Sílabas por el maxilar de Franz Kafka
Oh vieja cosa dura, dura lanza, hueso impío, sombrío objeto de árida y seca espuma; ola y nave, navío sin rumbo, derrumbado y secreto como la fórmula del alquimista; velero sin piloto por un marde aguda soledad; barca para pasar al otro lado del mundo, enfilados hacia el cielo praguense y las callejuelas donde la muerte pisa charcos de la cerveza que no bebió Neruda; hueso infinito para ponerse verde de envidia, para no remediar nada —ni el silencio ni las alas oscuras y obscenas de tus orejas; para no ver siquiera la herida de tu boca ni el incendio de allá arriba, donde tus ojos todo lo penetran como otras naves, otras lanzas ardidas, otra amenaza; para hipnotizar la espada de la melancolía y acaso para descifrar el curso de aquel río de palacios donde murieron los santos y las vírgenes agonizaron tañendo laúdes de piedra; para que pasen la novia y el féretro y Nezval resucite en el corazón del follaje del cementerio judío; para que el poeta te mire y se sonría ante el retrato de Dios; para la locura —tu maxilar de duelo—, para la demencia total y hasta para la humildad de nuestro lenguaje y su negra lucidez; para morir eternamente de una tuberculosis dorada y cabalgar las nubes y nombrar a los ángeles del exterminio y clamar por los asesinos —otra vez allá arriba—, por los que quemaron a Juan Huss y arrojaron sus cenizas a un ancho río de espinosa corriente. Hueso de piedra, ojo derecho del carlino puente, pirámide caída, demolida, muerta desde su muerte; hueso para escribir cien veces Señor K Señor K Señor K hasta la podredumbre de las estrellas y las ratas de los castillos y la infamia de los jueces; hueso vivo, puntiagudo como la raíz del alma, como la ciega aurora de tus cejas; hueso para llegar de rodillas y aguardar amorosamente la carcajada y la oración, la blasfemia y el perdón. Nave, navio, barca y espuma para sudar de miedo y escribir sobre la piel la palabra abismo, la palabra epitafio, la palabra sacrificio y la palabra sufrimiento y la palabra Hacedor.
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