Juan Bañuelos Selección de Carmen Alardín y Juan Bañuelos Nota introductoria de Carmen Alardín VERSIÓN PDF
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Nota introductoria |
Nadie puede cortar la cabeza de un poeta. En las leyendas se nos habla con frecuencia de aquel héroe que vino a matar la serpiente de siete cabezas. Pero el poeta tiene siete y más cabezas, va más allá de todos los números cabalísticos imaginados, en su capacidad de pensar o de encabezar la actividad creativa del mundo. Y esto viene a cuento, no sólo por el afán de hacer leyendas, sino porque analizando nos damos cuenta de que el poeta Juan Bañuelos, tiene innumerables actitudes sobresalientes —léanse cabezas— dentro de su incesante trabajo poético. Siempre ha sido diferente la actitud de cada poeta ante la vida y ante la poesía misma. Algunos recurren a la poesía simplemente para embellecer el lenguaje. Otros tratan de rescatar lo bello, del caos inexplicable de la existencia, o bien, tratan de establecer, a la manera de los poetas malditos, la estética de lo monstruoso. Unos cuantos elegidos, como Juan Bañuelos, van más allá de estas actitudes comunes y se enfrentan directamente ante los imponderables, es decir que toman el toro de la vida por los cuernos y hacen inolvidables figuras capoteando la muerte, el silencio inexplorado, la lucha del hombre con su entorno, la batalla diaria del hombre consigo mismo, la violencia del amor, y el estremecimiento ante la inmediatez del ser. Encontramos más de siete actitudes en la poesía de Juan Bañuelos, sin que al decir el número siete, con eso demos a entender una falta de unidad, sino que, por el contrario, esta multiplicidad de actitudes lo lleva a la cifra del equilibrio, que es el ocho. Sobresale entre estas tendencias o maneras de enfocar la poesía, su actitud ante el paisaje, el que asimila y devuelve transformado en elemento metafísico. En segundo lugar, sobresale su afán por encontrar todos los visos y facetas del silencio. De esa búsqueda, obtiene como fruto una palabra dinámica, que es la palabra que de verdad contiene al silencio y sus consecuencias, en vez de negarlo irresponsablemente. Se advierte al mismo tiempo en la poesía de este autor, una capacidad para señalar la armonía o la relación del hombre con su entorno. Destaca también un anhelo por colorear la existencia con nuevos tonos, sin restarle mérito al color que por naturaleza ostenta la vida diaria. Resume Bañuelos, con gran acierto, el bien y el mal que tantas ocasiones se han enfrentado como enemigos, y los presenta como una imagen coherente, conciliadora, y que demuestra que sólo una institución poética puede proporcionarnos la paz futura, puesto que la paz sería, en esencia, esa boda presentida entre el bien y el mal. No es difícil que el lector encuentre en estos poemas la lucha eterna contra el tiempo; aunque ésta sería una actitud ya conocida, Bañuelos sin embargo la trata con un lenguaje muy suyo y peculiar. Sería una terrible omisión si no señaláramos a la vez en el poeta la capacidad de erotizar todo lo que toca y lo que ve, pues un poeta erótico no se concreta a la relación sexual, sino al hecho de que todos los seres vivientes participan de un interminable acto de amor. Así lo expresa en su poema “Fondo de Agua”: “—Vamos a florecer, a redondear la lluvia/ con tus pechos./ Apaga la ventana”. A pesar de la distancia en el tiempo y en sus ideas, Bañuelos asume en algunas ocasiones una actitud rilkeana ante la muerte, recuerda que todos llevamos esa propia muerte como una semilla alberga al fruto dentro de su seno. “Mi corazón ya sabe su dirección de bala”, nos recuerda el poeta chiapaneco, que ha cantado incluso al suicidio por amor en una pareja de animales, para demostrar que el amor no siempre es un mito establecido por la literatura, sino a veces un sentimiento espontáneo que se manifiesta insospechadamente en las más simples y elementales criaturas. Pero entre todas sus actitudes hacia el poema, sobresale su manera de transformar el paisaje en un elemento metafísico. Desde hace más de dos siglos, el paisaje ha sido un elemento importante en la poesía mexicana. La doctora María del Carmen Millán realizó un estudio sobre la forma en que se trata el paisaje entre los modernistas, y el poeta tabasqueño Carlos Pellicer, hizo del paisaje mexicano el personaje principal de casi todos sus poemas. Pero con Bañuelos por primera vez se trata el paisaje en su acepción metafísica. Si bien es cierto que el poeta toma elementos que de por sí tienen una gran carga metafísica, como lo es por ejemplo, una estela maya, lo valioso es que con su magia poética nos hace vívida y presente esa estela, nos rescata ese ingrediente humano contemplativo para llevarnos luego, con todo y nuestro presente y lo que esto implica, a ese increíble pasado de nivel metafísico. Bañuelos pertenece a esa casta de poetas notables que a pesar de trasladarnos a calidades insospechadas de lo abstracto, no descuida los pequeños detalles cotidianos tales como el vuelo de las palomas, el paso de los grillos o la madre inclinada amorosamente sobre el hijo. Hay tal intensidad en esos detalles, que cada línea podría ser un poema completo en su propio universo, y sin embargo participa de todos los demás versos, formando parte de una galaxia interminable. El poeta nos demuestra que el hecho de detenernos en un árbol, no nos impide ver el bosque, sino que nos proporciona del bosque una dimensión enriquecida y nueva, nos lleva a conocer el bosque como la parte esencial de nosotros mismos. ¿Es que al fin se nos da la metafísica del árbol? Es que la poesía debe llevarnos a esa dimensión metafísica no sólo del paisaje, sino de todos los objetos en donde se pose. Al darnos el poeta un paisaje con acción, nos proporciona una acción para vivir el paisaje, para aprender de nuestras piedras y nuestros insectos, un modo de renovarnos y revitalizarnos, un modo de recuperar, “esos cimientos de nuestra casa devastada...”. La poesía de Bañuelos no sólo proyecta una esencia maya, sino que hay presente y futuro en medio de este desconcierto por el que atravesamos. Existe una honda convicción tanto del poeta como del ser humano, de que aún podemos hacer algo con ese Destino arbitrario, que es el título de uno de sus libros. Es toda una vivencia ir reconociendo a Juan Bañuelos en los distintos pasos que va dando en el camino de sus distintos libros. Es el mismo, es cierto, pero a la vez es un poeta diferente, como que va tomando como dije al principio, distintas actitudes ante el poema, como que va enfrentando al toro con distintas figuras de su capote imaginario. Pero el hecho es que nadie puede decapitarlo, porque son incontables esas cabezas con que puede pensar el poema y realizarlo. |
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Poema Antiguo
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Niñez
De escolopendras y de iguanas Cara de aljibe en los espasmos de la hoja frágil Alameda estañosa de la infancia Sin nube y sin dialecto Niñez De curaciones del espanto Con la mano velluda de doña Salomé Niñez De mango ictérico y de trueno Monocorde en la lluvia Sol derretido Y engrapado al agua Mientras la blusa de la noche Acordonada de luciérnagas Luce en el cuerpo de la aurora Niñez De emociones sumarias Y de anofeles fascinados con la sangre Pantano tábido del dengue Y más allá de la ribera El juicio íntimo De una vela emboscada por las sombras Insurrección de la terciana En las frentes de los pizcadores Niñez Donde hombres lástima Empuñan su dolor con las flores que venden Postración de los niños En las acequias de las nanas Niñez Donde indios lástima En marcha y ronda Sitian el Palacio de Gobierno Niñez que mira arder Virutas de estupor en un tizón de ocote Cuellos de flamboyanes temblorosos En la tormenta Sémola Íntima Natal Niñez que ulula Con aullidos más verdes Que los helechos de la muerte |
(Matumaczá, 1959)
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La prueba |
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Las uvas, los soles
Para este amor no pongo límites ni tiempo.
Y en verdad, cuando el día pasa y pasa
y suenan las espuelas del viento,
Yo cubro mi desnudez de uva, mi soledad de liquen,
mi carbón hecho de ojos que han visto demasiado.
Cuatro cirios me esperan y bajo al sueño hierba
que vaga en pleno mediodía entre las plazas
y los caminos de viajantes lentos;
puño la arena como el moribundo que aprieta a la
vida
y visito tenaz mi barrio detenido en la escama de
un pez.
¡Qué de astros girando sangre adentro, amigos!
¡Qué desove de soles cayendo en la mejilla del
verano!
Veo los días que vienen.
De noche planté muslos
para que germinaran durante la primavera.
¡Ah no estoy triste, de veras! ¡No!
¡No estoy solo! Me llamo Juan
y espiga lenta es mi boca.
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Celebración de la infancia |
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Instantáneas de una estela maya |
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Frases |
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Viento de diamantes |
La Eternidad está enamorada de las obras del tiempo. W. Blake |
Lo mismo que Adán sumergido hasta la alondra del silencio, sucio de humana noche en que he caído, rompo todos los pronombres para tenderme en el día óseo de la plenitud. Acudo ebrio de musgo y tulipanes hasta las criptas de las piedras o de los ríos secos, donde muerden al silencio cárabos crepusculares y en donde un hombre solitario se hinca. Pisando soledad entro en el día, porque es dable a las criaturas ver su hora crecer para hallar luego algo de los mortales en un grano de arena. Mas también bajo las gradas seculares y diviso el humo de las chozas de los hombres, veo los caminos cotidianos, las nubes que anuncian el otoño y a la mujer grávida de su fruto sentada en su hamaca viendo pasar las horas. Y me muevo con las hierbas, y con el menor movimiento del caballo, y siento que dentro de mí corro como ese río que estoy viendo que avanza. ¡Y miro alejarse la carreta del último cosechador! E igual que una palabra lanzada a la mitad del mar caigo en el seno del prodigio. Y como el minero que se cubre con las manos la faz cuando de pronto, ciego, reencuentra la luz, así la dulzura levanta su toga y me envuelve temerosa. ¡Ay, el hombre soy y no lo había advertido! el amparado por dioses tutelares de la iniquidad, el que frecuenta y ronda tanto rencor taimado del polvo con su cauda de crines blancas. ¡El hombre soy, mas no me basta! porque el sol tiene su trigo en llamas y el mar tiene los ojos tocados por la gracia. El hombre soy pero toda cosa nacida con la aurora, con ella muere, y toda criatura que engendra la noche con ella se aleja porque oscuro es su linaje. Todo pasa. Y como el agua y el sol, también todo queda. Un silencio que se sienta a esperar el primer ruido. Nuestra imagen que se pierde y se encuentra como el humo que no es más que el eco del fuego. No otra cosa que la espuma negra que va haciendo el arado sobre la tierra. Y lejos de la memoria del viento que dejaron las épocas, un olor de centeno y anís hace volver los pájaros. Y porque el horizonte no es más que una hoja larga de perfil, dejo que mudas tribus de peces muerdan los guijarros, dejo que brille el hocico del jabalí en la noche y que bajo el zumbido de las abejas los bueyes trillen la mies. ¡Ay, reivindicación bañada en el ojo inocente! ¡Oh, exultación del mar sostenida en el resplandor ¿De qué remoto sueño hemos caído? ¿Por qué somos una rueda que grita enloquecida? ¡Ah! triste es nuestro paso, en verdad. ¡No más que olas somos! Nos levantamos brevemente... para seguir siendo mar. |
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Esto es la otra parte
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Quiero escribir voces. Que estamos, que hundimos la mano en un muro áspero e idéntico a su sombra. Vamos a alcanzar al primer terror incendiado que calla en el corazón de aquellos que en los duros años han amado, y que, ferozmente, beben el tósigo torpe y el tedio. He visto partir al combate diario, inapreciables momentos que guarda la vida detrás de una puerta fatigada. Y después, han sido los puentes de sombra que unen (perseguidos), lo que han separado los días. Volvemos, sumisos, a entregarnos, a meter la mano en el bolsillo, a encoger los hombros, a empezar a amar como si fuera la primera vez, a darnos confianza, a pesar los días como madera muerta. Y entre puente y puente avanza el olvido. Lo profundo busca su máscara altiva. No importa la muerte. Vivimos. |
Sátira con final de vals |
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Unánime |
Esta garganta erguida como un árbol,
calcárea como el humo suspendido en la memoria de los muertos, canta las cosas por venir, esparce la sedición de la esperanza, y en el ariete de la imagen la estación de la cólera es más seca que un verano de sal. Esta garganta erguida como un árbol florece una canción de plaza pública, una canción que vaga por las calles y nos inunda y nos congrega y es como el mar hecho de tantas gotas, y es como el eco en las montañas que responde y responde a muchas voces, y es como el sol hecho de tantas manos que sostienen el espejo de todos. |
(1° de mayo en el mundo)
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Huelga de hambre |
2 Puede caer la noche cuando quiera. Puede cerrar los ojos la ciudad. Pero no duermo. No vivo, estoy lleno de espanto. Arriba hay un cielo ásperamente limpio Y la luz de la luna —tierna loba— a través de la puerta Lame los piececitos de mis dos pequeñas hijas. Abajo hay un oscuro en pálido, hay Una manotada en bestia acechante. Y mientras duermen nada está en reposo; Algo se mueve y se abre paso hasta mí Y oigo que un perro camina por la calle. Un perro en la calle; Ese sonido de patas sobre el asfalto A las dos de la mañana, ese ruido babélico Que produce con el hocico Al remover la basura y la noche. Un perro. La calle. La luna. Mientras caigo en el sueño El grito de un animal sin rostro inunda mi cuarto. Se escuchan estallidos de casas y avenidas. Una daga en el vientre, Y el grito del hambriento, el grito Que se apoya en las puertas, Contra los monumentos Y en las paredes de los ministerios. Luego es un soplo. Ese ruido de resaca que sale De los perros sin lengua. Luego es el miedo igual A una delgada hiedra subiendo por la piel Y girando en la lengua como el disco De un teléfono loco. Luego es el odio una callada puerta (Y lo que queda del odio Es un ácido beso Y es una mala ropa). Pasado el frío es el silencio, Ese huraño silencio de la noche Que levanta su cresta de iguana negra. Pero no duermo. En la ciudad Se oye un redoble de tímpanos. En la ciudad Hay varios compañeros declarados En huelga de hambre. 5 Aquí en México escribo estas palabras. Juan me llamo: No soy nadie Y soy el pueblo, Fui gemelo y por dos me voy muriendo. Aquí en México escribo estas palabras, Les doy ocupación el día que cumplo años. Les doy su justo nacimiento. El día que cumplo engaños Soy un propósito de tiempo. Las palabras son hijas de la vida. Sufren, paren; también tienen sus muertos. Y en la honda capital de la miseria Las armé de fusiles y de verbos (En esta patria muda, perseguida, Donde hasta el aire mismo va a dolernos). Yo fui el autor; Lo que suena a dolor me suena a pueblo. Nací en el Sur. Mi nombre: Juan Bañuelos. |
Es un buen día para morir |
“El Rutas”, conocido ladrón, fue cercado y muerto el 29 de julio de 1974 en su vecindad, por agentes de la policía, al no querer compartir un botín. Últimas Noticias |
Un ominoso escarnio de puñales encapota los ojos del suburbio. Tiembla el tiempo y el patio y en el turbio lodazal suenan tiros policiales. Sangre, polvo, terror, caries dentales desafían la muerte. Y el disturbio deslizándose en un cuchillo gurbio en la esquina madrea sus vocales. Sombras. Ráfagas. Rabia que se trunca. Avanza por la calle la jauría de rifles y patrullas. Como nunca la madre ruega y grita entre la gente: Hijo, entrégate, es tiempo todavía Y “El Rutas” sólo empuña la ironía (ojos duros de estatua impertinente) atareado en romperle a la agonía la usura magra de su único diente. |
(Re)cámara de diputatos |
“LA INES’ CLUB”
La cumbia de la madrugada como un tábano se prende sobre las crestas últimas del ron. Los gatos han bajado de las tejas y la luz mercurial se está desvaneciendo por las calles de Tuxtla: “Ya se va su diputado putas hijas de la gran Linda a luego les paga con cuerpo / ya se va ‘Panyú’ a ver a su mujercita Amelia.” |
Viola da gamba |
Es ist der alte Bund: Mensch, du musst sterben Cantata BWV 106. Bach |
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Las tres chicas de JC |
Camino al puerto de Brindisi, murió accidentado José Carlos Becerra, poeta a quien tanto quería. |
Noticias de tu muerte, José Carlos, a 10 000 metros de
altura. En vuelo a Mazatlán. Abajo, el mar me hace presentir la dimensión de tus nuevos dominios. Todo el murmullo de esas aguas es tuyo. Camino del Adriático, yo sé que ibas en busca de Virgilio (de eso hablamos en casa de Efraín, el otro Monstruo). Y a través de mi ventanilla se desenvuelve la tragedia: en el espejo retrovisor del auto viste pasar las aves y los árboles y tres rostros de muchachas (las mismas del Viaducto) que cambiaban sus facciones cuando tú hundías el acelerador, convencido de que al girar el botón del radio la música de los Rolling Stones haría retroceder el paisaje ante tu paso. Te engañaste. Sólo acelerabas la claridad de tu destino. Vuelvo el rostro y todas las demás caras a mi lado producen un ruido más ensordecedor que los motores. Bastaría con mirarme para saber que no Acepto; sin embargo, dentro de unos momentos, esa puerta que tras de ti se ha cerrado tan herméticamente como la del avión, será dócil también para darme paso. La voz de la aeromoza es precisa: “Ladies and gentlemen, señoras y señores, abróchense los cinturones. No fumen, please, vamos a aterrizar”. Y yo, cerrando mis tartamudos ojos, traduzco lentamente: “Señoras y Señores, apriétense a la vida y apaguen su cigarro, que a la Memoria le hiere la más mínima luz”. |
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Lección del oscuro |
Ils m’ont appelé l'Obscur
et j’habitais l’eclat S.J. Perse |
I
cuando cambian de rostro se desnudan los hombres y las cosas II es tiempo de decir pocas palabras: 1. no es humano el dolor ni es locura de dioses otros males 2. somos aquellos que al despertar se afeitan metódicamente e inician la matanza 3. nada es sabiduría ni coraje sólo ebriedad de piedras sordas 4. éste es el tiempo en que si un niño duerme envejecen sus juguetes 5. el puro nacer es un enigma nada saben los hombres cuando insisten pesar en la misma balanza la desdicha y la dicha inexperta 6. el fuego y el humo duermen juntos entre los pliegues de la hierba seca 7. la paz de la vejez / el orden / toda sabiduría nos son arrebatados de las manos como en la monarquía solitaria de la infancia los juegos denegados 8. (demórate en tu corazón que no cabe en ninguna tumba) 9. aunque sólo donde hay peligro nace también lo que nos salva lo que ahora se mueva sólo sean las hojas III los despiertos tienen un mundo común: vida angustia y muerte viento fuego y agua trabajo salario y amos mas los dormidos guardan —con avaricia— en sus pulmones la respiración para el día siguiente: también son explotados no son el día y la noche alucinaciones de un transeúnte? IV la súbita equidad provocando un acuerdo V dejo caer una piedra sobre el agua transparente y profunda se hunde sin remedio y lo que perdura es la transparencia el hundimiento el agua ciega qué sería esa música muerta del espacio si no la tañe el tiempo? pero qué piedra? pero qué agua? pues bien que alguien me diga quién soy yo? VI la fermentada sombra de alguien que vuelve para ver cierta casa movida por los años. |
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Mientras la tierra gira |
Nada. Sino esta mancha corrosiva. Día sin sol. Apenas la pequeña salud del que sin paz sin sueño sueña qué lenta el hambre enyesa la saliva. Ni el amor me detiene. Es sensitiva la roca que del monte se hace dueña y sentada en su sombra fiel, se empeña en rodar hacia abajo a la deriva. Lluvia. Polvo. La soledad. La escarcha. El tiempo, reducido a pedacitos, mi sangre está llevándolo en su marcha. Debajo de los pies la tierra gira (qué silencio cruzado de aerolitos). No es sordo el mar: sólo es un pez que mira. |
Redoble bajo una ceiba |
1 Padre anciano, Obrero y gran señor, Sesenta y nueve ramas se han secado En tu arbolado corazón. Padre, es claro. Yo acecho tu bastión: Me abro paso entre cedros y álamos Cuando, de pronto, soy la multitud hambrienta de una calle Aherrojada en cilicios de terror. Padre obrero, Obrero y gran señor. 2 Entre el moribundo y el muerto Cómo zumba el asombro, Cómo zumba el insecto burlón del silencio; Cómo en esa mirada de pez sobre la arena Sube la marea de la preñez amarilla Del espectro; Cómo su boca se abre Sin estruendo; Cómo su frente es un paisaje Ya sin viento Y un día breve es su mejilla. En su mano derecha Hizo su tálamo el tiempo. El cuarto es un planeta a la deriva Que encallará en su pecho. El gruñido lejano de una puerta Desova la noche entre sus huesos. 2 ¡Qué proa su nariz hendiendo el alba! Un invisible animal se duerme en sus cabellos. 7 Esta vida que tú me dejaste, padre... Poema anónimo de Chiapas —La vida que tú Me dejaste, padre, Es la yegua gris Que monto. Me tira: La monto; la monto: Me tira. No importa. (No sirve la espuela Ni la brida. Dando Tropezones ando, Hasta que me duela.) Látigo silbante Que nos desfigura: Esta pena es dura Y el vivir constante. —Y esta vida que tú me dejaste, Padre, Es la yegua que también montaste. |
El viaje del otoño IX |
sunt lacrimae rerum
Virgilio |
De qué lucha y gemido
de qué áridos morbos disolución y prados de la desgracia estamos hechos? Los ojos y la boca de qué ramas crueles han caído dándonos un gusto miserable? De qué sirvió vivir si un cincel transparente fue el dolor y una estatua de trapo es el destino / si ocultó el movimiento los mismos pasos que esconde la quietud? Te equivocas de puerta de destino y también de pasaporte La existencia y la muerte fermentan a su modo / habla inmóvil el pulso de la sangre y se acompasa al pulso de la piedra y más allá del Tíber grazna la hierba de la pesadumbre Sólo nosotros somos el vino turbio del paisaje sólo bajo el otoño la humedad sabe a ceniza Acoso ocaso eclipse una ciudad sin nombre es nuestro cuerpo: buscas en Roma a Roma y a Roma misma no la encuentras / atada Roma va a tu cuello Y bajo el puente hecho de sombras los bronces rechinantes de los quicios de esta vieja ciudad algo te dicen: también las cosas lloran |
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Leopardo insomne |
Quema la tarde y desollando casas
Vienen las sombras, y en el plomo abierto Nace el olvido y en los trajes nacen Tiempos perdidos. Qué noche suena por tu ausencia toda. Toda se queja y en la hierba suben Bajo la gula de las nubes altas, Zarpas de miedo. ¡Nunca las horas en mi frente fueron Bocas de sed y niebla gris que tiñe Peñas de pena, ni el metal herido Niños vio ciegos! Rasgo la noche. Serpenteo. Busco. Venas y montes del leopardo insomne Caen nevados bajo un corvo viento, Cuervo de sombras. Vuelve, Pequeña de la voz de acanto, Que entre las plumas del dolor ya siento Fresco rocío, y esta mano tiendo Limpia de zarzas |
Desierto de los Leones |
Abadías de árboles, cencerros de la luz,
Esgrima de la tarde, armadura del sol. Esperamos la llegada del silencio Y suena una hojalata de llovizna. Una ardilla mueve el peso de las ramas, El canto de un ave canoniza los pinos vestidos de verano, Las viñas de la niebla rozan faldas, Un ruido de papel duerme en las veredas Y el puente es un jinete sobre el agua. No hay ciudad más poblada de violenta quietud Tendida como un cable: La carretera es una yugular golpeada por un tronco. El bosque nos oye, nos invita, es un rey Paseando en su bastión de soledad (Oye sus paredes vivas cerrando nuestra sangre). Mas en verdad, Ni el tiempo con su cuerno de caza, Ni el vino estioso, ni la paz, Ni el fuego que ondula en tu cabello Incendian estos árboles. Sólo esa hiedra del sendero sube a mí. |
Anacreóntica |
Colgué en sus labios el asombro.
Como un tigre violeta le sangraban los ojos. Ahorré la luz debajo de su pelo. Sol. Tertulias de sombra en sus pestañas rumoreaban como uvas de un lagar. Reconstruí de súbito la fiebre, y el acoso flameaba entre sus medias. Pequeña de los años —diecisiete— me despeñé desde su cuello cuando debajo del corpiño dos frágiles navíos se le iban a pique. |
Quedamos abrasados |
Si por dentro de ti quedo abrasado
saqueando la ternura que te habita, es porque el tiempo, Amor, nos necesita a cada instante en que es dolor pagado. Si el miedo es todo lo que yo he dejado porque me has hecho polvo y piedra escrita, detén mi voz que al mar se precipita como metal de tigre degollado. ¿En qué momento y quién te ha visto mía, si con mi propia mano yo he cerrado la puerta con dos hojas de alegría? No en vano muerdo el duelo de la arcilla, no en vano lucho si por ti he ganado, si miro al mundo en ti desde esta orilla. |
(Kantate no. 51, J.S. Bach)
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donde sólo se habla de amor |
A los hombres, a las mujeres que aguardan vivir sin soledad, al espeso camaleón callado como el agua, al aire arisco (es el aire un pájaro atrapado), a los que duermen mientras sostengo mi vigilia, a la mujer sentada en la plaza vendiendo su silencio. En fin, diciendo ciertas cosas reales en una lengua unánime, amorosa; a los niños que sueñan en las frutas y a los que cantan canciones sin palabras en las noches compartiendo la muerte con la muerte, los invito a la vida como un muchacho que ofrece una manzana, me doy fuego para que pasen bien estos días de invierno. Porque una mujer se acuesta a mi lado y amo al mundo |
Desde el pino más alto |
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El incendio hospedado |
Con este corazón casi vacío,
casi incendio de música en mi cuarto, sigo, Silencio, tu quebrado olvido de penetrante buque. Una mano que no puede alcanzarte, una espiga que no puede crecer cuando ya es aplastada por el granizo fugitivo de los días. Óyeme hablar de las sombras que muerdo, mírame como a un hombre que ha perdido en una casa ardiendo los párpados y el color de sus ojos. No hagas la señal del silencio para que calle. Puedo. Aún puedo un poco: llorar, gemir, hablar en voz baja, decir que yo te amo furiosamente como un rayo que cae, de pronto, en el jardín |
Digo |
Donde mi sangre es piedra carcomida,
allí donde tú ignoras lo que pasa, allí, mi voz doliendo se hace brasa que el agua apaga en ácida mordida. Golpeando muros voy tras la salida de esta quemante y rumorosa casa, que no hay dolor más duro —de argamasa— que buscar el amor en quien olvida. Un traje abandonado es lo que pesa más que el silencio y más, y más que un muerto, menos que un pan dejado en nuestra mesa. Quita tu mano de mi carne viva. Si al fin te vas yo quiero estar despierto, Amor. Amor, destruye lo que escriba. |
La pavana de los amantes |
I
Para que vean los ciegos tus ojos vuelan. Por el niño sin brazos tus manos sueñan. Para acabar las sombras tu boca quema. Ojos, manos y boca tú y yo en la tierra. II Para no olvidar tu rostro ha nacido mi memoria. Porque estés siempre conmigo he de hacer de ti mi sombra. Amor, transformar la vida es sólo entrar en la historia. |
Fondo de agua |
Descendemos. Debajo de mi piel tú cantas y en la última curva de mis venas con un tropel de polen te despides. Un día estás en mis ojos bajo un ruido de llamas, otro día duermes como la niebla junto a mi sombra agazapada. Si supieras que llegas y en tu mano está a punto de abrirse esa puerta del hombre y la mañana. Que nadie nos despierte. Tu cintura es la boca de un reloj en el fondo del agua. Vamos a florecer, a redondear la lluvia con tus pechos. Apaga la ventana. |
Brasa desnuda |
Es el momento del deseo.
Acostada, desnuda, te extiendes como la piel de una colina mordida por el sol. Empiezo a contemplarte desde tu pie dormido en el aire, tus piernas puntuales, mientras subo mis ojos, se dan cita en una dársena negra, sitiada por húmedos carbones, carbones de labios, labios de lianas. En este instante cumplo la edad del deseo en el rostro más tierno de la tarde. La fruta resbala, cada minuto crece, se hincha ardiendo. A las seis del espejo entro en ti como el huésped más esperado, sencillo como el río del día te cubro con mi piel de hombre, soy la lengua que recorre tus venas para callarte, te quito los ojos dolorosamente, te doy otros dos brazos para pesar la vida, mi boca llovizna en tus pechos, rayo tu espalda para escribir tu nombre, con mis huesos te hablo, tu quejido es el más largo que escuchará la noche. Qué animales humanos más hermosos. Cuando quedamos solos, desnudos cuando termina todo, graniza la sensación de que el aire nos ha descubierto. |
Casida de la entrega |
Agonizo en tu vientre
cuando —árbol— desciendo a las raíces y amanezco en todo lo que vives. Agonizo en tu vientre de ternuras que viajan con la hierba cuando la uva es roja hasta la hoguera. (La savia de tu vientre suena a torre y a espuma derribadas, a caracol de lengua rota y clara.) Y agonizo en tus ojos desde tus largos muslos que se mecen: dos horizontes donde la noche llueve. |
Coitus non interruptus |
Al preguntarle Zeus y Hera a Tiresias
quién gozaba más en la cama si el hombre o la mujer, el adivino respondió: “si las partes del placer se cuentan como diez, corresponden tres veces tres a ellas y una sola a los hombres”. Hera, entonces, furiosa, lo cegó convirtiéndolo en mitad hombre y mitad mujer. Ovidio |
no basta ser /
la música ahora fluye de tu sexo y sobre ti ya no soy algo extraño sino tu propio pensamiento / un abatido coñac duerme en la mesa tus pechos distanciados por motivos mundiales aplauden mi derrota inminente tu virgo lenidad se emperra me estran gula y en medio de las sábanas tú pronuncias mi nombre —arrojándolo lejos / como la última ropa para sentirme más desnudo |
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Fiesta |
Venir de siempre
mientras sube ese olor de las acacias. El mediodía con sosiego lleva en los hombros un tigre quemado. Amor, la lluvia nos ha hecho semejantes a dos gotas de agua en una misma hoja. |
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Habitante amoroso |
Apenas la noche ha cerrado su sombra completa. Lo que suena después no es el río Ni las hojas del aire ni el pez de la niebla. Es la hambrienta distancia que llega rompiendo las aguas y el monte que cede al recuerdo y te nombra Lo que el tiempo nos niega, lo que arranca el deseo, lo que acecha a mis venas es saber que te hallas tan sola en el viento y el yeso callado que muere en tu boca. Ay no saber que esta historia tiene sólo en el musgo las letras con que escribo en la roca, y sentir que en el puente que une tus cejas mi destino crascita zozobra. Habitante del frío, tañedor de la ausencia, lo que en llama es magnolia te hace víscera el llanto escondido, te hace espada la hoja del tiempo que el dolor en amor nos ahonda. Porque salgo a la noche y te llamo y llorabas y el aire afligido y el espanto tan tierno y mi cuarto y tu boca qué enjambre qué enjambre de húmedas sombras. |
Para el fin del tiempo |
Que ya es tarde. Y más bien estamos muertos. ¿Qué haces, entonces, dime, y a qué vienes? (Ya habrás mordido el día, como el perro muerde a oscuras el nombre de los meses.) No vengas más. No necesito a nadie que pisotee mi sombra y tenga al llanto de pie en mi puerta, oyéndome la sangre. ¡Qué no bebí! Amor y muerte a tragos. Tú lo sabes. Soy un ayer de astillas clavado en este humo que levanta mi raza de fantasmas y cenizas. No preguntes por mí. Cercena para siempre tu corazón y el mío. Déjalos como el día y la noche del olvido. |
El suicida |
Como un río grande —de noche— que no se ve sino se escucha el torrente del destino colmado de puentes invisibles pasa debajo de mis pies Todo ha cesado de morir De punta a punta la tela del sueño se ha rasgado y el movimiento mismo (un ay intacto) circunda el agua inmóvil Se levanta el paisaje a través del vapor que empaña la fiebre vegetal y al choque de la rama con su imagen responde la hoja movida por el miedo La neblina descendió agazapándose en la orilla de los lagos y más allá de los troncos se trenzó con las lianas parásitas veteadas de orquídeas Los bosques de Montebello son de niebla y de tormenta Sus lagos nómadas de distintos colores lanzan irisaciones que desvanecen la mirada arrastrándola al fondo de las aguas Aquí la sombra ha fatigado al moho y a la piedra volcánica El ladrido de la hoja podrida se mezcla entre los pasos del día y los indígenas se aprestan para la caza del quetzal la fugitiva estalagmita de coberturas verdes y crísum rojo intenso El temporal de la madrugada fue un imperio de truenos y relámpagos Desfalleció el viento. En la juiciosa boca de la flor crecieron los astros de frescura y el grito del alcaraván prolongó el solsticio de la noche Amanece. La humedad es como el sueño: inmóvil. Sólo asciende un pueblo de raíces por las gargantas de las aves que con su canto mueven la alfombra olorosa de la juncia El humo de las chozas se eleva imitando grecas mayas mientras se filtra el suero cíclico de la memoria Dos hombres cubiertos con capas de hule para la lluvia se internan en el bosque seguidos por la niebla Delante de ellos el sol empieza a escaldar los colores de árboles y pájaros Una saeta cruza. Es el vencejo con su cola escotada Los hombres avanzan entre alardes del queisque escandaloso / ante el reclamo del trogón violáceo o el grito del hojarasquero / el pochocuate cruza los caminos todo caballeroso y en las flores el rocío refleja las joyas de colibríes suspendidos en el aire Cerca del lago de Tziscao en donde empieza el camino al Cerro del Plumaje la brasa ardiendo de un tunkil que vuela les hace detener el paso: mezclados llegan el canto largo del guardabarranco y el sombrío silbido del tinamú canelo Un estremecimiento de hojas les recorre la espalda Al volver la vista hacia el lago los hombres vieron dos cisnes sobre el agua. El macho de plumas eclipsadas nadaba en torno de la hembra inánime dando gritos de bayas amargas: de tiempo en tiempo se elevaba en el aire como queriendo animarla para seguirlo pero la hembra flotaba bajo el enjambre del silencio seguramente muerta por un rayo durante la tempestad (ahora el rayo es un cisne que duerme y que no quema y el sol hormiguea entre sus plumas) Combustión de la altura y constancia nupcial más que volar fosilizaba el vuelo Después de inútiles esfuerzos, atravesado por las treinta y dos puntas de la rosa de los vientos / en una quietud sin peso y la creación entera suspendida entre sus alas / el cisne pareció comprender que su compañera se apartaba de él para siempre: la ausencia transcurría en ese alargamiento sinuoso de su cuello y sus párpados borraron el espacio del alba De pronto se elevó muy alto en el cielo, giró dos o tres veces y bajo la curva de su vuelo incubó la curvatura de la tierra / más ligero que una brizna de paja Como la gloria de la muerte que se consume a sí misma / en el límite espectral de su impulso dejó caer las alas: se precipitó con fulguraciones de aerolito y fue a destrozarse contra un acantilado Las hormigas precarias cerraron filas junto al lago El cuello solar del tucán negro brilló entre los pinos derramando el follaje de otra edad y los dos hombres perdieron ese día todo deseo de cazar quetzales |
(Nota al poema: En los bosques de Chiapas, los habitantes llaman cisne equivocadamente al ánsar o al ánade salvajes que, en su paso para cambiar de clima, bajan en la región.)
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