fuera olvidarte como abrazar un río desde su
nacimiento,
y sólo rescatar para la muerte una frente de polvo,
una carta perdida o el cadáver de un árbol.

En el pecho inocente del amor cabe todo:
ángeles y demonios, rosas y lejanías,
resurrecciones tristes y el crimen y el milagro.

Todo cabe en su hondura,
menos esa palabra de sueño sin columnas,
—desierto sin arenas, mar sin agua—
palabra inmóvil de vacía muerte:
ni ausencia, ni dolor, ni abismo...¡nada!

El olvido, amor mío, es palabra maldita,
que retorna a lo informe, al origen de sombra,
disolviendo la huella de la luz traicionada.

¿Cómo olvidar el aire y el agua de tu nombre?
¿Cómo olvidar la tierra y el fuego de tus manos
y el rostro de la piedra de tu rostro?

No importa la presencia, la soledad no importa,
ni los arcos de niebla que crucé por hallarte.
Amor, el victorioso latido de tu esencia
desde lo más profundo de mi ser se levanta.

 


 


Estancias en el desierto

I Estancia del primer infinito

II Presencia de la mañana
III Mediodía desnudo
IV Dinámica del agua ausente
V Tormenta del polvo
VI Parábola de la fatiga
VII Estancia del olvido
VIII Arquitectura de la luna
IX Retorno al desierto humano

A mi primera patria de infinito,
en el Norte de México.

Desiertos de Chihuahua


I

Estancia del primer infinito

Ardiente, nueva luz abre mis ojos.
Renace adulta la infantil mirada.
Crecen los ecos tu poblada ausencia,
presente y encendida en la distancia.

A la espalda del cielo se desnudan las sombras.
Brota su lirio el día.
Huérfana sonrisa camina sobre el alba.

Hay una casa gris,
una carreta,
una última calle de ceniza.

Escucho cómo el sueño desliza su silencio.
Ya siento las corrientes de sed hasta mis huesos.

Con impiadoso amor me reconstruyes
en tu mano de sal deshabitada.
La negra voz del infinito rueda
una curva de piedra detenida.

II

Presencia de la mañana

Roza el torso del viento epidermis de arena;
ondula, danza, gira,
modela en carne viva océanos de naufragio,
abanica cristales,
juega suspenso vórtice en el aire.

Adolescente sol
levanta —a luz y sombra— mirada panorámica,
ciudad esbelta transparente de azules,
anchas flores dormidas,
ciegas estatuas olvidadas.

Pausa lenta:
la mañana, vencida, se derrama.

III

Mediodía desnudo

Hunde el rayo su filo
hasta el origen mismo del diamante,
sus aristas encienden un rumor fugitivo,
tábanos de fuego crepitan la sangre.

¡Indefenso gigante!
Multiplica el espejo tu lamento.
¡Ángel horizontal y desvalido!

Alas, palomas son martirizadas,
las dunas desgarrando su vestido;
agítanse los senos incendiados
en oleaje convulso y enemigo.

Bajo la fiesta cruel de finos dardos
cortan las rocas ángulos veloces.
Llora el iris su cuerpo encarcelado
—aguda geometría— en todos los colores.

Sopla viento de lumbre;
metálicas espinas le han herido.
Tiende los labios secos,
al horizonte van sus pies de vidrio.

Antiguo sol esparce congénita simiente;
en tus dedos de luz también cabe la muerte.

Oscila el mediodía suspendido
como fruto maduro de infinito.
En su reinado inmóvil la mirada ha crecido
y el sabor de la angustia y la ceniza
y la sed... y la sed... y el espejismo.

IV

Dinámica del agua ausente

Una pausa más lenta
desanuda la voz de la tormenta.
Alza el paisaje la quemada frente
y un grito-muchedumbre de cal viva
estremece la atmósfera yacente.

Renacidos perfiles de caricia soñada:
¡Agua! sonrisa líquida, frescura ausente.
¡Agua! palabra linfa.
¡Aguanube, agualluvia, aguajardín!
Agua de soledad, agua negada.

Roja lengua dice una llamarada.

En el fondo, la sed roba al sollozo
su calidad más íntima de lágrima.

El médano atormenta veranos anhelantes,
las insepultas manos de los cactos
elévanse puñales.

Remota estela de rumor marino:
te han perdido los pasos de la arena,
regresan a tu encuentro las distancias.

¡Corona espuma fina tu perfume de nada!

V

Tormenta de polvo

Esqueleto del mar, puerto de ausencias.
Cauce desierto de la mar mirada;
al amor infinito de tu música,
al eco del coral, abierta estancia.

Fría pupila, disecado vientre,
raíz perdida, forma desolada.

Eres el rostro vivo de la muerte:
sobre tu cuerpo, traicionado viaje,
bajo tu piel mil bocas solitarias.

Polvo errante y sombrío.
Abismo en celo.
Vena seca de olvido y de nostalgia.

Muerde tu corazón lúgubre queja...

(En tibio lecho el agua de los mares
mece amorosa el sueño de las barcas.)

VI

Parábola de la fatiga

Calcinados rumores van cayendo
al hondo de la tarde.
Horizontales láminas disuelven
celestes arenales.

Deslizan su bandera perseguida
nubes de fino talle.
Fiera de luces mágicas alcanza
cabelleras al aire.

Adelgaza la luz su transparencia.

Ave de odio desprende mudo vuelo
al cobalto ondulante.
Pausa torva de cómplice silencio.
¡Un dramático sol asesinado
rueda en arena-sombra su diamante!

En el cielo, cansancio azul dormido
deja correr su sangre de oro líquido.
Es la tarde parábola de aceite:
violetas en el filtro del morado,
armazón consumido de fuegos de artificio
girando indiferente.

VII

Estancia del olvido

Pasa la mano del silencio
por el cóncavo rostro del sueño.

Ataviada de viejas resonancias
va la sombra del viento.

La pestaña del astro cae inmóvil
al párpado del tiempo.

¡Abre, sol negro, tu brillante noche!
Formas oscuras llenan tu comienzo.

Sobre la superficie de serpientes,
el rencor de la fiebre, la inerte quemadura:
¡ríos de rosa fresca, tacto de terciopelo,
arroyos de tiniebla!

El silencio en los labios del silencio.
Asciende adormecida la sonrisa
en los brazos nocturnos del secreto.

VIII

Arquitectura de la luna


Profundidad violada.
Línea helada de luz.
Firme trazo sideral.
Geometría y andamio:
construcción espectral.

Ola concéntrica de cielos,
circulares espejos abriendo el horizonte;
emergiendo pirámides de plata,
despertando los pasos de "Indios Pueblo",
absortas sepulturas,
venados pétreos.

Imantado, suspenso, lanceado de blancura,
de luna coronado;
evadido de los siete colores
del prisma de sal,
gira el desierto cegado
en magnético mar espiral.

IX

Retorno al desierto humano

Habitante desnudo de la soledad.
Cuerpo compacto de la angustia.
De pie sobre su planta prisionero,
—creatura de la sed— ronda su imagen:
contorno humano ¡vertical desierto!

Danzando hasta el retorno del principio
—cuerpo en vaivén y brazos enlazados—
aflora la biznaga del hechizo.

Noche de rojo firmamento.

Las recónditas bestias de la sangre
caminan en el hombre del instinto
hacia el llanto ululante.

Las manos primitivas de la magia
avanzan hacia el eco.
Señal, cábala, signo,
un círculo de asombro:
¡surge el verbo!

Allí donde los árboles ausentes,
donde el margen columpia la distancia,
en la raíz sombría del origen...

¡Norte de México!
¡Soplo de abismo!
¡Flauta mis huesos!

Desde la frente abierta del milagro
hasta el vientre cerrado del misterio.

 


 


La máscara desnuda
(Danza mexicana en cinco tiempos)

Tiempo primero

Tiempo segundo
Tiempo tercero
Brindis intermedio
Tiempo cuarto
Sin tiempo
Tiempo quinto
 


Tiempo primero

Apareces de golpe dentro de mí, dorada
por un oro manchado de musgo verdinegro.
Ola petrificada del agua de la vida
creciendo y apretando la sal del esqueleto.

En lo más entrañable de mi ser ejecutas
las invisibles líneas del rostro verdadero,
entregando al proyecto sin límite del polvo
las columnas del vuelo.

¡Qué perfecta y antigua simetría,
qué congelada actividad te anuncia,
qué inerte dimensión te identifica!

Comprendo la serpiente vertebral de la danza
prisionera en el eje de su reino vacío,
la angustia del compacto poder con que se anuda
a su tallo, la ausencia dura del equilibrio.

Conozco las antenas amarillas,
la textura del hielo,
los inocentes labios de la sangre
remansando a la orilla del cabello,
y los interminables corredores azules
por donde se desliza, calladamente, ESO
que comienza entre el sueño y la simiente.

He tocado los altos escalones de niebla
que presiden la noche de tu templo iracundo,
he escuchado el molino que mastica el silencio
que es como alimentarse la muerte de sí misma,
he alcanzado tu frente coronada de cráneos
bajo el signo desierto de un abrazo de piedra.

Veo tu dentadura, tu mordedura fácil:
la máscara desnuda de una risa de huesos.

Tiempo segundo

Tú me ofreciste un punto de eternidad.
¿Qué nombre
me dijiste que tiene? Lo he perdido...
Era la imagen de algo inhabitable:
alas de humo, paraíso inmóvil
y una ecuación de miserable olvido.

¿Quién te dio el atributo del invierno?
¿Quién conduce tu siega laboriosa
y prepara un latido en cada hueso?
¿Qué desolado amor al "Yo" te nombra
como un castigo, un límite o un cielo?

Porque en tu larga mano que mide las raíces
habita una semilla de tactos estelares,
un útero infinito que repite la vida
en las arquitecturas del sueño y la armonía.

Porque en la superficie hay un hijo que crece,
un árbol que culmina, una palabra nueva y solidaria
un testamento activo, una noticia
para la libertad y la belleza.

Tiempo tercero

Ya está dormido el sueño en tu frente perfecta,
ya se unieron el ángel de espuma y el de fuego,
ya tu contorno firme se llena de oquedades
y en tus ojos anidan astillas de tiniebla.

Ascienden tus cabellos en oleada nocturna,
han herido tu nombre los pistilos del frío,
el derrumbe se filtra por los poros del agua
y te abre su secreto la tierra de cristales.

Eres ahora una bandera sin viento,
una pasión que abandonó la forma:
gérmenes y cuchillos y deseos...
¡alimento de todo lo que vive y devora!

Antes era el paisaje rodando en tu pupila.
Hoy tu ser es camino rodando en el planeta.
Ahí, donde es lo mismo decir flor que lucero,
océano que principio, sexo que primavera.
Ahí estás, donde vive lo que muere,
donde el espejo mudo del "¿para qué?" se quiebra.

Nació contigo, coronó tu infancia
y es el fruto gemelo de tu vida.
Lleva el nombre de todo lo que amas
y el reflejo del polvo que te sueña.
Has llegado a la sombra. Ya navegas
el eco irreversible.
¡Testimonio sin voz, labio implacable!
Un silencio de piedra nos declara
que la muerte es la espalda del misterio
y el amor, su sonrisa irreparable.

Brindis intermedio


Toma Muerte esta copa vacía
de tormenta, de sed y distancia.
Hallarás el sabor de una lágrima.

Esta gota solidificada
que en tu boca será diluida
es la suma integral de mi nada.

Dame Muerte esa copa de sueño,
apagado cristal, negro vino,
que entrelace la fiebre y el frío.

Descender a tu beso inviolado,
embriagarme en tu cuerpo nocturno
y soñar que viví entre tus labios.

Toma Muerte mi mano en tu mano,
formaremos el último signo
que encadena el amor al olvido.

Danzaremos tu esférica danza
entre el viento y el pie de la tierra,
la cintura del fuego y el agua.

Dame Muerte esa copa de amargo
corazón, destilado en veneno,
para el paso final del encuentro.

En tu aliento mortal mi simiente,
la raíz del color en la frente
y la cruz del maíz en el pecho.

Toma Muerte esta copa de luto
derramada en el río salobre;
la tendrás que llenar con tu nombre.

Dame Muerte tu máscara blanca.
Quiero ver por tus ojos de abismo
que hay un niño detrás de tu cara.

Toma Muerte mi copa quebrada...


Tiempo cuarto

Cuando la sed congregue racimos de colores
en el fondo del tacto sumergidos,
ecos de amanecer y madreselva
en diminutas bocas del rocío.
Y cuando el corazón, entre sus redes,
me recoja los pasos esparcidos
y quede solamente una palabra
—la palabra de muerte que me diste,
esa labrada perla que conserva mi mano,
esa lágrima dura que en tu mano es decir el infinito—
todo lo abarcaré, lo seré todo
en espacio sin tiempo y sin delirio:
encontraré la luz frente por frente,
contemplaré los ojos del principio,
daré vuelta completa al imposible
y en el Todo... seré Uno contigo.

Sin tiempo

En la mirada ciega del amor me miraste
descubriendo los ojos de la vida.
Y supe que nací por conocerte
y unificarme en ti, Desconocida.

Tiempo quinto

Yo vestiré mi muerte de amarillo
con camisa de sal y ojos de uva,
adornaré su pie de cascabeles
y la coronaré de nomeolvides.

Aquí, sobre tu trono de oropeles
y tu manto de larvas y lamentos:
¡Mira a la Vida, mírala de frente!
Calavera de azúcar, di: ¿Quién eres?

Quiero el sudario de papel de China,
el cadáver del sol hecho pedazos,
un adiós con los pétalos de fuego
y un ídolo de piedra entre los brazos.