Versa, 18 de febrero de 1917
Siento la fiebre de esta luz plena Recibo este día como el fruto que se dulcifica Esta noche tendré un remordimiento como un ladrido perdido en el desierto
Maldición
Mariano, 29 de junio de 1916
Encerrado entre cosas mortales (Aún el cielo estrellado acabará) ¿Por qué deseo Dios?
Te destrozaste
1 Los múltiples, feroces, esparcidos peñascos grises todavía estremecidos por las secretas hondas de ya extinguidas llamas primordiales o los furores de torrentes vírgenes que arruinan con caricias implacables. Sobre la deslumbrada arena inmóvil en un vacío horizonte, ¿no recuerdas? En el declive que se abría al único recodo en sombra del enorme valle: Araucaria anhelante, agigantándose, convertida ya en sílex arduas fibras, mas no dañada, refractaria siempre, refrescada la boca de hierba y mariposas, en donde las raíces se cortaban. ¿No la recuerdas, delirante, muda, sobre tres planos de un guijarro inmenso en perfecto equilibrio por magia aparecida? De rama en rama reyezuelo leve, ebrios de maravilla ávidos ojos, tú conquistabas la escarpa cima, temerario, músico muchacho. Sólo por ver de nuevo el seno en luces de un hondo y quieto abismo submarino: entre las algas lentos reanimándose, galápagos inmensos. Esa tensión extrema y las galas profundas fueron avisos fúnebres de la naturaleza. 2 Levantabas los brazos como alas y de nuevo le dabas la vida al viento. Raudo en el peso de aquel aire inmóvil, ninguno vio jamás que se posara tu leve pie danzante. 3 Gracia feliz, no habrías logrado no despedazarte en esa ceguedad endurecida, tú, niño, silbo, cristal; rayo de luz humana en el vacío, selvático, zumbante, furioso rugido de sol desnudo.
Se lleva
Roma, fines de marzo, 1918
Se lleva el infinito cansancio del esfuerzo oculto de este principiar que cada año desencadena la tierra
Lejos
Versa, 15 de febrero de 1917
Lejos lejos como a un ciego me han levado de la mano
Otra noche
Vallone, 20 de abril de 1917
En esta oscuridad con las manos heladas reconozco mi cara me veo abandonado en el infinito
In memoriam
Logvizza, 30 de septiembre de 1910
Se llamaba Mohamed Sceab Descendía de emires de nómadas suicida porque ya no tenía patria Amó a Francia y cambió su nombre Se llamó Marcel pero no era francés y ya no sabía habitar la tienda de su gente en la que se escucha el canto del Corán y se bebe café Y no sabía desceñir el canto de su abandono Lo acompañé al lado de la patrona de la casa donde vivíamos en París número 5 de la Rue des Carmes calleja marchita en descenso Duerme en el cementerio de Ivry suburbio que siempre parece un circo desmantelado Y tal vez sólo yo sé ahora que vivió
Lucca
En mi casa, en Egipto, después de la cena, ya rezado el rosario, mi madre nos hablaba de estos lugares. Mi infancia vivió toda maravillada. La ciudad tiene un tráfago timorato y fanático. Entre sus muros sólo se está de paso. Aquí la meta es irse. Me siento a la puerta de la sombra del hostal con la gente que me habla de California como se habla de la propia parcela. Con terror me descubro entre los nombrados por estas gentes. Siento la sangre de mis muertos correr cálida por mis venas Yo también tomo una azada. Descubro mi risa entre los muslos humeantes de la tierra. Adiós deseos, nostalgias. Del pasado y del porvenir sé cuanto un hombre puede saber. Conozco ya mi destino y mi origen. Lo he profanado todo, nada me queda por soñar. Todo lo he gozado y sufrido. Sólo me queda resignarme a la muerte y educar tranquilamente a mi prole. Cuando un apetito maligno me inclinaba a los amores mortales alabada la vida. Ahora que, YO TAMBIÉN, considero que el amor es una garantía de la conservación de la especie, la muerte está a la vista.
El puerto sepultado
Mariano, 29 de junio de 1916
Llega ahí el poeta y más tarde regresa a la luz con sus cantos y los dispersa De esta poesía me queda esa nada de secreto inagotable
Velación
Cima cuatro, 23 de diciembre de 1915
La noche entera tendida al lado de un compañero masacrado la boca rechinante vuelta hacia el plenilunio mientras la tensión de sus manos penetraba mi silencio escribí cartas llenas de amor Nunca había estado tan apegado a la vida
Esta noche
Versa, 22 de mayo de 1915
Balaustrada de brisa para que esta noche se apoye mi melancolía
Silencio
Mariano, 27 de junio de 1916
Conozco una ciudad que cada día se llena de sol y todo se arroba en ese momento Partí de ahí una noche En el corazón llevaba el canto de las cigarras Desde el buque pintado de blanco vi desaparecer mi ciudad dejando pocas cosas un brazo de luces en el aire turbio suspendido
Ironía
Oigo la primavera en las doloridas ramas negras. Sólo a esta hora se puede oír, mientras se pasa frente a las casas solas con los propios pensamientos. Es la hora de las ventanas cerradas, pero esta tristeza de los retornos me ha quitado el sueño. Un halo verde amanecerá mañana tiernamente apoyado en las ramas aún secas cuando llegó la noche. Dios no se da reposo. Sólo a esta hora le es dado, al raro soñador, el martirio de escuchar la creación. Esta noche, aunque es de abril, nieva sobre la ciudad. Ninguna violencia supera a la de los semblantes silenciosos y fríos.
Era una vez
Quota 141, 1º. de agosto de 1916
El bosque Capuccio tiene un declive de terciopelo verde como un suave diván. Dormitar allá solo en un café remoto con una luz débil como esta de esta luna.
Noche de mayo
El cielo pone en lo alto de los minaretes guirnaldas de luces
En la galería
Un ojo de estrellas nos espía desde el estanque y filtra su bendición helada en este acuario del tedio sonámbulo
Soy una criatura
Valloncello di Cima cuatro, 5 de agosto de 1916
Como esta piedra del Monte San Michele tan fría tan dura tan seca tan refractaria tan totalmente abatida Como esta piedra es mi llanto invisible La muerte se expía viviendo
Universo
Devetachi, 24 de agosto de 1916
Con el mar me he hecho un ataúd de frescura
Alegría de los náufragos
Versa, 14 de febrero de 1917
Y de pronto reinicia el viaje como tras el naufragio un sobreviviente lobo marino
Dormir
Santa María la Longa, 26 de enero de 1917
Quisiera imitar a esta aldea tranquila bajo su camisa de nieve
Agonía
Morir como las alondras sedientas sobre el espejismo O como la codorniz que pasa el mar y descansa entre las matas porque ya no quiere seguir volando Pero no vivir lamentando como un jilguero enceguecido
|