Material de Lectura

Siete poetas norteamericanas contemporáneas
(Jong, Levertov, Piercy, Plath, Rich, Sexton, Wakoski)


Selección, notas y traducciones de Beth Miller



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Nota introductoria

De las poetas aquí incluidas, Sylvia Plath (1932-63) junto con Erica Jong (n. 1942) son quizá las más conocidas en México. Sin embargo, todas —y muchas de las que faltan— me parecen buenas poetas. Esta sería razón suficiente para incluirlas en una antología. También hay una segunda razón. Todas ellas, sin llegar a formar un grupo, con matices, preferencias, estilos y simpatías diferentes, han contribuido a la evolución de la conciencia del movimiento feminista contemporáneo.

Erica Jong, conocida en español por su novela feminista Miedo de volar, ha publicado varios libros de poesía y pertenece a una generación de poetas norteamericanas militantes del feminismo. La fuerza y el candor de su poesía pueden producir en el lector reacciones encontradas. “Ha sido muy importante para mí —dice— tanto en la poesía como en la ficción, escribir libremente sobre las mujeres y sobre la sexualidad de las mujeres.” Refiriéndose a sí misma, Jong ha escrito: “Llegué a enamorarme de la poesía de Neruda y Alberti, y aprendí el valor de la poesía que hurga en las profundidades de la inconciencia y se apoya en la asociación de imágenes. Me parece que estas dos influencias —la sátira incisiva y la creencia permanente en el valor del material inconsciente— han dado forma a mi voz como poeta.”

Denise Levertov (1923-1997), autora de quince volúmenes de poesía, es, como las otras autoras, ganadora de muchos premios. Frecuentemente se le asocia con los poetas “proyectistas” o “Black Mountain” (que incluye además a Charles Olson/Robert Duncan y Robert Creeley), pero es una poeta con voz propia que escribe desde el círculo de su experiencia e imaginación con mucha intensidad y destreza. Como escribió en “Arte”, aspira al verso poético de “ónix, acero”.

Marge Piercy (n. 1936) ha escrito cuatro novelas y siete libros de poemas. Su poesía es directa, en gran parte dedicada a las relaciones humanas. Escribe acerca de la colisión del sentimiento humano con las fuerzas colectivas e históricas. Piercy demuestra tener tanto una conciencia de la lucha de clases como de la lucha de las mujeres. De su arte poético ha escrito: “No escribo en las formas tradicionales de la poesía inglesa sino con ritmos derivados del lenguaje norteamericano hablado. Uso la línea corta que aprendimos en William Carlos Williams y la línea larga profética de Whitman a través de Alien Ginsberg, pero básicamente uso mis oídos. Hago poemas que, en primer lugar, son hablados y, en segundo lugar, son leídos con los ojos... En los últimos años he publicado en "la prensa alternativa" (como llamábamos a la prensa subterránea) y en las publicaciones y revistas feministas con tanta frecuencia como en las revistas poéticas y literarias... Soy radical y feminista comprometida. No entiendo las distinciones entre la poesía privada y la social: después de todo, el amor se da entre dos personas.”

Adrienne Rich (n. 1929) ha publicado nueve volúmenes de poemas, además de numerosos ensayos literarios y feministas. Cuando tenía veintidós años ganó el premio de la Universidad de Yale con su primer libro de poesía y en 1974 ganó el “National Book Award” para poesía de los EUA. Se puede decir que su poesía está muy unida a su pensamiento social y político. Para Rich incluso el amor es político y la artista es creadora de sí misma por medio de la poesía. El poema es una parte de la realidad con la potencialidad de transformar la realidad misma. Aunque técnicamente es heredera de Ezra Pound y de William Carlos Williams, filosóficamente la suya es una poesía nueva en continuo proceso de experimentación.

Como Sylvia Plath, Anne Sexton (1928-1974) ha ejercido mucha influencia sobre poetas más jóvenes, por la fuerza y originalidad de su voz poética y por el dramatismo de su poesía confesional. Sylvia Plath, además de escribir poesía, publicó una novela: The Bell Jar, (1963) a la que ella describe como “una obra autobiográfica de aprendiz que tuve que escribir para librarme del pasado”. Su poesía, como la autobiografía, es intensamente personal y cándida. Sexton es autora de una docena de colecciones de poemas. Sobre su propia obra Sexton comenta: “Me siento a gusto trabajando tanto con formas estrictas que difieren de poema a poema, como con los que yo llamo poemas libres. En cada ocasión busco la voz del poema y cada vez es diferente. Rilke, Rimbaud, Kafka y Neruda han ejercido su influencia sobre mí. Mis temas tratan de la vida y de la muerte, del ser hija, de la locura, la maternidad y el amor. Mis poemas son intensamente físicos.” En ambos casos, el suicidio atrajo la atención pública hacia sus obras.

La prolífica Diane Wakoski (n. 1937) publicó su primer libro de poesías en 1962, seguido hasta la fecha por veintisiete más, todos marcados por una imaginación poética de gran originalidad y lucidez. La mayoría parten de una unidad a nivel intuitivo. Quizá su obra más famosa (ahora pieza de coleccionistas) sea la secuencia de poemas a Jorge Washington, figura histórica y símbolo patriarcal. Su poesía incorpora la experiencia social y cultural. Los sentimientos de celos, cólera, necesidad sexual, avaricia y pavor se repiten en imágenes cambiantes que derivan de la realidad contemporánea. Dos de los poemas de Wakoski que incluí en esta selección provienen de un volumen titulado The Motorcyele Betrayal Poems (1971) que lleva en su portada la dedicatoria siguiente: “Este libro está dedicado a todos esos hombres que alguna vez me traicionaron, con la esperanza de que se caigan de sus motocicletas y se rompan la cara.”

Esta antología lleva la misma dedicatoria, aunque también va dedicada, con mejor voluntad, a los amigos leales.

Beth Miller


 

Erica Jong


Los mandamientos
Envidia del pene



Los mandamientos
 
No querrás de veras ser poet(is)a. Primero,
si eres mujer, tienes que ser tres veces mejor
que cualquiera de los hombres. Segundo, tienes
que acostarte con todo el mundo. Y tercero,
tienes que haberte muerto.

Poeta masculino, en conversación.


Si una mujer quiere ser poeta, 
    debe dormir cerca de la luna a cara abierta; 
    debe caminar a través de sí misma estudiando el paisaje;
    no debe escribir sus poemas con sangre menstrual.

Si una mujer quiere ser poeta,
    debe correr hacia atrás en torno al volcán;
    debe palpar el movimiento a lo largo de sus grietas;
    no debe conseguir un doctorado en sismografía.

Si una mujer quiere ser poeta,
    no debe acostarse con manuscritos incircuncisos;
    no debe escribir odas a sus abortos;
    no debe hacer caldos de vieja carne de unicornio.

Si una mujer quiere ser poeta,
    debe leer libros de cocina francesa y legumbres chinas;
    debe chupar poetas franceses para refrescar su aliento;
    no debe masturbarse en talleres de poesía.

Si una mujer quiere ser poeta,
    debe pelar los vellos de sus pupilas;
    debe escuchar la respiración de hombres durmientes;
    debe escuchar los espacios entre esa respiración.

Si una mujer quiere ser poeta,
    no debe escribir sus poemas con pene artificial;
    debe rezar para que sus hijos sean mujeres;
    debe perdonar a su padre su esperma más valiente.


 


Envidia del pene


Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad
el cuerpo de una mujer,
que esperan que su anhelo
haga un niño,
que su oquedad misma
fertilice lo oscuro.

Las mujeres no se hacen ilusiones sobre esto,
ya que son a la vez
casas y túneles,
copas y las que escancian el vino,
ya que conocen el vacío como estado temporal
entre dos plenitudes,
y no ven en ello ningún romance.

Si yo fuera hombre,
condenado a esa infinita vaciedad,
y no teniendo alternativa,
encontraría, como los otros, sin duda,
una mujer
para bautizarla Vientre de Luna,
Madona, Diosa del Cabello de Oro
y hacerla tienda de mi deseo,
paracaídas de seda de mi lujuria,
icono ojiazul de mi sagrada comezón sexual,
madre de mi hambre.

Pero ya que soy mujer,
debo no sólo inspirar el poema
sino también escribirlo a máquina,
no sólo concebir al niño
sino también darlo a luz,
no sólo dar a luz al niño
sino también bañarlo,
no sólo bañar al niño
sino también alimentarlo,
no sólo alimentar al niño
sino también llevarlo
a todas partes, a todas partes...

mientras que los hombres escriben poemas
sobre los misterios de la maternidad.

Envidio a los hombres que pueden anhelar
con infinita vaciedad.


Denise Levertov



Hora de dormir
El dolor del matrimonio
Tulipanes rojos
Nuestros cuerpos



Hora de dormir


Somos un prado donde zumban las abejas,
mente y cuerpo son casi uno

como el fuego crepita en la estufa
y nuestros ojos se cierran,

y boca a boca, la cobijas
sobre nuestros hombros,

dormitamos como caballos en el campo,
de acuerdo; aunque el frío otoñal

circunda nuestra cama tibia, y aunque
de día somos singulare y muchas veces solos.

 


El dolor del matrimonio


El dolor del matrimonio:

muslo y lengua, querido
pesan con él,
rebota en los dientes

Buscamos comunión, querido,
y somos rechazados
ambos

Es leviatán y nosotros
encerrados en su barriga
buscando alegría, alguna alegría
no conocible fuera,
dos a dos en el arca de
su dolor.



 


Tulipanes rojos


Tulipanes rojos
que viven en su muerte
abochornados de azul selvático

tulipanes
que se vuelven alas
oídos del viento
conejos con los ojos en blanco

viento del oeste
que sacude el vidrio flojo

pétalos que caen
con ese sonido que uno
atiende

 


Nuestros cuerpos


Nuestros cuerpos, todavía jóvenes
bajo la grabada ansiedad de nuestros
rostros, e inocentemente

más expresivos que rostros:
pezones, ombligo y vello púbico
hacen de todos modos una

especie de rostro: o considerando
las sombras redondeadas
en pecho, nalga, cojones

lo regordete de mi vientre, el
hueco de tu
ingle, como una constelación,

cómo se inclina desde la tierra
hasta el amanecer en un gesto de
juego y

sabia compasión
nada como esto
viene a darse

en ojos o pensativas
bocas.
           Amo

la línea o surco
que desciende
por mi cuerpo del esternón
a la cintura. Habla de
anhelo, de
distancia.

               Tu larga espalda,
color de arena y
configuración de huesos,
dice
lo que a la puesta del sol dice el cielo
casi blanco
sobre un profundo bosque al
que vuelve una manada de cornejas.

 


 

Marge Piercy


La más clara alegría


La más clara alegría
es el cese de un gran sufrimiento.
Cuando la campana de hierro se quita de la cabeza,
cuando el clamoroso choque se apacigua en los nervios,
cuando el cuerpo se desliza libre
como la carnada del anzuelo
y el pútrido aire de la ciudad
empieza a bullir en los pulmones.
La luz resbala en miel sobre los ojos.
El austero techo se vuelve merengue.
El cuerpo se desenreda, se despliega
prodigiosamente vacío como un lirio.
Respirar es bailar.
Muda y enteramente
como la albahaca en la ventana
levanto la nariz al sol. 

 


Sylvia Plath


El colgado
Bondad


El colgado


Por las raíces de mi pelo algún dios me agarró.
Me crispé en sus azules voltios como un profeta del desierto.

Las noches de pronto se cerraron como párpado de lagarto:
Un mundo de calvos días blancos en una cuenca sin sombra.

Un aburrimiento de buitres me clavó a este árbol.
Si él fuera yo, haría lo que yo hice.

 


Bondad


La bondad se desliza por mi casa.
Doña Bondad, ¡tan amable!
Las joyas rojas y amarillas de sus anillos humean
En las ventanas, los espejos
Se llenan de sonrisas.

¿Qué hay tan real como el grito de un niño?
El grito del conejo puede ser más salvaje
Pero no tiene alma.
El azúcar lo cura todo, según dice la Bondad.
El azúcar es un fluido necesario.

Sus cristales un pequeño emplasto.
¡Oh bondad, bondad
Dulcemente recogiendo pedacitos!
Mis sedas japonesas, mariposas desesperadas
Pueden a cualquier momento ser clavadas, anestesiadas.

Y aquí vienes tú, con una taza de té
En guirnaldas de vapor.
Pero la poesía es un jet de sangre,
No hay manera de pararla.
Me acercas dos niños, dos rosas. 

 

 


 

Adrienne Rich


Traducciones
Sueño que soy la muerte de Orfeo
La novena sinfonía de Beethoven entendida por fin como un mensaje sexual
La extranjera
Buceando en el naufragio


Traducciones


De una mujer
de mi edad o quizá más joven
me muestras poemas
traducidos de tu lengua

Hay ciertas palabras: enemiga, horno, dolor
suficientes para convencerme
que es una mujer de mi tiempo

Obsesionada

por el Amor, nuestro tema:
lo hemos tejido como yedra a nuestros muros
cocido en el horno como pan
cargado como plomo en los tobillos
visto con binoculares
como si fuera helicóptero
trayendo alimento a nuestra hambre
o el satélite
de un poder hostil

Comienzo a ver a esa mujer
haciendo cosas: cocinando el arroz
planchando la falda
pasando a máquina un manuscrito hasta el alba

intentando llamar
desde una cabina

En el cuarto de un hombre
el teléfono suena sin respuesta
y le oye decir
“No te preocupes”, “Se cansará”.
Le oye contar su historia a su hermana
que se vuelve enemiga
y que en su propio tiempo velará
su propio camino hacia el dolor
ignorante que ese camino atroz
es compartido, innecesario
y político.


 


Sueño que soy la muerte de Orfeo


Estoy caminando aprisa por las estriaciones de luz
    y oscuridad tiradas bajo una arcada.
Soy una mujer en la plenitud de la vida con ciertos poderes,
y esos poderes severamente limitados
por autoridades cuyas caras raramente veo.
Soy una mujer en la plenitud de la vida
manejando a su poeta muerto en un negro Rolls-Royce
a través de un paisaje de crepúsculos y abrojos.
Una mujer con cierta misión
que obedecida al pie de la letra
la dejará intacta.
Una mujer con nervios de pantera
una mujer de contactos entre Hell's-Angels
una mujer sintiendo la abundancia de sus poderes
en el momento preciso en que no debe usarlos
una mujer juramentada con la lucidez
que ve a través de fuegos humeantes
y de mutilaciones criminales de estas subterráneas calles
a su poeta muerto aprendiendo a caminar
hacia atrás contra el viento
al otro lado del espejo


La Novena Sinfonía de Beethoven entendida por fin como un mesaje sexual


Un hombre aterrorizado de impotencia
o infertilidad, sin saber la diferencia,
un hombre tratando de decir algo
aullando desde la música
climatérica de su enteramente
aislada alma
gritando al Gozo desde el túnel de su yo
una música sin la sombra
de otra persona dentro, música
que trata de decir algo que el hombre
no quiere que salga, quisiera guardar si pudiera
amordazada y amarrada y azotada con cuerdas de Gozo
donde todo es silencio y
el golpear de un puño sangriento sobre
una mesa astillada.

 


La extranjera


Mirando como antes he mirado, derecho al corazón
de la calle hasta el río
caminando por los ríos de las avenidas
sintiendo el temblor de las cuevas bajo el asfalto
viendo encenderse las luces en las torres
caminando como antes he caminado
como un hombre, como una mujer, en la ciudad
mi ira visionaria despejando mi vista
y las detalladas percepciones de misericordia
floreciendo de esa ira

si al entrar en un cuarto desde la aguda luz brumosa
los oigo hablar un idioma muerto
si preguntan mi identidad
¿qué puedo decir sino que
soy la andrógina?
yo soy la mente viva que no pueden describir
en su idioma muerto
el sustantivo perdido, el verbo que sobrevive
sólo en infinitivo
las letras de mi nombre están escritas entre los párpados
del recién nacido


 


Buceando en el naufragio


Tras haber leído el libro de mitos,
y cargado la cámara
y probado el filo del cuchillo,
me pongo la coraza de hule negro
las aletas absurdas
la careta torpe y solemne.
Tengo que hacer todo esto
no como Cousteau
con su tripulación diligente
a bordo de una asoleada goleta
sino aquí a solas.

Hay una escalera.
La escalera permanece
colgada inocentemente
al lado de la goleta.
Nosotros que la hemos usado
sabemos para qué sirve.
Sería si no
sólo una cosa marítima,
un utensilio cualquiera.

Desciendo.
Escalón tras escalón y todavía
el oxígeno me sumerge
la luz azul
de átomos claros
de nuestro aire humano.
Desciendo.
Las aletas me estorban,
como un insecto me arrastro por la escalera
y no hay nadie
para decirme cuándo
el océano empezará.

Primero el aire es azul y luego
más azul y luego verde y luego
pierde color y estoy perdiendo conciencia y
sin embargo
mi careta es poderosa
llena la sangre con potencia
el mar es otra historia
el mar no es cuestión de potencia
tengo que aprender sola
a torcer mi cuerpo sin esfuerzo
en el elemento profundo.

Y ahora: es fácil olvidar
a qué vine
entre tantos que aquí
han vivido siempre
ondeando entre escollos
sus dentados abanicos
y además
aquí abajo respiras de otro modo.

Vine a explorar el naufragio.
Las palabras son propósitos
las palabras son mapas.
Vine a ver el daño hecho
y los tesoros que sobreviven
Acaricio el resplandor de mi lámpara
lentamente por el flanco
de algo más permanente
que peces o algas.

Lo que vine a buscar:
el naufragio y no la historia del naufragio
la cosa misma y no el mito
la cara ahogada de mirada fija
hacia el sol
la evidencia del daño
gastada por sales y vaivenes
hasta llegar a esta belleza raída
las costillas del desastre
curvando su declaración
entre fantasmas tentativos.

Éste es el lugar.
Y aquí estoy, las sirenas cuyo pelo negro
fluye negro, el hombre sirena en su cuerpo blindado
Rodeamos el naufragio
buceamos en la bodega
silenciosos.
Soy ella: Soy él

cuya cara ahogada duerme con ojos abiertos
cuyos pechos aguantan todavía la tensión
cuya carga de plata, cobre, bronce yace
oscuramente en toneles
medio abandonado y pudriéndose
somos los instrumentos medio destruidos
que una vez siguieron un rumbo
la bitácora comida por el agua
la brújula equivocada

Somos, soy, eres
por cobardía o valor
quien halla nuestro camino
de regreso a esta escena
llevando un cuchillo, una cámara
un libro de mitos
en el que no aparecen nuestros nombres.

 


 

Anne Sexton


Cuando un hombre entra en una mujer
Después de Auschwitz
Alcahueta de Dios
Ángeles caídos


Cuando un hombre entra en una mujer


Cuando un hombre entra
en una mujer,
como el oleaje que muerde la orilla,
una y otra vez,
y la mujer abre la boca de placer
y sus dientes brillan
como el alfabeto,
Logos aparece ordeñando una estrella,
y el hombre
dentro de la mujer
hace un nudo,
para que nunca más estén separados
y la mujer
sube a una flor
y Logos aparece
y desata los ríos.

Este hombre,
esta mujer
con su doble hambre,
han procurado penetrar
la cortina de Dios,
lo cual brevemente
han logrado
aunque Dios
en su perversidad
deshace el nudo.

 


Después de Auschwitz

 


Ira
negra como un garfio
me ataja.
Cada día
cada nazi
agarró, a las ocho de la mañana,
un bebé
y lo frió para el desayuno
en su sartén.

Y la muerte observa con ojo casual
y juega con la mugre bajo las uñas.

El hombre es malo
—digo en voz alta.
El hombre es una flor
que se debe incendiar
—digo en voz alta.
El hombre es un pájaro lleno de lodo
—digo en voz alta.

Y la muerte observa con ojo casual
y se rasga el ano.

El hombre con sus dedos milagrosos
y los dedos del pie rosaditos
no es templo
sino letrina
—digo en voz alta.
Que el hombre nunca vuelva a levantar su tacita de té.
Que el hombre nunca vuelva a escribir un libro.
Que el hombre nunca vuelva a ponerse el zapato.
Que el hombre nunca vuelva a levantar los ojos
en una suave noche de julio.
Nunca. Nunca. Nunca. Nunca. Nunca.
Estas cosas digo en voz alta.

Ruego al Señor que no escuche.


 


Alcahueta de Dios


Con todas mis preguntas,
todas las palabras nihilistas en mi cabeza,
fui en busca de una respuesta,
en busca del otro mundo
que alcancé al cavar bajo tierra.
Crucé piedras más solemnes que predicadores,
traspasé raíces que pulsaban como venas
en busca de algún animal de sabiduría,
podría decirse, que en búsqueda
de mi esposo (o sea, el que te saca adelante).

Abajo.
Abajo.
Abajo.
Allí encontré un ratón
con árboles que crecían de su vientre.
Era todo sabio.
Era mi esposo.
Pero estaba mudo.

Hizo tres cosas.
Expulsó una calabaza de agua.
Entonces le pegué en la cabeza,
suave, un golpe como una llamada.
Luego expulsó una calabaza de cerveza.
Llamé otra vez
y por fin un plato de caldillo.

Ésas eran mis respuestas.
Agua. Cerveza. Alimento.
Pero no estuve satisfecha.

Entonces el ratón lamió mi piel leprosa
y tuve mi respuesta decisiva.

El alma no quedó curada,
estaba tan llena como un ropero
de vestidos que no me venían.
Agua. Cerveza. Caldillo.
Tenía que ser suficiente.
¿Pues quién soy yo, esposo,
para rehusar el poner nombre a los alimentos
en una época de hambre?


Ángeles caídos

 

                              (“¿Quiénes son?”
                              “Ángeles caídos que no eran bastante buenos
                              para ser salvados, ni bastante malos para ser
                              perdidos”, dice la gente del pueblo.)


Llegan a mi limpia hoja
de papel y dejan una mancha Rorschach.
No lo hacen por crueles,
lo hacen para darme un signo—
quieren forzarme, como dijo una vez Aubrey Beardsley,
a moverlo hasta que algo salga.
Aunque soy torpe,
cumplo.
Pues soy como ellos—
salvada y perdida a la vez,
cayendo como Humpty Dumpty
abajo del alfabeto.

Cada mañana los corro de mi cama
y cuando se meten en la ensalada,
revolcándose en ella como un perro,
los entresaco uno por uno
así como mi hija
entresaca las anchoas.
En mayo bailan sobre los junquillos,
gastando los dedos de sus pies
riendo como peces.
En noviembre,
mes del pavor,
chupan su niñez de las moras
y las vuelven agrias e incomibles.

Sin embargo son compañeros.
Distribuyen su magia
de Salvavidas Surtidas
y hacen menearse la vida.
Me acompañan al dentista
y protegen del taladro.
Al mismo tiempo,
van conmigo a clases
y mienten a mis alumnos.

Oh ángel caído,
compañero dentro de mí,
susurra algo sagrado
antes de que me pellizques
hasta el sepulcro. 

 


Diane Wakoski


Mi certificado de boda
El mecánico
Historia


Mi certificado de boda

Hay sombras
que parecen peligrosas manchas
en tus pulmones
llenando
un retrato tuyo
que tengo en mi mente.


El mecánico


La mayoría de los hombres usan
los ojos
como metrónomo
para marcar el compás
del caminar de una mujer
cómo sus caderas se ciñen
contra la tela, igual que los higos
en el árbol
justo antes de reventar
sus moradas pieles,
para medir qué tanto
de su andar emplea en la cama
de noche,
la jarra del cielo
llenándose de vía láctea
centellea cada vez
que ella mueve los labios.

pero, claro,
los secretos
no son los golpes obvios
en la canción
que cualquier baterista puede dar

oyendo la velocidad del motor
—hecho también de golpes—
tan rápidos,
sutiles, supongo,
que llegan como un sonido continuo
o el corazón que, por supuesto,
golpea sin ventilador
que lo mantenga
fresco;
es una prueba,
un ritmo,
que no podrían ver
aquellos ojos medidores
aunque tal vez haya algunos
con dedos y oídos
tan cerca de los motores
con aceite limpio circulando por los oídos
que depure la sesera,
quizás algunos...

puedan decir
en qué consiste
el secreto sangrar de una mujer

Como mujer
con estrellas untuosas
en todos los puntos
de mi piel
nunca podría
fiarme de un hombre
que no fuera mecánico;
un hombre que usa sus
ojos,
sus manos,
escucha
al
corazón.


Historia


Un hombre me preguntó
la historia de mi vida.
Dije
que yo no tenía
historia.
Que todas mis historias eran vidas,
como hongos,
aparentemente sin raíces,
aunque las esporas, microscópicas, que bailan
    en la tierra
como mi mano roza tu cara mientras
duermes,
               ya no son misteriosas;
y recordé que todas mis historias son una sola,
dejando a una mujer con un puñado de plata
que se vuelve luz de luna
desvanece como el aire,
desaparece con el sol,
permaneciendo ella con sus manos abiertas
y la poesía que es música,
una canción que nos ronda a todos
es lo que le queda,
su realidad misteriosamente,
quizá microscópicamente, ida
                                             para aparecer en otro
terreno pantanoso.
Yo busco al mago que entienda
lo que es invisible
al ojo desnudo,
que lea la poesía como un texto
para una nueva especie de jardín,
que convierta la luz de luna
en un puñado de plata,
en algo sólido y real,
no en ilusión,
no en viejas historias,
no en la vieja versión de la vida,
no en hongos venenosos.

Hongos,
comibles,
hermosos,
que dejan caer las esporas
y dan vida
justamente
como nosotros.
La historia de mi vida
es
que continúa.