René Char Selección, traducción y nota introductoria de Dante Medina VERSIÓN PDF |
Nota introductoria |
René Émile Char nació el 14 de junio de 1907. El 19 de febrero de 1988, muere. Entre estas dos fechas, poemas, algunas mil páginas en La Pléiade. Cierran su vida de poeta estas palabras: “La presente edición de la obra de René Char debe ser considerada como una versión definitiva”, 1991. |
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Fajilla de Furor y misterio
El poeta, es bien sabido, mezcla la carencia al exceso, la meta al pasado. De ahí la insolvencia de su poema. Vive en la maldición, es decir que asume perpetuos y renovados peligros, a la vez que rechaza, con los ojos abiertos, los que otros aceptan, con los ojos cerrados: la ventaja de ser poeta. No puede haber poeta sin aprehensión, como no puede haber poema sin provocación. El poeta pasa por todos los grados solitarios de una gloria colectiva de la que él es, en buena lid, excluido. Es la condición para sentir y decir las cosas como se debe. Cuando genialmente llega a la incandescencia y a lo inalterado (Esquilo, Lao-Tseu, los presocráticos griegos, Teresa de Ávila, Shakespeare, Saint-Just, Rimbaud, Hölderlin, Nietzsche, Van Gogh, Melville), obtiene los resultados que todos conocemos. Agrega nobleza a su caso cuando duda en su diagnóstico y tratamiento de los males del hombre de su tiempo, cuando formula sus reservas sobre la mejor manera de aplicar el conocimiento y la justicia en el laberinto de lo político y lo social. Tiene que aceptar el riesgo de que su lucidez sea juzgada peligrosa. El poeta es la parte del hombre refractaria a los proyectos calculados. Puede ser que tenga que pagar a cualquier precio este privilegio o esta cruz. Debe saber que el mal viene siempre de más lejos de lo que uno cree, y no muere forzosamente sobre la barricada que le hemos escogido. Furor y misterio es, los tiempos lo quieren, una antología de poemas, y, sobre la ola del drama y del reverso ineluctable de donde resurge la tentación, una manera de explicar nuestro afecto duradero por la nube y por el pájaro. |
2. Dos poetas
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¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, a la malevolencia, a la tontería de los poetas de París como al zumbido de abeja estéril de tu familia ardenesa un poco loca, hiciste bien en esparcirlos a los vientos de alta mar, en tirarlos bajo el cuchillo de su precoz guillotina. Hiciste bien en abandonar el boulevard de los perezosos, los cafetines de los miones de liras, por el infierno de las bestias, por el comercio de los tramposos y el buenosdías de los sencillos. No tengo la voz para elogiarte, hermano mayor. |
3. Cinco pintores
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No veo bosque habitado, aunque nunca alcanzado, en el mapamundo terrorífico de los hombres, que nos interpele mejor que ése en el que Lam junta sus criaturas enflacadas por el nerviosismo del arte, y sin embargo refrescadas por la expansión natural del pintor pasando la barrera del aire. Pienso en Miró a través de los pesados sismos del espíritu que dejan miles de hendiduras a su paso sin que un solo pedazo de universo se desprenda formalmente. Chatarra rugiente, figura esculpida, mesa plácida ya no ruedan a lo lejos, ya no son sino grietas y promesas hieráticas. Evoco a Miró, habitante de la granja de abajo, pintando, grabando y atareándose, al ras de la pared rocosa hechizada. Pintor vivaracho y desprovisto de costumbres. Sobre la rueda afiladora de la felicidad, él es el sembrador de recompensas y de chispas. Y en los pliegues del luto él tiene bellezas para reanimar a Osiris. A este saltimbanqui sutil, desde hace ya mucho tiempo, la mecánica celeste le enseñó sus exuberancias, su laberinto y sus tiovivos. Y este 12 de abril de 1961 Miró es agraciado. Mejorar lo que hace un meteoro no es gran cosa cuando uno no quema. Miró arde, corre, nos da y arde.
“¡Maravíllense! ¡Rápido, maravíllense!”, nos gritaron los pintores impresionistas al finalizar su cuadro.
El surrealismo, en su periodo ascendente, tenía, según creemos, una necesidad absoluta de Max Ernst; primero para iluminarse a lo largo del trazo de su propia flecha, y enseguida para aglutinarse y extenderse circularmente. Max Ernst, brincando a Hegel, le imprimió lo que el impresionable y combativo Breton esperaba de un maravilloso —palabra usada y manoseada— salido del norte, venido del este, maravilloso que en las pinturas de Cranach y de Grünewald subyace en su dibujo no cortesano y su preparación mercurial. La femme 100 têtes, una vez que la hemos leído y mirado (amado), enrolla y desenrolla el gran país de nuestros ojos cerrados. Así la obra de Max Ernst parece hecha no de extrañeza uninominal, sino de materiales hipnóticos y de alquimias liberantes. Acordémonos de su cuadro, La Révolution la nuit, que ilustra de manera ejemplar lo que no pensó ilustrar: las Poesías, que no son poesías, de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont. |
4. Poemas varios, varios poemas
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El amor
Dentellada El óraculo del gran naranjo El profesor despedido Los observadores y los soñadores Todos compañeros de cama Hojas de hipnos
Los encajes de Montmirail Contravenir Hambre roja Juramento Cepa París sin salida Canción de los pisos Los inventores De 1943 Ser El primero en llegar. Bañista olvídame en el mar Que delira y calma la multitud. El hombre que lleva la evidencia en sus hombros Tres personajes de una banalidad comprobada se interpelan con pretextos poéticos diversos (deme lumbre, qué horas tiene, se lo ruego, a cuántas leguas la ciudad más cercana) en un paisaje indiferente y entablan una conversación de la que no nos llegarán jamás los sonidos. Frente a nosotros, el campo de diez hectáreas que yo cultivo, la sangre secreta y la piedra catastrófica. A ustedes no les dejo pensar nada. Antes de reunirse con los nómadas Los seductores encienden las columnas de petróleo Para dramatizar sus cosechas Mañana empezarán los trabajos poéticos Precedidos del ciclo de la muerte voluntaria El reino de la obscuridad ha hundido la razón el diamante en la mina Madres enamoradas de los mecenas del último suspiro Madres excesivas Siempre cavando el corazón macizo Sobre ustedes pasará indefinidamente el calosfrío de helechos de los muslos de bálsamo Las conquistarán Se acostarán Solos en las ventanas de los ríos Los grandes rostros iluminados Sueñan que nada es perecedero En su paisaje carnívoro. Todos compañeros de cama florecientes en el sueño de ¿Eres tú mi mujer? ¿Mi mujer hecha para llegar al encuentro del presente? La hipnosis del fénix ambiciona tu juventud. La piedra de las horas lo vistió con su hiedra.
¿Eres tú mi mujer? El año del viento donde guerrea una vieja nube hace nacer la rosa, la rosa de la violencia. Mi mujer hecha para llegar al encuentro del presente. El combate se va dejándonos un corazón de abeja sobre nuestras tierras, la sombra despierta, el pan ingenuo. La velada avanza lentamente hacia la inmunidad de la Fiesta. Mi mujer hecha para llegar al encuentro del presente. Ahora desaparece mi cortejo, de pie en la distancia; 1
Los encajes de Montmirail
Parece ser el cielo el que tiene la última palabra. Pero la pronuncia en voz tan baja que nadie lo oye nunca.
El despertar al cambio, la conquista, la promesa, la represión. La aventura fue de punta a punta dolorosa, masa iluminada lunarmente. ¡Cómo vivir después de eso!
Es de día con la reina.
Llegaron, los habitantes del bosque de la otra ladera,
Has gozado bastante de nuestras almas, ¡Oh viejo sueño de la putrefacción! Desde entonces, Luna tras día, Viento tras noche, Ligeros o fuertes, Te esperaremos.
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* El verso en lengua francesa se lee: Vers l’azur multivalve, la granitique dissidence. En la entrada para “azur” del diccionario de la Real Academia Española se designa lo “dicho de un color heráldico: Que en pintura se representa con el azul oscuro, y en el grabado, por medio de líneas horizontales muy espesas”. Debido a que la traducción de l’azur es “arriba”, en relación con el término “multiválvula” el verso puede también ser interpretado como se anota enseguida: “Hacia arriba multiválvula, la granítica disidencia”, probablemente en relación con el órgano cardiaco. (N. del E
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5. Versos y fragmentos
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Fueron traídos al mundo Transparentes bajo oropeles improvisados. Es así como se fundó la maledicencia. |