Material de Lectura

martin-adan-129.jpg Martín Adán



Selección
y nota de
Sergio Monsalvo          



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Nota introductoria


“La poesía parece un juego y, sin embargo, no lo es. El juego reúne a los hombres, pero olvidándose cada uno de sí mismo. Al contrario, en la poesía los hombres se reúnen sobre la base de su existencia.”

Estas palabras de Heidegger sobre la esencia de la poesía ajustan perfectamente en la obra misma de uno de los poetas más grandes de la lengua española y considerado actualmente como una de las fuentes fundamentales de la poesía peruana contemporánea: Martín Adán.

Nacido en Lima en 1908, bajo el nombre real de Rafael de la Fuente Benavides, Martín Adán, cuya obra según los críticos es comparable sólo a la de César Vallejo, fue un escritor pleno de méritos poéticos: “El porqué del seudónimo, la verdad es que no lo recuerdo. Lo del seudónimo en sí, fue por el temor, muy explicable, del muchacho que publica por primera vez. Si mal no lo recuerdo, el seudónimo lo creamos entre José Carlos Mariátegui y yo”.

Efectivamente, Mariátegui fue quien alentó constantemente con aquella capacidad e intuitiva inteligencia la obra de este autor que para algunos, aún hoy, es completamente desconocida. De él comentó Adán: “Mariátegui fue, sin duda, un hombre extraordinario. Lo era por su inteligencia, por su laboriosidad y, sobre todo, por su temple moral. Debo decir ahora ‒lo olvidé entonces‒ que Mariátegui es un héroe”.

Pero, ¿qué fue lo que vio Mariátegui en este autor que en los últimos trece años de su vida permaneció aislado en un acto voluntario de autoexilio dentro de una casa de reposo? Vio a un ser poseído por un orgullo casi ilimitado, creador de una poesía profundamente ligada a su vida, y que aspiraba a la transfiguración total de su ser. Vida y creación, poesía-experiencia y poesía-ejercicio, confundidos en él. Martín Adán fue un poeta que leyó y vivió mucho y la experiencia poética se convirtió para él en algo terrible. Al respecto, escribió en 1931:

Al ímpetu o voluntad inicial, que es lucidez, criterio, designio, sucede en el poeta un tiempo y un estado que bien puede llamarse cloquera. No hay aquí plena conciencia acaso, pero sí extrema vida. El poeta tiene el ojo rojo y calienta el huevo de la maravilla. Es un tiempo inhumano o humanísimo, como prefiere el atento. Es un tiempo animal, y esto basta. Es tiempo de beodez en el rincón. Es tiempo de antojo, tiempo de cenestesia. Es el tiempo sacro en el que la realidad perecedera, la humanidad, se salva, se refuerza y se echa, por fin, a picotear en la gusanería del mundo.

Así, Adán con el escalpelo con que su inteligencia operó, implacable, viviseccionó al hombre. El poeta se hizo el espectador de su propia vida. La eterna alianza entre esta última y la poesía, se decidió a favor de la poesía y sólo a costa de esta atención sutilísima, descubrió a su Ángel: “Mi Ángel no es el de la Guarda./ Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,/ Que me lleva sin término/ Tropezando, siempre tropezando,/ En esta sombra deslumbrante/ Que es la Vida, y su engaño y su encanto”.

En Adán leemos a un hombre acosado. Y está acosado, porque es el ser que no coincide consigo mismo. Es tensión permanente hacia su plenitud y, por lo tanto, necesaria actitud de búsqueda. La búsqueda de una existencia auténtica. Este escritor que trató a las palabras con una gran circunspección, nunca abandonó temáticamente el núcleo central de su poesía, que es el poeta y el hombre real identificados.

Adán mantuvo a través de su obra una constante que fue la de un poético meditar sobre la vida y la muerte, con un léxico y una sintaxis que exige del lector un esfuerzo sostenido, para alcanzar, escalón tras escalón, los grados más altos de la pasión: “¿Quién soy? Soy mi qué,/ Inefable e innumerable/ Figura y alma de la ira./ No, eso fue al fin... y era al principio,/ Antes de donde el espíritu principia./ Soy un cuerpo de espíritu de furia/ Asentada y de aceda ironía./ No, no soy el que busca/ El poema, ni siquiera la vida.../ Soy un animal acosado por su ser/ Que es una verdad y una mentira”.

La palabra, pues, será su instrumento, y la dificultad misma de su poesía radica en la esencia misma de la palabra. Mallarmé dijo que los poemas no se hacen con ideas, sino con palabras. Adán quiso alcanzar la raíz del verbo, su alquimia, y para ello puso toda su inteligencia al servicio de sus sensaciones. No sólo le atrajo el ingenio por el ingenio, sino la intensificación del mundo por el ingenio. Sus lazos, por lo tanto, encierran al profano en los lindes de un mundo en el que los sentidos embriagados se abren como flores tropicales, y aspiran la voluptuosidad o la agonía de ver, de vivir, de ser, con todas sus fuerzas multiplicadas por el ímpetu de una inteligencia hipersensible, vibrátil, como la tensa cuerda de un arco.

Hermético sí, pero no inaccesible en una época de revaluación del barroco, en una época más que pintada en su angustiada poesía. Adán describe un mundo donde el hombre lucha solo en un universo vacío donde nada le da soporte, ni valores ni verdades que orienten. De esta forma, hasta la desesperación pierde su sentido para volverse condición natural.

Lauer ha escrito que obras como las de Martín Adán son como un proceso de gradual sustitución de un mundo circunstancial por uno sin accidentes, hecho de aquello que el poeta considera inmutable: el absoluto susceptible de ser reconocido como tal por la conciencia poética: “El Otro, el Prójimo, es un fantasma./¿Existe el aire,/ Donde te asfixias y recreas/ Respirando, tu cuerpo inane?/No, nada es sino la sorpresa/ Eterna de tú mismo reencontrarte/ Siempre tú los mismos entre los mismos muros”.

Adán, quien murió a principios de 1985, comenzó, curiosamente, con una novela que le abrió el camino, La casa de cartón, para después trasladarse a la poesía con La rosa de la espinela (1939), Travesía de extramares (Sonetos a Chopin) (1960), Nuevas piedras para Machu Picchu (en coedición con Pablo Neruda y Alberto Hidalgo, 1961), Escrito a ciegas (carta a Celia Paschero, 1964), La mano desasida (1964), La piedra absoluta (1964), De lo barroco en el Perú (1968) y Diario de Poeta (1975).

Una lectura cronológica de la obra de Adán permite observar la trayectoria de una experiencia poética que comenzó como una actividad lúdica e inocente de un escritor precoz, en los primeros poemas dentro de la moda vanguardista, para convertirse pronto en la pasión de toda una vida que rompió para siempre con el mundo de las ambiciones pequeñas y los quehaceres cotidianos para lanzarse en pos de una quimera.

“¿Cuándo seré el que soy y no uno de mentiras?”, se preguntó Adán en Diario de Poeta; quizá ahora ya haya logrado una respuesta.



Sergio Monsalvo


La rosa de la espinela



Cauce
Bala
Aguijón
Punto
Cincel


Cauce


Dans le grand ciel, plein de silence
Coppee


Heme triste de belleza,
Dios ciego que haces la rosa,
Con mano que no reposa
Y de humano que no besa.
Adonde la rosa empieza,
Curso en la substancia misma,
Corro: ella en mí se abisma:
Yo en ella: entramos en pasmo
De dios que cayó en orgasmo
Haciéndolo para cisma.





Bala
 

¡Ven a gritar, el Poeta,
A claridad horrorosa,
Gritando como la rosa
Mirada de anacoreta!
Esa faz, lívida, quieta,
Es, a raíz del respiro,
La que mira, la que miro,
Mirándote, muda, mala,
Dios vivo, que cayó un ala,
Y no adivina del tiro.




Aguijón
 

Ella no sigue por él,
Sino a sí misma, virtual...
A la agonía infernal,
En la rosa de papel.
Y mana, amarga, la miel
El duro dardo de ardor;
Cursa entrañable labor,
Por restañar el herir,
Y jamás para a morir
La abeja del sinsabor.


Punto


At length the man percives it dieb away
And fades into the ligth of common day 
Wordsworth
                                 
Pues la rosa venidera,
Próspero seno errabundo,
Fruto y flor y amante y mundo,
Lírica, acoge si espera.
Punto en que pulula esfera
De épico tacto, futura,
La facción de la Hermosura
Va, derechera y estable,
Derrota inconmensurable
De celestial singlatura.




Cincel
 

El pétalo, que palpita,
Entallando intensidad,
Tiró a brío y brevedad
La materia hermafrodita.
Sexo de forma infinita,
En un ejemplo que crece,
Va a perecer do perece:
Con millonésimo escorzo,
Curvo y crispado en un torso,
Mútilo de belvedere.


  Travesía de extramares



Calmato
Pianissimo
Allegro vivace
Volta subito


Calmato



                                                       Él es tan cuerdo y sabido,
                                                       que no esperaba esperanza
                                                                    
Ximénez de Urrea


                                                      
¿Sin la virtud y la ironía,
                                                      
Qué pensaría?
                                                                                                    Eguren
 



    ‒¡Enséñeme a posarme en mi pasado,
Y a reflejar el sino en mi persona,
Paloma real que, lúcida raleona.
Pica y peina el astil desaliñado!

    (‒ ¡Dúo y fuego se apagó a su costado:
Mas viso atiza, incierto, que blasona:
A ciprés de acullá, como la Monna,
Sonríe, esmalte de tornasolado!...

    ‒¡Tal, Alma Mía, la desesperada,
Con córnea cruel mullendo la tersura,
Tan dispuesta la sola: para nada...)

    (‒La Vida, repasa tus poemas;
La barba gris, abrásese a tu cura!...
¡Ya, Muerte Mía, ven, y no me temas!

 


Pianissimo
(III op. 28)


(Cortot: “Chopin: Troisième Prélude: Le chant du ruisseau”)
Quien este consejo quisiera fazer non avrá
miedo jamás de morir, más traspasará de muerte
a bevir vida por siempre sin le fallescer
Sánchez Calavera

Par délicatesse J’ai perdu ma vie
Rimbaud


((‒Cuando nació la diosa, de la mano
Del hombre, con ombligo y con natura,
En mí vino a mirarse la Hermosura...
Y yo, su sombra, me hui... humano.))

((‒La fuente aún mana de donde dimano,
La vez sedienta de mi coyuntura;
Empero sigo en trazo y estrechura,
Como riego de lloro y caz de piano.))

((‒Corrí a espuma de Venus Verdadera,
Y no quiero que agobie mi destino
Flor u hojarasca, otoño, primavera...))

((‒Quiero irme lustral hasta mi sino!!...
¡¡Que mi copia enjugúese en la vera!!...
¡¡Que mi curso desagüe en lo divino!!...))

 


Allegro vivace
(Op. 51)


Aus tiefem Traum bin ich erwacht.
Die Lust wil Ewigkeit!
Nietzsche

...mais rendre la lumière
Suppose d’ombre une morne mottié
Valéry


    ‒Ninguno aspira más que a noche y fuego;
Que el Poeta se engañaba o te mentía;
No quiere ser eterna tu alegría,
Sino besar la boca, y nada luego.

    ‒Es por tiniebla y tino de tu ciego...
Ninguna luz y dios... y así echa el día,
Cual vitre que refracta en la ardentía,
O ríe que refringe en el aniego.

    ‒Tiento y tierra... no neón que el mundo labra
De eterna luz... ni pasmo ni palabra
Es... medido marfil, mujer o piano...

    ‒Es pos, noctívaga, de temple a sueño,
Y en tu solera, soledad de humano
Combusto, enciende de hembra, lar y leño...

 


Volta subito


¡Oh muerte que das vida!
Fray Luis de León

Now more than ever seems it rich to die
Keats


    ‒¡Compás de la Bogada de Caronte,
Tú libérame ya de sutileza,
Madre y caudal de lágrima que empieza
En mí y no para ni en el horizonte!

    ‒¡Dame tu ceguedad con qué yo afronte
Rumbo infinible de vida y belleza!...
¡Y la mudez con que el eterno expresa!...
¡Y el mi cadáver la tu boza apronte!

    ‒¡Más no discurra yo sobre la linfa,
Ni rebusque ni finja, en haz o seno
De insondable hora, nenúfar o ninfa!

    ‒¡De los ojos del muerto, mi mirada
Paire en faceta a luz cristalizada
Y yo mire belleza así sereno!

 


Escrito a ciegas

 

Escrito a ciegas

(Carta a Cecilia Paschero)



¿Quieres tú saber de mi vida?
Yo sólo sé de mi paso,
De mi peso,
De mi tristeza y de mi zapato.
¿Por qué preguntas quién soy,
Adónde voy?... Porque sabes harto
Lo del Poeta, el duro
y sensible volumen de ser mi humano,
Que es cuerpo y vocación,
Sin embargo.

Si nací, lo recuerda el Año
Aquel de quien no me acuerdo,
Por que vivo, porque me mato.

Mi Ángel no es el de la Guarda.
Mi Ángel es del Hartazgo y Retazo,
Que me lleva sin término,
Tropezando, siempre tropezando,
En esta sombra deslumbrante
Que es la Vida, y su engaño y su encanto.

Cuando lo sepas todo...
Cuando sepas no preguntar...
Sino roerte la uña de mortal.
Entonces te diré mi vida,
Que no es más que una palabra más...
La toda tuya vida es como cada ola:
Saber matar.
Saber morir.
Y no saber retener su caudal,
Y no saber discurrir y volver a su principio,
Y no saber contenerse en su afán...

Si quieres saber de mi vida,
Vete a mirar al Mar.
¿Por qué me la pides, Literata?
¿Ignoras acaso que en el Mundo,
Todo de nadas acumuladas,

De desengrandar infinitudes,
No si no un trasgo
Eterno, sombra apenas de apetito de algo?

La cosa real, si la pretendes,
No es aprehenderla sino imaginarla.
Lo real no se le coge: se le sigue,
Y para eso son el sueño y la palabra.
¡Cuídate de su atajo!
¡Cuídate de su distancia!
¡Cuídate de su despeñadero!
¡Cuídate de su cabaña!

¿Quién soy? Soy mi qué,
Inefable e innumerable
Figura y alma de la ira.
No, eso fue al fin... y era el principio,
Antes de donde el principio principia.
Soy un cuerpo de espíritu de furia
Asentada de aceda ironía.
No, no soy el que busca
El poema, ni siquiera la vida...
Soy un animal acosado por su ser
Que es una verdad y una mentira.

¡Es tan simple mi ser, y tal ahogo,
Con punzada de nervio y carne!...
Yo buscaba otro ser,
Y ése ha sido mi buscarme.
Yo no quería ni quiero ya ser yo,
Sino otro que se salvara o que se salve,
No el del Instinto, que se pierde,
Ni el del Entendimiento, que se retrae.

Mi día es otro día,
Algún no sé dónde estarme,
A dónde no sé ir en mi selva
Entre mis reptiles y mis árboles,
Libros y cementos
Y estrellas de neón,
Mujeres que se me juntan como la pared
    y como nadie... o como madre,
Y el recién nacido que sobre mí llora,
Y por la calle
Toda las ruedas
Reales y originales.
Así es mi vida cabal,
Hasta la última tarde.

El Otro, el Prójimo, es un fantasma.
¿Existe el aire,
Donde te asfixias y recreas
Respirando, tu cuerpo inane?
¡No, nada es sino la sorpresa
Eterna de tu mismo reencontrarte
Siempre tú los mismos entre los mismos muros.

De las distancias y de las calles!
¡Y de los cielos estos techos
Que nunca me ultiman porque nunca caen!

Y no alcancé al furor de lo divino,
Ni a la simpatía de lo humano.
Lo soy y no lo siento ni así me siento.

Soy en el Día el Solitario
Y el absoluto en la Zoología si pienso,
O como carnívoro feroz si agarro.
¿Soy la Creatura o el Creador?
¿Soy la Materia o el Milagro?
¡Qué mía y qué ajena tu pregunta!...
¿Quién soy? ¿Lo sé yo acaso?

¡Pero no, el Otro no es!
¡Sólo yo en mi terror o en mi orgasmo!

¡Y con todos mis sueños resoñados,
Y con toda la moneda recogida,
Y con todo mi cuerpo, resurrecto
Tras cada coito, ciego, vano, sin pupila!...

¡Cuando no seas nada más que ser,
Si llegas a la edad de la agonía!...
¡Cuando sepas, verdaderamente,
Que es ayuntamiento de muerte y vida!...
¡Entonces te diré quién soy,
Seguro, sí, que ya sin voz, Amiga!

Que se curan con hierbas eficaces
Los puros animales que te hablan
Allá, entre piedras inmateriales
El mundo real y la ciencia humana,
Donde, con una pelota
Los muchachos aparentes hediondos gozaban.
Sí, la vida es un delirio así, y sin embargo,
En esa vida no estuvo mi nada,
Ninguna, pero real, pero celeste o volcánica.

¡Qué tarde llega el Tiempo
A su punto de olvido o de sensibilidad!
Viene arrastrando, como el aluvión,
De cúmulo, de suelo, de humanidad.

Que se curan con hierbas eficaces
¡Cuán inesperado y desesperado cualquier ya,
Todo yo que cae con el Tiempo
Desde nunca siempre y para siempre jamás!
¡Qué madrugada eterna no dormida
Lo del revolverme en el hacer y en el pensar!

La Soledad es una roca dura
Contra la que arroja el Aire.
Está en cada pared de la Ciudad,
Cómplice, disimulándose.
Me arrojo o me arrojo, sin cesar
Yo soy mi impedimento y mi crearme.

La Poesía es, Amiga,
Inagotable, incorregible, ínsita.
Es el río infinito
Todo de sangre,
Todo de meandro, todo de ruina y
    arrastre de vivido...
¿Qué es la Palabra
Sino vario y vano grito?
¿Qué es la imagen de la Poética
Sino un veloz leño bajo un gato írrito?
Todo es aluvión. Si no lo fuera,
Nada sería lo real, lo mismo.

El Amor no sabía
Sino tragarse su substancia

Y así la Creación se renovaba.
Todo me era de ayer, pero yo vivo;
Y a veces creo, y a la Vez me amamanta.

No soy ninguno que sabe.
Soy el uno que ya no cree
Ni en el hombre,
Ni en la mujer,
Ni en la casa de un solo piso,
Ni en el panqueque con miel.

No soy más que una palabra
Volada de la sien,
Y que procura compadecerse
Y anidar en algún alto tal vez

De la primavera lóbrega
Del Ser
No me preguntes más,
Que ya no sé...

Supe que no era lo que no era, no sé cómo,
    y toda era
Hasta la cosa de mi nada.
Y fui uno no sé cuándo,
Persiguiendo, por entre numen y maraña
Dentro de ella, yo, nacido y flaco, ya con
    todas las armas,
Yo por todo paso que me hacía,
A ello persiguiendo... a la palabra
A cualquiera,
A la madriguera o a la que salta.

Si mi vida no es esto
¿Qué será la vida?... ¿Adivinanza?...
Que me dé tiempo el Tiempo, a más del suyo,
Y yo me reharé mi eternidad;
Lo que me falta,
Porque la eché... me estuvo un momento demás.
¿Sabes de los puertos encallados,
Del furor y del desembarcar,
Y del cetáceo con mojadísimo uniforme,
Que no nada y cae ya?
¿Sabes de la ciudad tanta,
Que no parece ciudad,
Sino cadáver disgregado,
Innumerable e infinitesimal?

Tú no sabes nada;
Tú no sabes sino preguntar,
Tú no sabes sino sabiduría
Pero sabiduría no.es estar
Sin noción de nada, sino proseguir o seguir
A pie hacia el ya.

 

La mano desasida (Canto a Machu Pichu)


La presencia
(Fragmento)



¿Qué es la presencia, Machu Picchu?
¿Eres la roca o el aluvión?
¿Eres el tejado o el gato?
¿Eres mi cuerpo o mi amor?
Cuando yo baje por tu madre sabida,
¿Quién seré yo?

Sí, toda era como entonces,
Todavía antes del principio
Eran roca y ser, de donde aún nace
Y sangra el deliberado sacrificio.

Todo eres
Como el labio del recién nacido,
Desdentado o como el del viejo
De la parábola del cigarrillo.

¿Cuándo y cómo eres humano,
Yo el solo humano, y tú hermano y mío?
¿Y qué diré si la palabra
que pesa y pasa tan poco como tu equilibrio?
¿Qué diré sobre tu edad?
¿Qué diré sobre tu río?
¿Qué diré de la indiecita adolescente
Que se baña en chorro, planta de alarde sin sentido,
Desnudez sin amor y sin odio,
Exacto y superfluo y hediondo y oscuro río?
Pero tú estás, piedra de cerco
De todo, límite inmerso y exiguo,
Palabra precisa,
La que yo rehúyo y persigo,
Celestía concreta, duro abatimiento,

Signo...
Carne fétida que dice que es la vida,
Y la vida eres tú, piedra sucia e inodora
Y en tu modo de mirarme, bruta y lírica;
Piedra humana, tremendamente humana,
Toda de terror y de delicia...
¡Tú que bajas del piso quincuagésimo,
Tú, par de ojos de estupor y de malicia,
Tú que traes en el maletín,
Tu muerte y tu vida,
Y tu imagen y tu kodak,
Y tu verdad y tu mentira!... 
¡Tú, manera de ser ante lo eterno,
Fotograbado y melancolía,
Y enteramente de aquello de que dudo,
Y seguir adelante con el guía!...
¿Cuándo, Machu Picchu, cuándo
Montaña, llegaré a la orilla?

Pero cuando tú mueras, Machu Picchu,
Dónde me iré, con qué iré, con mi sonrisa
Y con mi carne y con mi hueso y con mi casa
Y con mi herejía,
Y con mi traducir lo del latín gorrión,
Y con mi misa,
Y con no sé qué porque me llegó tarde el ser
Al no ser la hora
Al caerse de abajo la vida.
¡Y este no ser nada sino hablar ante el verso!...
¡Y este temblar ante Dios que es la vida!
¡Y este mirarte y muerte, Piedra
De allá arriba!...
¡Este sentirse uno Dios ante la propia conciencia
Y ante la propia herejía!...
¡Este haberte hecho un humano como yo,
Que no era el Profeta de la Biblia,
Ni el Hombre de las Nieves,
Ni el Gorila!...

¡Este tu ser a mi medida humana,
Sin suelo, sin habitantes y con sola tu agonía!

 

Piedra absoluta


La piedra absoluta (fragmento)



Poesía se está defuera:
Poesía es una quimera
Que oye ya a la vez y al dios.
Poesía no dice nada:
Poesía se está callada,
Escuchando su propia voz.

Como se va vida,
O como crece pelo de cadáver,
Estás tú, piedra eviternísima, piedra ilusa,
Entre las cosas reales.
Eternidad haraposa,
Firmeza sin edades,
Y un cordero de debajo que bebe el agua,
Y los cielos infinitos y con hambre...
Todo lo humano lo vi en ti,
Bestia mía y lejana, abiertas las fauces...
Todo el acto cumplido,
Y acesante...

Para cuando te estés muerto todavía,
Yo Mismo, aún eres la Muerte.
Eres yo mismo alguna vez
Entre las veces,
Entre las cosas,
Entre los quiénes...
Pero tú, piedra enquistada,
¿Quién eres?
¿A qué voy en soledad?
¿A quién soy entre los seres?
¿A qué tiempo, a qué futuro
Iré con mis pies y mis desdenes
Y con mis piedras recónditas,
Yo mismo, nube de mí mismo, celeste?

La Desesperación es una playa,
Sábelo, recóndita, alta piedra.
La Desesperación está contigo
Como tu piel o la miel de la abeja.
La Desesperación es un cielo
O una hembra o una piedra o una yedra.
La Desesperación no tiene otro
Límite que tu invocarla a ciegas.
La Desesperación está delante
De ti ahora: ahora es nueva,
Con sus monstruos invisibles de siempre
Y sus abiseles de fuera;
Con sus demonios de debajo, verdes,
Y con su cumbre, desierta.
Entre oleaje de roca, a ti llegué,
Muerto y vivo, con mortaja de yerba.
Y las necesidades y las luces,
De las que no te acuerdas;
Y las libertades emparedadas
Sobre las yerbas,
Que no atinan a irse en cualquier espacio,
Tu finito absurdo de almas circunflejas;
Y el ser que nunca será todavía;
Y el jamás, incorporado, de antes y después, que
    aceza;
Y los puntos y las comas,
Y los cielos y las aguas y las piedras...
Sí, tú eres tú mismo,
Yo alguno, yo cualquiera...


Diario de poeta


Diario de poeta



Es trágico porque es... si no fuera, sería
Una puerta de casa que nunca fue golpeada,
Hecha de dios humano por deseo o patada.
Todo es trágico. Amor, todo hasta una alegría.

Nietzsche lo supo... el único de la Filosofía
Que miró el frontón griego con primera mirada,
Con sífilis, ignota, con su ciencia asentada.
Con dada eternidad como si fuera mía...

Quise morir la vez sobre los espaldares
De los asientos, y era otra vez otra vida,
Quise morir mi vida, ¡y es tantas, y se olvida!...

Porque yo soy el Otro cada vez, y me mato
Como a eterno enemigo y me huyo por los mares
Y las tierras y los cielos, sí, de mi arrebato...

La vida no se elige: la vida se padece.
¡Ay, cuánto sé que creo!... ¡y el saber se me olvida!
¡Y cada mañana es como a su fin la Vida!
¡Y me estoy esperando al principio que empiece!

Y así voy todo tiempo porque la uña crece,
Porque aún soy la sombra de cada escena sida...
Y vivo, porque soy eterno entre la ida
Cosa y la por venir como entre zeta y ese...

Dios es tenaz, tenaz como su creatura.
Y la mujer que lava la ropa del esposo
Y el agua que se está contenida e impura...
Y la vida es eterna, aunque yo no lo diga.
Y la vida es lo que soy, en el llanto o el gozo.
Y la vida es cualquier instante que se siga.

Dios es uno y no más. Y el uno hace el hijo
Y la mujer, así perfecta la corbata...
Y el Poeta está haciéndose de lo que desbarata.
Y todo fue creado antes de lo prolijo.

Y el artista se está con su lente y su alijo
Y alguna florecilla ya se entreabre en la mata.
Dios es uno no más, como es una rata
O una puerta o una muerte, como dicen que dijo...

¡Unidad, alma mía, que no toca siquiera!...
¡Que no alcanzo ni pienso con mis filosofías!...
¡Unidad, unidad, para una primavera!...

¡Y yo quiero creer, y no creo, Almas mías,
Sujeto a mi camisa, real y verdadera,
Leyendo en calendarios los tiempos y los días!...

Y con toda conciencia, rezo mis oraciones.
Y con toda conciencia soy un hombre vestido.
¡Porque mi muerte tarda, porque es poco mi olvido,
porque mi duda no es entre tantas razones!...

Y yo he de serme vivo... opinionen, botones,
Una calle sin nombre y otra con él, leído...
E irme con la mujer de ánimo distraído,
Y ser mañana aquél de sus obligaciones...

¡Yo nunca fui Unamuno! ¡Huyo ante lo perfecto
Como huye la liebre del cazador previsto...
El pequeño animal, tan seguro y tan recto!

Vivo como Unamuno, que Dios nos hizo a todos:
Mas el sabio no sabe cómo estaba previsto,
Que uno es una miseria de ciudades y codos.
Yo pienso como pide el mendigo: la cosa
Que se da la bendice, con el ceño arrugado;
Que somos carne y hueso de algún yo no arreglado
Según su propio ser y como no es la rosa.

Poesía no basta. Nada basta o reposa.
Contra mí, están todos los míos conjugados;
Estos cinco sentidos, estos íntimos lados,
Esta ave que se vuela sobre mí y no se posa...

Mi temor de haber sido, y esta mano cualquiera
Que es una mía y yerra como no yerra el tacto...
Y este día y el otro, como si todo fuera...

Sin curar de impulsión y sin curar de impacto...
¡Y a cada instante ser sin ser divino el Acto!...
¡Yo, carne que se suda, haciéndome lo exacto!...

Esas gitanas, todas, tan hediondas, tan bellas...
En donde está mi vida... la lengua sepultada... 
 ¡No sé qué de lascivo de micarne cansada!... 
 ¡Y no sé ningún nombre de gitanas aquellas!...

¡Porque de real que pasa, nunca quedan ni huellas,
Y los naturalistas redoblan su mirada, 
 ¡Ay, porque lo real jamás duró tan nada,
Y yo yazgo en gitana como en todas las Ellas!...

¡Sí, por mi oreja absurda, de oído de poeta!...
¡Sí, porque yo no soy sino dedo que escribo!...
¡Sí, porque me enseñaron desde la a a la zeta!

¡Y mi gitana hiede, tremendamente pura,
Yaciendo, no conmigo, sino con el que se vive,
metiéndole su lengua y su buenaventura!

¡Déjame, Tiempo, ser con mi soy y mi gana!
¡Callando... tan veraz como el niño al dedito!...
¡Déjame ser así como el silencio al grito
Y esperar como el todos que ya sea el mañana!

¡Contra toda gramática, como toda flor sana
Que nació de la espora, con saber infinito!...
¡Yo nazco cada vez, y cada vez me agito
Con la torpeza propia de cada dios que emana!

¡Déjame, Tiempo, ser, porque tiempo no bastas!...
¡Yo, hacedor de dioses, entre seres iguales!
¡Yo, todo de dios írrito entre las putas... castas!

¡Y yo llamado a ser como es mi vecino,
Con su ventana, limpia, de esmerados cristales!...
¡Y yo, llamado a estar como el dios que no vino!...

Desvestido, furioso, ya como cuerpo humano,
Como dios con la lágrima gorda, yo repetía.
¡Es tan sin fin vivir un día y otro día
Y aprender la lección y lavarse la mano!...

Y no vale el vagar, porque encuentro a Fulano,
Su corbata correcta, que me dice el buendía.
¿Adónde está, Dios Mío, verdadera agonía,
por la que me muera de verdad y no en vano?

¡Con este tacto inútil del poeta en el trance!...
¡El párpado vencido y los hijos hediondos,
Todo el prójimo que es hasta donde me alcance!...

¡Madre Furia, tú, que eres todo saber de mío!...
¡Tú, río desbordado que haces súbitos fondos!...
¡Tú, Madre, tú no sabes cuánto es el tacto mío!...

Yo no sé, porque soy. Si no fuera, sabría
El mi amor con su tacto, el por qué cae pelo
Todo sobre mi frente... el ajeno, el del cielo...
Todo porque no soy, que no soy mi alegría.

Y no sé qué soy. Cada filosofía
Me da una duda más de mi persona y celo.
Piensa con gruesos lentes y ningún recelo,
Y soy como cactus en una roca impía.

Y yo no sé decir todo lo que me digo.
Yo temo de mi voz, mi constante testigo,
El que me hizo la letra y rehace a cada instante

¡Cuánto vivir apenas, con la mano colgada,
Con dios que ya no se oye, como la carcajada,
Y con dios que ya asfixia como humo bastante!...

Y está como está Amor, por el último beso.
Somos de carne y hueso, sin fin y sin teoría
Que enseñe a ningún tacto a ser una alegría
Y está como está Amor, con su cuerpo y su peso.

Amor es el que está... el beodo en su exceso
O el mendigo, que está con la mano nadía,
O el que hiede a colonia con la mirada mía
O el que estuvo y no está como yo me estoy preso.

El instante es eterno. Uno no es otro: es uno.
Yo no soy mi vecino, yo no soy mi ninguno.
De arrabio personal, de acero latente.

Acero del vivir el día todavía...
La tierna sinrazón en la que yo me acuno;
¡Temo el hacer que impone la lenta poesía!

Es como el Río, que es y que pasa y que toca
Y que se está siempre el mismo, como otra vida mía.
Yo amo al Río, mi padre, el que hizo mi alegría
Y mi desesperanza y a la mía otra boca.

Así es mi vida, así es, que corre por la roca
Blanda o dura, como flora de acaso o todavía,
O espejismo tal vez de la carne nadía,
Y todo es, tan todo, a distancia tan poca...

El río es como soy, no sé más. Si supiera
Yo me sabría adónde y por qué soy mi sino,
Con mi fondo de real y lampo de quimera.

Quien no vivió tragedia, no nació. Y ando quieto,
Contando con los pies mensuras del camino,
Y Callando ‒¡ay. Mi Muerte!‒ de feto de secreto.

Y yo soy como soy... sobre el peligro estante.
No hay otro dios que el mío, porque nunca varío.
Porque nada que lo es, lo es sino es lo mío,
Y yo me soy, doquiera, con el ojo distante.

Uno me echa el sombrero; otro me hurta el guante
Y yo sigo mi curso como lo sigue el río.
¡Es tan tarde morir entre gana y desvío!...
¡Y yo soy el que soy... mi peligro bastante!

Dios existe, sin duda. ¿Por qué soy si yo dudo?
¡Si dudo de existir, con la mano colgada!...
¡Llamar a golondrina, conversar con el mudo!...

La poesía es diurna y es clara: es que no sé.
Sólo que es un algo lo que llamamos nada.
Dios existe, sin duda; ay, ¿pero para qué?...