Material de Lectura

Soledad
(Fragmentos)

 

Mi corazón en duelo
solitario se pierde
descalzo por la nieve.
Mi soledad, mi sueño.

Eres sólo un imán
de afanes y ternuras.
Adoro en ti, mujer,
mis soledades juntas.

Canto del marinero
en su canto perdido.
—vino, mujer y olvido—
no en la mar sin sendero.

Uno mismo disuelto
en la voz no emitida.
Oye mi voz, te mira:
yo callo para hablarte.

De par en par abierta
ventana sobre el mar.
De sí teje la araña,
y yo, mi soledad.

Como espina en la rosa,
soledad, soy tu sombra.

Tu voz de cauce oculto
y polvo sojuzgado,
tu voz guía mi mano,
sólo tu voz de túmulo.

La estatua mutilada
sueña. Tiene su sueño
mucho de niño ciego
y rosa pisoteada.

Cuerpo mío final,
sólo nostalgia eres.

Nostalgia y soledad.
¡Oh mar sin litorales!

Oigo pasos de nieve
rosada: tú, descalza,
de piedra y sueño, siempre,
columna enamorada.

Amortaja la escarcha
tu cabello flamígero.
Para besar tus manos
ya no tengo la tierra.

¡Ya no tienes tus labios
para besar la mía!

Como el blanco a la flecha
y a los ríos el mar,
me encuentras, soledad.

Cuando sucinto tu paisaje reina
construido con miradas
y un solo parpadeo
veloz, inacabable;

Cuando cierro los ojos y te palpo,
cuando recorro tu tranquila esfera
y siento que tu aliento
mis cabellos besa;

Cuando tu voz delgada
de anciano yerto humo
me corta las arterias;

No es tu voz la que escucho
sólo tu voz de musgo.
Sino mis propios cielos
que dejan de ser mudos.

Tú eres, soledad,
la única y purísima
substancia de las rosas.

Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere al amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.

Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene, angustiadamente carnal, como la misma muerte devorante
yo me consumo aullando la traición de los dioses.

Soledad mía, oh muerte del amor, oh amor de la muerte,
que nunca hay vida, nunca, ¡nunca! sino sólo agonía.
En mis manos de fango gime una paloma resplandeciente,
porque el amor y el sueño son las alas de la vida.

Me duele el aire. Me oprimen tus manos absolutas,
rojas de besos y relámpagos, de nubes y escorpiones.
Soledad de soledades, yo sé que si es triste todo olvido,
más triste es aún todo recuerdo, y más triste aún toda
esperanza.

Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida,
que es como un ángel expulsado perpetuamente.

Solo está el hombre.
Solo y desnudo como al nacer.
Solo en la vida y en la muerte solo,
y solo en el amor,
con su sueño, su sombra y su deseo
—ángeles inclementes—
anegado de soledad y de alegría.
¡De alegría! desnuda soledad,
como la del dolor y del misterio.

Cuando el tiempo es tan puro que inmóvil se ha callado
en el fondo del alma,
para que no lo empañe ni el suspiro de un ángel;
cuando su transparencia ilumina la muerte
y lúcida sonríe con su tierna aspereza;
cuando nada ni nadie nos retiene ni sacia
y es la vida voluntario olvido,
desmayada insolencia,
tu pasión me congrega, soledad,
pasión de desahuciado, pasión de siempre viudo,
oh diosa de piedad humana,
oh mi siempre virgen joven madre,
y con la sangre ciega del silencio
maduramos el fruto de la flor del sueño,
siempre viva.

Solo está el hombre
con su sueño, su sombra y su deseo.
Llega a ti, soledad,
dulcemente herido por la esperanza,
buscando el polvo de oro de tus mares más jóvenes,
consuelo a su abandono,
refugio a la ignorancia de su alma.

La piedra tiene compañía,
pero el hombre busca su patria.
La flor del sueño, siempreviva.
¡Siempre viva!
Y no hay fruto ni tierra prometida.

He nacido en el humo,
en el choque de un milagro con otro,
en la única muerte que me tuvo.
He besado el casco del caballo,
el mar, el llanto y el estiércol.
He golpeado con mis pies y mis sueños
las piedras y los dioses,
otros pies y otros sueños.
He comido mi muerte,
el tierno fruto, el plomo.
Y he muerto en todas partes,
como la lluvia, el trigo:
triste, fecundo, solo.

Os recordaréis de mí,
hombres futuros.
Os recordaréis de mí,
soledades de mañana.

Yo te acompaño, soledad hermosa,
cuando más desoladas entre las olas
tu negro sol sonoro, única rosa,
apaga sus sombrías caracolas.

Entonces, en tu espacio de amapolas,
viva ceniza y persistente esposa,
como un ángel de olvido y barcarolas,
ciega, incandescente y silenciosa,

trazas sobre el espejo, con neblina,
el signo pensativo de tu gozo
de roca florecida que es tu imagen.

Sólo tu imagen veo, repentina,
natalmente hundiéndose en sollozo
en tu imagen de espejo sin imagen.

1936