Material de Lectura

gilberto-owen-36.jpg Gilberto Owen
El infierno perdido



Ordenación
y prólogo
de Luis Mario
Schneider



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Hacia el rescate de Gilberto Owen


Para Alí Chumacero,
a quien le debo no poco


De los "Contemporáneos", Owen es el romántico, el menos civilizado, el más épico, aunque su epopeya sea la que se redime en el olvido. Un día lo dijo: "...Sabrán mi vida por mi muerte", y esta vil paradoja también le va dando la razón. Erige su epifanía.

Así lo padecí un instante sobre el césped inglés que cubre sus huesos, sin una lápida, a la orilla no casual de un árbol de grapeapple, en el cementerio de un suburbio de Filadelfia.

Entonces ahí lo vi. Lo vi en su desgarradura, en la ausencia, en la poderosa desmemoria de los que pueden hacer algo: familiares, amores, políticos, nosotros…; en no dejar que este poeta que todo lo perdía —cielo, mundo, infierno— siguiera perdiendo.

Murió en 1952 mancillado por la cirrosis; había nacido en 1904 y no en 1905 como se venía creyendo.1 Nunca estuvo mucho tiempo en ninguna parte; era fiel, pero por la más difícil fidelidad: la que se anuda sobre las distancias.

Esto hace que sean girones, muchos imprecisos, lo que sabemos de su vida y de su obra, todavía diseminada.

En abril de 1952 Luis Alberto Sánchez comentaba: "Nunca se supo de 'Mundo perdido', un poema largo que (Gilberto) me leyó estancias en Guayaquil".2 El mismo hecho se confirma en carta a Josefina Procopio: "Luis Alberto Sánchez me decía en una carta: 'Se perdió El mundo perdido que le oí recitar en Guayaquil'".3

Se sabe que Owen después del Perú vivió una temporada en Ecuador y a finales de 1932 va a Colombia. Ahí se casó en 1935 con Cecilia Salazar Roldan, hija del General Víctor Manuel Salazar; ahí le nacieron dos hijos, Victoria Cecilia en 1936 y Guillermo en 1938.

Desde su llegada a Bogotá, Owen publica esporádicamente en el diario El Tiempo. Precisamente, su primera colaboración —enero 22 de 1933, p. 5— corresponde a una plana completa en "Lecturas Dominicales", el suplemento cultural de dicho periódico.

La página lleva un retrato de Owen, una "Nota autobiográfica", y cuatro poemas: "River Rouge", "La semilla en la ceniza"4 , "Defensa del Hombre"5 y "El infierno perdido". La "Nota autobiográfica", de vital importancia puesto que nos aclara datos anteriormente confusos o desconocidos sobre su vida y su creación, dice al final: "Los (poemas) de esta página podían haber sido escritos hace cinco años; forman parte de un libro: El infierno perdido, que en la muerte voluntaria de mis sentidos meridionales es el último juego..."

Primera interrogante: ¿No será que Luis Alberto Sánchez, quien citaba de memoria había trastocado el sustantivo infierno por el de mundo?

Segunda interrogante: ¿No será que en vez de estancias, como dice Luis Alberto Sánchez, Owen le leyera poemas todavía sin titular?

Cabría una tercera pregunta: ¿No habrá modificado Owen —tras su encuentro con el peruano en Guayaquil— la estructura del poema y aún sustituir el término mundo por el de infierno?

De cualquier manera creo que no existe ese "poema largo", sino que se trata de una equivocación, más con la recuperación ahora de una composición llamada precisamente "El infierno perdido" y de un comentario del poeta donde confiesa que piensa designar con el mismo nombre un conjunto de poemas, cuya anticipación se da en esa página de El Tiempo. Para mayor confirmación, en 1940, Owen hace preceder la publicación de "Discurso del paralítico" con una nota en la que se lee: "Entre los papeles que iban a servirme para componer algún día El infierno perdido (irremediablemente, ¡ay!), he hallado un poema tan ajeno, tan en tercera persona, que al leerlo y ponerlo en limpio para su publicación, no he podido mudarle voz alguna. Su tema, una meditación de la Semana Santa de 1936, recoge las ideas de todos mis clásicos, acaso por haber estado reducido en los seis años anteriores, por deberes profesionales, a lecturas tan someras que me confinaban casi a la hemeroteca, sin uno nuevo que añadir a mi santoral. Reclamo como único invento mío las palabras en que está escrito, pues aún la forma en que las adorné me fue impuesta por mis pensamientos".6

Intento ahora ordenar con composiciones hasta ahora no recogidas y las ya conocidas, lo que hubiera sido El infierno perdido, o por lo menos los poemas que hubieran sido coleccionados con ese título si Owen se hubiera decidido a publicar el libro. Se podría alegar que "Tres versiones superfluas", formada por "Discurso del paralítico", "Laberinto del cielo"7 y "Regaño del viejo",8 fue incluida en Perseo Vencido9 último libro editado en vida por Owen y, que si él la insertó ahí, habría que respetar su decisión. Sin embargo Perseo Vencido publicado como un anexo de la revista San Marcos tiene más la traza de una antología de los últimos poemas que entonces llevaba escritos Owen y no de un libro autónomo. Tal criterio se confirma en parte por la inclusión de "Libro de Ruth" en Perseo Vencido que cuatro años antes se editó como una obra unitaria10 y de "Sinbad el Varado" aparecido en el número 3, de enero —marzo de 1948 en la revista San Marcos. Pero además para un lector constante de la poesía de Owen salta a la vista el anacronismo de "Tres versiones superfluas" dentro de la línea general de Perseo Vencido y más aún con la declaración del propio Owen de que "Discurso del paralítico" lo escribió en 1936.

En resumen esta reconstrucción de El infierno perdido, ordenada cronológicamente, es una hipótesis y no un resultado concluyente. Quizás solamente sea una contribución para la recuperación de un admirable poeta.

 

Luis Mario Schneider


1 Definitivamente Owen nació en 1904. En la "Nota autobiográfica" encontrada ahora e inserta en este trabajo, fechada en enero de 1933, el poeta que nació el 4 de febrero, confiesa tener 28 años.

2 Sánchez, Luis Alberto: "Gilberto Owen", El Tiempo, Bogotá, abril 13 de 1952.

3 Procopio, Josefina: "Advertencia" en Poesía y Prosa de Gilberto Owen, Imprenta Universitaria, México, 1953.

4 Ya había sido publicado en Escala, México, núm. 1, octubre de 1930. Reproducido por Inés Arredondo en Plural, México, Vol. IV, núm. 39, diciembre 15 de 1974.

5 Anteriormente en Contemporáneos, México, septiembre-octubre de 1930. Reproducido en Poesía y Prosa.

6 "Salida de Gilberto", Letras de México, México, enero 15 de 1940. Reproducido en Poesía y Prosa.

7 En Poesía y Prosa.

8 En Letras de México, México, junio 15 de 1943. Reproducido en Poesía y Prosa.

9 Perseo Vencido, anexo de la revista San Marcos, Lima, 1948.

10 Ediciones Firmamento, México, 1944.


Nota autobiográfica

 

Para la Antología que se publicó en España con retratos de Maroto, escribí una vez: "Gilberto Owen es un bailarín flaco, modesto y disciplinado"; me asombra ahora la inmodesta exactitud de aquellas notas, al recordar la sutil diferencia que Valéry advierte ante la danza (poesía), y la marcha (prosa). Me ocupa hoy aprender a marchar al paso trabajoso del pueblo, y sólo a veces, por las noches, vuelve a ganarme la liturgia del baile. De entre los últimos sueños pensados tomo los que en esta página aparecen para ilustrarlos en temor de incurrir en la momia shawiana de los prólogos. Fijo aquí algunos detalles exactos.

He nacido en Rosario de Sinaloa, un pueblo de mineros junto al Pacífico. Tengo algunos recuerdos de la infancia, pero sólo a Freud le interesarían. Mi padre era irlandés y gambusino, de lo primero he heredado los momentos de irascibilidad, disimulados por un poco de humorismo, y de lo otro la sed y manera de buscar vetas nuevas en el arte y en la vida, no sé si compensada por hallazgo alguno. Mi madre era mexicana, con más de indio que de español, y a su padre le debo mi aspecto físico, mi falta de sentido de la propiedad y mis aptitudes para lo inútil, tan laboriosa y vanamente combatidas.

A los trece años me fugué de Balmes y de los "Trozos selectos de la más pura latinidad" defraudando las ambiciones maternales de bendecir la casa con un buen obispo, y me fui al altiplano y al Instituto de Toluca, donde habían estudiado medio siglo antes los mejores compañeros de Juárez. Fui eso que llaman un librepensador, me hice bachiller, dirigí una biblioteca en la que había más de Teología que de Física, me gradué de maestro de escuela, hice versos gongorinos y salté a México.

Conocí entonces a Xavier Villaurrutia y a Jorge Cuesta, hicimos versos y novelas, revisamos nuestros clásicos, y nos fomentamos los tres una infinita curiosidad viajera, una dura rebeldía al lugar común y una voluntad constante, a veces conseguida, de pureza artística. Con Salvador Novo y otros sisífides fundamos Ulises revista de curiosidad y crítica, y luego un teatro de lo mismo, en el que fui traductor, galán joven y tío de Dionisia. Dionisia se llamaba Clementina, pero yo le decía Emel, Rosa o qué sé yo. Escribí Desvelo (1926, poemas a la sombra de Juan Ramón; La llama fría, relato de 1927 que ya no recuerdo, agotada la edición entonces; Novela como nube, (1928), fuente modesta de algunas novelas de mis contemporáneos, y Líneas (1930), poemas en prosa que perdí en 1920, que mis amigos recobraron no sé cómo y que Alfonso Reyes publicó no sé para qué. De Examen de pausas, novela también perdida, se salvaron los primeros capítulos en una antología de la prosa mexicana moderna que no llegó a publicarse. He traducido poemas, novelas, comedias, ensayos, no sé qué no, del inglés y del francés. Como nunca he tomado en serio el italiano sólo he traducido del español al español una farsa de Rosso de San Secondo, traducida del italiano por Agustín Lazo, pintor.

Tengo 28 años y el mundo es más viejo que yo. He viajado un poco y los ojos se me han ido quedando un poco en cada parte; he perdido en el viaje muchas cosas —mi preciosismo, mi "niñoprodigismo"—pero me ha servido para darme cuenta de que América existe, y me he preguntado con qué linaje de amor había de amarla; he visto que unos sólo la compadecen, he visto que unos sólo la respetan; y, mi fervor muy otro, no pensado en la sensual dialéctica helena, que reduciéndolo todo a estatura de hombres, hacía que cada griego no respetase tanto a sus diosas que no quisiera casarse con ellas; y he comprendido que nunca haré sino desear casarme con Indoamérica. Y porque a su multitud me habré dado, yo sé con júbilo que no moriré "en olor de multitud".

Los poemas que siguen son danza pura todavía; aún no tienen voz en mi boca las cosas del mundo; aún no tiene categoría artística mi emoción social; busco una poesía de la Revolución que no sea mera propaganda, que no sea mera denuncia; me parece que voy encontrándola, pero ningún poema mío es digno de la masa. Los de esta página podrían haber sido escritos hace cinco años; forman parte de un libro: El infierno perdido, que en la muerte voluntaria de mis sentidos meridionales es el último juego de esos mismos sentidos, un poco como la zalema final del bailarín. Los amo como un vacío que estuvo a punto de matarme.

 

 

 
 

Gilberto Owen

Bogotá, enero de 1933


River rouge


Cómo llega a pesar un haz de brisa
contra un río sin tacto a la cintura
a estatura de alas cómo rueda Cristóbal
a ras de todavía corazón
a mil por hora
su voz sin sueño
mi voz sin tiempo
a sueño de constelación
esa mano clava cuatro mil cuatrocientos tornillos al día
y ése escribe la ese de stop ocho mil
y esos cilindros que no han bailado en Chalma ni en
Palestina
y una mujer se enciende
duérmete al sur
duérmete duérmete niño Jesús
o es verdad el behaviorismo
y llega el frío llamado Ford
y hay la mirada fría y plana del acero
que nos unta a su espejo sin amor
y cuando salimos tenemos tres dimensiones
pero la tercera es el tiempo no más
cómo duele el haber jugado a ángeles
si ellos no juegan a ser hombres ya


La semilla en la ceniza


Angustia sin edad de alguien quemándose entre tus
cabellos
Hay demasiado trópico en la nieve de la colina almohada
de tu seno
Mañana que me den un alba de limón de perfil lívida
Ya sabré la última curva de tu geometría de espumas
Entonces creceré hasta esa rígida soledad que se afila
los gritos
En un paisaje irrespirable de fábricas
Qué mensaje seremos yo y ese pájaro sin voz
y sin atmósfera
Ahorcados de ceniza en el alambre sobre el árido río
de la vía
Qué amarilla palabra mortal para qué gozo prohibido
De alguien de pie en el humo del pecado llamándonos
para nacer
Semáforo a la boca del túnel antes de la catástrofe
Alguien sí por completo sin edad y sin soñar del mar
sin sueño
Como esos camarotes sin ventanas que sólo han oído
hablar de él a las olas
Hijo nonato que sólo nos sabe por la roja marea de la
madre
Así nosotros a Dios por lo que de él nos preguntamos
Apaga tu vigilia y bébeme de llama triangular de tu
incendio
Alarga en chimenea tus cúpulas sin empleo y sea humo
su leche
Este otoño serán cúbicas todas las frutas y en claro
oscuro
Y yo no estaré presente a la cuadratura de tus ojos
Y mañana habrá otra vez escaleras con un ángel en cada
estación
Y qué haré para recordar el baile de mis serpientes
capicúas.


Defensa del hombre


Creedme sus amigos que la dejó plantada
sólo a que floreciese otra virginidad más dura en el olvido
madura forma ella que decía más bella que los vicios
creyendo que sus dedos la sabían al dedillo
y todo él era dedos o lenguas en forma de índices
en llamas
además si ella era de la carne de vidrio de las fugas
a qué acusar abandono de hogar en su prosa de pródigo
y a qué oprimirle luego esposa en su pulso
la otra mitad en la muñeca de un detective de Dios
tan sin modales
cólera de una forma demasiado pura para entender
a los hombres
o para ser sabida totalmente por los hombres

Qué más era al fin la distancia que gritaba la huida
que el mudo aire que hace la lejanía del pecho
a la garganta
si al apretarla entre los labios y el próximo sueño
toda naranja o toda mano es a lo sumo el pañuelo en el
brazo del tren

Y qué sabía ella de unas noches llamándola
caído en red de brazos y piernas y silbatos de trenes
con sed de alguna sed más seca que su fiebre
escalando ese piano que se queda encendido hasta el
alba en los barrios
y que aún en tango sólo gotea los Ejercicios Para
Los 5 Dedos de Strawinsky
y qué puede el lenguaje de espuma de las sombras
contra tres mil años de mediodía mediterráneo
y unas cuantas gotas de irritable sangre irlandesa


El infierno perdido

 

Por el amor de una nube
de blanda piel me perdí
duermo encadenado al cielo
sin voz sin nombre sin ser
sin ser voz suena mi nombre
mas dónde sueña no sé
que se me enredó la oreja
descifrando un caracol
tras una reja de olas
lo hará burbujas un pez
mas mi boca ya no sabe
la sílaba sal del mar
sílaba de sal que salta
del mar a mis ojos sin
lágrimas que la desposen
y el frío mal traductor
mal traidor ángel del frío
roba mi nombre de ayer
y me lo vuelve sin fiebre
sin tacto sin paladar
contacto bobo del cero
grados que era su inicial
con sus tardes de ceniza
en mi lengua de alcohol
en su verde voz de llama
de menta ahogada mi voz
con su blando amor de nube
que al orden me encadenó.


Discurso del paralítico

Encadenado al orden.
Abate Brémond

Cómo fatiga el orden.
Espronceda


Encadenado al cielo, en paz y orden,
mutilado de todo lo imperfecto,
en esta soledad desmemoriada
—paisaje horizontal de arena o hielo—
nada se mueve y ya nada se muere
en la pureza estéril de mi cuerpo.

Sólo la ausencia. Sólo las ausencias.
A la luz que me ofusca, en el silencio
del aire ralo inmóvil que me envuelve
en las nubes de roca de este cielo
de piedra de mi mundo de granito,
sólo una ausencia viuda de recuerdos.

Pues quise ver la lumbre en las ciudades
malditas. Quise verlas flor de fuego.
Quise verlas el miércoles. Al frente
no me esperaba ya sino un incesto
y el carnaval quemaba en sus mejillas
y el último arrebol de mi deseo.

Aquí me estoy. La sal va por mis brazos
y no llega a mis ojos, río yerto,
río más tardo aún que la cisterna
del pulso de mi sombra en el espejo,
camino desmayado aquí, a la puerta
de mi Cafarnaúm, allí, tan lejos.

No ser y estar en todas las fronteras
a punto de olvidarlo o recordarlo todo totalmente.
En mi lenguaje de crepúsculos
no hay ya las voces mediodía, ni altanoche, ni sueño.

Por mi cuerpo tendido no han de llegar las olas a la playa
y no habrá playas nunca,
y por mí, horizontal, no habrá nunca horizontes.
Hosco arrecife, aboliré los litorales.
Los barcos vagarán sin puerto y sin estela
—pues yo estaré entre su quilla y el agua—
40 noches y 40 días,
hasta la consumación de los siglos.

(Si tuviera mis ojos, mis dedos, mis oídos,
iba a pensar una disculpa para cantarla esa mañana.)


Venganza, en carne mía, de la estatua
que condené para mi gula al tiempo,
a moverse, olvidada de sus límites,
a palabras de vidrio sus silencios.
Venganza de la estatua envejecida
por el fláccido mármol de su seno.

Y Conventry. La lumbre que mis ojos
en los ijares lánguidos hundieron,
Lady Godiva que se me esfumaba
muy nube arrebatada por el viento,
y era Diana dura, o sus lebreles,
o la hija de Forkis y de Ceto.

Porque yo tuve un día una mañana
y un amor. Fino y frío amor, tan claro
que lo empañaba el tacto de pensarlo.

Vi al caballo de azogue y al pez lúbrico
por cuya piel los ríos se deslizan,
lentos para su imagen evasiva.

Y tendría también un nombre, pero
no logró aprehenderlo la memoria,
pues mudaba de sílabas su idioma
cuando las estaciones de paisajes.

Aún canta el hueco que dejó en mi mano
la traslúcida mano de su sombra,
y en mi oreja el mar múltiple del eco
de sus pausas aún brilla.

Huyó la forma de su pensamiento
a la Belén alpina o subterránea
donde los ríos nacen, y velaron
su signo las palomas de Diodona.

Y una voz en las rutas verticales
del mediodía al mediodía por mis ojos:

"Cuando el sol se caía del cielabril de México
el aire se quedaba iluminado hasta la aurora."

"Las muchachas pasaban como cocuyos
con un incendio de ámbar a la grupa,
y en nuestros rostros de ángeles ardían canciones
y alcoholes
con una llama impúdica e impune."

"Nuestras sombras se iban de nosotros,
amputaban de nuestros pies los suyos
para irse a llorar a los antípodas
y decíamos luna y miel y triste y lágrima
y eran simples figuras retóricas."


(¿No recuerdas, Winona, no recuerdas
aquel cuarto de Chelsea? El alto muro
contra los muros altos, y las cuerdas
con su ropa a secar al aire impuro.

Y el río de tu cuerpo, desbordado
de luz de desnudez, y más desnuda
adentro de sus aguas, tú, y al lado
tuyo tu alma mucho más desnuda.

Y recuerda, Winona, aquel instante
de aquel estío que arrojó madura
tu cereza en la copa del amante.

Y el grito que me guiaba en la espesura
de tu fiebre, y mi fiebre calcinante
entrelazada a tu desgarradura.)


Pero la tarde todo lo diluye.

La luz revela sus siete pecados
que nos fingieron una salud sola
y oímos y entendemos y decimos
las blandas voces que a la voz repugnan:
lágrimas, miel, candor, melancolía.

Porque la tarde todo lo dispersa.

Todas las mozas del mundo destrenzan sus brazos
y acaba la ronda,
a las seis de la tarde se sale de las cárceles
y están cerradas las iglesias.
Nada nos ata a nada
y, en libertad, pasamos.

Mirad, la tarde todo me dispersa.

Que ya despierte el que me sueña.

Va a despertar exhausto, Segismundo,
un helado sudor y un tenebroso
vacío entre las sienes. Pero el premio
que habrá en su apremio de sentirse móvil.

Alargará las manos ateridas
y de su vaso brotará la blanca
flor de la sal de frutas. Y en cien gritos
repetirá su nombre y todo el día
saltará por los campos su alarido.
Y por la noche ha de llegar exhausto,
mas no podrá dormirse, Segismundo.

Que ya despierte. Son treinta y tres siglos,
son ya treinta y tres noches borrascosas,
que le persigo yo, su pesadilla,
y el rayo que le parta o le despierte.
Quien lo tiene en sus manos me lo esquiva.

 


clave


Donde el silencio ya no dice nada
porque nadie lo oye; a esta hora
que no es la noche aún sino en los vacuos
rincones en que ardieron nuestros ojos;
donde la rosa no es ya sino el nombre
sin rosa de la rosa y nuestros dedos
no saben ya el contorno de las frutas
ni los labios la pulpa de los labios,

grita Elías (arrebatado en llamas
a cualquier punto entre el cielo y la tierra)
grita Elías su ley desacordada
en el viento enemigo de las leyes:

"Cuando la luz emana de nosotros
todo dentro de todos los otros queda en sombras
y cuando nos envuelve
¡qué negra luz nos anochece adentro!"

 


Laberinto del ciego

A José Gorostiza

Alzo mi rosa, pero no por mía
ni por única, azul, sino por rosa.

Me fuese ajena, no sufriese prora
vaga en mis mares íntimos su espina;

cantasen sus hermanas todavía
en mi jardín destartalado; bocas
sin mi elección midiérapla católica,
por rosa, enigma y luz, la elevaría.


Muchos me dicen que no
¡Quién lo sabe mejor que yo!

Pues corrí, no alcancé sino su sombra
o en mi prisa creía que la alcanzaba,
o soñé que corría tras su forma.

En Sinaloa no me vieron niño
y sí me hallaron teólogo en Toluca,
y sí decían: vedle ya tan lóbrego
y apenas tiene quince,
y sí decían: cien paisajes nuevos
cómo le lavarían la sonrisa.

Védmela aquí, de pan recién partido
sobre la mesa de los siete lustros,
pero mi sueño, ay, de aquella sombra
todavía me alarga la vigilia.

La luz se vino hoy tan desnuda,
disfrazada de sólo luz.
Sin sol, o nube, o luna, o aire,
monda y lironda luz.

No de la lumbre y su pasión espesa,
ni de los dientes de la dicha, ni
de la aurora y su escándalo de frases:
hoy la luz vino de la luz.

Tan dura, y se deshace entre mis dedos,
no me ensordece su fulgor
y apenas si me hiere su reposo.
¡No iluminada y luminosa luz!

Tan largo viaje por el cielo
y no saber a azul,
y tanto andarse por las ramas
y no oler a nada mi luz.

Y haberse caído a mis ojos
sin pintarse de sal.
Y andar tan ágil por mi alma
mi nictálope luz.


Me vería hacia afuera, pero adentro
este vacío no me deja hallarme.

Hubiera algo, con luz o a oscuras lo vería,
fuese sólo una sombra soñada en las arenas,
que cayese la noche en su desierto,

o que fuese la noche sin nadie y sin desierto,
con un poco de aire para hacer las distancias,
o que fuese la noche con un poco de nada,
pero es la nada sola y desolada.

Este aire, pues llegó tan terso,
vendría de rodear la piel
del sueño no soñado. (Porque
los otros no los cuento ya.)

Estaba pensil de una rama
y estaba maduro y no lo mordí.
(Al mediodía, dije, cuando el árbol
sea menos alto que mi sed.
Y bien sabía el bosque prestímano

que no iba a encontrarlo después.)

Regaño del viejo

...Science avec patience,
Le suplice est sur.

Rimbaud


Till human voices wake us,
and we drown
.
T. S. Eliot


Conmigo a mi lado
y sentirme solo.
Tan fiel compañía
que me fui yo, Pílades.


Pájaros de muchachas con la cabeza a pájaros,
el vuelo puro, por volar, y el canto
sin número, ni sones, ni palabras.
Cántaros de lecheras sonámbulas. Narciso
sin espejo y ya flor en el estanque.
Tréboles de seis hojas que siguen siendo tréboles.
Amor que es tan amor que, frío, sigue siéndolo,
como el sudor helado de este lecho palúdico.

(A veces, Ruth, a veces,
sin tu fluvial tersura aquí, a mi lado,
mis nervios gritan y se rompen en esdrújulas.)

Zirahuén le rodeaba de redes y de sol.
En su luna aprendió la O por la cuadrada,
porque en la tarde la escribía con C.

A sangre y fuego, a filo de corazón, entraba
a las auroras descotadas y húmedas
que volvían del vicio después de amanecer;

sordos y ciegos, íbamos, seductores de nubes,
y él se uncía a mi rueda alegremente
cuando nos tocaba perder.

Y éramos uña y carne en el dedo divino,
pero lo he sobrevivido tanto
que su nombre ya no lo sé.

Rosa de Lima, seda que me asfixias
aún, en el recuerdo de aquel ópalo
que ponía tu clave en mi meñique.
Las horas te mudaban doce rostros,
pero te veo la última, que tuvo más minutos
que ninguna.
Ojos de asombro, y boca en oh de eterno asombro
y duro y blanco el susto de los senos
al caerte sin fin de tu gozo a mi pozo.

Las manos sabias saltan en su jaula sonora
y el perseguir la ruta de peces incoloros
por tu cuello, me roba tu garganta. Y no escucho.

Y no sé si has llorado, pero todo,
todo cabe en mi piedra del meñique
y todo llega al llanto de su fondo.

Por vivirte me olvido de mi vida,
Rosa de Lima que me amaste otro.


Qué me escribe ese vuelo de palomas
en su pizarra borrascosa —quién
lo guía, roto el pulso, por mi viento—,
—por qué esta y no otra noche hubo de hablar.

El amor cabizbajo, la sed sórdida,
la enconada memoria del nacer
indeclinable y terco a tantas vidas
—y esta tarde, y no aquella del morir.

No aquella, submarina, con guirnaldas
de abrasadores brazos, y de pies
lánguidos para el viaje entre corales,
y con luz de burbujas en la voz.

No aquella atardecida tarde rosa
del ademán recóndito al partir.
No aquella en que yo hubiera descifrado
su vuelo, y el regaño de mi faz.


Blando y amargo en hiel me desintegro,
o, peor, en miel de égloga me humillo.
(La niña juega con su corderillo:
un candor solo contra el cielo negro;
en los cuatro ojos brilla el mismo brillo
y en balido y en risa el mismo allegro.
—La niña juega con su corderillo
y llora que se lo he contado negro.)

En hiel, por los que beben de las lácteas
Susanas entrevistas en la fuente,
bajo los viejos árboles fisgones
que estiran sarmentosas lenguas a acariciarlas.
Por Filemón, que huye de su tilo
y en su lascivia vegetal rejuvenece
y pasa con dos jóvenes encinas en los brazos.
Y la hiel en mis piernas, que estrangulan
a Sinbad con recuerdos y ciencia e impaciencia.

Que es hora de Orestea y de mi víbora.