Finisterra
Voy entre la multitud y mi nombre es Nadie. En una ciudad que apesta a pescado podrido a gasolina y a demagogia oprimido por la tarde voy rozando las escamas de paredes que hurtan mi dolor. Bajo este cielo vinagre, absorbido por turbinas un vómito de cifras me entorpece. Llevo en la marea mi amor de hombre y nadie sabe que amo, salvo los perros que olfatean mis pasos por las alamedas. En el escenario del miedo mi fervor responde a una estridencia de piedras desmoronadas y en los túneles escucho gotear mi amor de agua, y mi amor de flor brota en los quioscos pálidos y atraviesa los pedregales y abalorios del día adornado con rafia amarilla y blanca. ¡Oh día, altar de los hombres, corral de mármol! Las reses se aproximan entorpecidas al matadero. La sombra de mi amor incendia las calzadas. Los días son rufianes ocultos en balcones donde nadie paga los intereses de mi alma. Y este amor que me traga en cuanto absorbo el zumo oculto en la gruta insensata abre un abismo entre los surcos y las rocas de la tierra que me nutre en sus pechos de polvo. Las empalizadas de la incertidumbre se levantan y aíslan torres donde se alternan centinelas que espían en la oscuridad la llegada de pelotones invisibles. En el camino, entre el viaducto y el motel, cuando vengo, es que voy… Partida y llegada son quimeras del horizonte y graznar de gaviotas que irritan a los burócratas en la aduana. Al caminar por Río de Janeiro, vivo todos los asombros, red que en la oscuridad encuentra un banco de sardinas. hombre que detrás del sol se enfrenta con los terrenos cenicientos de la amargura. La hora traza un arco de luz para que yo pase entre los millonarios, los padres, los basureros, los [payasos y las prostitutas, que son mis semejantes. Aquí los bancos son más bellos que las catedrales. Y cabizbajos confesamos a los gerentes nuestros pecados: codiciamos a la mujer del prójimo y su mansión y su [esclavo y su yate y su buey y su asno y sus desventuras y el sol de su piscina. Comulgamos en las ventanillas, y cuando la Bolsa cae tiemblan nuestras almas monetarias. Entre el terror, el telestar, y la hormiga que sube por la escalinata de la Secretaría [de Hacienda, se forman señales luminosas. ¡Oh nuevo glosario del [mundo! Adiós oh viejas palabras que nada significan y que vogan en las letrinas por momentos. Como los deshuesaderos de automóviles, los museos [guardan la chatarra. El arte de hoy está en los muros, en letreros que anuncian aparatos eléctricos. ¡Oh diálogo de constelaciones, oh sintaxis planetaria! Como las palabras dementes que aprendí en la escuela, gastadas como suelas de zapatos, ya no sé cantar al mundo ni decir amor mío. Mi silencio muerde un pan cocido en los hornos de la mentira. Oh día sin labios, oh día cubierto de escamas como pez que nada en mi jaula, dime qué cielo guardó el grito de Elpenor. ¿Dónde está la sepultura de Nabucodonosor? Canta para mí, oh Musa, acerca del varón industrioso [Nick Carter… ¿Dónde encontraré todas esas viejas tumbas con sus lápidas cuarteadas y epitafios escritos en la lengua antigua de los muertos? Las trompetas resuenan en la explanada de Elsinor. Los leones de granito rugen en la mañana. Y pisando las palabras amarillas de un otoño amarillo [como el cuerpo de Cristo voy entre una multitud de boca lacrada. Soy un hombre aislado de los otros hombres que caminan como si ya estuviesen muertos. En los estacionamientos, la luz de la tarde quema la hierba que me separa de mis hermanos en este mundo roído por el terror. Ellos gritan donde yo no puedo escucharlos. Y la aurora carcome mis puños iracundos, y las ratas roen los pulsos de mi alma. Abandonado en el horizonte, bebo la blancura de la [noche que ilumina la fachada de los hospicios. ¡Oh noche bella como un navío! Soy el grano en el silo. Soy el viento que viene de los suburbios de orina y querosén y que ciega lentamente los ojos de las estatuas. Los gigantes del mundo me preguntan: “¿Cuál es tu [nombre?” Respondo: “Me llamo Nadie.” Los gigantes merodean los yates anclados en las islas. La cólera de la vida tiembla en las calzadas. El día se disuelve, impostura deshecha en el aire reverente. Y tú que eras gemido y [carne me acompañas, diluida en mi saliva. Y como los viejos aviones duermen en los hangares así duermo en ti y el silencio es un triunfo sin aplausos ninguna valva se contrae y los peces se amontonan en cestas fétidas de supermercado, desvanecidos en el espasmo puro de las fornicaciones. Mi vida se descáscala como aquellos viejos balcones abiertos en Nueva York al esplendor y la mentira. Soy aquel que no cabe en el alarido que sube desde la glorieta de la Bolsa de Valores hasta un cielo sin sílabas. En el día bursátil, el sudor de los hombres se transforma en números, pero lejos de ti sólo escucho las roncas palabras que salen de tu garganta visible para el amor. Oh mujer, esponja del hombre, ocupas todo el paisaje como un pájaro. Oh sol desnudo, oh mi yegua de carga, paseo por tu cuerpo como un niño en un palacio y soy la luz de los espejos que iluminan tu espalda. Vago por planicies y colinas al ponerse el sol espantando a los pájaros que ondulan en tus párpados y ahuyento al arcoíris. Y junto a los cercados escarlatas de la tarde que encierran el cansancio de los hombres sigo un rastro de tierra agrietada donde el odio pasa a galope, espantando a la muerte. Oh noche de los semáforos y espantapájaros y de las [arañas ocultas en los molinos, oh noche de los murciélagos que en mi infancia sostenían los estandartes del sueño, las hélices de tus navíos cargados de estrellas cruzan los anfiteatros del mar. Pero, ¿dónde está la finisterra que me prometiste, más [allá de las islas idiotas y de los mitos carcomidos por [la marea? Como el esplendor del teatro cuando las luces se [encienden mi vida entera se estremece a la caída de la noche y oigo en la oscuridad el canto de todo lo que parte.
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