Versos a un poeta griego
Nota de 1971: La reciente desaparición de Giórgos Seféris ha vuelto más expresivos estos versos, que le di a conocer hace un año, y a los cuales me respondió, desde Atenas, con diez rotundas palabras en francés: Je viens de recevoir le poème. Vous avez raison. Merci. Respuesta, sin duda, suficiente. El claro señorío helénico resguardaba en Séferis la economía del lenguaje. Una tarde que le preguntaba yo sobre su actitud ante la muerte, me dijo: “La espero con ternura...” Y eso fue todo. No obstante, llegado el momento definitivo, supo arriesgarse por la vida y la verdad de los suyos, sacrificando la soñada calma del ocaso al rescate moral de una tradición cuyo sentido más hondo le brindó siempre luz y fortaleza, J.G.T.
Amigo Seféris: Hablar es difícil cuando restallan las palabras lejos del taller avezado; nos caemos a cada paso de cabeza por querer escaldar la lengua franca. Y es particularmente difícil hablar de Grecia hoy, desposeídos como nos sabemos, cetrinos como vamos en la tosca llanura del oprobio. Ya no duerme Proteo debajo de las rocas ni glosa la sirena consabida la clara fatiga del caminante. ¡Qué lento, qué difícil todo, amigo Seféris! Y este dolor de Grecia ¡qué tozudo! Diríase una proclama secular de duelo por nuestra desmesura cotidiana. Es fácil en cambio dejarnos aturdir sin miramientos, encoger los hombros y guardarnos el ímpetu dentro de los bolsillos. Nada tan inocente. ¿O nada tan culpable? Porque bien sopesadas estas cosas andamos en apuros los unos y los otros; caiga quien caiga de cualquier manera nadie puede lavarse las manos en el mar Egeo. He pensado mucho durante los últimos meses en el sol trasvenado de Beocia, en los asfódelos del Laurio salpicados de plata por la brisa y en los trabajos y los días más frutales cuanto más amorosos a lo largo y lo ancho de la Hélade, pero también recuerdo la cerrazón vacía que llegó profanando moradas y vendimias, la turbia marcha sobre los almacigos. ¡Oh dioses idos! ¿Cómo silenciarla? Dormíamos; los gritos a granel nos despertaron confundiéndose con un ripio de sueños azarosos y luego regresaron a la calle. Amigo Seféris: ya nunca sabré dónde terminó la pesadilla, dónde comenzó lo demás; aun ahora descabezan mi noche mortecinos clamores, historias turbulentas de reinados efímeros y el asalto difuso de los bárbaros prontos a sofocar la madrugada con sus propios puños, con el propio sudor de sus afrentas. He pensado mucho en los ritos más pálidos del hombre: ese llamar a puertas evasivas buscando soluciones al infierno, ese nombrar la vida con el mismo tonillo deslustrado, ese dejar al prójimo que cargue media cruz prometiéndole sólo completarla, pero también hago recuento de viejas esperanzas, treguas, naves encaminadas a mejores días. Tras el duelo vendrá la hora de la luz; entonces habrá pupilas para ver un mundo sin ídolos de viento, sin tapujos de sangre reseca, glorificado por súbitos milenios de gracia general: Será la luz helena que cosechamos una primavera entre cantos homéricos y meditaciones contemporáneas al pie de los olivos; una luz cuyo reflejo danza filtrando las memorias, ganando manantiales al tumulto mientras el orbe sigue su patética vía. Chispearán los afectos y vencerá la voz humana: entonces nos diremos lo debido.
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