Material de Lectura

Emily Dickinson



Prólogo
y traducción de
Alberto Blanco




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Prólogo

Multiplicar los muelles no disminuye el mar
Emily Dickinson

 

Cierto, por más puntos de partida y de llegada que pueda brindar una obra, por más lazos dispuestos al comercio entre la obra y el lector que existan, unas cuantas palabras introductorias no reducen en lo más mínimo las dimensiones de una obra poética como la de Emily Dickinson. Para nuestro consuelo, bien podemos decir que tampoco las aumentan. Sus poemas están allí, como un mar en calma, un mar gris, casi blanco, que se niega a revelar a simple vista su increíble profundidad. No cabe duda, nos encontramos ante uno de los grandes logros literarios del siglo XIX; lo que hoy se llamaría una gran obra en "tono menor".

Esa intimidad a la que nos remiten los poemas de Emily Dickinson, y de donde ellos mismos han brotado, es más un espejismo que una realidad. Si añadimos la limpia factura de sus verbos, y la austeridad y la justicia de la expresión —toda su obra está cifrada en poemas cortos—, tendremos ya tres elementos que, a primera vista, parecerían facilitar la lectura. Sin embargo, pronto nos percatamos de que la facilidad no es una de las virtudes de esta poesía. Aunque nutrida de instancias domésticas, casi podríamos decir que nimias, los poemas de Emily Dickinson abren constantemente la puerta de la costumbre y la cotidianidad, para ponernos frente a frente al misterio. Poesía del asombro, de la sorpresa inteligente.

¿Cómo es posible que esta mujer, que vivió toda su vida en Amberst, pueblecillo de Massachusetts, al norte de Estados Unidos a mediados del siglo XIX, sin ningún contacto con los grandes movimientos literarios europeos ni de ninguna otra parte, fraguara una obra que iba a cambiar el curso de la poesía contemporánea? Desde la soledad de su voluntaria reclusión, esta mujer admirable logró realizar una de las obras más originales de la poesía moderna. Sí, porque hay que hacerlo notar, la poesía de Emily Dickinson se cuenta entre las obras que resultan indispensables para entender la poesía contemporánea. Casi al mismo tiempo que Laforgue y Rimbaud en Francia, y unos cuantos años después que Hölderlin en Alemania, esta singular escritora abrió nuevos cauces al caudal de poesía de su tiempo y del nuestro.

Su obra se alza como el contrapunto preciso, necesario, de aquella otra obra majestuosa de la poesía estadounidense del siglo XIX: nos referimos, por supuesto, a la obra de Walt Whitman. ¡Qué contraste tan marcado entre estas dos creaciones, entre estas dos vidas! Y sin embargo, cuántos puntos en común, cuántos vasos comunicantes, cuántos lazos fraternales entre ambas obras, entre ambas visiones del mundo. Frente a la desbordante virilidad de Whitman, la reconcentrada capacidad de observación de Emily Dickinson.

El mundo no fue extraño a ninguno de los dos. Lo conocieron y lo gozaron, cada uno a su manera. Walt Whitman lo hizo con vista telescópica; Emily Dickinson lo hizo al microscopio, casi sin tocarlo, casi sin hablar, con un cuidado infinito; el mismo que utilizaba para vestirse impecablemente de blanco, o para seleccionar y arreglar las flores que regalaba a sus escasos visitantes, o para escribir sus poemas: cada detalle ha sido serenamente sopesado. Cada poema ha sido trabajado con esmero, procurando no desperdiciar nada.

Emily Dickinson utilizó magistralmente varios recursos que después serían explorados y explotados de mil formas distintas. Y no es que ella fuera la primera en hacerlo —basta pensar, para no ir más lejos, en Edgar Alan Poe su antípoda contemporáneo— pero sí una de las primeras en aplicar sistemáticamente estas posibilidades: los cambios de ritmo, las rimas sorprendentes, "esos cascabeles que con su tintineo dan ánimo en el camino" como ella misma decía, el verso blanco, ágil, que no duda en romper la cadencia musical si las necesidades intrínsecas del poema así lo exigen. Aquí, como en tantos otros aspectos, la poesía de Emily Dickinson es doblemente engañosa.

Primero, es engañosa por hacernos creer que se trata de una poesía tradicionalista —en sentido peyorativo— y atildada, cosa que no es verdad, pues encontraremos con frecuencia irrupciones de una poética sumamente moderna, tanto en la rima como en el metro, tanto en la sintaxis como en la puntuación. Segundo, decimos doblemente engañosa, porque en cuanto al sentido de los poemas, en cuanto a la observación que del mundo hizo la autora, nos encontramos frente a una poesía que a primera vista parecería sencillamente un ejemplo más de poesía religiosa, y en particular cristiana. Sin embargo, si hacemos un análisis minucioso, una lectura atenta, veremos que estos poemas manifiestan una visión sumamente personal que no excluye las contradicciones. Una concepción moderna y angustiada de la existencia, que si bien hunde sus raíces en la herencia tradicional cristiana, tiende sus brazos a la desolación del siglo XX. Emily Dickinson decía lo mismo: "¡Ah cómo cantamos, para apartar la oscuridad!", que confesaba en una carta a T. W. Higginson: "Canto como lo hace el niño al pasar junto al cementerio: porque estoy asustada." Es una poesía que no deja de sorprendernos. La vida de su autora, tampoco.

A pesar de los largos estudios que se le han dedicado, su vida sigue siendo un enigma para nosotros. Durante su existencia, Emily Dickinson sólo publicó unos cuantos poemas (7), y no fue sino hasta 1890 —cuatro años después de su muerte acaecida en 1886— que se publicó su primer libro, con una breve selección de los casi dos mil poemas que dejó escritos. Poco después se publicaron otros dos volúmenes de poesía, junto con dos recolecciones de su correspondencia. En 1914 se publicaron más poemas, y no fue sino hasta 1950, año en que la Universidad de Harvard compró todos sus manuscritos y derechos de publicación, que se inició la edición meticulosa de su obra completa; eso que a ella le gustaba llamar: "una carta dirigida al mundo".

Sólo tenemos una semblanza escrita por uno de sus contemporáneos, que nos permite asomarnos por un instante a la vida de esta artista. Fue escrita por Thomas Wentworth Higginson, el único literato con el que Emily Dickinson tuvo contacto en su vida, a través de una larga y copiosa correspondencia que, por sí sola, se distingue como una de las más notables colecciones de cartas del siglo xix. T. W. Higginson vio a Emily Dickinson sólo en una ocasión, y el recuento que escribió de su visita nos resulta ahora precioso. Años después pagaría su hospitalidad haciéndose cargo de la publicación de su primer libro. "La impresión de un genio poético original, totalmente nuevo, se abrió paso en mi mente de inmediato..." dice T. W. Higginson, aunque más adelante agrega: "indudablemente me impresionó su tremenda tensión, y en parte su anormalidad... era demasiado enigmática para mí." La obra de Emily Dickinson sigue siendo terriblemente enigmática para cualquiera que se le aproxime.

En esta corta selección que aquí presentamos al lector, se ha respetado la puntuación y el uso de las mayúsculas —un poco extravagante— de los textos originales, de tal forma que pueda conservarse, en lo posible, el espíritu que la animó a escribirlos. En última instancia, a pesar de la brevedad de sus poemas, nos queda la sensación de estar frente a una gran obra. En ese inmenso, interminable poema que todos los poetas han escrito, y siguen escribiendo a través de los siglos, los versos de Emily Dickinson tendrán siempre la rara cualidad de parecemos irremplazables.

Alberto Blanco

 

 


 

8 (55)

 

Los pequeños Caballeros
Un Botón, un Libro, plantan
Las semillas de sonrisas –
Que en esta penumbra cantan

1858

 

 

 


 

14 (76)

 

Exultación es viajar
Desde el interior al mar,
Más allá de las casas ‑ y los valles ‑
El alma en la Eternidad ‑

Nacidos como yo entre las montañas,
¿Podrán los marineros entender
La intoxicación divina
De este viaje de placer?

c. 1859

 

 

 


 

18 (113)

 

Nuestra parte de noche –
Nuestra parte de día –
Nuestro hueco de gracia
Nuestra hueca ironía ‑

Un astro aquí y allá,
¡Tal vez no tiene guía!
La niebla aquí y allá,
Después de todo ‑ ¡el Día!

c. 1859

 

 


 

21 (126)

 

Valiente es aquel que lucha –
Pero tiene más valor
Aquel que lleva en el pecho
Su Calvario de Dolor ‑

Aquel que cae ‑ sin ser visto –
Aquel que invisible gana –
Cuyos ojos moribundos
Ninguna Patria reclama ‑

Procesiones emplumadas,
Puros Ángeles parecen –
Sus pasos, Rango tras Rango –
Con Uniformes de Nieve.

c. 1859

 

 


 

30 (174)

 

¡Al fin! ser identificado
¡Al fin! las lámparas a Tu lado
Lo que resta de Vida para ver.

¡Después de la Medianoche!
¡Después de la Estrella Matutina!
¡Después del Amanecer!
¡Ah, Qué lazos había
Entre el Día y nuestros pies!

c. 1860

 

 


 

34 (185)

 

La "Fe" es toda una invención
Para el Hombre con consciencia
Los Microscopios son buenos
En un caso de Emergencia.

c. 1860

 

 


 

36 (189)

 

Es algo tan nimio llorar –
Es tan mínimo un suspiro
Y a pesar de este tamaño
¡Mujeres y hombres morimos!

c. 1860

 

 


 

39 (199)

 

Soy "esposa" ‑ terminé
Con ese otro estado –
Soy Zar ‑ soy "una mujer" –
Todo está asegurado ‑

¡Qué rara se ve la vida
Detrás de este suave Eclipse!
Así han de observar la Tierra
Los que están ‑ hoy ‑ en el Cielo.

Si este es el placer ‑ entonces
Eso era el dolor ‑ quizá –
¿Mas por qué comparo?
¡Soy "esposa" y ya!

c. 1860

 

 


 

77 (279)

 

Ata las Riendas a mi Vida, Señor,
¡Lista estoy para partir!
Sólo un vistazo a los Caballos –
¡Qué más se puede pedir!

Colócame firmemente ‑
Para nunca abandonarte –
Cabalgamos hacia el Juicio –
Cuesta abajo en buena parte –

No me importa la pendiente
Tampoco me importa el Mar
Veloz en la Gran Carrera –
Por Tí, por mi Voluntad ‑

Digo adiós a la Vida que tuve –
Y al Mundo que Yo conocí –
Beso los Montes por última vez –
¡Lista estoy para partir!

c. 1861

 

 


 

85 (288)

 

¡Yo no soy Nadie! ¿Quién eres tú?
¿Tampoco eres Nadie tú?
Ya somos dos - ¡Pero no lo digas!
Ya sabes, luego se percatarían.

¡Qué terrible ser Alguien!
¡Qué público decir tu nombre
Cual Rana ‑ todo el santo día –
Para que un Tronco se asombre!

c. 1861

 

 


 



La manzana en el árbol es el Cielo
Pues no la puedo alcanzar –
Como allí seguirá sin esperanza
La llamo "cielo" nomás.

El color de la nube pasajera –
Ese terreno prohibido –
Detrás de la colina, tras la casa –
¡Allí se halla el Paraíso!

c. 1861

 

 


 

100 (308)

 

Envié Dos Puestas de Sol –
El Día y Yo ‑ a competir –
Mientras Yo terminé Dos –
Él sólo hizo Una vivir ‑

Sí ‑ la Suya era más grande –
Mas como dije a mi hermano –
La mía es la más conveniente
Para Llevarla en la Mano ‑
c. 1862

 

 


 

 

108 (320)

 

La jugamos de Barro –
Pero vamos a Perla –
Mas tiramos el Barro –
Y necios nos consideramos –

Las Formas - aunque semejantes ‑
Y nuestras Manos nuevas
Aprendieron a ser Gemas
Practicando con Arenas

 

c. 1862

 

 

 


 

137 (370)

El Cielo está tan lejos de la Mente
Que si la Mente al fin se disolviera –
Según el Arquitecto su Morada
Jamás se volvería a comprobar –

Como nuestra Capacidad – es vasta –
Como nuestras ideas —es hermosa –
Y para Él es el íntimo deseo
Mas no del más allá, sino de Aquí ‑

c. 1862

 

 


 

191 (478)

 

No tuve tiempo para Odiar ‑
Porque la Tumba
Me iba a ocultar ‑
Y la Vida no era
Tan grande que no pudiera
Terminar ‑ la Enemistad –

Tampoco tuve tiempo para Amar ‑
Pero dado que
Algo tenemos que hacer ‑
El Trabajito del Amor ‑
Pensé ‑ tal vez ‑
Sea suficiente para Mí ‑

c. 1862

 

 


 

212 (528)

 

Mía ‑ ¡por el Derecho de la Blanca Elección!
Mía ‑ ¡por el Sello Real!
Mía ‑ ¡por el Signo de la Roja Prisión –
Las rejas no lo pueden ocultar!

Mía ‑ aquí ‑ en la Visión ‑ ¡y en el Veto!
Mía ‑ por la abolición de la Tumba ‑
Titulada ‑ Confirmada ‑
¡La Carta Delirante!
Mía ‑ ¡mientras las Eras se fugan!

c. 1862

 

 


 

227 (552)

 

Una ignorancia un Ocaso
Le confiere a la Visión –
Del Territorio ‑ el Color –
Circunferencia ‑ Desintegración –

Ámbar Su Revelación
Nos regocija ‑ Rebaja –
Omnipotente inspección
De Nuestro rostro que baja ‑

Cuando los rasgos solemnes
Confirman ‑ la Realidad –
Comenzamos ‑ detectados
En la Inmortalidad ‑

c.1862

 

 


 

233 (566)

 

Un Tigre Moribundo ‑ tenía Sed –
Y Yo busqué en el Desierto –
Hasta hallar unas Gotas en la Roca
Que en mis Manos le llevé –

Sus Ojos Majestuosos ‑ eran densos ‑
Mas al fondo pude ver
Una mortal Visión en la Retina –
El agua y una mujer –

No fue mi culpa ‑ ser un poco lenta ‑
No fue su culpa – morir
Mientras que Yo lo buscaba –
El hecho es que estaba Muerto allí –

c. 1862

 

 


 

239 (578)

 

El Cuerpo crece sin saber –
El camino más conveniente –
Si el Espíritu se quiere esconder
Su Templo permanece,

Entreabierto ‑ seguro ‑ seductor –
Pues no traicionó jamás
Al Alma que le pidió asilo
Con solemne honestidad

c. 1862

 

 


 

246 (594)

 

La Batalla entre el Alma
Y Ninguno ‑ es Mayor
Que todas las Batallas –
Por mucho es la Mayor ‑

No se tienen Noticias –
Su Campaña sin Cuerpo
Se establece y termina –
Sin verse ‑ y en Silencio ‑

La Historia no registra –
Legiones de una Noche
Que Amanecer disipa – Estas son –
Perduran ‑ y terminan -

c. 1862

 

 


 

269 (650)

 

El Dolor ‑es como el Vacío –
No se puede saber
Cuándo empezó –ni si hubo un día
En que éste no existiera -

Su Futuro es él mismo –
Contiene su vasto Reino
El Ayer ‑ prendido para ver –
Nuevas Eras de Sufrimiento.

c. 1862

 

 


 

282 (683)

 

El Alma por sí misma
Es nuestro real amigo –
O el peor de los Espías
Que manda el Enemigo –

Segura de sí misma –
No teme traicionarse –
Señora ‑ de sí misma –
El Alma ha de cuidarse ‑

c. 1862

 

 


 

310 (761)

 

De Claro a Claro ‑
Un Camino sin Sentido
Para pies Mecánicos ‑
Para avanzar ‑ o parar ‑ o perecer
Daba lo mismo ‑

Si al fin gané
El fin va más allá
El Indefinido revelado ‑
Cerré mis ojos ‑ anduve a tientas
Y había más Luz ‑ para estar Ciega

c. 1863

 

 


 

341 (829)

 

Haced esta Cama ‑
Amplia y con Temor ‑
Excelente y buena
Mientras llega el Día del Juicio.

Su Almohada redonda ‑
Su Colchón derecho ‑
Que el ruido del Alba
No interrumpa nuestro Lecho

c. 1864

 

 


 

359 (887)

 

Guardamos el amor en el Armario
Pues también el amor nos queda chico –
Hasta que cobra un aire de Anticuario –
Como las Ropas de ese Viejo Rico.

c. 1864

 

 


 

367 (910)

 

Anguloso Camino 'es la Experiencia
Preferido por la Mente
Contra la Mente misma ‑ Paradoja –
Que reina supuestamente

Pero al Revés ‑ Resulta Complicada
Del Hombre la Disciplina ‑
Que lo impulsa a Escoger ‑ para Sí Mismo ‑
El Dolor que se Avecina ‑

c. 1864

 

 


 

384 (974)

 

La distinguida conexión del Alma
Con toda inmortalidad
Se descubre mejor por el Peligro –
Súbita Calamidad –

Como un Relámpago cruza el Paisaje
Y exhibe Claros al Fondo –
Insospechados ‑ si no es por el Rayo ‑
Y por el Clic ‑ ¡Y de pronto!

c. 1864

 

 


 

396 (1017)

 

Morir ‑ sin la Muerte
Y vivir ‑ sin la Vida
Es el mayor Milagro
Que se puede concebir

c. 1865

 

 


 

414 (1075)

 

El Cielo pesa ‑ las Nubes son duras.
Copo de Nieve ‑ buen Viajero
Por el Establo o en las Ranuras
Medita el rumbo de su vuelo –

Un Viento muy Delgado que se queja
De malos tratos al pasar –
Como Nosotros, la Naturaleza,
Fue sorprendida sin peinar.

c. 1866

 

 


 

416 (1081)

 

Ser superior al Destino
Es difícil de lograr
Pues no lo concede Nadie,
Pero bien se puede ahorrar


Un poquito cada cuando
Hasta darle la sorpresa
Al Alma que austeramente
Hasta el Paraíso llega.

c. 1866

 

 


 

418 (1083)

 

Se supo en el Retiro
Cuan vasto y uno
Estuvo entre nosotros –
Un Sol Difunto

Querido en la partida
Más de dos veces
Que la presencia de Oro
Que fuera ‑ a veces ‑

c. 1866

 

 


 

462 (1255)

 

Esperar es la Semilla
Que se debate en el Suelo,
Creyendo que si intercede, al fin
Encontrará algún Consuelo.

Sin saber las Circunstancias,
Hora, Clima, Condición –
¡Qué gran Constancia la que necesita
Antes de mirar el Sol!

c. 1873

 

 


 

487 (1354)

 

La Capital de la Mente es el Corazón –
La Mente es un sólo Estado –
Juntos el Corazón y la Mente
Son un solo Continente –

Uno ‑ es la Población –
Suficientemente grande –
Que la estática Nación
Busca ‑ eres Tú mismo.

c. 1876

 

 


 

519 (1510)

 

Qué feliz es la Piedrita
Que rueda en la Carretera,
Sin ocuparse de Cuitas
Sin temer las Exigencias –
Cuya Capa elemental
Le diera el Mundo fugaz,
Como el Sol, independiente
Resplandece en soledad,
Cumpliendo absolutamente
Con casual simplicidad ‑

c. 1881

 

 


 

528 (1556)

 

Imagen de la Luz, Adiós
Gracias por la reseña –
Tan larga ‑ tan pequeña –
Preceptora total –
Imparte ‑ y Parte –
Contemporánea Cardinal ‑

c. 1882

 

 


 

544 (1627)

 

El Pedigrí de la Miel
No le concierne a la Abeja ‑
Pues Aristocracia fiel
Un Trébol es para ella ‑
(segunda versión)

c. 1884

 

 


 

553 (1672)

 

Ligeramente la estrella amarilla
Se colocó en su lugar ‑
La Luna perdió su sombrero de plata
Quedó el Rostro lustral ‑
Por el Crepúsculo iluminado
Como un Salón Astral ‑
Padre, contemplé los Cielos:
Eres puntual.

 

 


 

572 (1755)

 

Se necesita un trébol y una abeja
Para hacer una pradera,
Un trébol y una abeja,
Y soñar.
Soñar es más que suficiente
Si las abejas son pocas.

 

 


 

573 (1760)

 

El Elíseo está tan lejos
Como el Cuarto más cercano
Si en él un Amigo espera
La Felicidad en vano –

Por eso puede aguantar
El Alma con tanta fuerza
Los Pasos que se aproximan –
O cuando abren una Puerta ‑

c. 1882

 

 


 

575 (1775)

 

La tierra tiene sus llaves.
Y donde no hay melodía
Está la ignota península.
Su belleza es realidad.

Mas testigo de su tierra,
Y testigo de su mar,
El grillo es el más sublime
De los cantos para mí.