Material de Lectura

Wallace Stevens



Selección,
nota introductoria
y versión de
Miguel Ángel Flores



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Nota introductoria
 

Wallace Stevens pertenece al grupo de poetas que renovaron la poesía norteamericana del presente siglo. Contemporáneo de Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, e.e. cummings, Cari Sandburg, el reconocimiento a su poesía y genio fue tardío. Todo sucedió tarde en su vida: empezó a publicar a la edad en que otros suman ya varios libros en sus bibliografías; tenía cuarenta y cuatro años en el momento de la aparición de su primer volumen de poemas Harmonium. No siguió el camino de sus colegas que con su exilio voluntario llegaron a cultivar la leyenda de la generación perdida. Sintió como sus compañeros el deseo de ir a París y quiso estudiar algo relacionado con las humanidades. Pero su padre lo convenció para que permaneciera mejor en su país e ingresara en la escuela de leyes. Estados Unidos estaba entonces lejos de imaginar el desastre financiero de 1929; así pues, acorde con el optimismo de las primeras décadas del siglo, el joven Stevens se preparó para ser "alguien en la vida" dentro de la ortodoxa ética de su educación presbiteriana.

Wallace Stevens mantuvo perfectamente escindidas sus vidas de poeta y funcionario. Nunca participó activamente en la escena literaria de Norteamérica, ni tomó partido en las polémicas que tocaban las dos orillas del océano; fue en muchos sentidos la antípoda de Pound y Eliot. Tuvo puntos de contacto con Williams en cuanto a rasgos biográficos, pero sus caminos poéticos tomaron rumbos muy distintos. Stevens, el exitoso hombre de negocios, cuyos compañeros jamás imaginaron su entrega a la poesía, regresaba todas las noches a su casa para ensayar una concepción de la poesía difícil de imaginar en alguien tan apartado de las páginas de crítica de las revistas literarias o del mundo académico.

La poesía de Stevens revela una profunda lectura de los poetas franceses que transformaron la poesía en el siglo pasado. Halló inspiración en Laforgue, asimiló la poesía de Corbière, Gauthier y Apollinaire. El simbolismo fue su escuela y el vástago de esta corriente: el imaginismo, dejaría una profunda huella en su práctica poética. Stevens no podía concebir que el yo poético coincidiera con el yo empírico como fuente de poesía. Impuso una gran distancia entre sus sentimientos y la poesía. Sus poemas nacían de una tensión entre su imaginación y las posibilidades del lenguaje poético. Quiso lograr una radical despersonalización de la poe¬sía, y para que la poesía misma pudiera encarnar en palabras se inventó una máscara: la máscara del estilo. No hubo en él como en Williams, la urgente necesidad de expresar la realidad inmediata. Pertenece a la estirpe de poetas que trató de pensar en términos puramente poéticos. Sus poemas expresan una complejidad que da pie a las glosas y las exégesis más desmesuradas. Cultivó una ironía devastadora y que transgredió con frecuencia la lógica. Los poemas adquieren coherencia a través de un sistema propio de metáforas y la intención lúdica de su estilo se manifiesta con destacado acento en los títulos desconcertantes de los poemas, que pueden ser considerados como una respuesta a sus profundas dudas sobre la realidad percibida. Por ello la poesía llega a ser una realidad más tangible que se basta a sí misma. En un verso de un poema largo "La guitarra azul" dice que "La poesía es el tema del poema". Stevens expresó así su sólida fe en la poesía: "Cuando se ha abandonado toda fe en Dios, la poesía es ese principio vital que ocupa su lugar como redentora de vida." Su poesía puede también entenderse como el conflicto entre la experiencia intelectual y la experiencia sensible. Esto lo aproxima a la pintura en cuanto a la esfera de las formas, proceso en el que se anula toda referencia anecdótica. El sustrato filosófico de su pensamiento poético provocó muchos malos entendidos. En una carta a un amigo, los reproches de ciertos críticos lo motivan a escribir:

Es muy extraño que muy pocos reseñistas se den cuenta que uno escribe poesía porque uno desea hacerlo. La mayoría piensa que uno escribe poesía para imitar a Mallarmé o para sumarse a esta o aquella escuela. Es muy posible tener una idea del mundo que provoca una necesidad que nada puede satisfacer salvo la poesía y esto nada tiene que ver con otros poetas o con ninguna otra cosa.

Stevens estaba lo suficientemente enterado para no ignorar que la poesía no puede expresar un sistema filosófico y compartía con Williams el credo que dice "no ideas sino la cosa misma", pero su verdadera preocupación fue el pensamiento y las impresiones: el acto intelectual de percibir las cosas. En los poemas la imaginación está contenida, pero una corriente subterránea la desborda. Poesía en su más pura expresión. Pero hay un peligro: las voces de esas máscaras son huecas. En la poesía de Stevens el ruido del mundo quedó fuera, sólo le interesaba la comedia del arte y sus máscaras; sin embargo, la fuerte carga poética de sus textos se debe a que el lenguaje, a pesar de toda intención de pureza, es una creación humana.

Las vanguardias del siglo XIX que se proyectaron intensamente hacia las primeras décadas de este siglo, son ahora la tradición de nuestra modernidad. Ya no es una proeza en nuestros días intentar la lectura de Stevens, sin embargo entre nosotros sigue siendo un poeta cuasi-ignorado.

Por último, deseo expresar aquí mi agradecimiento a Christopher Tucker, quien me ayudó a dilucidar el sentido de muchos versos. Espero haber hecho comprensible para los lectores de nuestra lengua la poesía de Stevens.



Miguel Ángel Flores

 


Nota biográfica


Pocos poetas hay tan despojados de biografía como Wallace Stevens, quien solía decir que los hechos en la vida de un poeta son harto vulgares. Y es verdad que nada hubo de extraordinario en su vida. Fue tan radical la separación entre la actividad del poeta y el alto ejecutivo que un socio de Stevens al leer en el periódico el obituario de éste, se sorprendió que se mencionara la actividad literaria del viejo Wally.

Larga vida, biografía breve. Wallace Stevens nació en Reading, Pennsylvania, el 2 de octubre de 1879, y murió en Hartford, Connecticut, el 2 de agosto de 1955. Inició sus estudios superiores en la Universidad de Harvard, donde permaneció tres años, y los concluyó en la Escuela de Leyes de Nueva York. Se recibió en 1903. Ejerció la abogacía en Nueva York y formó parte de la Barra de Abogados de la misma ciudad. Desde 1916 hasta su muerte fue socio de la compañía de seguros Hartford Accident and Indemnity Company, de la que se convirtió en su vicepresidente en 1954.

Seis libros conforman su obra poética: Harmonium (1923), Ideas of Order (1936), The man with the blue guitar (1937), Part of a World (1942), Transpon to Summer (1947), The Auroras of Autumn (1950).

Es también autor de un libro de ensayos: The Necessary Angel (1951). Recibió los prestigiosos premios Bollingen y Pulitzer.
 

 


Domingo en la manaña


I

El gusto de la bata, y el café
Muy tarde y las naranjas en una silla al sol,
Y la verde libertad de un papagayo
Sobre un tapete confundido para disipar
El sagrado silencio del antiguo sacrificio
Ella sueña un poco, y siente la oscura
Intrusión de esa antigua catástrofe.
Como una agua tranquila entre las luces del agua
Las ácidas naranjas y las brillantes, verdes alas
Son como partes de fúnebre cortejo,
Serpenteando a través del agua, sin ruido.
El agua es anchurosa, sin ruido,
Aquietada por el paso de sus pies soñadores
Sobre los mares, hacia la silenciosa Palestina,
Reino de la sangre y el sepulcro.


II

¿Por qué habría de entregar, su bondad a los muertos?
¿Qué es la divinidad si sólo puede
Llegar en silenciosas sombras y en sueño?
¿Acaso no debe encontrar en el gusto por el sol,
En la ácida fruta y en las brillantes, verdes alas, o
En cualquier otro bálsamo o belleza de la tierra,
Cosas para ser celebradas como el pensamiento del cielo?
La Divinidad debe vivir dentro de sí misma:
Pasiones de la lluvia o estados de ánimo con la nieve
que cae;
Lamentos en soledad o en indómitos
Júbilos cuando reverdece el bosque; emociones
Borrascosas sobre húmedos caminos en noches de otoño;
Todos los placeres y todos los dolores, recordando
La rama del verano y el ramaje invernal.
Éstas son las medidas consagradas a su alma.


III

En las nubes tuvo Júpiter su nacimiento inhumano.
Ninguna madre lo amamantó, ninguna tierra grata dio
Señorío a su mítico pensamiento.
Actuó entre nosotros como un rey gruñón y
Magnificente actuaría entre sus siervos,
Hasta que nuestra sangre, mezclándose, virginal,
Con el cielo, trajo tal recompensa al deseo
Que los mismos siervos lo descubrieron en una estrella.
¿Fallará nuestra sangre? ¿O se convertirá en sangre
Del paraíso? ¿y se parecerá la tierra
Al paraíso que conocemos?
Será más amistoso el cielo que ahora,
Una parte de trabajo y una parte de pena,
Y cercano a la gloria el amor perdurable
No esta tristeza indiferente y que divide.


IV

Ella dice: "Soy feliz cuando los pájaros al despertar
Antes de emprender el vuelo, prueban la realidad
De los campos nublados con sus dulces preguntas;
Pero cuando los pájaros se han ido y no regresan ya a
Los tibios campos; ¿dónde queda entonces el paraíso?"
No ronda ninguna profecía,
Ni quimera antigua del sepulcro,
Ni el dorado subterráneo, ni isla
Melodiosa donde los espíritus regresan a su casa,
Ni visionario sur, ni borrosa palma
Remota, en la colina del cielo, que haya durado
Como dura el verde de abril, o que durará
Como su recuerdo de pájaros despiertos,
O su deseo por Junio y la tarde, tocada
Por la extenuación de las alas de la golondrina.


V

Ella dice: "Pero en la satisfacción aún siento
La necesidad de una imperecedera gloria"
La muerte es la madre de la belleza; por eso sólo de ella
Vendrá la satisfacción de nuestros sueños
Y nuestros deseos. Aunque esparce las hojas
De la extinción en nuestros senderos,
El sendero que tomó la doliente pena, los muchos senderos
Donde el triunfo hizo sonar su desvergonzada frase, o el
amor algo susurró
Movido por la ternura,
Ella hace que el sauce tirite en el sol
Por las doncellas que solían sentarse y contemplar
La hierba, abandonada a sus pies.
Ella hizo que los muchachos amontonaran ciruelas y peras
En un plato sucio. Las doncellas prueban
Y vagan con pasión entre las revueltas hojas.


VI

¿Nada cambia de la muerte en el paraíso?
¿Jamás cae el fruto maduro? ¿O acaso las ramas
Cuelgan siempre henchidas en ese cielo perfecto,
Inmutable, sin embargo tan semejante a nuestra perecedera
tierra,
Con ríos como los nuestros que buscan el mar
Que nunca hallan, los litorales que se alejan
Y que nunca tocan con inarticulada angustia?
¿Por qué plantar el peral en las márgenes de esos ríos
O perfumar las orillas con el aroma del ciruelo?
¡Ah, que vistan nuestros colores allá,
El sedoso tejido de nuestras tardes,
Y tocan la cuerda de nuestros insípidos laúdes!
La muerte es la madre de la belleza, mística,
En cuyo pecho ardiente divisamos
A nuestras madres terrenales que esperan, insomnes.


VII

Dócil y turbulento, un círculo de hombres
Cantará orgiástico en una mañana de verano
Su clamorosa devoción al sol,
No como un dios, sino como si fuera un dios,
Desnudo entre ellos, como una fuente salvaje.
Su canto será un cántico del paraíso,
Que sale de su sangre, en su retorno al cielo;
Y en su canto entrarán, voz tras voz,
El tempestuoso lago en donde su señora se deleita,
Los árboles, como serafines, las resonantes colinas,
Ese coro entre ellos que prolongan por mucho tiempo.
Conocerán muy bien la celeste compañía
De los hombres que perecen y el amanecer de un verano.
Y de dónde vienen y adónde irán
El rocío sobre sus pies lo dirá.


VIII

Ella escucha, sobre esa agua sin sonido,
Una voz que grita, "El sepulcro en Palestina
No es el pórtico de lánguidos espíritus.
Es el sepulcro de Jesús, donde él yace."
Vivimos en un antiguo caos del sol,
O en la vieja dependencia del día y la noche,
O en la soledad insular, sin tutela, libres,
De esa marea, ineludible.
El ciervo camina por nuestras montañas y la codorniz
Silva sobre nosotros sus espontáneos trinos;
Dulces bayas maduran en los campos sin cultivo
Y, en la soledad del cielo,
Al atardecer, fortuitas bandadas de palomas trazan
Ambiguas ondulaciones mientras se hunden,
En la oscuridad, con las alas extendidas.
 

 


Peter Quince ante el teclado


I

Así como mis dedos producen música
Sobre el teclado,
Así con idénticos sonidos
En mi espíritu componen también música.

Es sensación y no sonido la música.
Al menos así la percibo
Aquí en el cuarto cuando te deseo,

Y pienso que la seda de tornasombra azul:
Es música. Y es como un acorde
Con el que despierta Susana a los ancianos.

En la tarde verde, límpida y tibia
Ella se baña en su jardín tranquilo,
Mientras los ancianos de ojos enrojecidos

Sienten que laten los violoncelos de su ser
En embriagados acordes,
Y su delgada sangre
Pulsa el pizzicati de Hosana.


II

En el agua verde, clara y tibia
Yace Susana.
Ella buscó la caricia de los manantiales
Y encontró
Ocultas fantasías.
Y suspiró
Por tanta melodía.

Más arriba de la ribera
Permaneció de pie
En el frío
De gastadas devociones.

Caminó sobre la hierba,
Aún trémula.
Los vientos eran sus doncellas
De pies tímidos,
Que buscaban sus bufandas tejidas
Aún ondulantes.

Un vagido sobre su mano
Amortiguó la noche—
Un címbalo irrumpió
Y rugieron cornos.


III

Pronto con ruido de panderos
Se acercaron a ella solícitos Bizantinos.

Se preguntaron por qué lloraba Susana
Con los ancianos a su lado;

Y mientras murmuraban, el estribillo
Era como un sauce barrido por la lluvia.

Pronto cuando se avivó la llama de sus lámparas,
Ésta alumbró a Susana y su vergüenza.

Y después huyeron los Bizantinos
De simplona sonrisa, con ruido de panderos.


IV

En el pensamiento la belleza es momentánea–
Es incierta la copia de un portal;
Pero es inmortal en la carne.

El cuerpo muere; pero la belleza del cuerpo permanece.
Así la tarde se desvanece, con su fugaz verdor, como
Una ola, flotando interminable.
Así mueren los jardines, sus apacibles alientos perfuman

El manto del invierno, exhausto arrepentimiento.
Así las doncellas mueren, con la madrigal celebración
Del coral de una doncella.

La música de Susana tocó las obscenas cuerdas
De aquellos ancianos; pero al escapar,
Dejó sólo el rasguño irónico de la Muerte.
Ahora la música es su inmortalidad, toca
En el claro violín de su memoria,
Y hace un constante sacramento de la alabanza.
 

 


Dominación del negro


En la noche, junto al fuego,
Los colores de los arbustos
Y de las hojas muertas,
Se repetían a sí mismos
Girando en el cuarto,
Como las hojas
que giran en el viento.

Sí: pero el color de los robustos abetos
Llegó a grandes zancadas
Y recordé el trino de los pavorreales.

Los colores de sus colas
Eran como el de las hojas
Que giran en el viento,
En el viento crepuscular,
Pasaron rápido por el cuarto,
Como si descendieran hacia tierra
De las robustas ramas de los abetos.
Los escuché gritar – a los pavorreales.
¿Fue acaso un grito contra el crepúsculo?
¿O contra las hojas mismas
Que giraban en el viento,
Giraban como las llamas
Retorcidas en el fuego,
Giraban como las colas de los pavorreales
Retorcidas en el estridente fuego,
Estridente como los abetos
Henchidos de gritos de pavorreales?
¿O fue un grito contra los abetos?

Por la ventana,
Vi cómo se reunían los planetas
Igual que las hojas
Que giraban en el viento.
Vi como caía la noche,
A grandes zancadas como el color de los robustos abetos.
Tuve miedo
Y recordé el grito de los pavorreales.
 

 


Metáforas de un magnífico



Veinte hombres que cruzan un puente,
Y entran a un pueblo,
Son veinte hombres que cruzan veinte puentes,
Y entran en veinte pueblos,
O un hombre
que cruza un solo puente y entra a un pueblo.

Ésta es una vieja
canción que no se deja conocer...

Veinte hombres que cruzan un puente,
Y entran en un pueblo.
Son
Veinte hombres que cruzan un puente
Y entran en un pueblo

No se deja conocer,
Sin embargo tiene sentido...

Las botas de los hombres chocan
Con los bordes del puente.
El primer muro blanco del pueblo
Surge entre árboles frutales
¿En qué estaba pensando?
El significado se me escapa.

El primer muro blanco del pueblo...
Los árboles frutales...

 

 


Labranza en domingo



La cola blanca del gallo
se sacude con el viento.
La cola del pavo
Brilla al sol.

Agua en los campos.
El viento se vacía.
Relampaguean las plumas
Y braman en el viento.

¡Remus, haz sonar tu cuerno!
Estoy labrando en domingo,
Labrando Norteamérica.
¡Haz sonar tu cuerno!

¡Tum-ti-tum,
Ti-tum-tum-tum!

La cola del pavo
Se despliega al sol.

La cola blanca del gallo
Se perfila hacia la luna.
Agua en los campos.
El viento se vacía.

 


 

El vidrio índigo en la hierba


¿Cuál es la realidad?
¿Esta botella de vidrio índigo en la hierba,
O la banca con el tiesto de geranios, el teñido
Colchón y los overoles lavados secándose al sol?
¿Cuál de ellos contiene en verdad al mundo?
Ni uno, ni los dos juntos.
 

 

Anécdota de la jarra


Coloqué una jarra que era redonda
Sobre una colina en Tenesí.
Hizo que la maleza silvestre
Rodeara esa colina.

La maleza subió hasta ella,
Y se tendió a su alrededor, ya no era silvestre.
La jarra era redonda sobre la tierra
Y alta y como un puerto en el aire.

Dominó por todos lados.
La jarra era sencilla y gris.
No dio ni pájaro ni arbusto,
Como nadie más en Tenesí.
 

 

El hombre cuya laringe está mal


Esta época del año se ha hecho indiferente.
El moho del verano y la nieve apilándose,
Son ambos semejantes a la rutina que yo acostumbro.
Estoy demasiado mudamente en mi ser envuelto.

El viento atento a los solsticios
Sopla sobre los postigos de las metrópolis,
Inquietando a ningún poeta en su sueño, y tañe
Las grandes ideas de los pueblos.

El malestar de lo cotidiano...
Quizá, si el invierno alguna vez pudiera penetrar
A través de todas sus violetas hasta la pizarra final,
Persistiendo heladamente en una bruma de hielo,

Uno podría a su vez volverse menos tímido,
Fuera de tal moho arrancando un moho más ordenado
Y brotando nuevas oraciones del frío.
Uno podría. Uno podría. Pero el tiempo no se apiada.
 

 

Gubbinal


Esa flor extraña, el sol,
Es exactamente lo que dice.
Tómalo como quieras.

El mundo es feo,
Y la gente está triste.

Ese penacho de selváticas plumas,
Ese ojo animal,
Es exactamente lo que dices.

Esa ferocidad del fuego,
Esa semilla,
Tómalo como gustes.

El mundo es feo,
Y la gente está triste.
 

 

El hombre de nieve


Uno debe tener humor de invierno
Para mirar la escarcha y las ramas
De los pinos cubiertos de nieve;

Y haber tenido frío durante mucho tiempo
Para contemplar los enebros goteando hielo,
Los toscos pinabetes en el distante brillo

Del sol de enero; y no pensar
En ningún misterio en el sonido del viento,
En el sonido de unas cuantas hojas,

Que es el sonido de la tierra
Llena del mismo viento
Que está soplando en el mismo lugar baldío

Para el oyente, quien oye en la nieve,
Y él mismo nadie, contempla
Nada que no esté allí y la nada que allí está.
 

 

Té en el palacio de Hoon


No menos porque en púrpura descendiera
El día poniente a través de lo que llamaste
El aire más solitario, no por eso era menos yo.
¿Cuál fue el ungüento que salpicó mi barba?
¿Cuáles fueron los himnos que zumbaban junto a mi oído?
¿Cuál fue el mar cuya marea me anegó ahí?
Desde mi pensamiento llovía el dorado ungüento,
Y mis oídos producían los himnos jadeantes que escuchaban.
Yo mismo era la brújula de ese mar:
Yo fui el mundo en el que caminé, y lo que vi
O escuché o sentí sólo de mí salió;
Y me encontré ahí más auténtico y más extraño.
 

 

Desencanto de la diez en punto


Las casas están encantadas
Por blancos camisones.
Ninguno es verde,
O púrpura con anillos verdes,
O verde con anillos amarillos,
O amarillos con anillos azules.
Ninguno de ellos es extraño,
Con medias de encaje
Y recamados cinturones.
La gente no va a soñar
Con cinéfalos y pervenchas.
Sólo aquí y allá, un viejo marinero,
Ebrio y dormido con las botas puestas,
Atrapa tigres
En el temporal rojo.
 

Trece formas de mirar un mirlo


I

Entre veinte montañas nevadas
Sólo se movía
El ojo de un mirlo.


II

Tenía tres deseos
Como un árbol
En el que hay tres mirlos.


III

El mirlo que hacía cabriolas en el viento de otoño
Era una pequeña parte de la pantomima.


IV

Un hombre y una mujer
Son uno.
Un hombre y una mujer y un mirlo
Son uno.


V

No sé qué preferir,
La belleza de las inflexiones
O la belleza de las insinuaciones,
El trino del mirlo
O después.


VI

Los carámbanos llenaron la larga ventana
Con vidrio bárbaro.
La sombra del mirlo
Lo cruzó, de un lado a otro.
El humor
Trazó en la sombra
Una causa indescifrable.


VII

Oh, magros hombres de Haddam,
¿Por qué imaginan pájaros de oro?
¿No ven acaso cómo el mirlo
Sigue los pasos
De las mujeres que los rodean?


VIII

Yo sé nobles acentos
Y lúcidos ritmos, inescapables;
Pero también, sé,
Que el mirlo forma parte
De lo que yo sé.


IX

Cuando el mirlo se perdió de vista
Señaló el límite de uno de muchos círculos.


X

A la vista de mirlos
Volando en la luz verde,
Aun el parloteo de la eufonía
Gritaría agudamente.


XI

En una calesa de cristal
Recorrió Connecticut.
Una vez, lo traspasó un temor
Cuando confundió
Con los mirlos
La sombra de su equipaje.


XII

Se mueve el río.
Debe estar volando el mirlo.


XIII

Fue de noche toda la tarde.
Estaba nevando
E iba a nevar.
El mirlo se posó
En la rama del cedro.
 

En las Carolinas


Las lilas se marchitan en las Carolinas.
Ya las mariposas revolotean sobre las cabañas.
Ya los recién nacidos interpretan el amor
En las voces de las madres.

Madre intemporal,
¿Cómo es que tus pezones de áspid
Al fin manan miel?

El pino endulza mi cuerpo
El lirio blanco me embellece.
 

 

Anécdota de hombres por millares



El alma, dijo, está compuesta
Del mundo externo.

Hay hombres del Este, dijo,
Que son el Este.
Hay hombres de una provincia
Que son esa provincia.
Hay hombres de un valle
Que son ese valle.

Hay hombres cuyas palabras
Son como los sonidos naturales
De sus lugares.
Como el chacharear de los tucanes
En el lugar de los tucanes.

La mandolina es el instrumento
De un lugar.

¿Hay mandolinas de las montañas occidentales?
¿Hay mandolinas del claro de luna del norte?

El vestido de una mujer de Lhassa,
En su lugar,
Es un elemento invisible de ese lugar
Hecho visible.

 

 

Seis pasajeros expresivos


I

En China
Un anciano se sienta
A la sombra de un pino.
Ve un delfinio,
Azul y blanco,
Al borde de la sombra,
Moviéndose con el viento.
Su barba se mueve con el viento.
El pino oscila con el viento.
Así corre el agua
Sobre las yerbas.


II

La noche tiene el color
Del brazo de una mujer:
Noche, la mujer,
Oscura,
Fragante y dócil
Se oculta a sí misma.
Un estanque brilla,
Como un brazalete
Agitado en un baile.


III

Me mido
Contra un alto árbol.
Y me doy cuenta que soy muy alto,
Pues alcanzo directamente el sol
Con mi ojo;
Y alcanzo la orilla del mar
Con mi oreja.
Sin embargo, me disgusta
La forma como las hormigas
Se arrastran dentro y fuera de mi sombra.


IV

Cuando mi sueño estaba próximo a la luna,
Los blancos pliegues de su túnica
Se llenaron de luz amarilla.
Las plantas de sus pies
Enrojecieron.
Su pelo se cubrió
Con ciertas cristalizaciones azules
De estrellas
No lejanas.


V

No todos los cuchillos de los arbotantes,
Ni los cinceles de las largas calles,
Ni los martillos de los domos
Y las altas torres,
Pueden esculpir
Lo que una estrella puede esculpir,
Brillando a través de las hojas de la vid.


VI

Los racionalistas, que usan sombreros cuadrados,
Piensan, en cuartos cuadrados,
Mirando hacia el suelo,
Mirando hacia el techo.
Se restringen a sí mismos
A triángulos rectángulos.
Si intentaran los romboides,
Conos, líneas onduladas, elipses–
Como, por ejemplo, la elipse de la media
luna–
Los racionalistas usarían sombreros.
 

 

De la superficie de las cosas


I

En mi cuarto, el mundo está más allá de mi
entendimiento;
Pero cuando camino veo que consiste en tres o cuatro
colinas y una nube.


II

Desde mi balcón, examino el aire amarillo,
Leyendo donde he escrito:
"La primavera es como una bella desvistiéndose."


III

El árbol dorado es azul.
El cantante ha jalado su capa sobre su cabeza.
La luna está en los pliegues de la capa.
 

 

Tatuaje


La luz es como una araña
Se arrastra sobre el agua.
Se arrastra sobre los filos de la nieve.
Se arrastra bajo tus párpados
Y extiende ahí sus telarañas–
Sus dos telarañas.

Las telarañas de tus ojos
Están atadas
A tu carne y a tus huesos
Como a las vigas o a la yerba.

Hay filamentos de tus ojos
En la superficie del agua
Y en las aristas de la nieve.