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Gilberto Owen



Nota introductoria de Raúl Carrillo Arciniega



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NOTA INTRODUCTORIA
 
 
El náufrago de Owen

De ascendencia irlandesa (aunque el padre, de esa nacionalidad, no lo reconoció), Gilberto Owen Estrada (1904-1952) nació en El Rosario, Sinaloa, y murió en un hospital de Filadelfia. Su vida estuvo determinada por el viaje. Gracias al Servicio Exterior Mexicano, Owen pudo abandonar el país desde muy joven para, desde sus diversas misiones diplomáticas, consolidar una de las obras literarias más originales de su época. Jorge Cuesta lo menciona como integrante activo del grupo vanguardista mexicano “Contemporáneos” (“grupo sin grupo”, como lo llamó Xavier Villaurrutia) al lado de otros notables poetas como Salvador Novo, Carlos Pellicer, José Gorostiza y los propios Cuesta y Villaurrutia. Junto con estos talentos aglutinados por la revista Contemporáneos, Owen constituyó la más notable generación de poetas vanguardistas del México posrevolucionario.




En Los hijos del limo, Octavio Paz comenta que “la vanguardia no fue únicamente una estética y un lenguaje; fue una erótica, una política, una visión del mundo, una acción: un estilo de vida”.1 El movimiento vanguardista latinoamericano (1920-1950) inaugura en el continente una nueva forma de estructurar el pensamiento, basada en la crítica del mundo a partir de las experiencias individuales para proponer uno distinto. El artista jugó un papel determinante como intelectual que se sitúa dentro del mundo con una mirada crítica mediante la que percibe la realidad.

Estos poetas buscaron, a través de su poesía, un replanteamiento de la realidad en los términos en que la tradición la había establecido. De ese modo, se funda un desacuerdo entre la descripción de la realidad dentro de la tradición y el pensamiento de la modernidad poética.

La modernidad privilegia el conocimiento que se genera a partir de la percepción de los fenómenos. El cuerpo es el principal vehículo de conocimiento. Al estar fundada en la crítica de la tradición y de sí misma, la modernidad recupera el cuerpo que había sido rechazado por la dualidad tradicional cuerpo-alma y relegado al mundo y, preponderantemente, al más allá metafísico como lugar de aspiración de todo ser humano. Es a través de esta recuperación del cuerpo, y de la muerte de Dios proclamada por Nietzsche, que la modernidad postula la necesidad de situar su unidad temporal en el presente de la realidad corporal en la que se experimenta, es decir, en el “ahora,” y en el “aquí”.

En el desvelamiento del cuerpo, la vanguardia tomará punto de partida para llevar al poeta a rechazar un discurso tradicional fundado en la permanencia y tratar de construir una nueva interpretación del mundo. La vanguardia devendrá el punto culminante en la experimentación del ser individual, tanto de la experiencia vivida como de la experiencia lingüística mediante la que se acerca al mundo. El nuevo autor, el nuevo poeta, es aquel que establece la reflexión crítica sobre su percepción del mundo, así como la de su propia actividad poética.



Como representante de esta nueva clase de autor moderno, Gilberto Owen escribió poesía, prosa y reflexiones críticas sobre arte y la producción de sus compañeros de generación. Entre su prosa destaca un texto hasta entonces único en su tipo en México: Novela como nube (1926), en el que busca fragmentar el discurso y poner al poeta en una reelaboración de su propia constitución. Como crítico, el ensayo “Encuentros con Jorge Cuesta” desvela su preocupación reflexiva por la poesía, actitud que sirvió como elemento unificador de “Contemporáneos”. En lo que se refiere a su poesía, destaca el poema largo “Sindbad el varado” (1942) que aquí presentamos.2 Este poema pretende ser el recorrido poético de un marinero confrontado consigo mismo. “Sindbad el varado,” junto con “Canto a un dios mineral” (1942) de Jorge Cuesta y “Muerte sin fin” (1939) de José Gorostiza, constituyen las tres grandes bases sobre las que los “Contemporáneos” sostuvieron su actitud crítica de la poesía dentro del poema.

“Sindbad el varado” es la historia de un hombre escindido, aislado ‒hecho isla‒, cuyo movimiento ha sido negado por los infortunios del azar. Como parte de la deconstrucción del mundo occidental y de su tradición epistemológica que se realizaba en Latinoamérica, el Sindbad de Owen toma como origen el intertexto islámico de Sindbad el marino. El texto original de Las mil y una noches presenta a Sindbad el marino en un palacio lleno de riquezas y dispuesto a contar su historia para servir de ejemplo a un cargador que se queja de sus infortunios. Este cargador, curiosamente, también se llama Sindbad. Es el espejo del marino, es el Sindbad de tierra reducido a la conmiseración. Éste le recuerda al marino su pasado de sufrimientos, del que hubo de sobreponerse gracias a su determinación heroica. Sindbad el marino, dentro de la tradición del héroe arquetípico, representa la aventura y el movimiento, es el símbolo de la curiosidad viajera. El de Owen es un héroe venido a menos, perdido en su orilla y en la contemplación de sí mismo. Owen toma el reflejo de los homónimos árabes para iniciar una deconstrucción de una tradición epistemológica occidental que habría de representar el drama del hombre moderno. Si bien la conformación heroica de Sindbad es la representación del libre albedrío, el “héroe” de Owen muestra el destino trágico del hombre moderno después de la muerte de Dios. Owen recupera la imagen del marino para aislarla dentro de la tierra. Es el marino que se ha perdido dentro de los límites de su percepción corporal. Se descubre encerrado en sí mismo, de vuelta al mundo, para confrontar su propia humanidad como ser humano, consciente de su propio dolor, de las llagas corporales que le ha producido la conciencia. Esta conciencia de estar vivo, expuesto a toda suerte de experiencias perceptivas, niega una conformación tradicional del mundo. El marino es destruido y el de tierra se encuentra dispuesto al monólogo, es decir, a su reconstrucción y reevaluación a partir del lenguaje. “Sindbad el varado” es la historia de un viaje interrumpido, de una inmovilidad y del silencio que no puede hacerse lenguaje para volver a conformarse heroicamente. El marino ha perdido su elemento: el agua. Ahora sólo ha quedado encadenado a su memoria. La representación del mundo a partir de la memoria será negada en el poema para proponer una experimentación del propio ser individual a través de su cuerpo.

Al interrumpir el viaje, el héroe ha sido disminuido y se encuentra en un estado de desgracia. Es un héroe irónico que nos enfrenta a nuestra propia dimensión humana. El héroe ya es uno de nosotros y persigue en su tragedia un recomienzo situado en el mañana. Sólo que en el mañana la esperanza ya no existe. Sindbad el de mar es confrontado por su reflejo: el de tierra. Ya no es una cuestión de libre albedrío, sino el destino de la ironía que disminuye todo el potencial del héroe islámico.

El náufrago se encuentra en la frontera de su límite para volver sobre sí mismo. “Esta mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que temblamos” leemos en el primer verso del poema. En él se nos revela la conciencia del ser y la conciencia de nuestra propia contemplación en el espejo de los sindbades ridículos y trágicos. Con la experiencia del descubrimiento de la conciencia de sí mismo, Sindbad el poeta, vuelve sobre su historia personal. Su cuerpo experimenta y percibe con los sentidos una nueva identidad. La contemplación de sí mismo como objeto de su propia reflexión llevará a Sindbad el poeta hasta el reconocimiento y a la negación de su estado heroico en un mundo que ha sido, falazmente, sostenido por la memoria. El Sindbad disminuido se ha descubierto en el mundo sin una esencia. Una esencia que ha estado presente dentro de toda la historia del pensamiento occidental y que el poeta niega aquí. Es decir, el héroe se descubre sin el ser heroico que lo había conformado en su historia. Es sólo mediante su cuerpo y sus sentidos que percibe una prisión reafirmada por el tiempo, del que tampoco puede librarse. Nuestro Sindbad se encuentra sin dirección, se ha descubierto dentro del mundo sin esencias y sin dios. Las llagas, que son huellas del dolor que no veía, irrumpen dentro de su reflexión poética para constatar sus sensaciones humanas y la imposibilidad para elaborar poesía. Una poesía que se ha movido del lugar en el que se encontraba. Ahora la percibe dentro de él y afuera, en el mundo, en algún lugar, escondida. Así, Sindbad el poeta anuncia que la razón no puede darnos un conocimiento del mundo en el que vivimos, sino sólo la experiencia a partir de la cual reelaboramos aquello que creemos conocer. El amor, bajo esta perspectiva de héroe aislado y disminuido, es estéril. Su gozo no penetra a las vírgenes, el héroe, a manera de penitencia, se abstiene del amor reproductivo en el que tampoco ha podido completarse el poeta.

Sindbad el poeta se descubre no sólo desnudo sino “viudo de poesía”. Es un lamento de la imposibilidad para volver sobre un mundo en el que se ha regulado el conocimiento. La poesía, pues, deviene en cifra, en entidad secreta. La saga heroica que concluye la bitácora de febrero, año bisiesto, nos arroja al mundo desértico y estéril del mañana en el que el poeta se reafirma como ente aislado, ajeno, de espaldas y sin nadie.

Sindbad el varado ya no tiene esperanza, como náufrago tuvo que aprender a andar solo sin buscar su regreso. Ha descubierto que su alma no es una sola, sino una escindida, y que él se encuentra solo, aislado, sin esperanza alguna de que Dios lo vea. Porque Dios, sencillamente, ha muerto, y si no, sólo descansa.

 

Raúl Carrillo Arciniega




1
Octavio Paz, Los hijos del limo, Seix Barral, Barcelona, 1974, pág. 148.

2 El poema fue escrito y firmado en Bogotá, Colombia en 1942. En 1948, Owen se mudaría a Filadelfia, E.U., en donde la muerte lo habría de sorprender.



SINDBAD EL MARINO

(Bitácora de febrero)
DÍA PRIMERO
EL NAUFRAGIO
 
Encontrarás tierra distinta de tu tierra,
pero tu alma es una sola y no encontrarás otra.

Sindbad el marino

Because I do not hope to turn again
Because I do not hope
Because I do not hope to turn.

T. S. ELIOT
 

 

Esta mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que
     temblamos;
sin más que un aire de haber sido y sólo estar, ahora,
un aire que te cuelga de los ojos y los dientes,
correveidile colibrí, estático
dentro del halo de su movimiento.
Y no hablas. No hables,
que no tienes ya voz de adivinanza
y acaso te he perdido con saberte,
y acaso estas aquí, de pronto inmóvil,
tierra que me acogió de noche náufrago
y que al alba descubro isla desierta y árida;
y me voy por tu orilla, pensativo, y no encuentro
el litoral ni el nombre que te deseaba en la tormenta.

Esta mañana me consume en su rescoldo la conciencia de
     mis llagas;
sin ella no creería en la escalera inaccesible de la noche
ni en su hermoso guardián insobornable:
aquí me hirió su mano, aquí su sueño,
en Emel su sonrisa, en luz su poesía,
su desamor me agobia en tu mirada.

Y luché contra el mar toda la noche,
desde Homero hasta Joseph Conrad,
para llegar a tu rostro desierto
y en su arena leer que nada espere,
que no espere misterio, que no espere.

Con la mañana derogaron las estrellas sus señales y sus         leyes
y es inútil que el cartógrafo dibuje ríos secos en la
     palma de la mano.

 


 

DÍA DOS
EL MAR VIEJO
 

 

Varado en alta sierra, que el diluvio
y el vagar de la huida terminaron.

Te ascendieron a cielo, mar, y a turbios
y lentos nubarrones a tu oleaje.
Por tu plateada orilla de eucaliptos
salta el pez volador llamado alondra,
mas yo estoy en la noche de tu fondo
desvelado en la cuenta de mis muertos:

el Lerma cenagoso, que enjugaba
la desesperación de los sauces;
el Rimac, sitibundo entre los médanos;
el helado diamante del Mackenzie
y la esmeralda sin tallar del Guayas,
todos en ti con mi memoria hundidos,
mar jubilado cielo, mar varado.

 

 


 

DÍA TRES
EL ESPEJO
 

 

Me quedo en tus pupilas, sin convite a tu fiesta de
     fantasmas.
Adentro todos trenzan sus efímeros lazos,
yo solo afuera, y sin amor, mas prisionero,
yo, mozo de cordel, con mi lamento, a tu ventana,
yo, nuevo triste, yo, nuevo romántico.

Dentro de ti, las nupcias de hielo al sol del árbol y la
     nube,
pareadas risas que se pierden por perdidos senderos,
la inevitable luna casi líquida,
el agua rota en trinos y en su música un lirio y una abeja
     en su estigma
y en su aguijón tu anhelo de olvidarme.

Yo, en alta mar de cielo
estrenando mi cárcel de jamases y siempres.

Dentro de ti, la casa, sus palmeras, su playa,
el mal agüero de los pavos reales,
jaibas bibliopiratas que amueblan sus guaridas con mis
     versos,
y al fondo el amarillo amargo mar de Mazatlán
por el que soplan ráfagas de nombres.
Mas si gritan el mío responden muchos rostros que yo
     no conocía
o que borró una esponja calada de minutos,
como el de ese párvulo que esta noche se siente solo e
     íntimo
y que suele llorar ante el retrato
de un gambusino rubio que se quemó en rosales de
     sangre al mediodía.

 

 


 

DÍA CUATRO
ALMANAQUE
 

 

Todos los días 4 son domingos

porque los Owen nacen ese día,
cuando Él, pues descansa, no vigila
y huyen de sed en sed por su delirio.

Y, además, que ha de ser martes el 13
en que sabrán mi vida por mi muerte.

 

 


 

DÍA CINCO
VIRGIN ISLANDS
 

 

Me acerco a las prudentes Islas Vírgenes
(la canela y el sándalo, el ébano y las perlas,
y otras, las rubias, el añil y el ámbar)
pero son demasiado cautas para mi celo
y me huyen, fingiéndose ballenas.

Ignorantina, espejo de distancias:
por tus ojos me ve la lejanía
y el vacío me nombra con tu boca,
mientras tamiza el tiempo sus arenas
de un seno al otro seno por tus venas.

Heloisa se pone por el revés la frente
para que yo le mire su pensar desde afuera,
pero se cubre el pecho cristalino
y no sabré si al fin la olvidaría
la llama errante que me habitó sólo un día.

María y Marta, opuestos sinsabores
que me equilibraron en vilo
entre dos islas imantadas,
sin dejarme elegir el pan o el sueño
para soñar el pan por madurar mi sueño.

La inexorable Diana, e Ifigenia,
vestal que sacrifica a filo de palabras
cuando a filo de alondras agoniza Julieta,
y Juana, esa visión dentro de una armadura,
y Marcia, la perennemente pura.

Y Alicia, Isla, país de maravillas,
y mi prima Águeda en mi hablar a solas,
y Once Mil que se arrancan los rostros y los nombres
por servir a la plena de gracia, la más fuerte
ahora y en la hora de la muerte.

 

 


 

DÍA SEIS
EL HIPÓCRITA
 

 

Este camino recto, entre la niebla,
entre un cielo al alcance de la mano,
por el que mudo voy, con escondido
y lento andar de savia por el tallo,
sin mi sombra siquiera para hablarme.
Ni voy —¿a dónde iría?—, sólo ando.

Niebla de los sentidos: no mirar
lo que puede esperarme allí, a diez pasos,
aunque sé que otros diez pasos me esperan;
frígida niebla que me anubla el tacto
y no me deja oírla ni gustarla
y echa el peso del cielo a mi cansancio.

Este río que no anda, y que me ahoga
en mis virtudes negativas: casto,
y es hora de cuidarme de mi hígado,
hora de no jurar Su Nombre en vano,
de bostezar, al verme en el espejo,
de oír silbar mi nombre en el teatro.

 

 


 

DÍA SIETE
EL COMPÁS ROTO
 

Pero esta noche el capitán, borracho
de ron y de silencios,
me deja la memoria a la deriva,
y este viento civil entre los árboles
me sabe amar, me sabe a mar colérico en los mástiles,
a memoria morosa en las heridas,
a norte y sur de rosa de los tiempos.

 


 

DÍA OCHO
LLAGADO DE SU MANO
 

La ilusión serpentina del principio
me tentaba a morderte fruto vano
en mi tortura de aprendiz de magia.

Luego, te fuiste por mis siete viajes
con una voz distinta en cada puerto
e idéntico quemarte en mi agonía.

Lascivia temblorosa de las tardes de lluvia
cuando tu cuerpo balbucía en Morse
su respuesta al mensaje del tejado.

Y la desesperada de aquel amanecer
en el Bowery, transidos del milagro,
con nuestro amor sin casa entre la niebla.

Y la pluvial, de una mirada sola
que te palpó, en la iglesia, más desnuda
vestida en carmesí lluvia de sangre.

Y la que se quedó en bajorrelieves
en la arena, en el hielo y en el aire,
su frenesí mayor sin tu presencia.

Y la que no me atrevo a recordar,
y la que me repugna recordar,
y la que ya no puedo recordar.

 


 

DÍA NUEVE
LLAGADO DE SU DESAMOR
 

Hoy me quito la máscara y me miras vacío
y ves en mis paredes los trozos de papel no desteñido
donde habitaban tus retratos,
y arriba ves las cicatrices de sus clavos.

De aquel rincón manaba el chorro de los ecos,
aquí abría su puerta a dos fantasmas el espejo,
allí crujió la grávida cama de los suplicios,
por allá entraba el sol a redimirnos.

Iba la voz sonámbula del pecho combo al pecho,
sin tenerse a clamar en el desierto;
ahora la ves, quemada y sin audiencia,
esparcir sus cenizas por la arena.

Iba la luz jugando de tus dientes a mis ojos,
su llamarada negra te subía de los hombros,
se desmayaba en sus deliquios en tus manos,
su clavel ululaba en mi arrebato.

Ahora es el desvelo con su gota de agua
y su cuenta de endrinas ovejas descarriadas,
porque no viven ya en mi carne
los seis sentidos mágicos de antes,
por mi razón, sin guerra, entumecida,
y el despecho de oírte: “Siempre seré tu amiga”,
para decirme así que ya no existo,
que viste tras la máscara y me hallaste vacío.

 


 

DÍA DIEZ
LLAGADO DE SU SONRISA
 

Ya no va a dolerme el mar,
porque conocí la fuente.

¡Qué dura herida la de su frescura
sobre la brasa de mi frente!
Como a la mano hecha a los espinos
la hiere con su gracia la rosa inesperada,
así quedó mi duelo
crucificado en tu sonrisa.

Ya no va a dolerme el viento,
porque conocí la brisa.

 


 

DÍA ONCE
LLAGADO DE SU SUEÑO
 

Encima de la vida, inaccesible,
negro en los altos hornos y blanco en mis volcanes
y amarillo en las hojas supérstites de octubre,
para fumarlo a sorbos lentos de copos ascendentes,
para esculpir sus monstruos en las últimas nubes de la
     tarde
y repasar su geometría con los primeros pájaros del día.

Debajo de la vida, impenetrable,
veta que corre, estampa del río que fue otrora,
y del que es, cenote de un Yucatán en carne viva,
y Corriente del Golfo contra climas estériles,
y entrañas de lechuzas en las que leo mis augurios.

Al lado de la vida, equidistante
de las hambres que no saciamos nunca
y las que nunca saciaremos,
pueril peso en el pico de la pájara pinta
o viajero al acaso en la pata del rokh,
hongo marciano, pensador y tácito,
niño en los brazos de la yerma, y vida,
una vida sin tiempo y sin espacio,
vida insular, que el sueño baña por todas partes.

 


 

DÍA DOCE
LLAGADO DE SU POESÍA
 

Tu tronco de misterio es lo que me apuntala un cielo en
     ruinas.
Mis ojos solos no podían ya evitarme su caída.
Me enredo en sus raíces de lecturas mal soñadas,
me agosto en su hojarasca de frustradas invenciones,
pero tu tronco sobrevive a mis inviernos.

Lo ven por fuera, retorcido, muerto, oscuro,
pero hay una rendija para fisgar, y miro:

Yo voy por sus veredas claustradas que ilumina
una luz que no llega hasta las ramas
y que no emana de las raíces,
y que me multiplica, omnipresente,
en su juego de espejos infinito.

Yo cruzo sin respiro por su aire irrespirable
que desnuda un prodigio en cada voz con sólo dibujarla
y en cada pensamiento con sentirlo.

Me asomo a sus inmóviles canales y me miro
de pájaro en el agua o de pez en el aire,
ahogándome en las formas mutables de su esencia.

 


 

DÍA TRECE
EL MARTES
 

Pero me romperé. Me he de romper, granada
en la que ya no caben los candentes espejos biselados,
y lo que fui de oculto y leal saldrá a los vientos:

Subirán por la tarde purpúrea de ese grano,
o bajarán al ínfimo ataúd de ese otro,
y han de decir: “Un poco de humo
se retorcía en cada gota de su sangre.”
Y en el humo leerán las pausas sin sentido
que yo no escribí nunca por gritarlas
y subir en el grito a la espuma de sueño de la vida.
A la mitad de una canción, quebrada
en áspero clamor de cuerda rota.

 


 

DÍA CATORCE
PRIMERA FUGA
 

Por senderos de hienas se sale de la tumba
si se supo ser hiena,
si se supo vivir de los despojos
de la esposa llorada más por los funerales que por
     muerta,
poeta viudo de la poesía,
lotófago insaciable de olvidados poemas.

 


 

DÍA QUNCE
SEGUNDA FUGA
("Un coup de dés")

Alcohol, albur ganado, canto de cisne del azar.
Sólo su paz redime del Anciano del Mar
y de su erudita tortura.
Alcohol, ancla segura y abolición de la aventura.

 


 

DÍA DIECISÉSIS
EL PATRIOTERO
 

Para qué huir. Para llegar al tránsito
heroico y ruin de una noche a la otra
por los días sin nadie de una Bagdad olvidadiza
en la que ya no encontraré mi calle;
a andar, a andar por otras de un infame pregón en cada
     esquina,
reedificando a tientas mansiones suplantadas.

Acaso los muy viejos se acordarán a mi cansancio,
o acaso digan: “Es el marinero
que conquistó siete poemas,
pero la octava vez vuelve sin nada.”

El cielo seguirá en su tarea pulcra
de almidonar sus nubes domingueras,
¡pero en mis ojos ha llovido en tantos deplorables
     paisajes!

La luz y miniaturista seguirá dibujando
sus intachables árboles, sus pájaros exactos,
¡pero sobre mi frente no han arado en el mar tantas
     tinieblas!

La catedral sentada en su cátedra docta
dictará sumas de arte y teología,
pero ya en mis orejas sólo habita el zumbido
de un diablillo churrigueresco
y una cascada con su voz de campana cascada.

No huir. ¿Para qué? Si este dieciséis de Febrero
     borrascoso
volviera a serlo de Septiembre.

 


 

DÍA DIECISIETE
NOMBRES
 

Preso mejor. Tal vez así recuerde
otra iglesia, la catedral de Taxco,
y sus piedras que cambian de forma con la luz de cada
     hora.
Las calles ebrias tambaleándose por cerros y hondonadas,
y no lo sé, pero es posible que llore ocultamente,
al recorrer en sueños algún nombre:
“Callejón del Agua Escondida.”

O bajaré al puerto nativo
donde el mar es más mar que en parte alguna:
blanco infierno en las rocas y torcaza en la arena
y amarilla su curva femenil al poniente.
Y no lo sé, pero es posible que oiga mi primer grito
al recorrer en sueños algún nombre:
“El Paseo de Cielo de Palmeras.”

O en Yuriria veré la mocedad materna,
plácida y tenue antes del Torbellino Rubio.
Ella estará deseándome en su vientre
frente al gran ojo insomne y bovino del lago,
y no lo sé, pero es posible que me sienta nonato
al recorrer en sueños algún nombre:
“Isla de la Doncella que aún Aguarda.”

O volveré a leer teología en los pájaros
a la luz del Nevado de Toluca.
El frío irá delante, como un hermano más esbelto y grave
y un deshielo de dudas bajará por mi frente,
y no lo sé, pero es posible que me mire a mí mismo
al recorrer en sueños algún nombre:
“La Calle del Muerto que Canta.”

 


 

DÍA DIECIOCHO
RESCOLDOS DE PENSAR
 

Cómo me cantarías sino muerto
al descubrir de pronto bajo el cielo de plomo de un
     retrato
el pensamiento estéril y la tenaz memoria en esa frente,
si sobre su oleaje ahora atardecido
surcaron formas plácidas,
y una vez, una vez —ayer sería—
amaneció en laureles junto a la media luna de tu seno,
y esta vez, esta vez —razón baldía—
sólo es conciencia inmóvil y memoria.

 


 

DÍA DIECINUEVE
RESCOLDOS DE SENTIR
 

En esa frente líquida se bañaron Susanas como nubes
que fisgaban los viejos desde las niñas de mis ojos
     púberes.

Cuando éramos dos sin percibirlo casi;
cuando tanto decíamos la voz amor sin pronunciarla;
cuando aprendida la palabra mayo
la luz ya nos untaba de violetas;
cuando arrojábamos perdida nuestra mirada al fondo
     de la tarde,
a lo hondo de su valle de serpientes,
y el ave rokh del alba la devolvía llena de diamantes, como si todas las estrellas nos hubiesen llorado
toda la noche, huérfanas.

Y cuando fui ya sólo uno
creyendo aún que éramos dos,
porque estabas, sin ser, junto a mi carne.
Tanto sentir en ascuas,
tantos paisajes malhabidos,
tantas inmerecidas lágrimas.

Y aún esperan su cita con Nausícaa
para llorar lo que jamás perdimos.

El Corazón. Yo lo usaba en los ojos.

 


 

DÍA VEINTE
RECOLDOS DE CANTAR
 

Más supo el laberinto, allí, a su lado,
de tu secreto amor con las esferas,
mar martillo que gritas en yunques pitagóricos
la sucesión contada de tus olas.

Una tarde inventé el número siete
para ponerle letra a la canción trenzada
en el corro de niñas de la Osa Menor.

Estuve con Orfeo cuando lo destrozaban brisas
     fingidas vientos,
con San Antonio Abad abandoné la dicha
entre un lento lamento de mendigos,
y escuché sin amarras a unas sirenas que se llamaban
     Niágara,
o Tequendama, o Iguazú.

Y la guitarra de Rosa de Lima
transfigurada por la voz plebeya,
y los salmos, la azada, el caer de la tierra
en el sepulcro del largo frío rubio
que era idéntico a Búffalo Bill
pero más dueño de mis sueños.

Todo eso y más oí, o creí que lo oía.

Pero ahora el silencio congela mis orejas;
se me van a caer pétalo a pétalo;
me quedaré completamente sordo;
haré versos medidos con los dedos;
y el silencio se hará tan pétreo y mudo
que no dirá ni el trueno de mis sienes
ni el habla de burbujas de los peces.

Y no habré oído nunca lo que nadie me dijo:
tu nombre, poesía.

 


 

DÍA VEINTIUNO
RESCOLDOS DE GOZAR
 

Ni pretendió empañarlo con decirlo
esa cuchillada infamante
que me dejaron en el rostro
oraciones hipócritas y lujurias bilingües
que merodeaban por todos los muelles.

Ni ese belfo colgado a ella por la gula
en la kermesse flamenca de los siete regresos.

Ni esos diez cómplices impunes
tan lentos en tejer mis apetitos
y en destejerlos por la noche.
Y mi sed verdadera
sin esperanza de llegar a Itaca.

 


 

DÍA VEINTIDÓS
tu nombre, Poesía
 

Y saber luego que eres tú
barca de brisa contra mis peñascos;
y saber luego que eres tú
viento de hielo sobre mis trigales humillados e írritos:
frágil contra la altura de mi frente,
mortal para mis ojos,
inflexible a mi oído y esclava de mi lengua.

Nadie me dijo el nombre de la rosa, lo supe con olerte, enamorada virgen que hoy me dueles a flor en amor
     dada.

Trepar, trepar sin pausa de una espina a la otra
y ser ésta la espina cuadragésima,
y estar siempre tan cerca tu enigma de mi mano,
pero siempre una brasa más arriba,
siempre esa larga espera entre mirar la hora
y volver a mirarla un instante después.

Y hallar al fin, exangüe y desolado,
descubrir que es en mí donde tú estabas,
porque tú estás en todas partes
y no sólo en el cielo donde yo te he buscado,
que eres tú, que no yo, tuya y no mía,
la voz que se desangra por mis llagas.

 


 

DÍA VEINTITRÉS
Y tu poética
 

Primero está la noche con su caos de lecturas y de
     sueños.
Yo subo por los pianos que se dejan encendidos hasta
     el alba;
arriba el día me amenaza con el frío ensangrentado de
     su aurora
y no sabré el final de ese nocturno que empezaba a
     dibujarme,
ni las estrellas me dirán cuál fue, cabal, mi nombre. Ni
     mi rostro.
Si no es amor, ¿qué es esto que me agobia de ternura?
Mañana inútil: pájaros y flores sin testigos.
La esposa está dormida y a su puerta imploro en vano;
querrá decir mi nombre con los labios incoloros
     entreabiertos,
los párpados pesados de buscarme por el cielo de la
     muerte.

Mas no estaré en sus ojos para verme renacer al
     despertarse
y cuando me abra, al fin, preguntará sin voz: ¿quién
     eres?
El luto de la casa —todo es humo ya y lo mismo— que
     jamás habitaremos;
el campo abierto y árido que lleva a todas partes y a
     ninguna.
¿A dónde, a qué otra noche, irá el viudo por la tarde
     borrascosa?

 


 

DÍA VEINTICUATRO
Y TU RETÓRICA
 

Si lo escribió mi prisa feliz, ¿Con qué palabras,
cómo dije: “palomas cálidas de tu pecho”?
En sus picos leería: brasa, guinda, clamor,
pero la luz recuerda más duro su contorno
y el aire el inflexible número de su arrullo.

Y diría: “palomas de azúcar de tu pecho”,
si endulzaban el agua cuando entrabas al mar
con tu traje de cera de desnudez rendida,
pero el mar las sufría proras inexorables
y aún sangran mis labios de morder su cristal.

Después, si dije: “un hosco viento de despedidas”,
¿qué palabras de hielo hallé sobre mi grito?
No recuerdos, ni angustias, ni soledades. Sólo
el rencor de haber dicho tu estatua con arenas
y haberla condenado a vida, tiempo, muerte.

Y escribiría: “un horro vendaval de vacíos”
la estéril mano álgida que me agostó mis rosas
y me quemó la médula para decir apenas
que nunca tuve mucho que decir de mí mismo
y que de tu milagro sólo supe la piel.

 


 

DÍA VEINTICINCO
YO NO VI NADA
 

Mosca muerta canción de no ver nada,
del nada oír, que nada es.

De yacer en sopor de tierra firme
con puertos como párpados cerrados, que no azota
la tempestad de un mar de lágrimas
en el que no logré perderme.

De estar, mediterránea charca aceda,
bajo el sueño dormido de los pinos, inmóviles
como columnas en la nave de una iglesia abandonada,
que pudo ser el vientre
de la ballena para el viaje último.

De llamar a mi puerta y de oír que me niegan
y ver por la ventana que sí estaba yo adentro,
pues no hubo, no hubo
quien cerrara mis párpados a la hora de mi paso.

Sucesión de naufragios, inconclusos
no por la cobardía de pretender salvarme,
pues yo llamaba al buitre de tu luz
a que me devorara los sentidos,
pero mis vicios renacían siempre.

 


 

DÍA VEINTISÉIS
SEMIFINAL
 

Vi una canción pintada de limón amarillo
que caía sin ruido de mi frente vencida,
y luego sus gemelas una a una.
Este año los árboles se desnudaron tan temprano.

Ya será el ruido cuando las pisemos;
ya será de papel su carne de palabras,
exánimes sus rostros en la fotografía,
ciudad amalecita que el furor salomónico ha de poblar
     de bronces,
ya no serán si van a ser de todos.

Fueron sueño sin tregua, delirio sin cuartel,
amor a muerte fueron y perdí.

 


 

DÍA VEINTISIETE
JACOB Y EL MAR
 

Qué hermosa eres, Diablo, como un ángel con sexo
     pero mucho más despiadada,
cuando te llamas alba y mi noche es más noche de
     esperarte,
cuando tu pie de seda se clava de caprina pezuña en mi
abstinencia,
cuando si eres silencio te rompes y en mis manos
     repican a rebato tus dos senos,
cuando apenas he dicho amor y ya en el aire está sin
     boca el beso y la ternura sin empleo aceda,
cuando apenas te nombro flor y ya sobre el prado
     ruedan los labios del clavel,
cuando eres poesía y mi rosa se inclina a oler tu cifra y te
     me esfumas.

Mañana habrá en la playa otro marino cojo.

 


 

DÍA VEINTIOCHO
FINAL
 

Mañana. Acaso el sol golpea en dos ventanas que
     entran en erupción.
Antes salen los indios que pasan al mercado tiritando con
     todo el trópico a la espalda.
Y aún antes
los amantes se miran y se ven tan ajenos que se vuelven
     la espalda.

Antes aún
ese ángel de la guarda que se duerme borracho mientras
     allí a la vuelta matan a su pupilo:
¿Qué va a llevar más que el puñal del grito último a su
     Amo?
¿Qué va a mentir?

“Lo hiciste cieno y vuelve humo pues ardió como Te
     amo.”

Tal vez mañana el sol en mis ojos sin nadie,
tal vez mañana el sol,
tal vez mañana,
tal vez.

 

Bogotá, 1942.