Enrique Molina
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Presentación
Quizá la poesía de Enrique Molina debiera entrar en la categoría de los textos perversos. Perversos sí porque son a la vez textos de placer y de goce, como diría Roland Barthes: “Participan simultáneamente y contradictoriamente en el hedonismo profundo de toda cultura y en la destrucción de la cultura”. Es más, la cultura se ahoga en la efervescencia de un caos marino que prolifera invadiendo la desnudez para castigarla y para exceder cualquiera de sus límites. Me explico: todo texto de Molina convoca el erotismo instalado en un cuerpo desnudo intacto por su perfección y su delimitación y transgredido de inmediato por los significados cósmicos y las posibilidades de éxtasis. Un ejemplo literal de lo que acabo de afirmar estaría presente en los senos de la Delfina, personaje desnudo, montado a caballo en Una sombra donde sueña Camila O'Gorman, elegido aquí como uno de los fragmentos clave de este autor que ha escrito en esta obra aparentemente una novela “histórica” porque se refiere a un episodio concreto dentro de la dictadura del tirano Rosas, figura capital en la historia de la cultura argentina, pero a la vez historia de amor encarnizada y mística, detenida en el juego de algunos cuerpos milagrosos y escultóricos que se ostentan como reliquias engastadas en el cosmos.
se ama tanto vivir se ama tanto vivir
La carne se vulnera, los muertos cubren los ríos, la podredumbre pulula junto a las ratas, el cielo se amalgama con el infierno, la gangrena, la lepra, la inmundicia reverberan y sin embargo (de nuevo, sin embargo)
tantos muertos
convirtiendo al mundo en un bellísimo y fulgurante (otro de sus adjetivos preferidos porque reflejan las constelaciones que nos rigen en su desafuero) cuerpo femenino extendido sobre la tierra y reviviendo los cadáveres.
En Amantes antípodas leemos un epígrafe de Miller: “Nunca he estado más seguro de que la vida y la muerte son una misma cosa, y que no se puede disfrutar o abrazar una de ellas si la otra está ausente”. Y eso es a la vez el goce y el placer, la permanencia en lo hedónico de una cultura que nos seduce por su tradición y la corrupción de eso mismo que nos seduce, corrupción instalada en la salvación de una metáfora erótica que navega siempre con el poeta, eterno marinero y tripulante de barcos de aventuras en el poema y en la vida:
ENTRE LAS AGRIAS ALETAS DEL BARCO
¿y quiénes pueden ser sus compañeros? Nada menos que Saint John Perse o Álvaro de Campos, aquel Pessoa que miraba el mar desde la playa manuscrita y los barcos de pasajeros.
El texto adquiere de repente, en su reverberación, la consistencia de un tatuaje literalmente grabado en los brazos de los que navegan (en el poema) y en la mano que inscribe la escritura sin trastornarla apenas con el menor signo de puntuación, dejando las palabras, acumulándolas trazo a trazo, en una línea delgada pero continua y corrosiva
donde silba el verano y toda una exasperación de
advertencia: Enrique Molina, junto con Olga Orozco, Carlos Latorre, Aldo Pellegrini, etc., es uno de los más importantes poetas surrealistas de la Argentina y pertenece a esa generación transformadora llamada del 40. Nació en Buenos Aires en 1910. Fue abogado, profesión que nunca ejerció, además, marinero (profesión preferida) y magnífico pintor, empleado alguna vez (de donde se jubiló) en la Dirección Municipal de Bibliotecas (parece un rasgo necesario en la poesía argentina), jurado de muchos concursos poéticos, prologuista, traductor, ensayista, etc.
Margo Glantz |
Circe
Solo contra la tierra Pero te recobro |
Itinerarios
Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a |
Hermano Vagabundo Muerto
¿... Pero me importas ahora mientras giras en el |
Los dibujos del muro
De lámpara a lámpara, de día a muerte, con plegarias |
Tierra tatuada antes de dormir
Abanicos de plátanos que se abren en la noche |
Inadaptación
Mi brazo de mar no cabe en la cocina mi otra mano |
Alta Marea
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El pasajero de la habitación No. 23
¿Hasta cuándo se hundirá esta vida? Pero continúo oscuro como un saurio entre las aguas |
La Delfina y el sistro
A veces, sin embargo, un destello de amor suele poner una nota menos bárbara en esa terrible realidad de los degüellos. La Delfina y el sistro Ataviada con una corta falda roja, botas de montar y un sombrero ornado con una pluma de avestruz, del que desborda su larga cabellera suelta sacudida al compás del galope, esa hermosa amazona, la Delfina, hija bastarda de un virrey del Brasil, según dicen, ha rendido el corazón de Francisco Ramírez, el caballeresco caudillo de Entre Ríos, a quien acompaña en todas sus empresas. Cada vez que la fortuna le es adversa ella lo reanima con el misterioso sonido de un sistro, del que nunca se desprende y que ejerce un extraño influjo sobre la voluntad de su amante. Están en medio del campo Caballo y amazona se mueven como en cámara lenta. Puede seguirse nítidamente, centímetro a centímetro, el movimiento de las patas del caballo, de cada músculo del cuerpo desnudo de la Delfina, de sus miembros y su cabellera, como si ambos, el animal y la mujer, flotaran en el fondo de una opalina atmósfera de aceite donde los desplazamientos de la materia se produjeran con una duración muy larga. La ven El inmenso escenario donde se desarrolla la ceremonia, en un silencio caliente, con el olor de los esteros y las naranjas, en medio de la noche, fue estremecido hasta las raíces por la música misteriosa del sistro. La Delfina lo agita, como presa de un estado mediúmnico, los ojos vidriosos, los labios ligeramente entreabiertos, por cuya comisura se desliza un delgadísimo hilo de baba que a veces se deshace en pleno vuelo. De todo aquello Semejante visión despertó en aquellos hombres un fanatismo inextinguible, una ciega fe en su empresa. Sus nervios comenzaron a distenderse, animados por el mismo entusiasmo de antes, hasta lograr, en una de las más brillantes campañas del Supremo Entrerriano, una serie de victorias decisivas a su favor. La jaula Le cortan la cabeza y se la envían, envuelta en un cuero fresco, al general López. El general López la hace colocar en una jaula de hierro. Toda una noche la tiene ante sí, sobre su escritorio, reconfortado con el espectáculo de ese despojo terrible impedido de esconderse en el fondo de la tierra. La cabeza golpea furiosamente contra los barrotes, aprieta el rostro contra ellos, husmea en torno en busca de una salida. De tanto en tanto sus labios helados farfullan juramentos y adioses, frases inconexas y turbias que López escucha con burla. Por momentos, el vencedor y su sangriento trofeo sostienen violentos diálogos, con voces roncas de furor, que hacen retumbar los muros del cuartel y estremecen las raíces, mientras en los oídos del decapitado no dejan de resonar, desde toda la lejanía, las notas misteriosas del sistro de la Delfina llamándolo sin tregua. Al día siguiente el Gobernador ordena que se cuelgue la jaula en uno de los arcos del Cabildo de Santa Fe. |
Estetoscopio
Pon el oído sobre el pecho de ese país del diluvio y la |
La prisionera
Perro |
La gran hazaña
Informe viaje, Hernando de Magallanes, y el trueno |
Rito acuático
Bañándome en el río Túmbez un cholo me enseñó a |