Material de Lectura

Presentación

 

La obra poética de José Juan Tablada (1871-1945) ha sido dividida en tres épocas: “Poemas de Juventud (1892-1918)”, “Época Media (1901-1918)” y “Época Moderna (1919-1930)”. Los poemas juveniles pertenecen a la segunda edición de El florilegio, 1904; la Época Media contiene poemas de Al sol y bajo la luna, 1918, y La feria, 1928; la Época Moderna es la más rica y abarca distintos libros del poeta: Un día..., 1919; Li-Po y otros poemas, 1920; El jarro de flores, 1922, y La feria, 1928. Los poemas de esta Época Moderna que aparecen en Los mejores poemas de José Juan Tablada (UNAM, Biblioteca del Estudiante Universitario, 96) y que no están en las obras antes citadas, iban a formar parte de proyectos de libros que no llegaron a hacerse realidad: Intersecciones, El bestiario piadoso, Los ojos de la máscara, Puentes rotos, El alma en pena, títulos que sólo son una sugerencia y que parecen palabras, frases, versos cogidos al azar entre la vasta obra poética de Tablada.

En el año de 1925 se intentó publicar una antología suya, pero no se llevó a cabo hasta 1943, ya muy modificada, y cuya historia, capítulo importante de la vida de Tablada, está registrada en la presentación a Los mejores poemas...; el prólogo es de José María González de Mendoza, El Abate, amigo y discípulo de Tablada a quien se debe en gran parte el que hayamos podido conocer su obra poética completa.

En 1923, cuando Tablada tenía ya 51 años de edad, un grupo de jóvenes estudiantes y escritores lo nombra poeta representativo de la juventud, en un acto en su honor celebrado en el Salón de Actos del Museo Nacional y ante la presencia de José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación, que por aquellos años da a las artes el mayor impulso que han tenido en México, una vez hecha la revolución armada. En 1922, se había incluido a Tablada en una antología hecha por José D. Frías y Ventura García Calderón; se llamaba Antología de jóvenes poetas mexicanos. Tablada era joven por su obra, no por la edad; siempre estuvo en la primera fila de la vanguardia. Entre él y los otros poetas ahí seleccionados estaban los largos años que dividen a dos generaciones. Sin embargo, pudo aparecer junto a López Velarde, Reyes, Pellicer, Torri, Torres Bodet, Gorostiza, Ortiz de Montellano. Se le da un lugar especial en el “apéndice” del pequeño tomo, gracias a que sus “novísimas tendencias... le dan cabida” en un libro que sobre todo tiene un criterio generacional. En años más recientes Octavio Paz dijo de Tablada: “tal vez es nuestro poeta más joven” (Poesía en movimiento, 1966). Y para José Olivio Jiménez, nuestro poeta es, por méritos diversos, el punto de partida de su Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, Madrid, 1971.

La crítica especializada está, pues, de acuerdo sobre la novedad, juventud o contemporaneidad de Tablada; y así sucedía ya en la última década del ochocientos en opinión de Gutiérrez Nájera y Urbina, cuando Tablada, entonces sí joven de veinte años, introduce en México el “estremecimiento nuevo de Baudelaire”. Tablada “pensaba en francés”. Los otros poetas de su generación también lo hacían, pero nadie como él pudo aprehender ese nouveau frisson que traducía la poesía modernista en plenitud. No era ya la originalidad de los precursores como Gutiérrez Nájera y Díaz Mirón; ni la carga sentimental y dramática del romanticismo; ni la emoción un tanto fría que desde su inmovilidad produce la poesía parnasiana: era todo ello, más el simbolismo y el impresionismo junto con otros elementos. A la nueva expresión, que tuvo múltiples fuentes, se le llamó con el nombre de modernismo. Tablada es uno de sus mejores representantes.

Después de aquella edición de El florilegio, Tablada entra en una crisis. Muchos años más tarde, pasada la época difícil de la Revolución, aparece Al sol y bajo la luna, libro de transición, en algunos de cuyos poemas es clarísima ya la nueva visión del mundo que tiene el poeta; se siente plenamente la presencia del nuevo siglo, cuya síntesis es Nueva York, ciudad en que Tablada ha pasado los años de exilio (1914-1918) y en donde pasará largos periodos de su vida. Él, como otros intelectuales, se adhirió al huertismo, y tuvo que salir del país a la caída de este régimen de infame historia. Con la paz constitucional y gracias a Venustiano Carranza, Tablada se reintegra al país y viaja como diplomático a Colombia y a Venezuela. Comienza entonces la tercera etapa de su obra.

Hacía algunos años que Tablada venía informándose con verdadero interés sobre teosofía, doctrinas esotéricas y culturas orientales. Su devoción por el Japón durante toda la vida es decisiva en su poesía. Entre 1919 y 1922 publica sus famosos libros de haikú, Un día... y El jarro de flores. Li-Po y otros poemas se inspira en el poeta chino del siglo VIII, que muere ahogado cuando, borracho, quiere alcanzar la luna reflejada en un lago. Aunque Tablada admiró especialmente al Japón (el Emperador le concedió en 1914 la “Condecoración del Zuijo-Sho, y la Distinción del Cuarto Orden” por todo lo que había escrito sobre ese país), su amor por el Oriente en general se manifiesta, entre otras cosas, por ese homenaje a Li-Po. Este libro es en gran medida deudor de Apollinaire y tiene su origen en los muchos conocimientos que sobre poesía y artes plásticas tenía nuestro poeta. Los ideogramas de la escritura china como un acto doble de creación: texto e imágenes, tienen un equivalente en el libro de Tablada.

La adaptación, conocimiento y difusión del haikú japonés en Hispanoamérica se deben a Tablada. La pequeña estrofa de 17 sílabas (un heptasílabo entre dos pentasílabos) es un poema completo. Tiene una tradición de siglos en el Japón y fue trasladada a la lengua española con algunas libertades por lo que se refiere a la rima y al número de sílabas, pero sobre todo al espíritu del poema. Tomando como temas la naturaleza, el paisaje, que se modifica en las distintas horas del día, el haikú guarda muchos sobrentendidos para el lector japonés. Es un poema sintético, omite o calla un número impreciso de referencias, de ahí la riqueza de su contenido, su carácter de poema abierto. Tablada conoce los secretos de esta forma poética cuyos principios son los del budismo zen; lleva ya muchos años en el estudio y la práctica de doctrinas orientales. Para la historia de la poesía en México, los libros citados son un avance de la vanguardia, que, según el poeta, no es más que una conquista sobre la retórica. El modernismo ha llegado a su fin.

Los nuevos poetas, casi todos del grupo Contemporáneos, de la generación anterior rescatan a González Martínez, Tablada y López Velarde, más joven que los otros dos. Este último, al llevar a su cabal cumplimiento uno de los postulados del modernismo: el americanismo, en su caso el mexicanismo, será el último influjo decisivo sobre Tablada, quien, ya viejo, pasa la vida entre Cuernavaca y Nueva York. La nostalgia se ha apoderado de él, aquel exilio de cuatro años y su afición al estudio del pasado de México lo llevan a escribir La feria: aquí la presencia de López Velarde es permanente. Hace también muchos años que Tablada piensa insistentemente en el más allá; las cosas de este mundo le parecen impuras, son un lastre del espíritu, que ya no se conforma con la novedad de la vida. Un buen número de sus poemas tienen por tema esa aspiración metafísica, pero casi siempre son más reflexión que poesía.

En la presente antología se pretende dar ejemplos de la evolución de la obra de Tablada. El lector podrá apreciar la inquietud permanente del poeta, que miró siempre la vida como una continua sorpresa y se acercó a ella con sensualidad, desencanto, ironía, piedad.

 

 

Héctor Valdés