Material de Lectura

Rubén Bareiro Saguier



Selección de Daniel Leyva
Nota de los editores






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Nota introductoria
 
 
 

Hay una palabra, o más bien una forma de vida, sin la cual es imposible comprender la poesía y la narrativa del paraguayo Rubén Bareiro Saguier (Villeta del Guarnipitán, 1930): exilio. De 1962 a 1971, voluntario; de 1971 a la fecha, forzoso. Un dato significativo: toda su obra la ha publicado cuando ha vivido fuera de su país natal. De primera impresión no es fácil imaginar que este co­rrecto profesor de literatura de la Universidad de París, que ha vivido por un cuarto de siglo en a llamada Ciudad Luz, haya sido capaz de crear esas páginas con el color y el sabor de la tierra y el sol, especialmente en los volú­menes editados en la década de los setenta (Ojo por dien­te y A la víbora de la mar).

Graham Greene observó terriblemente que la políti­ca en América Latina no es juego de partidos electores enemigos sino cuestión de vida o muerte. Rubén Bareiro lo comprendió pronto, y lo ha asumido desde su lejanía. Ha publicado hasta ahora tres libros de poesía: Biografía de ausente (1964), A la víbora de la mar (1974) y Estan­cias, errancias y querencias (1982). Son afines entre sí por motivos temáticos y distintos en la idea y la ejecu­ción de sus poemas. Las hondas raíces ya se hallan en Biografía de ausente —título por demás significativo—: la tierra y el campo paraguayos, la recuperación de una infancia que no acaba de perderse y que no quiere per­derse, recados emotivos a la familia, la mujer como llama viva. En este poemario la forma poética más frecuente es la plegaria, y quizá el libro en que más cree sea la Biblia.

Trece años después, en Asunción, Paraguay, Bareiro publica un nuevo conjunto de poemas que es un joyel: A la víbora de la mar. Reúne diminutas maravillas que parecen piezas de oro encontradas bajo la tierra. Es pro­bablemente su libro más luminoso y vivo. Ya no es el verso de oscuridades y resonancias: ahora es carne y sol. La luz de la mañana surge para que nazcan el sol y la tierra. La estructura que vertebra los poemas (el autor lo explica en unas notas finales) se aproxima más a una construcción propia del guaraní, al kotnú, que en su bre­vedad resplandeciente podría semejarse al haiku japonés. Pese a su dimensión breve, más que nombrar quieren encarnar —encarnan— un instante de la vida perdurable. Son poemas hechos más para el cuerpo que para el alma.

En un momento de la vida de un escritor las obsesio­nes se vuelven fardos. Quizá Bareiro comprendió que la realidad paraguaya ya no la conocía de primera mano, y que corría el riesgo melancólico y complaciente de pla­giarse a sí mismo. Había que crear variaciones sobre los temas, o dar la vuelta de tuerca. Y en cierta forma, Ba­reiro hizo las dos cosas. Con Estancias, errancias y que­rencias comienza, quiere comenzar, una nueva etapa en su poesía. Es uno de esos libros necesarios que buscan ser de liberación y que resultan también de transición. En él Bareiro se libera parcialmente de las cadenas temá­ticas y estructurales. Hay poemas nostálgicos de la tierra natal, que sin duda son lo mejor del conjunto; hay la ex­periencia de los dos meses de cárcel en 1972 que le costó después la expulsión del país y el largo exilio forzoso de más de 14 años; hay los poemas de viaje; hay poemas de amor; hay canciones escritas en los cincuenta y que son pequeños incendios líricos.

Bareiro ya está dividido entre los recuerdos de la na­turaleza de su país y la experiencia de las ciudades. Media vida en París ha influido para que comprenda y tenga más conciencia del Paraguay, pero al mismo tiempo la lejanía física le ha impedido nuevos conocimientos de él. Otra derivación del exilio son las arrancias. Una sec­ción se dedica a sitios específicos donde se grabó más intensamente alguna experiencia, sobre todo con la mujer amada. Son delicadamente emotivos los poemas escritos en Toledo, Jerusalén y Puebla, donde el amor o las sus­tancias de la tierra natal se vivifican repentina e inten­samente. Los poemas con la mujer se prolongan a la siguiente sección que en sus mejores instantes deja una temblorosa sensación de tristeza.

Esta selección de sus poemas es un buen motivo para acercarnos a este importante poeta paraguayo.

 

Los editores


 


 

De Biografía de ausente

Carta filial


Tu palabra borbota
Junto a la sal y el papel
Tu corazón de música
Crepita entre la leña
De entre las brasas brota
Crece del fuego
llega
Este río de pasto
Una canción dormida en tu regazo
El guardapolvo de agua
La lengua del azúcar

Al fondo
Los mismos campesinos
Bordan los mismos surcos
En una tierra vieja
Cansada de semillas
Más atrás
El retrato de abuelo en marco oval
El de papá en el marco de la puerta
En el patio
En los muros
En el cielo
Y en su caballo zaino

Pero has vuelto a tu carta
Con aroma de leño
Al íntimo registro civil afectuoso
(Que ha nacido
Que ha muerto
Que ha casado
La fiesta del bautismo)
La historia en miga fresca

Yo pienso en tus palabras
Yo pienso en el follaje
Constelado de pájaros
Los labios del cariño han escrito mi piel
Lo sé
Pero me gusta oírtelo de nuevo

Entre el fogón y el día
Una paloma de humo
Levanta vuelo
Desde tu mano

 
 

 


 

Sarmientos

El mar es mar y es hoja en los viñedos
Y es hoja y linfa oscura por las venas
Una selva purpúrea en cada flanco
La herrumbre del otoño por las cuestas
Mientras suenan las trompas de plata golpeada
Mi estatua hecha de sal
La sombra como un perro
Y este valle de lágrimas
Lamido por las lenguas del azufre
Simiente cementerio
El pan de nuestras culpas
El perdón de todos los pecados
La lumbre permanente
Entonces yo pregunto
Por la resurrección del hueso

La joven madre con la sangre seca
Una noche
La vara florecida
Y apagada al instante

El purgatorio existe sin embargo
Y el perdido cielo
Aquí
El velorio de humo
De palabras
Y los aniversarios familiares
El merecido infierno
La misa
Los bautismos
El vino consagrado
El pan que sangra
El aceite y la sal
Por obra y gracia
De mi tronco y la greña
Antes ahora y siempre
El campo y el solar
Los mostos de la parra
Fermentando de abejas
Un solo racimo
Una viña sola
Una única copa
De todas las copas

Los álamos temblaron de amarillo
Cuando la escarcha vino en madrugada
La ceniza castaña en los viñedos
Como a través de un vidrio
Porque siempre es otoño
Cuando se engendra el árbol
Follaje espeso de la sangre
Por páginas y páginas y páginas
Los ríos tumultuosos desbordando
El sueño de Jacob junto a la escala

Mayorazgos de dudosa intriga
Pastores vigilando sus silencios
Pesadores de especias
Traficantes de sueños
Segundones de fuste y de neblina
Concubinos del suelo
Caciques del corazón diario
Astas y astillas
Alféreces del sacrificio último
Señores de señoría cordial
Solanos profetas campesinos
Con barbas
Romeros de la piel mordida
Con ojos y ojos por estrellas
Varones de la siega
Caballeros de pólvora y harina
Varones de la siembra
Padres de las doce tribus
El polvo numeroso de la tierra
Sin fondo hacia el boscaje
En la tarde de otoño requemado
Hacia algún alfarero sonámbulo en las rías
O algún señor de sable viñatero
En ribazos del sur mediterráneo
Dulce higuera asediada por las viñas
Con el año cumplido
Frugífera
Las mujeres de pan sumiso y tierno
De altiva cocedura
De suave arrope
Tonel y caldo fermentando
Tronco alburente mineral
Tallo sangrante
la fibra del horcón
Madera de hilo
La madera de sanjuán
Las vestales del culto masculino
Moneda de mandrágoras
Madre salida de madre
La madre del cordero nuestro
Madre nuestra
La más ancha puerta en este reino
Carne resedácea
Relincho y humareda
La hembra del terrón
El humus permanente
La madre del pelícano
La fuerza del borbote
Las alas del ave cenicienta
El hilo del rosario
Las cuentas y el murmullo
La puerta más estrecha

Entre el cristal y el vino
La afelpada garganta
Tú el aroma
El trago interminable
Y el brillo en el trasiego
El cuenco capitoso
Junto al sabor terrero
Como una flor o un canto
O un canto rodado entre mis labios
Paloma en la cornisa de ladrillo desnudo
En las petrificadas ranuras de la roca
Moneda de luz entre el follaje
El licor la licorna
La viña florecida
La viña madurando entre el herrumbre
Entre el rubín y el cobre
Y tu dulce presencia de cuévano repleto
Como el abrevadero
Y el nido de la sangre al mismo tiempo
El pañuelo anudado junto al calor del cuello
El largo toque a fuego
Y la paz de la leña
La lanza de agua fresca
La mañana ordeñada
Los labios de la miel
Y el olor del serrín

Pues todo te traía
y todo me llevaba
A la embriaguez del humo
De la lluvia cayendo
Del aromado zumo
Del vino más redondo
Cerca de la raíz
La cepa y su corriente
O la greña primera
O la serpa vacía
La noche en la semilla
El retoño del aire
Y el cántaro que aguarda

Mas la pregunta es otra
Bajo el cielo de arcilla
Engendrarás el hijo
Con el dolor del pecho
Hasta colmar la tierra
Estirarás el brazo
Recogerás el heno
Casi todos los días de la vida
Con el rostro enfundado en sudor
La desnudez del rayo en los cabellos
Sobre el hombre del hombre
Y el hijo del hijo de su hijo

Entonces el lodo se deforma
La oración cobra boca
Las algas se reúnen en el fondo del mar
Y las olas con la alta marea
El tajo sobre el agua
La muralla a izquierda y a derecha
Y el camino seco por delante
El sueño que trepa por las ingles

La señal de la sangre coronando el dintel
Lejos los huesos ancestrales
Sobre la palma ácida
Entre los ojos
La arena sembrada por el cielo
Como granos
Como gotas
Como estrellas
Jalonando el sendero

Porque es necesario
Por todos mis sarmientos enterrados
Con mis sienes despiertas
Con mis manos
Con mis dientes
Con el agua ahogando la torre de mi cuello

Al borde de la sangre
Y del barro anterior
Un pájaro o un grito

 


 

Tríptico con otoño


I

Se me caen las calles amarillas
Me transitan las hojas amarillas
Y en un vaso de aguas amarillas
Lentos peces de asfalto me navegan
Una lluvia intimísima
Ennegrece mis ramas
Inaugura mi mano
Una cuerda rascada
Un puerto sin asilo

II

El vuelo de la noche
Me devuelve los ojos
Y hay un trino de casas
y hay un río de cielos
En esta mi provincia de mis huesos
Valle del aire triste
Y el azul imposible

III

Veleta para el sueño
Una cigarra estática
Carne tibia y solar
Granero del tiempo más plomizo
Cuando el cielo se achica
Y se achican los días
Tu tibieza me busca
Y una espiga te encuentra
No la cápsula hidrópica

Sino el cántaro henchido
O la pulpa cuajada
La ráfaga del beso
La lengua azul
Y el vino tan reciente
Tú en la cima del viento
En musical resina
Desnuda de cenizas

 


 

Para inventar los árboles


Porque ningún arbusto aún sobre la tierra
Ninguna yerba del campo había brotado
Hoy escribo tu apodo
Y escribo la sonrisa
Y verde
Y piedesnudo

Y de pronto el reverso lustroso de la vieja moneda
Bajo un cielo de yemas
Surge de entre sí el viento cansado
La eclosión presentida
Por la guitarra sola de la plaza
En la llovizna oscura de las ramas

El mensajero pájaro
Sobrevolando nubes de pizarra
Trae los rostros jóvenes
El violín renacido
La savia temblorosa
Los labios entreabiertos
Con camellos de cansado paso
Con voces infantiles
Con nidos aleteantes

Un río de hojas nuevas
Por las flautas del aire
Por el hilo dorado
Por la lluvia tiernísima
Ha bajado a la calle
Por la sangre surcada de comino y lavanda
Por las manos que estrenas
Por la primera espuma que te nace en los ojos
La mañana de golpe

 


 

A la víbora de la mar

Advertencia

Toda forma de metalenguaje implica un intento de ex­plicación, una justificación. Ahora bien, considero que la poesía se explica en sí y por sí. Con riesgo, pues, de caer en mi propia trampa, haré algunas aclaraciones, no sobre los poemas, sino sobre el mecanismo utilizado.

Como la mayoría absoluta de los autores paraguayos, yo soy un escritor colonizado. El prestigio de la lengua escrita, la del colonizador, modeló la estructura de nues­tra expresión literaria.

Los presentes minipoemas constituyen un intento de quebrar, en cierta medida, esa situación; una forma de rebeldía verbal contra los cánones impuestos, y que he­mos asumido con la adhesión de una herencia incons­ciente.

La estructura que vertebra los poemas está más próxi­ma a una construcción propia al guaraní que al español. En vez de obedecer a una trayectoria lógico-discursiva, propia a las lenguas occidentales, opera por un sistema de síntesis, tal como hace el idioma aborigen. Un lexema semántico es modificado por "afijos" indiciales, no como resultado de un proceso reflexivo, sino en un mo­vimiento concéntrico que presupone nociones insertas en un contexto expresivo. No existen, por lo general, los elementos de enlace que trazan el itinerario de la conse­cución lógica. El paso de una proposición a otra —como en el guaraní— no se realiza por progresión dialéctica, sino que presupone un mecanismo interno de sugestio­nes acumuladas. Estos poemitas constan generalmente de dos partes (a menudo la primera es el título mismo). La segunda, o "conclusión", no se deduce de la primera, sino que resulta de un proceso interior al texto, de índo­le esencialmente alusivo-emocional, con frecuentes raíces sensoriales.

Se trata, en conclusión, de una forma de vuelta a las fuentes, por los caminos desviados, tortuosos, que utili­zamos los mestizos culturales. Estos poemas tratan así de recuperar el aliento originario, el que la mentalidad co­lonial ha intentado borrar de nuestra memoria colectiva.

Resulta natural que un intento de recuperación del recuerdo, o la reflexión existencial, sean expresados den­tro de los esquemas de la lengua que es más espontánea, la más profunda.

R.B.S.

 


 

Danza de las horas


La mañana huele a cascarita de limón.
La siesta a cáscara de naranja
la noche a cáscara seca.

 


 

Inminencia


Las diamelas rebotan contra los lapachos
Está la primavera llegando.

 


 

Ancestral


La tierra roja y agrietada
Mis innumerables sangres enterradas.

 


 

En medio del camino


Higo del mediodía, ¡cómo huele!
Río del mediodía, ¡cómo duele!

 


 

Infancia


El tren y el viento pasan debajo de tus ojos
El río por dentro.

 


 

Descampado


Bajo las estrellas,
con un ojo apagaba el cielo
Con el otro soñaba.

 


 

Devenir


Las vacas con ojos alimonados
surcen el día con sus mugidos.
Las vacas rumian la memoria.

 


 

Tristeza


El ojo se llena de sombras
La marea baja.

 


 

Historia antigua


Mi padre volvía con olor a campo
Su caballo zaino ya no viene al atardecer.

 


 

Impresión


Desde lo alto de la loma veía volar un pájaro
Una nube se me metió en los ojos
mis ojos que lluevan.

 


 

Separación


Qué cosa más extraña
estar vivo bajo el árbol oscuro de la distancia.

 


 

Biografía


Y cuando llegue al corazón de la cebolla
no me quedará sino la humedad en los ojos.

 


 

Estancias, errancias y querencias

Coda Primera-Tristes


Ya las muchachas recogen,
alegremente,
las amapolas silvestres.
Las praderas se empellejan
de colores,
y el pájaro bullanguero
canta la primavera.
La tijereta teje bajo los horcones
la tibia modorra de su nido.
La hierba, hasta ayer escondida,
asoma, empuja fuera de la tierra
su delicada ceja.

oiméne tajy poty,
pe cerro ompoytambáva

En el parral del patio
un brote apunta fuera del sarmiento;
pero la viña está lejos
de estas orillas.
Allá donde crece un árbol
el ramaje se hincha;
esos árboles están lejos de
estos parajes.

Aquí sólo contemplo
los restos de la nieve,
el lago de endurecidas aguas.

oiméne hy 'akuâ porâ
opárupi ka 'aguy.

 


 

Tétâ


Che retâ
Ñane ratâme
ko'êmba
Yma,
ara ñepyrûme.

Ka'aru pytû-pytû
Guyra kuéra opurahéi
opurahéi asy:

 


 

Patria


Mi patria
En nuestra patria de todos
ya amanece.
Hace tiempo,
en el despuntar de los días.
Tardecita-cita.
Los pájaros cantan
cantan tristemente:
vámonos, vamos sin rumbo
con el atardecer.

En nuestra patria de todos,
oscura,
oscurece-rece.

 


 

Mombyry Güive


Distante, cerca,
unido a mi memoria,
a su andrajoso borde desflecado,
conservo mi paisaje.

Retengo, renuevo, recupero
el horizonte exacto de mi pecho,
por un atajo quedo,
un nombre susurrado
en voz muy baja,
una calle en penumbra,
la voluta del humo en la cocina,
el último pez atardecido
sobre el lomo del río.

Dulce o amargamente
este sur de sangre irremediable
me sigue refluyendo
me seguirá llegando
hasta que mi cuerpo sea
un ahogado más en la corriente.

Porque el recuerdo es un animal
que no acaba nunca de ser domesticado.
Por ahí me llega el galope de cascos furibundos:
Por allí me escrifica la piel
el moretón de las humillaciones,
la rosa de algún beso:
por allí me duelen las navajas
sombrías de las rejas.
el hueco del silencio
a orillas de la noche.

Me apena no poder cambiar
el agua en vino
Ni compartir el pan de mi tristeza.
Me arena, me lancina
la carcoma del miedo,
la lenta polvareda del exilio.
Me asquea el viscoso reptar
de la palabra ciega.

Y nada puedo cuando
el último suspiro de mi madre
se apaga,
con su mirada de adiós
en el vacío.

 


 

Paremiología del Pan Cotidiano
(con comentarios salmódicos)


Levántame el día en que el miedo me invade…
encogérsele el ombligo
cerrársele el gollete
no tenerlas todas consigo
estar con el alma en un hilo
poner las barbas en remojo
dar diente con diente
escurrírsele la bola
atravesársele un nudo en la garganta
ponérsele los pelos de punta
írsele la sangre a los talones
todo el día...

poner pies en polvorosa
andar a monte
salir pitando
apretarse el gorro
salir por la puerta de los perros
pasar las penas del purgatorio
llorar lágrimas de sangre
sudar la gota gorda
quedar en la estacada
echar los bofes
…todo el día retuercen mis palabras,
todos sus pensamientos son de hacerme mal…

entrar por el arco
cantar la palinodia
hincar el pico
cantar el kirieleisón
aguar el vino
aflojar las riendas
bajar el copete
tragar saliva
doblar la cerviz
besar la correa
…me pisan todo el día los que me acechan,
innumerables son los que me hostigan...

irse con el rabo entre las piernas
morder el polvo
tener pagaderas
agachar las orejas
dar el brazo a torcer
poner el pie sobre el cuello
flotar como corcho
cerrar los ojos
echar pie atrás
cagar fuego.

…feliz quien te devuelva
el mal que nos hiciste,
feliz quien agarre y estrelle
contra la roca tu simiente…

 


 

Isla secreta


1

en medio de la tierra del mapa
hay una porción de tierra
enteramente rodeada de tierra por todos los costados
una isla debajo de la tierra
un isleo fogoso
o mejor
un escollo violento en las aguas mayores
una tierra de rabia silenciosa
balsa de tierra a la deriva
en una tempestad de tierra

2

la gente vive enterrada en el paraje
a menudo aterrada
desterrada siempre
la gente navega tierra a tierra
los niños comen tierra
y los hombres siguen comiendo tierra
fácilmente

3

tierra de pan llevar oscuro
en realidad tierra de mascar
tierra terregosa de tanto haber sido
tierra vegetal
y manca

4

tierra de tierra rodeada
luna seca
o a veces tarde mojada
de lágrima en creciente
tierra de nadie
o de pocos

5

sin embargo
por mucho que intentaron
no han conseguido echarte por tierra
aunque te sangre la piel de tierra roja
y el sol te saque heridas
de tierra inútilmente hermosa

6

tierra de tierra adentro
de tristeza adentro
tierra terrible
ni siquiera puedo poner tierra entre nosotros
o echarte tierra encima
porque me estás doliendo siempre
me estás sangrando a mares que no tuve

7

nada
silencio
hay cuervos
hay ortigas
osamentas
hay sequías largas
rogativas para que cesen
hay barro a veces
resbaladizo
no hay nieve
espinas en la lengua
pies en raigones
el calor prensa
isla de sol silencioso
isla de niebla.

 


 

Carta a Jean, en Tolosa de Francia,
que acaba de pasar por mi tierra


Querido amigo:

Cuánto lamento que debas postergar tu viaje a París.
Estoy ansioso de hablar contigo,
de escuchar de tu boca...,
de saber que la tierra es la misma
—si todavía es roja, por ejemplo—,
si ha cambiado la luz que desciende del cielo
con los pájaros del amanecer.
Necesito refrescar
el olor de la tierra mojada,
el de la madera mordida por la sierra,
el lento olor del humo,
el olor del atardecer.
Recordar los reflejos del río
que me nadan a contracorriente.
Saber si los amigos —la gente— que dices haber visto
existen en verdad,
o sólo son fantasmas
que bogan a la deriva
en el naufragio gris de mi memoria.
Sabes por qué te lo pregunto.
Hace dos años, un día de octubre como éste,
yo estaba en una celda
de la Policía de Investigaciones
(calle de Presidente Franco,
en Asunción del Paraguay,
cuna de la Libertad de América).
Los cuervos se cebaban en mí,
apenas un trocito de la entraña dolida
de mi tierra escondida,
mientras afuera
—ahí cerquita, en un lugar inalcanzable—
ardían los lapachos,
que habrás visto explotando
entre el verde y el verde de septiembre.

Después,
me cegaron la luz,
los lapachos, el río,
los pájaros, el pasto,
la sangre de mi tierra.

Querido Jean,
yo necesito hablar contigo
para saber si todo
todo esto y aquello
es en verdad reflejo de mi memoria herida
o si sólo se trata
de alguna pesadilla
febrilmente soñada
entre lobos y medianoche.

Y necesito, además, hablar
para no ahogarme...

 


 

Murales


En la pared
encontré un nombre escrito y una fecha.
Salud, compañero, contesté el mensaje,
y me sentí menos solo.

En el muro de enfrente
alguien ha dibujado
un rancho de dos aguas,
con su corredor y su cocotero.
Cuando la sombra aleve
me aprieta las pupilas,
el ranchito, de golpe,
abre una ventana con sol:
una bocanada de vida.

 


 

Música de la memoria


Hoy hace un mes,
o un año,
tal vez un siglo,
de silencio
entre las mansas cucarachas
del olvido.

Pero anoche
una leve humareda de música,
una ráfaga de notas en el viento
desató el nudo de mis manos,
el hosco garrotillo en mi garganta
y el mundo me cayó
sobre los ojos,
sobre los labios,
goterones de voces,
de lágrima o de plomo
después de la sequía
hasta entonces lo huía.
Por ejemplo, no podía pensar
el otoño rojizo de París,
el París de herrumbrados castaños
y plazas escondidas.

Ni siquiera podía evocar las jacarandás
azuleando el cielo
en las calles de la ciudad prohibida.

Es que el sol es apenas
un recuerdo manchado por las rejas.
Este es el fondo más hondo del pozo
y esta oscuridad se asume en soledad,
con la angustia, las moscas,
los olvidos, las ratas monstruosas.
La memoria es una llamarada
que quema, que lancina.

Y de golpe,
un traguito de música
pueda más que las rejas,
que el dolor de la afrenta,
más que los interrogatorios,
que las garras prensadas de los cuervos.

 


 

Incongruencia


¡Qué ridículo pensar
en el fondo de un calabozo
que el mar existe!

 


 

Puebla de los Ángeles


Me dicen los periódicos,
o los ángeles de Puebla,
que dices lo que dije,
y te oigo decir
diceres nuevos
—nuevos e idénticos—
porqué al decirlos tú,
las cosas que yo dije
cobran vida,
el fuego atizan,
escarban el dolor,
quiebran la lejanía.

Las cosas que dije alguna vez,
para que en mi tierra se digan,
y digan viento,
lapacho, azahar,
agua del río,
y digan tierra.

 


 

Dos motivos kaigüe


mutatis mutandi
no digo nada
la procesión por dentro
y que vayan saliendo

pero vayamos por las ramas

la soledad se asume
como un cargo de ministro vitalicio
y sin sueldo
la soledad se monta como un caballo arisco
la soledad se viste
como un saco que te aprieta el resuello
o una camiseta que se mete por dentro

mi soledad zapato
mi soledad sombrero
mi soledad corbata
la soledad se bebe
mi soledad cicuta

y no me importa cuántos son
porque para sacar astillas
basta un corazón hijo de tigre.

 


 

Variaciones sobre el deshabitado


empiezo ya a morirme
tantas veces
decadencio
y me bajo
y me acarajo

el latido anochece
viendo pasar sucias palomas
pájaros de asfalto
mujeres vestidas de penumbra
que no me conocen para nada
tu risa golpea las ventanas
como cuando subía a los cristales
para buscar mi boca
o la lluvia de las tardes
florecía en las manos
que empiezan a secarse
tantas veces

pero mi corazón resiste
nada cuesta arriba
y persiste
y remonta
tantas veces

nada

descalzo hasta las ojeras
te espero
te esperaré
aquí en el duradero del amor
arquero tenso
para el disparo exacto
barquero presto
para la travesía te espero
la cama me queda grande
la casa me suena oscura
y no hay música
porque si yo no llego
llegarás lo mismo

desnudo hasta el fondo de los ojos
te esperaré
Te espero.