Material de Lectura

josejuan-tablada-33-big.jpg José Juan Tablada



Selección
y presentación
de Héctor Valdés



VERSIÓN PDF

 

 

 


Presentación

 

La obra poética de José Juan Tablada (1871-1945) ha sido dividida en tres épocas: “Poemas de Juventud (1892-1918)”, “Época Media (1901-1918)” y “Época Moderna (1919-1930)”. Los poemas juveniles pertenecen a la segunda edición de El florilegio, 1904; la Época Media contiene poemas de Al sol y bajo la luna, 1918, y La feria, 1928; la Época Moderna es la más rica y abarca distintos libros del poeta: Un día..., 1919; Li-Po y otros poemas, 1920; El jarro de flores, 1922, y La feria, 1928. Los poemas de esta Época Moderna que aparecen en Los mejores poemas de José Juan Tablada (UNAM, Biblioteca del Estudiante Universitario, 96) y que no están en las obras antes citadas, iban a formar parte de proyectos de libros que no llegaron a hacerse realidad: Intersecciones, El bestiario piadoso, Los ojos de la máscara, Puentes rotos, El alma en pena, títulos que sólo son una sugerencia y que parecen palabras, frases, versos cogidos al azar entre la vasta obra poética de Tablada.

En el año de 1925 se intentó publicar una antología suya, pero no se llevó a cabo hasta 1943, ya muy modificada, y cuya historia, capítulo importante de la vida de Tablada, está registrada en la presentación a Los mejores poemas...; el prólogo es de José María González de Mendoza, El Abate, amigo y discípulo de Tablada a quien se debe en gran parte el que hayamos podido conocer su obra poética completa.

En 1923, cuando Tablada tenía ya 51 años de edad, un grupo de jóvenes estudiantes y escritores lo nombra poeta representativo de la juventud, en un acto en su honor celebrado en el Salón de Actos del Museo Nacional y ante la presencia de José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación, que por aquellos años da a las artes el mayor impulso que han tenido en México, una vez hecha la revolución armada. En 1922, se había incluido a Tablada en una antología hecha por José D. Frías y Ventura García Calderón; se llamaba Antología de jóvenes poetas mexicanos. Tablada era joven por su obra, no por la edad; siempre estuvo en la primera fila de la vanguardia. Entre él y los otros poetas ahí seleccionados estaban los largos años que dividen a dos generaciones. Sin embargo, pudo aparecer junto a López Velarde, Reyes, Pellicer, Torri, Torres Bodet, Gorostiza, Ortiz de Montellano. Se le da un lugar especial en el “apéndice” del pequeño tomo, gracias a que sus “novísimas tendencias... le dan cabida” en un libro que sobre todo tiene un criterio generacional. En años más recientes Octavio Paz dijo de Tablada: “tal vez es nuestro poeta más joven” (Poesía en movimiento, 1966). Y para José Olivio Jiménez, nuestro poeta es, por méritos diversos, el punto de partida de su Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, Madrid, 1971.

La crítica especializada está, pues, de acuerdo sobre la novedad, juventud o contemporaneidad de Tablada; y así sucedía ya en la última década del ochocientos en opinión de Gutiérrez Nájera y Urbina, cuando Tablada, entonces sí joven de veinte años, introduce en México el “estremecimiento nuevo de Baudelaire”. Tablada “pensaba en francés”. Los otros poetas de su generación también lo hacían, pero nadie como él pudo aprehender ese nouveau frisson que traducía la poesía modernista en plenitud. No era ya la originalidad de los precursores como Gutiérrez Nájera y Díaz Mirón; ni la carga sentimental y dramática del romanticismo; ni la emoción un tanto fría que desde su inmovilidad produce la poesía parnasiana: era todo ello, más el simbolismo y el impresionismo junto con otros elementos. A la nueva expresión, que tuvo múltiples fuentes, se le llamó con el nombre de modernismo. Tablada es uno de sus mejores representantes.

Después de aquella edición de El florilegio, Tablada entra en una crisis. Muchos años más tarde, pasada la época difícil de la Revolución, aparece Al sol y bajo la luna, libro de transición, en algunos de cuyos poemas es clarísima ya la nueva visión del mundo que tiene el poeta; se siente plenamente la presencia del nuevo siglo, cuya síntesis es Nueva York, ciudad en que Tablada ha pasado los años de exilio (1914-1918) y en donde pasará largos periodos de su vida. Él, como otros intelectuales, se adhirió al huertismo, y tuvo que salir del país a la caída de este régimen de infame historia. Con la paz constitucional y gracias a Venustiano Carranza, Tablada se reintegra al país y viaja como diplomático a Colombia y a Venezuela. Comienza entonces la tercera etapa de su obra.

Hacía algunos años que Tablada venía informándose con verdadero interés sobre teosofía, doctrinas esotéricas y culturas orientales. Su devoción por el Japón durante toda la vida es decisiva en su poesía. Entre 1919 y 1922 publica sus famosos libros de haikú, Un día... y El jarro de flores. Li-Po y otros poemas se inspira en el poeta chino del siglo VIII, que muere ahogado cuando, borracho, quiere alcanzar la luna reflejada en un lago. Aunque Tablada admiró especialmente al Japón (el Emperador le concedió en 1914 la “Condecoración del Zuijo-Sho, y la Distinción del Cuarto Orden” por todo lo que había escrito sobre ese país), su amor por el Oriente en general se manifiesta, entre otras cosas, por ese homenaje a Li-Po. Este libro es en gran medida deudor de Apollinaire y tiene su origen en los muchos conocimientos que sobre poesía y artes plásticas tenía nuestro poeta. Los ideogramas de la escritura china como un acto doble de creación: texto e imágenes, tienen un equivalente en el libro de Tablada.

La adaptación, conocimiento y difusión del haikú japonés en Hispanoamérica se deben a Tablada. La pequeña estrofa de 17 sílabas (un heptasílabo entre dos pentasílabos) es un poema completo. Tiene una tradición de siglos en el Japón y fue trasladada a la lengua española con algunas libertades por lo que se refiere a la rima y al número de sílabas, pero sobre todo al espíritu del poema. Tomando como temas la naturaleza, el paisaje, que se modifica en las distintas horas del día, el haikú guarda muchos sobrentendidos para el lector japonés. Es un poema sintético, omite o calla un número impreciso de referencias, de ahí la riqueza de su contenido, su carácter de poema abierto. Tablada conoce los secretos de esta forma poética cuyos principios son los del budismo zen; lleva ya muchos años en el estudio y la práctica de doctrinas orientales. Para la historia de la poesía en México, los libros citados son un avance de la vanguardia, que, según el poeta, no es más que una conquista sobre la retórica. El modernismo ha llegado a su fin.

Los nuevos poetas, casi todos del grupo Contemporáneos, de la generación anterior rescatan a González Martínez, Tablada y López Velarde, más joven que los otros dos. Este último, al llevar a su cabal cumplimiento uno de los postulados del modernismo: el americanismo, en su caso el mexicanismo, será el último influjo decisivo sobre Tablada, quien, ya viejo, pasa la vida entre Cuernavaca y Nueva York. La nostalgia se ha apoderado de él, aquel exilio de cuatro años y su afición al estudio del pasado de México lo llevan a escribir La feria: aquí la presencia de López Velarde es permanente. Hace también muchos años que Tablada piensa insistentemente en el más allá; las cosas de este mundo le parecen impuras, son un lastre del espíritu, que ya no se conforma con la novedad de la vida. Un buen número de sus poemas tienen por tema esa aspiración metafísica, pero casi siempre son más reflexión que poesía.

En la presente antología se pretende dar ejemplos de la evolución de la obra de Tablada. El lector podrá apreciar la inquietud permanente del poeta, que miró siempre la vida como una continua sorpresa y se acercó a ella con sensualidad, desencanto, ironía, piedad.

 

 

Héctor Valdés

 


En el parque


Un último sonrojo murió sobre tu frente...
Caíste sobre el césped; la tarde sucumbía,
Venus en el brumoso confín aparecía
y rimando tus ansias sollozaba la fuente.

¿Viste acaso aquel lirio y cómo deshacía
una a una sus hojas en la turbia corriente,
cuando al eco obstinado de mi súplica ardiente
respondiste anegando tu mirada en la mía?...

Ya en la actitud rendida que la caricia invoca
tendiste sobre el césped tus blancos brazos flojos
vencida por los ruegos de mi palabra loca.

Y yo sobre tu cuerpo cayendo al fin de hinojos
miré todas las rosas sangrando entre tu boca
¡y todas las estrellas bajando hasta tus ojos!

 


Comedieta


En un parque de Watteau
que llena de rosas Junio
y que un claro plenilunio
con su luz opalizó,

cambiando el esplín en farsa
y a la Luna por el Sol,
está toda la comparsa
del sainete y del Guignol.

En un prado del jardín
absorto ve Pulchinela,
brincar una cascatela
de la boca de un delfín;

Pierrot su laúd afina...
Se oye un “muera” a la virtud
estentóreo y Colombina
planta un beso al del laúd,

mientras que Casandra a solas
(ha libado tres botellas)
cuando vuelan las luciolas
¡cree que bajan las estrellas!

¡Qué color de pastoral!
¡Cuánta luz la escena irisa!
¡Cuánto beso, cuánta risa,
cuánto fresco madrigal!

Mas de pronto, en la espesura,
la comparsa oye asombrada
un sollozo de amargura
después de una carcajada...

Y corren hacia el confín
tras de Casandra que vuela,
con su giba Pulchinela,
con su antifaz Arlequín.

¿Llegan y qué ven?... Un rayo
lunar, baña a Colombina;
con angustia y con desmayo
a sus pies Pierrot se inclina.

Y en vano él su voz acalla
suplicándole el secreto,
pues Colombina que estalla
dice al auditorio inquieto:

¿Queréis que el misterio os diga?
¡Vamos!... Es una tortura;
Pierrot siempre sin fortuna
¡quiere ahorcarse con mi liga
en un rayo de la luna!

 


Canción de las gemas


¡Yo adoro el diamante de luces reales!
El que desbarata diáfanos cristales
en el rizo rubio y en la trenza umbría;
príncipe nimbado de auroras triunfales
¡augusto monarca de la pedrería!

Yo adoro el granate que trágicamente
inflama en tu seno su cáliz ardiente,
gema de crueldades por ti preferida,
que es ascua, sangrando sobre de tu frente
y es en tu garganta luminosa herida.

¡Yo adoro el topacio de pálido efluvio!
Tarde moribunda sobre algún Danubio;
silfo que a las rosas da un beso de oro
convertido en polen luminoso y rubio...
¡Con sus flavas luces al topacio adoro!

¡Yo adoró tus luces, doliente amatista!
Pupila llorosa que la pena atrista;
hiedra de los vagos parques otoñales...
¡Oh mística gema del aurifabrista
que siembras de luces las capas pluviales!

¡Yo adoro tus ampos, celeste turquesa!
Azul plenilunio que las ondas besa;
myosotis regado con polvo de plata;
¡lágrima de amores que alguna princesa
dejó entre las alas de la serenata!

¡Yo adoro las luces de la pedrería
donde tembloroso se desmaya el día,
los ricos joyeles, los regios tesoros,
el ópalo triste, la gema sombría
y el flavo topacio de pálidos oros!

envío

Princesa: tú sabes que en ese tesoro
más que la esmeralda y el topacio de oro,
más que los diamantes y los negros cuarzos,
tus dulces miradas son las que yo adoro...
¡Báñame en la lumbre de tus ojos garzos!

 


La Venus china

A mi amigo Okada Asataro

En su rostro ovalado palidece el marfil,
la granada en sus labios dejó púrpura y miel,
son sus cejas el rasgo de un oblicuo pincel
y sus ojos dos gotas de opio negro y sutil.

Cual las hojas de nácar de un extraño clavel
florecieron las uñas de su mano infantil
que agitando en la sombra su abanico febril
hace arder en sus sedas un dorado rondel...

Arropada en su manto de brocado turquí,
en la taza de jaspe bebe sorbos de té
mientras arde a sus plantas aromoso benjuí.

Mas irguióse la Venus... Y el encanto se fue
pues enjuto en la cárcel de cruel borceguí
era un pie de faunesa de la Venus el pie...

 


Misa negra


¡Emen Hetan!                      
(Cri des stryges au sabbat)   
 


¡Noche de sábado! Callada
está la tierra y negro el cielo,
palpita en mi alma una balada
de doloroso ritornelo.

El corazón desangra herido
por el cilicio de las penas
y corre el plomo derretido
de la neurosis en mis venas.

¡Amada, ven! Dale a mi frente
el edredón de tu regazo,
y a mi locura, dulcemente,
lleva a la cárcel de tu abrazo.

¡Noche de sábado! En tu alcoba
flota un perfume de incensario,
el oro brilla y la caoba
tiene penumbras de santuario.

Y allá en el lecho do reposa
tu cuerpo blanco, reverbera
como custodia esplendorosa
tu desatada cabellera.

Toma el aspecto triste y frío
de la enlutada religiosa
y con el traje más sombrío
viste tu carne voluptuosa.

Con el murmullo de los rezos
quiero la voz de tu ternura,
y con el óleo de mis besos
ungir de Diosa tu hermosura.

Quiero cambiar el beso ardiente
de mis estrofas de otros días
por el incienso reverente
de las sonoras letanías.

Quiero en las gradas de tu lecho
doblar temblando la rodilla...
Y hacer el ara de tu pecho
y de tu alcoba la capilla.

Y celebrar ferviente y mudo,
sobre tu cuerpo seductor
¡lleno de esencias y desnudo,
la Misa Negra de mi amor!

 


Ónix


Torvo fraile del templo solitario
que al fulgor de nocturno lampadario
o a la pálida luz de las auroras
desgranas de tus culpas el rosario...
—¡Yo quisiera llorar como tú lloras!

Porque la fe en mi pecho solitario
se extinguió como el turbio lampadario
entre la roja luz de las auroras,
y mi vida es un fúnebre rosario
más triste que las lágrimas que lloras.

Casto amador de pálida hermosura
o torpe amante de sensual impura
que vas —novio feliz o amante ciego—
llena el alma de amor o de amargura...
—¡Yo quisiera abrasarme con tu fuego!

Porque no me seduce la hermosura,
ni el casto amor, ni la pasión impura;
porque en mi corazón dormido y ciego,
ha caído un gran soplo de amargura,
que también pudo ser lluvia de fuego.

¡Oh Guerrero de lírica memoria
que, al asir el laurel de la victoria,
caíste herido con el pecho abierto
para vivir la vida de la Gloria!...
—¡Yo quisiera morir como tú has muerto!

Porque al templo sin luz de mi memoria,
sus escudos triunfales la victoria
no ha llegado a colgar, porque no ha abierto
el relámpago de oro de la Gloria
mi corazón obscurecido y muerto.

Fraile, amante, guerrero, yo quisiera
saber qué obscuro advenimiento espera
el amor infinito de mi alma,
si de mi vida en la tediosa calma
no hay un Dios, ni un amor, ni una bandera.

 


El automóvil en méxico


Ruidoso automóvil, causas risa,
pues en estúpido correr
llevas de un lado a otro, a toda prisa,
a los que no tienen quehacer...

Y del Jockey Club a los socios
y a las “Nanás” de treinta estíos,
estiras mil elásticos ocios,
y ahondas subterráneos hastíos.

A la Venus de mucosas reacias
y áridas como un esmeril,
¡y al banquero que erupta a sus gracias
gleroso madrigal senil!

Dragón hecho por un cubista;
caricatura mecánica de una bestia apocalíptica;
saurio de alígeros afanes;
alcoba itinerante y sicalíptica
de prostitutas y rufianes...

Puente recto y fiel
entre la taberna y el burdel,
estuche donde la enteca
preciosa y vesperal mundana,
mece su periódica jaqueca
soluble en valeriana...

Y con ojos hipnóticos,
al fin soltera, al fin mujer,
decora con tatuajes eróticos
las espaldas de su “chauffeur”.

Automóvil, ataúd dinámico
para entierros al por mayor,
a la lumia es epitalámico
himno, tu áspero estridor...

Y sobre el asfalto resbalas,
reptil que quiere tener alas,
dejando estelas de humo obscuro
y flatulencias de carburo...

 


La bella Otero


¡Arcángel, loba, princesa, lumia, súcubo, estrella!
Con el espanto de los abismos y la fragancia de los jardines
pasas devastadora como una plaga; fatal y bella
              y en carne urente clavan su huella
              tus escarpines...

Blanco sarcófago de tibio mármol y seno obscuro
lleno de bálsamos y refulgente de pedrería,
arrodillados hasta tu plinto glacial y duro
van los amantes para que hieles su amor impuro,
para que acojas los estertores de su agonía.

El fiero prócer que entró a tu alcoba, salió mendigo,
pero glorioso y ebrio del vino de tus histerias,
hoy rumia lirios..., piensa en tu ombligo...
¡Y un sol irradia sobre la noche de sus miserias!

Allá en su celda, habla el demente que enloqueciste
de tu melena quebrada y bruna
y de tu vientre árido, triste
y luminoso, como los valles que hay en la luna...

Cuando bailas sacudiéndote la ropa,
¿es tu falda suntuosa, inversa copa
que derrama los almizcles y el ardor?
Y tus largas piernas dentro de las medias tenebrosas
¿surgen de ávidos abismos o entre jardines de rosas,
son tentáculos bestiales o pistilos de una flor?

Cuando bailas y tus piernas entre espumas de batista
             dejas ver, ¡oh Salomé!,
con un beso entre los labios la cabeza del Bautista
             cae sangrando hasta tu pie...

Cuando bailas, inflamada, dislocada, enardecida
y agitadas por tus muslos las ropas vienen y van,
en el fondo de esa sirte pone el efebo su vida
y tú la absorbes, siniestra, como a la hoja el huracán...

¿Qué candor más diamantino que tu crimen y tu incuria?
Eres pantano y cisterna y oasis y desierto,
das la muerte sonriendo y el gran sol de tu lujuria
blanquea las osamentas de los que a tus pies han muerto
inconsciente como un ídolo, eres trágica y fatal
y entre flores y cantando como Ofelia..., vas al mal.

Así brilla en tus miradas un oriente de ternura,
un candor, llanto represo de tus ojos en las piedras,
claras perlas engastadas en la torpe ojera obscura,
o rocío matutino sobre el cáliz de las hiedras...

Por entre rosas y surtidores y propileos,
larvas que surcan el alabastro de hundida estatua,
van por tu carne las caravanas de los deseos
tras de una estrella polar que es fósforo de lumbre fatua.

O bien tu cuerpo todo desnudo con ansia treme
sobre la rada llena de aromas del hondo lecho,
y cuando partes como la ebúrnea y ágil trirreme,
al galeote que te tripule dejas que reme
e hinchas cual vela comba y airada tu blanco pecho...

¡Y tus suspiros y tus sollozos son tempestades,
por las canciones de las sirenas atravesadas,
y abres los ojos y se derraman las claridades,
y abres los labios y soplan brisas embalsamadas!

Tras del periplo llegó el esquife
al desamparo del arrecife;
inertes yacen tus brazos blancos
como dos remos de tersa plata;
y una bandera —tu cabellera— la del pirata
tiende su luto sobre tus flancos...

Sangra en la noche del Desencanto, rojo lucero,
y desmayando junto al abismo de tus amores
la caravana llega al osario y al pudridero
por entre rosas y propileos y surtidores. 

 


Quinta Avenida


¡Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida
tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida!...

¿Soñáis desnudas que en el baño os cae
áureo Jove pluvial, como a Danae,
o por ser impregnadas de un tesoro,
al asalto de un toro de oro
tendéis las ancas como Pasifae?

¿Sobáis con perversiones de cornac
de broncíneo elefante la trompa metálica
o transmutáis, urentes, de Karnak
la sala hipóstila, en fálica?

¡Mujeres fire-proof a la pasión inertes,
hijas de la mecánica Venus made in America;
de vuestra fortaleza, la de las cajas fuertes,
es el secreto… idéntica combinación numérica!

 


El poema de Okusai

A Alfonso Cravioto

Desde el Dios hasta el samurai,
desde el águila hasta el bambú,
todo lo dibujó Okusai
en la “Mangua” y en el “Guafú”.

Y la planta y el animal
ahora viven sobre el papel,
con el astro y el mineral,
por la gloria de su pincel.

Las antenas de los insectos,
la nube, la ola, la llama,
y los increíbles aspectos
de la cumbre del Fuzi Yama;

y los puentes y las cascadas
junto al templo en el bosque hundido,
y el encanto de las posadas
a lo largo del Tokaído.

¡Desde el astro hasta el caracol,
de la perla al sapo de lodo,
Okusai lo dibujó todo,
desde las larvas hasta el Sol!

Padre Río, dios nemoroso,
en tus álbumes la Natura
truena con verbo caudaloso,
con selvática voz murmura;

agrieta el nocturno pavor,
pone en tu mano la centella,
recoge tu alma en una flor
y la dispersa en una estrella...

Y la diafaniza en un lago,
la riega en átomos de luz,
desvaneciéndola en un vago
crepúsculo, tras un saúz.

Y la sienta en la flor de loto
como a Budha. ¡Su potestad
la sacude en el terremoto
y la inflama en la tempestad!

La Kábala tan sólo explica
las artes mágicas del brujo
“Campesino de Katsuchika”,
del “viejo loco de dibujo”.

Ella, la que el pavor encomia,
en grimorio sutil discierna,
como incuba una faz de momia
el incendio de una linterna.

Como un lémur sus tegumentos
traba al hueso de la quijada
en los tétricos aspavientos
de una larva desencajada...

Por cuál arte de Belcebú
de los limbos traída fue
el alma en pena de Okikú
o el espectro de Kasané...

Si del bonzo ante el exorcismo
(pretenden crónicas inciertas)
que retornaron al abismo
las dos pobres mujeres muertas,

¿por qué sobre el brocal del pozo
dilacerada, hosca y fluida,
flota exhalando su sollozo
Okikú, la infeliz suicida?...

A tu arte diabólico culpo,
“Guakiojin”, si aún abre y dilata
su rictus y su ojo de pulpo
Kasané en su máscara chata...

Que al mirar por primera vez
esas trágicas maravillas
me oprimió con su pesadez
el sapo de las pesadillas...

Y en inmóvil pavor deshecho
en la sombra me liberté
sólo al clamar desde mi lecho
“¡Bakú, Bakú, Kuraeé!”...

Shirokinakatsukamí
llegó, dócil a mis empeños,
y, ¡oh brujo!, me libró de ti
devorando mis malos sueños...

¡De entonces, héroe de Nagoya,
abro tu álbum espectral
como esa figura de Goya
que alza una lápida tumbal!...

Mejor halago mi ansia plástica
en la obra que firmaste al fin
de tu gran vida, ¡oh Manrojín!,
con los cien siglos de la esvástica...

Cuando según el dicho tierno
de tu siempre irónico tono:
te llamaba el dios del infierno
para pintarle un kakemono.

Cuando ya eras un bodhisava
y logró tu pincel prolífico
que viviera cuanto trazaba,
una imagen o un jeroglífico...

Eras como un viejo dragón
con escamas de sabiduría,
con sendas garras de león
sobre la noche y sobre el día;

como un brahamánico elefante,
rugoso en su gloria senil,
que al enigma embistió triunfante
con sus colmillos de marfil...;

una cigüeña calva y cana
por las centurias peregrina,
huésped de la Muralla China
y la Torre de Porcelana!

vieja tortuga que por ley
de los siglos, llevara al fin
en su carapacho un jardín
como una isla de carey...

Cuando en tu casa de Asakusa,
fin de tu vida itinerante
dejaste decir a tu Musa
al llegar el postrer instante:

“¡Oh Libertad, tan deseada,
cuando en los campos del estío
flotando al fin a su albedrío
vaga el alma desencarnada”...

Como un pino lleno de nieve
desvanecido en el sutil
fulgor lunar que su luz llueve,
vio a Okusai, el año mil
ochocientos cuarenta y nueve...

Y la tumba dice su historia
bajo un bosque de Hiroshigué,
aquí yace el que en vida fue
“el de la pintoresca gloria,
el Caballero de la Fe...”

Kami Okusai, un culto intenso
rindo a tu alma, como a un dios,
y le ofrezco varas de incienso,
jugosas frutas, blanco arroz.

Cuando el sahumerio ardiente sube
exaltando mi devoción,
y contemplo la vaga nube
trasmutándose en un dragón,

¡cómo sigo su lento vuelo
que abandona la estancia mía,
y une a la tierra con el cielo
y se integra a la láctea vía!

¡Fluye una cascada en su calma,
y por ella en heroico salto,
carpa de oro, surge tu alma
y se remonta hacia lo alto!

¡La vía láctea sus alabastros
tiende en dócil lluvia de oro,
y tú subes hasta los astros
con el vuelo de un meteoro...!

Desde el Dios hasta el samurai,
desde el águila hasta el bambú,
todo lo dibujó Okusai
en la “Mangua” y en el “Guafú”.

Okusai lo dibujó todo...
¡Oh Poetas, seguid sus huellas
de la tierra en el triste lodo
y en los ampos de las estrellas!

 


El saúz


Tierno saúz
casi oro, casi ámbar,
casi luz...

 


Los sapos


Trozos de barro,
por la senda en penumbra
saltan los sapos...

 


El ruiseñor


Bajo el celeste pavor
delira por la única estrella
el cántico del ruiseñor.

 


La luna


Es mar la noche negra,
la nube es una concha,
la luna es una perla.

 


Libélula


Porfía la libélula
por prender su cruz transparente
en la rama desnuda y trémula...

 


Un mono


El pequeño mono me mira...
¡Quisiera decirme
algo que se le olvida!

 


Peces voladores


Al golpe del oro solar
estalla en astillas el vidrio del mar.

 


Sandía


Del verano, roja y fría
carcajada,
rebanada
de sandía!

 


El insomnio


En su pizarra negra
sumas cifras de fósforo...

 


Li-Po
(fragmentos)

tablada01.jpg

 


Madrigales ideográficos

tablada02.jpg

 


Nocturno alterno


Neoyorquina noche dorada
                                      Fríos muros de cal moruna
Rector’s champaña fox-trot
                                      Casas mudas y fuertes rejas
Y volviendo la mirada
                                      Sobre las silenciosas tejas
El alma petrificada
                                      Los gatos blancos de la luna
Con la mujer de Loth
                                      Y sin embargo
                                         es una
                                            misma
                                                en New York
                                                   y en Bogotá
                                                      La Luna…!

 


Oiseau

tablada04.jpg

 


Traducción literal:


Pájaro


“He aquí sus pequeñas patas
el canto voló...”

 

 


El gallo magnánimo


Meditando quizás —“Por mí no queda”
gallo, tan viril eres
que quisieras pisar a las mujeres
y por si acaso..., ¡les haces la rueda!

Tu orgullo de gallo
tenorio y garañón
haría un gallinero del serrallo
del mismo Salomón...

Audaz, ahogarías con tu grito
del “Canto de los Cánticos” el murmullo exquisito
y con la rapidez de los halcones,
bajo tu azul plumaje que se esponja y se agita
posarías al fin tus espolones
¡en las espaldas de la Sulamita!

Pues tal parece que a los hombres has
tolerado sus concubinas
provisionalmente, dejándolos en paz
mientras no se te acaben las gallinas...

Por el copete sobre la cabeza
a modo de sombrero y por fondona
tal gallina, parece una jamona
presumida y francesa...

Y aquella polla que en falsete grita
zancuda y desgarbada,
recuerda a más de una señorita
en la precisa edad de la punzada...

El celo tus carúnculas colora,
tu pupila de ascua es toda uror,
¡pobre de Soledad la Cantadora
si fueras de la talla del condor!

La atraerías picando onzas de oro,
centenarios y aztecas,
sabiendo que a reclamo tan sonoro
sólo son sordas las gallinas cluecas.

¡Y tras darle de alazo
y marear haciéndole la rueda,
ya de tus alas presa en el abrazo,
te reirías de Júpiter y Leda!

Sacudiendo tu pluma pavonada
lanzarías un gran kikirikí
indiferente a la mujer violada,
como diciendo: “¡aquí
no ha pasado absolutamente nada!”

Y entonces, bajo el arco triunfal
de tu soberbia cola tornasol,
en medio del silencio vesperal
se pondría el Sol...

 


El figón


¡Alegría, alegría
del jarro de horchata y el vaso de chía!
¡Alegría de las pechugas
de los pollos, dorados
entre verdes lechugas!
Alegría de los pulques curados
verdes como la savia y almendrados
y teñidos con tuna solferina...

        Quien apura esos vinos
        con perfumes de flores,
        su patriotismo magnifica y siente
        que ha bebido banderas tricolores
        y el águila, el nopal y aun la serpiente...
        Alegría de las enchiladas
        en el platón, azul y blanco, de la China.

¡Júbilo del pescado en escabeche!
¡Delicia de los moles
que guisan las mestizas de Campeche
y en Puebla de los Ángeles, las Choles!
Alegría de los moles suculentos
verdes y prietos y el colorado
en cuyo adobo brilla reflejado
todo feliz advenimiento
y al áureo aljófar del ajonjolí
nebulosa del hondo firmamento...

        ¡Como en un marco del color
        auribermejo del carey,
        aún reflejas rendidos a tu ley,
        oh guiso superior,
        al Indio Emperador
        y al hispano Virrey!

¡Júbilo de los chiles en nogada
donde brillantes granos de rubí
y granate desgrana la granada!

        Los dulces de alfeñique,
        regalo del convento al Virrey—
        do la gragea rizó un Agnus Dei
        como un dedo meñique...
        Dulces de coral y marfil
        yemas y mostachones y el alfajor aquel
        como la cera blanco y amasado con miel
        del colmenar monjil...

Cajetas de Celaya
que hasta lo último se raspan
y saben a resina y a niñez.
¡Alegría de las cocadas
llenas de cabujones
de pasas, almendras y piñones
y a fuego doradas!

 


Los zopilotes


Cuando sacrificaban en el Templo Mayor
las alas de los zopilotes
oscurecían el sol...

Y los remeros en sus barcas
no miraban a las alturas
si del lago las aguas zarcas
se tornaban de pronto oscuras.

Pues el pávido macehual
al presagio del zopilote
de la sangre miraba el brote
bajo el filo del pedernal.

Con envidia de los coyotes
volando, de la serranía,
sobre Tenochtitlán caía
muchedumbre de zopilotes...

Cual gerifaltes en alcándara
sobre el zompantli se posaban
y adornando las calaveras
con morriones de plumas negras,

        ¡solían saltar
        al brusco son
        de panhuehuetl
        o caracol...!

 


Los pijijes


Visten hábitos carmelitas
los ánades veracruzanos;
y como dos frailes hermanos,
en actitudes estilitas,
sueñan lagunas y pantanos...

Así parados en un pie,
con el rojo pico escondido
bajo el ala negra y café,
y con el cuello retorcido
como el tubo de un narguilé,

dejan pasar las noches tétricas
y los días primaverales,
en ensimismamientos iguales,
en sendas posturas simétricas
inmóviles y ornamentales...

En la noche su instinto vela;
y a un ruido insólito en el folio,
el ánade grita y revela
ser tan eficaz centinela
como un ganso del Capitolio.

Mas desdeñando esa tarea
doméstica, de janitor,
nada a los ánades recrea
aunque su ojo que parpadea
distinga todo en derredor...

Glauca sombra de la tortuga
entre dos aguas, en el lago;
de los sauces temblor vago;
breve retracción de la oruga
en la hoja del Jaramago...

Eléctrica luz que en la bruma
sombría difunde en el vergel
romancescos claros de luna,
y a cuyo ampo no hay flor alguna
que no parezca de papel...

Pobres ánades vigilantes
que contemplan y sienten todo...
Fulgor de estrellas rutilantes;
roncar de sapos en el lodo,
o vuelo de aves emigrantes.

Sólo entonces, si el firmamento
crepuscular se torna gris,
y el cielo cruza un bando lento,
¡el ánade con ojo atento
sigue el vuelo libre y feliz!

Los dos ánades en un mismo
murmullo tenue y doloroso,
desde su forzado reposo,
dicen nostálgico atavismo
del hondo cielo luminoso...

Y —símbolo de estéril vida,
de inútil ilusión fallida—
mueven en vano el ala trunca,
¡el ala inválida y herida
que ya no habrá de volar nunca!

 


El loro


Loro idéntico al de mi abuela,
funambulesca voz de la cocina
del corredor y de la azotehuela.

No bien el Sol ilumina
lanza el loro su grito
y su áspera canción
con el asombro del gorrión
que sólo canta “El Josefito”...

De la cocinera se mofa
colérico y gutural
y de paso apostrofa
a la olla del nixtamal.

Cuando pisándose los pies
el loro cruza el suelo de ladrillo,
del gato negro hecho un ovillo,
el ojo de ámbar lo mira
y un azufre diabólico recela
contra ese incubo verde y amarillo,
¡la pesadilla de su duermevela!

¡Mas de civilización un tesoro
hay en la voz
de este super loro
de 1922!

Finge del aeroplano el ron-ron
y la estridencia del klaxón...

Y ahogar quisiera con su batahola
la música rival de la victrola...

En breve teatro proyector de oro,
de las vigas al suelo, la cocina
cruza un rayo solar de esquina a esquina
y afoca y nimba al importante loro...

Pero a veces, cuando lanza el jilguero
la canción de la Selva en Abril,
el súbito silencio del loro parlero
y su absorta mirada de perfil,

recelan una melancolía
indigna de su plumaje verde...

¡Tal vez el gran bosque recuerde
y la cóncava selva sombría!

En tregua con la cocinera
cesa su algarabía chocarrera,
tórnase hosco y salvaje...

¡El loro es sólo un gajo de follaje
con un poco de sol en la mollera!

 


¡Ja...! ¡Ja...! ¡Ja...! ¡Ja...!

 

 

La Reina de Saba — desnuda cual Lady Godiva — y crudamente pintada — como en las acuarelas infantinas — amazona peregrina — en un caballo de baraja — doctor en el “rentoy” — rumbo a los gallos de la Gran Feria de Lagos — (Lagos de bermellón — surcados por garzas y patos — absolutamente paradisíacos) — noches tachonadas de fuegos artificiales — de todos colores — flores frutales entre zodiacos de plata — sobre la noche de negra laca
Y en todo el horizonte crepuscular el brillo
¡único de una manta de Saltillo!
Oh hemisferio
de cóncavo júbilo y pueril misterio,
Nao de China
flotando en el agua de la tina
de la hidroterapia sabatina;
presea de mi niñez
te llevará la testa mía
como una fez
a un futurista baile de fantasía;
policroma fiesta
yustapuesta
a esta
testa
con tus animales
de ojos angelicales
tus venados azules
¡y tus flores frutales! 
Flora que kaleidos — copió — en sus dechados mi abuela y vislumbró — mi ojo infantil — al través de una almendra del candil...
Oh crátera del super tinacal
tinta en zumo de vides mexicanas,
coróname las canas
y disuelve mi esplín septentrional
en cabal
ímpetu Dadá
¡oh, la, la!
¡Ja, Ja, Ja!
¡Jicara de Olinalá!

 

 


El caballero de la yerbabuena


El erudito habla del pasado
y la chica loca-de-su-cuerpo..., del futuro.

Un beluario de peces de colores
ansía gozar del instante
de azogue que le escurre entre las manos...

En la más sincopada de las rumbas
préndeme tu vacuna, oh mariguana,
universalizando el incidente

mudanza en la plazuela nocturna
sombras de caoba
y espejos triangulares de roperos de luna

hace equis en mi recuerdo
aquel zig-zag cubista
de la calle del Biombo, de Querétaro...

Estremece el procaz orgullo
de sus ancas elásticas
la daifa

ajena al ejemplar candor
de sus ojos de camaleón
      entre la jaula ultra-violeta
      y profesional de la ojera,

mientras que las momias del docto
apenas exhumadas se hacen polvo…

¡quién vive!... Grita la boca brutal del cuartel.
¿Quién vive?... ¿Quién muere?... ¡Quién sabe!

Las caobas se desploman en ébanos,
un relámpago frota de amarillo
los pretiles de vidrio
donde estrellan los gatos
sus violoncellos sádicos...

Escurre por los muros bermejos
un escalofrío plateresco...

el gigante indio verde
sentado en cuclillas
en medio de la plazuela de Regina,
devora su irónica angustia
dentro de las transparentes
pirámides de la Luna...
       ¿Querría deshacer sus basaltos
       de dolor antediluviano?

¡QUIÉN VIVE! Truena otra vez la voz
en fogonazo de pólvora y alcohol...

Coheteros de la noche, carboneros del día,
       mujerzuelas de la rumba,
       amigo erudito
       torvo político
       arzobispo
       jardinero de Xochimilco

que espiabais detrás de la esquina
os acordáis que el espectro contestó
frente al volcán y al sol
¿Quién vive?...

El Caballero de la Yerbabuena
                                      ¡yo!

 


La croix du sud


Les femmes aux gestes de madrépore ont des poils et des
    lèvres rouges d’orchidée.
Les singes du pôle sont albinos ambre et neige
et sautent vêtus d’aurore boréale.
Dans le ciel il y a une affiche d’oléomargarine,
voici l’arbre de la quinine
et la Vierge des Douleurs.
Le Zodiaque tourne dans la nuit de fièvre jaune,
la pluie enferme tout le Tropique dans une cage de cristal
c’est l’heure d’enjamber le crépuscule comme un zèbre
    vers l’ile de jadis
où se réveillent les femmes assassinées.

 


La cruz del sur


Las mujeres de gestos de madrépora
tienen pelos y labios rojo-orquídea.
Los monos del Polo son albinos
ámbar y nieve y saltan
vestidos de aurora boreal.

En el cielo hay un anuncio
de Óleo-margarina
He aquí el Árbol de la quinina
y la Virgen de los Dolores
el Zodiaco gira en la noche
de fiebre amarilla
la lluvia encierra todo el trópico
en una jaula de cristal.

Es la hora de atravesar el crepúsculo
como una cebra hacia la Isla de Antaño
donde despiertan las mujeres asesinadas.


[Traducción de Octavio Paz]

 


Jaculatoria teosófica


Rubén Darío, hermano mío,
tu gran alma desencarnada
flota sobre el mundo sombrío
en inmarcesible alborada
hermano mío, Rubén Darío
ruega por
               José Juan Tablada.

 


Versos a una reina

A Julio Torri

Enamorado estoy de la esbeltez
rotunda de una Reina de Ajedrez.
Pues revela en su arquitectura
(calipigia y juncal,
grupa enorme, breve cintura)
toda una entidad moral.

No sé si será tierna
(la Reina es sorda)
sólo tiene una pierna
¡pero tan gorda!

Lámpara (sin luz), quinqué trágico,
pero mística y prócer toda,
como un poste telegráfico
prisionero, en una pagoda.

Aunque inmóvil, se dijera,
por sus enagüillas horizontales,
que es vertiginosa bayadera
girando en infinitas espirales.

(El General “post mortem” es ecuestre
en bronce o mármol. A su vez
tiene su busto, vertical, el caballo
en el Panteón del Ajedrez.)

(El que muere primero
y a granel es el peón,
víctima eterna del tablero
y de la Revolución.)

Pero a ti, Reina, la muerte no te inquieta,
tú renaces como las Margaritas
y eres más que María Antonieta,
porque mueres y resucitas.

Y miras a tu Rey senil,
blanco, negro o color ceniza,
a la postre tan infantil,
cual la necia torre maciza,
lírica torre de marfil.

Reina, me encantas porque eres
idéntica por cualquier lado
y afirmas así tu reinado
sobre las demás mujeres.

Eres tan sencilla
que sintetizas con el disco el anca,
y eres tan franca
que tienes por cabeza una perilla
No eres tan opulenta como Róschil,
ni tu abolengo es tan azul que
eclipses a la Reina Xóchil,
nuestra Reina-Madre-del-Pulque.

Pero cual eres ha de ser
(algo sufragista
y más dadaísta)
la super-mujer.

Seré cómplice del Destino
y tras de maquinal combate
voy a servirte un jaque (mate)
filidoresco y Argentino.

Con mimetismos de azahar y de marfil
te asalto, triplemente inicuo:
1o—por chino, 2o—por oblicuo,
3o—por alfil...

                         ……………
la reina: Wonderful! It is
              Sweet! Another kiss!
                         ……………

En mi total placidez,
una duda me importuna
(no todo ha de ser ¡claro! de luna)
¿tuvo doncellez
alguna
vez
la Reina del Ajedrez?...

 


Haikáis

 

Duelistas

(Tiempo curvo)


Sus sendas balas
dan la vuelta a la tierra en un instante
y ambos caen heridos por la espalda...

 

La “bas bleu”

Lleva una pluma en el sombrero
como una pluma en un tintero...

 

Desiderátum

Buen burgués: el tlaconete
es hermafrodita y tiene
más de 14,000 dientes!...

 


Lagartija


Sobre el peñasco monocromo
la lagartija azul y plomo,
al sol de abril enarca el lomo.

 


En san Pedro Alejandrino


Vino Bolívar a expirar
aquí, sobre la playa,
como el mar.