Para qué huir. Para llegar al tránsito heroico y ruin de una noche a la otra por los días sin nadie de una Bagdad olvidadiza en la que ya no encontraré mi calle; a andar, a andar por otras de un infame pregón en cada esquina, reedificando a tientas mansiones suplantadas.
Acaso los muy viejos se acordarán a mi cansancio, o acaso digan: “Es el marinero que conquistó siete poemas, pero la octava vez vuelve sin nada.”
El cielo seguirá en su tarea pulcra de almidonar sus nubes domingueras, ¡pero en mis ojos ha llovido en tantos deplorables paisajes!
La luz y miniaturista seguirá dibujando sus intachables árboles, sus pájaros exactos, ¡pero sobre mi frente no han arado en el mar tantas tinieblas!
La catedral sentada en su cátedra docta dictará sumas de arte y teología, pero ya en mis orejas sólo habita el zumbido de un diablillo churrigueresco y una cascada con su voz de campana cascada.
No huir. ¿Para qué? Si este dieciséis de Febrero borrascoso volviera a serlo de Septiembre.
|