Wislawa Szymborska
Wislawa Szymborska, poeta, traductora de poesía y periodista, nació el 2 de julio de 1923 en Bnin, cerca de Poznan. Reside desde hace años en Cracovia. Despertó el profundo interés de los críticos y los lectores con su tercer libro de poemas. Llamada a Yeti (1957), cuya publicación coincidió con la aparición de otros representantes de la generación de 1956. A partir de este tiempo vieron luz otros libros de poemas de Szymborska: Gran número (1976), Gente en el puente (1986), Fin y principio (1993), En el puente (1992), De la muerte sin exagerar (1996), No sé qué gente (1997), título que dio a su discurso cuando recibió el Premio Nobel de Literatura. La finura de la palabra poética de Szymborska pierde mucho en la traducción al español. Su lenguaje tiene una vibración emocional e intelectual muy particular, debido a una mezcla de observaciones muy concretas, tomadas frecuentemente del mundo de la biología, y de un tono lírico sobrio, siempre atenuado por la ironía. Cada poema parece una joya, perfecta e irrepetible, que la poeta elabora con la máxima discreción. Szymborska suele partir de un dicho, de un giro coloquial, de una pequeña observación práctica o de un reflejo de sus lecturas, deformándolo, arrojando sobre este dato una nueva luz, siempre teñida de humor lingüístico. Una grave meditación filosófica sobre la situación del hombre contemporáneo, expresada a través de la danza de una sirena muda de Christian Andersen. Porque amar a la poesía —después de la lección de Tadeuz Różewicz— implica renunciar a la belleza demasiado "alta" de una poesía confiada en sí misma. Para expresar sus inquietudes de ser pensante y comprometido, Szymborska ha preferido olvidar su voz de concertista. No obstante, algunos de sus poemas, gracias a la sencillez y a la elegancia innata de la forma, han sido divulgados como poesía cantada y tuvieron mucho éxito en Polonia, como es el caso de Nada dos veces.
Sus poemas
Nada dos veces
Nada ocurre dos veces y nunca ocurrirá. Nacimos sin experiencia, moriremos sin rutina.
Aunque fuéramos los alumnos más torpes en la escuela del mundo, nunca más repasaremos ningún verano o invierno.
Ningún día se repite, no hay dos noches iguales, dos besos que dieran lo mismo, dos miradas en los mismos ojos.
Ayer alguien pronunciaba tu nombre en mi presencia, como si de repente cayera una rosa por la ventana abierta.
Hoy, cuando estamos juntos, vuelvo la cara hacia el muro. ¿Rosa? ¿Cómo es la rosa? ¿Es flor? ¿O tal vez piedra?
¿Y por qué tú, mala hora, te enredas en un miedo inútil? Eres, pues estás pasando, pasarás —es bello esto.
Sonrientes, abrazados, intentemos encontrarnos, aunque seamos distintos como dos gotas de agua.
Dos monos de Breughel
Mi gran sueño de colegiala: dos monos sentados atados con la cadena; afuera vuela el cielo, se está bañando el mar.
Paso un examen de historia de la humanidad. Balbuceo y tropiezo.
Un mono me contempla y escucha con ironía, el otro semeja dormir; pero cuando mi pregunta se desvanece en el silencio, él me susurra algo con un suave ruido de cadena.
Bajo una estrella
Perdona, azar, que te llame necesidad. Perdón, necesidad, si al tenerte me equivoco. Perdonen, difuntos, que apenas los recuerde. Perdón, tiempo, por todo lo que se me escapa en un segundo. Perdóname, viejo amor, que el nuevo me parezca el primero. Perdónenme, guerras lejanas, por traer flores a casa. Perdonen, heridas abiertas, que acabe de pincharme el dedo. Perdónenme los que claman desde el abismo por escuchar ese disco de minueto. Perdónenme, los que corren en las estaciones, por quedarme dormida al amanecer. Perdón, esperanza azuzada, porque a veces estalle de risa. Disculpen, desiertos, por no ofrecerles ni una gota de agua. Y tú, halcón, idéntico desde siempre, enjaulado, que miras fijamente el mismo punto, perdóname, aunque seas un pájaro embalsamado. Discúlpame, árbol cortado, por las cuatro patas de la mesa. Perdón, grandes preguntas, por darles respuestas fútiles. Verdad, no me hagas demasiado caso. Trascendencia, muéstrate generosa. Soporta tú, misterio del ser, que no haga más que deshilvanar tu solemne velo. No me condenes, alma, por tenerte tan rara vez. Todo, perdóname si no estoy en todas partes. Me disculpo frente a todo por mi incapacidad de ser cada uno o cada una. Sé que mientras vivo, nada me justifica, pues yo mismo soy mi propio obstáculo. Lenguaje, no me tomes a mal por servirme de tus patéticas palabras y luego empeñarme en que parezcan ligeras.
Utopía
Una isla donde todo se aclara. Ahí se pisa la tierra firme de las pruebas. Hay un solo camino, el de la llegada. Los arbustos encorvados se pliegan bajo el peso de las respuestas. Ahí crece el árbol de la Hipótesis Adecuada con las ramas desenredadas desde siempre. El árbol de la Comprensión, deslumbrante, recto, junto al manantial que susurra: "Es así." Más se interna en el bosque, más se abre el Valle de la Obviedad. Si surge una duda, la desvanece el viento. El eco, sin que nadie se lo pida, toma la palabra con ganas, y aclara los misterios del mundo. A la derecha, una cueva donde hay sentido. A la izquierda, el Lago de la Profunda Convicción. La verdad se desprende del fondo y ya flota en la superficie. La Seguridad Intocable domina el Valle. Desde su cumbre se contempla la esencia de las cosas.
A pesar de tantos atractivos la isla está despoblada, y las pequeñas huellas de los pies, reconocibles en la orilla, se dirigen todas, sin excepción, al mar. Como si sólo se hubieran ido desde allí para volver a sumergirse, sin remedio, en una vida inconcebible.
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