Material de Lectura

Antonio Cisneros



Selección del autor

Nota introductoria de David Huerta



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Nota introductoria

 

La tradición poética peruana de nuestro siglo tiene dos figuras tutelares: César Vallejo y Martín Adán. Por contraste, por continuación o por enriquecimiento de los legados de Vallejo y Adán, gran parte de la poesía que se escribe en el Perú está sólidamente enraizada y posee un robusto sentido polémico. Las raíces de la poesía peruana se airean frecuentemente a la brisa de las discusiones; éstas aparecen de modo explícito o se ventilan de la mejor manera: en las páginas de los textos, en los versos mismos. No sólo la poesía sino la literatura peruana en general se han pensado a sí mismas constantemente, como lo prueban los libros de José Carlos Mariátegui y de José María Arguedas. Los novelistas y prosistas peruanos forman parte orgánica de esta evolución; la sola mención de Mario Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro lo muestra con amplitud.

Vallejo y Martín Adán, entonces. Lo cierto es que el Perú es un país de una riqueza poética sorprendente en América Latina. La generación en la que Antonio Cisneros (Lima, 1942) destaca en un lugar central continúa ese caudal, ese movimiento; entre los nombres citables de ese cúmulo generacional están los de los poetas Rodolfo Hinostroza, Mario Montalbetti, Mirko Lauer y –un poco más joven– Vladimir Herrera. La centralidad de la poesía de Cisneros en esa generación consiste en una muy amplia libertad expresiva, lo que no es poco decir en el país de Vallejo. Hinostroza sería, al lado de Cisneros, el otro poeta innovador o vanguardista de esa generación; sus dos respectivos primeros libros formales lo confirman, en la medida misma en que se integran en una tradición de ruptura, con la cual al mismo tiempo –y con el mismo impulso– crean otras condiciones y subvierten contextos: Contra natura, de Hinostroza, y Comentarios reales, de Cisneros, modifican con enorme energía la "legibilidad" de la poesía peruana moderna.

Antonio Cisneros ha vivido muchos años fuera del Perú. Para su formación fueron especialmente importantes los años pasados en la ciudad de Londres, donde preparó –seleccionó, prologó, anotó y tradujo con un sello muy personal– una copiosa antología de poetas ingleses modernos que dio a conocer en Barcelona la editorial de Carlos Barral. Cosmopolitismo: un poeta peruano traduce poetas ingleses y los da a conocer en una editorial española. Francia, Alemania, Estados Unidos y Hungría han sido también lugares de residencia para Cisneros. Su experiencia de viajero latinoamericano no es menos grande: Cuba, Nicaragua y México son países a los que ha viajado con regularidad. En Cuba, además, obtuvo el premio de Casa de las Américas en 1968, por su libro Canto ceremonial contra un oso hormiguero; en Nicaragua le otorgaron el premio Rubén Darío en 1980 por la Crónica del Niño Jesús de Chilca; en México, en fin, el Fondo de Cultura Económica recogerá muy pronto su obra poética reunida en un solo volumen.*

La innovación no equivale necesariamente a la vanguardia: ésta indica una posición beligerante; aquélla forma parte natural en el desarrollo de un proceso histórico y cultural. (Vallejo, innovador, luego recuperado por sucesivas vanguardias latinoamericanas, era ferozmente antivanguardista en 1927, es decir, en la época dorada de las vanguardias del siglo veinte.) La vanguardia es la zona explosiva de la tradición de la ruptura; la innovación es la región críticamente activa de ésta –más serena pero no menos severa que la vanguardia–. Ni que decir tiene: no hay innovadores o vanguardistas en estado puro; menos caso todavía tiene investigar cuáles son "mejores" que otros. Hinostroza ha sido un poeta más vanguardista que Cisneros; su Contra natura (1970) fue un libro que terminó de naturalizar –como ironía de su propio título– el pastiche o collage poundiano en las letras latinoamericanas, después de los largos poemas narrativos y/o documentales de Ernesto Cardenal en esa tesitura; años después de ese libro de vanguardia, Rodolfo Hinostroza escribió un libro sencillísimo, conmovedor y lleno de inteligencia: el confesional e inclasificable (en términos de género) Aprendizaje de la limpieza, digno de figurar al lado de los libros de Rilke (Cartas a un joven poeta) y de Paz (El arco y la lira) en las bibliotecas de los poetas. Cisneros es innovador, en cambio; tiene un temperamento más clásico y a la vez no menos cosmopolita que el de Hinostroza. En ese temperamento clásico se anima, también, un talante conversacional y confesional. En este último doble sentido (conversación/confesión), han quedado indeleblemente impresas, en la poesía cisneriana, las huellas de abundantes lecturas en lengua inglesa –y no sólo poéticas, sino de todos los géneros–. El yo cisneriano es, con todo, en la latitud confesional de su obra poética, un personaje muy poco novelesco o autobiográfico: es un poderoso pronombre personal, es decir, una partícula generadora de poesía, una particularidad de su poesía, una fuerza poética. Cisneros crea un ciclorama verbal, como todos los buenos poetas, y contra esa superficie proyecta las figuras –dramáticas, trashumantes, irrisorias, fabulosas, cotidianas– de sus imaginaciones. Una de esas figuras lleva delante de sí, como una palmatoria, anunciando su peculiaridad, el pronombre yo.



Quien quiera tener una idea de la importancia o difusión que tiene la obra de Cisneros, que consulte la edición de Emecé de la novela de Sidney Sheldon El capricho de los dioses (que puede adquirirse, junto con los otros títulos de este autor, en los expendios de best-sellers), página 66. Ahí, en esa novela, y dentro de ella en el departamento de un personaje, se descubren cuatro libros: de Jorge Amado, de Ornar Cabezas, de Gabriel García Márquez... y De noche los gatos, de Antonio Cisneros. (Llama la atención la falla del traductor, que no sabe que At Night the Cats es una antología de Cisneros que apareció en los Estados Unidos con ese mismísimo título, en edición bilingüe; y que, en todo caso, debía haberle puesto el título correcto, retomando el original en castellano, que vendría a ser Por la noche los gatos.)



En el contexto latinoamericano, la obra poética de Antonio Cisneros se cuenta entre las más originales y enérgicas, entre las que con más consistencia han hecho eso que cuesta no poco trabajo: construir un mundo propio, luego de viajar cuidadosamente por muchos mundos ajenos o, por lo menos, lejanos. En los términos de la tradición de la ruptura, la poesía cisneriana tiende un puente con la poesía peruana –y latinoamericana– del siglo que viene; asimismo, destruye sus vínculos con la poderosa –y recentísima, en términos históricos– gravitación de la escritura poética de César Vallejo, uno de los founding fathers, al tiempo que la renueva y enriquece. No es fácil habérselas con figuras como la del cholo lunar muerto en París un viernes (no jueves) del 38.

Gracias a que en el Perú hay poetas como Antonio Cisneros, podemos leer hoy con más libertad a César Vallejo y a Martín Adán, creadores contra los que aquél se ha rebelado con toda la violencia leal –serenidad severa– que merecen semejantes poetas.

 

David Huerta

 

* La primera edición de este Material de Lectura data de 1989. En efecto, ese mismo año, el Fondo de Cultura Económica publicó la poesía reunida de Cisneros en Por la noche los gatos. Poesía 1961-1986, en la colección Tierra firme. (N. del E.)

Nota biobibliográfica

 

Antonio Cisneros (Lima, 1942) estudió en las universidades Católica y de San Marcos y se doctoró en letras en 1974. Es profesor y periodista; dirige revistas y suplementos (El Caballo Rojo, 30 Días, El Búho). Tiene tres hijos. Ha publicado más de veinte libros de poesía, entre los que se incluyen Destierro (1961), David (1961), Comentarios reales (1964), Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), Agua que no has de beber (1971), Como higuera en un campo de golf (1972), El libro de Dios y los húngaros (1978), Crónica del Niño Jesús de Chilca (1981), Monólogo de la casta Susana (1986), Propios como ajenos (1989), Drácula de Bram Stoker y otros poemas (1991), Postales para Lima (1991), Poesía (2001), Comentarios reales (2003), Un Crucero a las islas Galápagos (2005), A cada quien su animal (2008) y El caballo sin libertador (2009). En 1978 fue becario de la Fundación Guggenheim. Ha dado clases de literatura en su país, en Inglaterra, en Francia y en Hungría; en 1978-1979 fue investigador en la Universidad de Berkeley. En 1985 apareció en Nueva York el volumen At Night the Cats, en edición bilingüe: los textos originales de Antonio Cisneros en las páginas pares y las traducciones al inglés (de Maureen Ahern, Will Rowe y David Tipton) en las páginas nones. Diversos poemas de Cisneros han sido traducidos a catorce idiomas. El Fondo de Cultura Económica prepara un volumen con su poesía reunida.


Nocturno

 

Vivo en una casa protegido
por mujeres pequeñas, alegres y benignas.

Fuera de eso, el aire es áspero y azul
(y malo para el asma).

Un abra entre las nubes y la tráquea
atrás del horizonte.

Inmóvil dentro y fuera del pulmón,
compacto y plano.

Las hormigas pululan a la luz de la luna
y sin destino.

Las aguas se retiran y nos privan
de todas las especies comestibles.

No tardes, Nora Elvira, amada y lenta.
Lenta mía y bucólica no tienes

ni siquiera la excusa
de algún verde pasado rural.

 


Réquiem (2)

i.m. Hans Stephan

No el muro lateral ni el cielo blanco,
los gorgojos al fondo
y la ruda tan densa. No al final
de todas las visiones.
No el gajo de limón en los pantanos
o el tufo del carburo.
No el fofo bamboleo del mosquito
donde empieza la selva
y la gran confusión.
Más bien el rostro amado,
esos poros pequeños, piel de playa
y brillos de salmuera en el poniente.
Un aire muy ligero, sin frituras,
la cama bien tendida,
las rodillas holgadas,
la manta leve y fresca.
Las uñas cortas de la mano amada
sobre el lomo en pavor de los rebaños.
Kyrie eleison
Christie eleison
Kyrie eleison.
Un ciervo azul y calmo como el hielo
sea certeza de la resurrección.

 


Taberna

 

En las tinieblas los cuerpos envejecen
sin que nadie repare en el escándalo.

Un rostro amable y terso se confunde
con los belfos que van hacia la muerte.

Por eso somos hijos de la noche
a la puerta del templo. Un lamparín

es también el anuncio de reposo
para los cazadores extenuados.

Una taberna, por ejemplo, es en la noche
el frontispicio de las maravillas.

O al menos una luz en las colinas
donde rondan los perros salvajes.

Nadie teme a la muerte adormecido
en su mesa de palo y sin embargo

entre los altos vasos apacibles
se enfría el corazón con la insolencia

(y el encanto tal vez) de un tigre adulto
en la plaza del pueblo a pleno día.

Ninguna confidencia en verdad nos degüella.
Ni la risa recuerda a un jabalí

de pelambre dorada y fino precio.
El páncreas es un campo de ciruelas.

Los diablos apagan la linterna.
Aguardan (como suelen) donde cesa la luz.


Karl Marx
Died 1883. Aged 65

 

Todavía estoy a tiempo de recordar la casa de mi tía
abuela y ese par de grabados:
"Un caballero en la casa del sastre", "Gran desfile
militar en Viena, 1902".
Días en que ya nada malo podía ocurrir. Todos
llevaban su pata de conejo atada a la cintura.
También mi tía abuela –20 años y el sombrero de
paja bajo el sol, preocupándose apenas
por mantener la boca, las piernas bien cerradas.
Eran hombres de buena voluntad y las orejas
limpias.
Sólo en el music-hall los anarquistas, locos barbados
y envueltos en bufandas.
Qué otoños, qué veranos.
Eiffel hizo una torre que decía hasta aquí llegó el
hombre. Otro grabado:
"Virtud y amor y celo protegiendo a las buenas
familias".
Y eso que el viejo Marx aún no cumplía los 20 años
de edad bajo esta yerba
–gorda y erizada, conveniente a los campos de golf.
Las coronas de flores y el cajón tuvieron tres
descansos al pie de la colina
y después fue enterrado
junto a la tumba de Molly Redgrove "bombardeada
por el enemigo en 1940 y vuelta a construir".
Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la
marmita los diversos metales
mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel a
las islas de Times
y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba y
después sí y entonces
vino lo de Plaza Vendôme y eso de Lenin y el montón
de revueltas y entonces
las damas temieron algo más que una mano en las
nalgas y los caballeros pudieron sospechar
que la locomotora a vapor ya no era más el rostro
de la felicidad universal.

"Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas".

 


Dos soledades



I. Hampton Court

Y en este patio, solo como un hongo, adónde he de
mirar.

Los animales de piedra tienen los ojos abiertos sobre
la presa enemiga
–ciudades puntiagudas y católicas ya hundidas en
el río– hace cien lustros
se aprestan a ese ataque. Ni me ven ni me sienten.

A mediados del siglo diecinueve los últimos veleros
descargaron el grano,
ebrios están los marinos y no pueden oírme
–las quillas de los barcos se pudren en la arena.

Nada se agita. Ni siquiera las almas de los muertos
–número considerable bajo el hacha, el dolor de
costado, la diarrea.

Enrique El Ocho, Tomás Moro, sus siervos y mujeres
son el aire
quieto entre las arcadas y las torres, en el fondo de
un pozo sellado.

Y todo es testimonio de inocencia.
Por las 10,000 ventanas de los muros se escapan el
león y el unicornio.
El Támesis cambia su viaje del Oeste al Oriente.
Y anochece.

 

II. París 5e

"Amigo, estoy leyendo sus antiguos versos en la
terraza del Norte.
El candil parpadea.
Qué triste es ser letrado y funcionario.
Leo sobre los libres y flexibles campos del arroz: Alzo
los ojos
y sólo puedo ver
los libros oficiales, los gastos de la provincia, las
cuentas amarillas del Imperio."

Fue en el último verano y esa noche llegó a mi hotel
de la calle Sommerard.
Desde hacía dos años lo esperaba.
De nuestras conversaciones apenas si recuerdo alguna
cosa.
Estaba enamorado de una muchacha árabe y esa guerra
–la del zorro Dayán– le fue más dolorosa todavía.
"Sartre está viejo y no sabe lo que hace" me dijo y me
dijo también
que Italia lo alegró con una playa sin turistas y erizos
y aguas verdes
llenas de cuerpos gordos, brillantes, laboriosos. "Como
en los baños de Barranco",
y una glorieta de palos construida en el 1900 y un
plato de cangrejos.
Había dejado de fumar. Y la literatura ya no era
más su oficio.
El candil parpadeó cuatro veces.
El silencio crecía robusto como un buey.
Y yo por salvar algo le hablé sobre mi cuarto y mis
vecinos de Londres,
de la escocesa que fue espía en las dos guerras,
del portero, un pop singer,
y no teniendo ya nada que contarle, maldije a los
ingleses y callé.
El candil parpadeó una vez más.

Y entonces sus palabras brillaron más que el lomo de
algún escarabajo.
Y habló de la Gran Marcha sobre el río Azul de las
aguas revueltas,
sobre el río Amarillo de las corrientes frías. Y nos
vimos
fortaleciendo nuestros cuerpos con saltos y carreras a
la orilla del mar,
sin música de flautas o de vinos, y sin tener
otra sabiduría que no fuesen los ojos.
Y nada tuvo la apariencia engañosa de un lago en el
desierto.
Mas mis dioses son flacos y dudé.

Y los caballos jóvenes se perdieron atrás de la muralla,
y él no volvió esa noche al hotel de la calle Sommerard.
Así fueron las cosas
Dioses lentos y difíciles, entrenados para morderme el
hígado todas las mañanas.
Sus rostros son oscuros, ignorantes de la revelación.

"Amigo, estoy en la Isla que naufraga al norte del
Canal y leo sus versos,
los campos del arroz se han llenado de muertos.
Y el candil parpadea."

 


Dos sobre mi matrimonio uno



1

"Una vez que la fragata fue amarrada en el muelle,
Úrsula bajó a tierra y la siguieron
más de 11000 muchachas que tampoco conocían
varón."

Y me topé contigo. Recién Desembarcada.

 

2

Yo construí un hogar sobre la piedra más alta de
Ayacucho, la más dura de todas,
guardado por el puma y el halcón y bajo techo / una
fogata redonda y amarilla.
Pero poco quedaba por ganar: apenas fue el final de
esa alegría guardada y desgastada entre los años
–hace siete veranos por ejemplo,
gloriosos y enredados junto a las grandes olas y lejos
de los ojos de tu tribu.
Pero cualquier chillido –un pelícano herido, una
gaviota– podían devolverte el viejo miedo,
y entonces / volvías a cruzar los muros de tu tribu por
la puerta mayor
–el pelo y las orejas / eran toda la arena de la playa.

Y es el miedo que nunca te dejó, como la ropa
interior o los modales.
Qué fue eso de casarse en una iglesia "barroco colonial
del XVII en Magdalena Vieja"
–pero la arquitectura no nos salva.
Verdad que así tuvimos un par de licuadoras, un loro
disecado, 4 urnas, artefactos para 18 oficios, 6
vasijas en cristal de Bohemia y 8 juegos de té
con escenas del amor pastoril (que los cambiaste
por una secadora de pelo y otras cosas que nadie
te había regalado).
Así, muchacha bella, cruzaste el alto umbral (bajo el
puma de piedra, el halcón de piedra,
la fogata que da luz a los dos lados del Valle de
Huamanga-banderas que a la larga también se
hicieron mierda).
Ahora ni me acuerdo de las cosas que hablabas –si es
que hablabas,
de las cosas que te hacían reír –si es que reías,
y no puedo siquiera ni elogiar tu cocina.
Fuiste un fuerte construido por el miedo (imagen
medieval) que no supe trepar o que no pude…
Ahora ni me acuerdo si es que fuiste un fuerte
construido por el miedo (imagen medieval),
ni si supe trepar ni si no pude.

Escribir este poema me concede derecho a la versión.

 


Domingo en Santa Cristina de
Budapest y frutería al lado

 

Llueve entre los duraznos y las peras,
las cáscaras brillantes bajo el río
como cascos romanos en sus jabas.
Llueve entre el ronquido de todas las resacas
y las grúas de hierro. El sacerdote
lleva el verde de Adviento y un micrófono.
Ignoro su lenguaje como ignoro
el siglo en que fundaron este templo.
Pero sé que el Señor está en su boca:
para mí las vihuelas, el más gordo becerro,
la túnica más rica, las sandalias,
porque estuve perdido
más que un grano de arena en Punta Negra,
más que el agua de lluvia entre las aguas
del Danubio revuelto.
Porque fui muerto y soy resucitado.

Llueve entre los duraznos y las peras,
frutas de estación cuyos nombres ignoro, pero sé
de su gusto y su aroma, su color
que cambia con los tiempos.
Ignoro las costumbres y el rostro del frutero
–su nombre es un cartel–
pero sé que estas fiestas y la cebada res
lo esperan al final del laberinto
como a todas las aves
cansadas de remar contra los vientos.
Porque fui muerto y soy resucitado,
loado sea el nombre del Señor,
sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena.

 


El rey Lear

Quiero que mi hijo tenga lo que yo no tuve

 

Déjese de cosas: usted toma mujer y se hace de un
par de hijos y se pasa
la vida en sus trabajos ni limpios ni muy sucios hasta
apilar 100 columnas de monedas de cobre abajo
de la cama
y después con el tiempo –usted es de usos honrados
salvo que la honradez etcétera–
guarda 2 000 columnas más en el ropero y 60 en el
techo del baño y entonces
es el viejo monarca que va a construir un castillo en
tierras de frontera
antes de su muerte y antes de la muerte del mayor de
sus hijos, "con el baño completo en los altos y
un bañito en la entrada",
y entre las arenas y el torreón del oeste sembrará los
manzanos y el bosque de los robles
que serán una soga entre sus hijos y los hijos de sus
hijos y los otros que lleven su nombre,
pero sabe que se puede enredar en una de esas ramas
y Absalón –su hijo "el mayorcito, que va a ser
ingeniero"–
le abrirá la cabeza en 2 como una palta.
Ahora usted evita las ramas y cambia los bosques por
los acantilados:
sobre la arena mojada su caballo es alegre y veloz, las
naves enemigas no embravecen el mar,
sólo el aire que sopla trae el frío de los cascos
normandos – "allí nomás estaba el gerente general
en su carrazo, me hice el que no lo vi"–,
pero a ninguno de sus hijos le interesa su guerra con
los normandos ni aprendieron a usar la ballesta,
y usted de la oficina a la casa cuidándose de andar bajo
las ramas, y otra vez al torreón del oeste
–entre la cocina y el cuarto de fumar: el baño está
siempre ocupado y en los cuartos que sobran ni
una araña / en la noche
cuando el aire está limpio: la luz de las otras ventanas,
los grandes anuncios luminosos,
y usted aprovecha que baje la marea, se ajusta las
sandalias de venado, el manto: cabalga junto al mar,
y Absalón –el menor "será un gran abogado este
muchacho"– abre la red sobre la blanda arena y alza
su arpón de hueso
–no le gusta–, ya sé, haga su cuenta de nuevo, déjese
de cosas:
usted toma mujer y se hace de un par de hijos y
trabaja y etcétera hasta apilar 100 columnas de
etcétera abajo de la cama
y sube el dólar en un 50% y desembarcan los
normandos después de volar esos torreones nunca
construidos
y sus monedas de cobre son cáscaras de huevo que
aplasta el aire.
De acuerdo, sus hijos no han salido mejores que usted,
pero igual lo esperan en el bosque de robles y al borde
de las aguas
y ahora moléstese en buscarlos: ya no sobra otro
invierno y esta rueda se atraca.

 


"Muchos escritores tienen que
dedicarse a la enseñanza"

 

Años ya que estoy en este oficio: tomar la vaca entera
(o sus indicios / su representación).
mostrarla, señalar sus veinte partes, nombrar como en
un mapa lo que habrá de caer bajo el cuchillo,
hacerlo repetir, repetir, explicar que ésas no son las
partes de la vaca: las partes de la vaca para el
caso tratar, que no se trata
de un problema de carne o de pellejo sino de
anatomía. Un problema de carne y no de amor me
tiene con la tiza /
el cuchillo / la vaca / la pizarra, "así me gano el pan"
–mis excusas amables como un vaso de leche,
tan mansas como un par de huevos fritos.

Así no pertenezco al sindicato, ni frecuento el hotel
de carniceros después de la jornada.

Pero eso no me salva, años ha que estoy en el oficio:
repiten y repito, repiten –y repito
mi nombre, mi apellido, a ver si me contesto desde el
público, del fondo de una silla, mas no hay grillo
ni hormiga que resuenen,
se han ido para siempre con los nombres de otra
generación: plomeros ya, arquitectos, ya muertos,
mercaderes, ya gente del oficio,
Oh excusas más domésticas que un padre, más que
un hijo: un idioma extranjero entre los dos
(sin método ni libro). Dos cuartos con una sola
puerta, sellada, remachada. Hasta que el agua y la
tierra se confundan como dicen que ha sido
alguna vez.

 


Muchacha húngara en Hungría otra vez

(recuerdo al Perú)

Aquí no soy Sofía la del rancho celeste en los
acantilados.
Un cangrejo pesa 300 gramos, tiene 10 patas,
2 antenas peludas y es color de ciruela
cocido por el fuego.
Su lomo es duro como piedra-pizarra. Pero sus
pinzas son más duras todavía.
En la playa lo abrimos contra una roca. En la
mesa del comedor con un martillo azul de
picar hielo.
Bajo el lomo están las aguas de coral, los
pellejos y cierta carne de ordinaria calidad.
Mas la blanquísima carne de las pinzas es
perfecta como el viento en el verano.
No recuerda ave ninguna ni ganado ni pez.

Aquí no soy Sofía y mi memoria confunde
alguna vez aquel sabor con un sabor de trucha
o de ternera.
Y sin embargo son carnes tan distintas como el
fuego y el hielo.

Ahora las colinas amarillas se acercan al
invierno. El quinto invierno desde que he vuelto
a casa.
(Y preparo conservas de cebollitas verdes y
pepinos).
Ésta es mi tierra y aquí he de florecer mientras
olvido esa carne blanquísima y perfecta.

 


Entonces en las aguas de Conchán
(verano 1978)

 

Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran
ballena.
Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla.
Y era azul.
Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen
que hay muchas).
Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y
habitan los leones).
Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas
de ruda.
Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador,
pobres entre los pobres.
Creciendo como arenales en arenal.
(Sólo saben del mar cuando está bravo y se huele en el
viento).
El viento que revuelve el lomo azul de la ballena
muerta.
Islote de aluminio bajo el sol.
La que vino del Norte y del Sur y sólita brotó de las
corrientes.
La gran ballena muerta.
Las autoridades temen por las aguas: la peste azul entre
las playas de Conchán.
La gran ballena muerta.
(Las autoridades protegen la salud del veraneante).
Muy pronto la ballena ha de podrirse como un higo
maduro en el verano.
La peste es, por decir, 40 reses pudriéndose en el mar
(o 200 ovejas o 1000 perros).
Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne
muerta.
Los veraneantes se guardan de la peste que empieza
en las malaguas de la arena mojada.
En los arenales de Villa El Salvador las gentes no
reposan.
Sabido es por los pobres de los pobres que atrás de las
colinas
flota una isla de carne aún sin dueño.
Y llegado el crepúsculo –no del océano sino del arenal–
se afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del
maestro carnicero.
Así fueron armados los pocos nadadores de Villa
El Salvador.
Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman
las olas.
La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos
helados. Hermosa todavía.

Sea su carne destinada a 10000 bocas.
Sea techo su piel de 100 moradas.
Sea su aceite luz para las noches y todas las frituras del
verano.

 


Monólogo de la casta Susana



1. Nunca tuve el menor entusiasmo
2. Sé que hablan de mí, sé que me espían
3. Y de pronto un olor suizo, malo
4. Y van a decir que canto
5. Y de Dios ¿Qué mas puedo decir?

 

 



Una mujer llamada Susana, hija de Helcías, hermosa en extremo y temerosa de Dios.
(Daniel 13,2)

Prorrumpió Susana en gemidos, y dijo: Estrechada me hallo por todos lados; porque si yo hiciere eso que queréis, sería una muerte para mí; y si no lo hago, no me libraré de vuestras manos.
(Daniel 13,22)


1. Nunca tuve el menor entusiasmo


Nunca tuve el menor entusiasmo
por una vida breve aunque gloriosa.
Frecuentar ansío mis potajes
(agridulces y fuertes) todo el tiempo
posible. Amar también
(sin mucho esfuerzo). Ser amada
como si fuese el único animal
deseable en el planeta. Aburrirme.
Maldecir. Desesperarme
hasta pedir la muerte / conociendo
que el infarto no acude por llamado
(¿ó sí?). Entonces te detesto
chiquilla coronada con laurel
o varas de apio fresco, lloriqueada
en tierno funeral
antes de los mareos y el bochorno
del primer embarazo.
Gloriosa tú. Yo en cambio
llevaré esta belleza inevitable
(¿cuánto más todavía?) que me ocupa
como el relleno a un pavo.
Huiré (sin excesos)
del trato con la parca. Deseo
(con fervor) un par de nietos
sanos y presentables. Poco importa
que los lustros me vuelvan
triste o necia. Una carga
(así suelen decir) para mis hijos.
Poco importa.
Es tarde de tormenta. El jardín
luce bajo la lluvia como los pelos
de una rata mojada. Hoy cumplí
los treinta años de edad.
He ganado (supongo) en experiencia
y hasta en sabiduría. Mas la madre
del llamado cordero (mala madre)
está en estos pellejos
que me sobran, las lonjas de jamón
no comestible creciendo
(aún con disimulo, menos mal)
entre mis muslos, mis caderas,
mi vientre (la barriga)
plegándose en mi pubis.
Nunca tuve el menor entusiasmo
por nosotras. Ni por ti.
Ni por mí.

 

2. Sé que hablan de mí, sé que me espían


Sé que hablan de mí, sé que me espían
entre un macizo de altísimos papayos.
El viento (despreciable) acumula las nubes
contra el sol que calienta
las aguas de mi baño. Reclinada
en los bordes de la loza,
rígido el cuello (la cervical nerviosa),
lejos de la veranda junto a los chopos
(¿qué es un chopo?) o los chanchos de tierra.
Y las aguas que pierden su tibieza
(mi carne de gallina). Incómoda
con mi propio destino. Ya no quiero
saber todas las cosas que sabía
(las mejores recetas de pescado
y el grito de las aves). Es mejor
yacer cual un adobe en los escombros
(que ninguno codicia bien o mal).
Sé que hablan de mí, sé que me espían.
En este vaso verde como un prado
(laberinto sin fondo)
apachurro yo misma mi limón.
Prefiero ajarme con ron y cola-cola
que en la mano del viejo repelente.
No es que ignore mi páncreas
ni que cante (perro lobo a la luna)
las sombras de la muerte. Amo la vida
y me gusta tocarla como tocan
las sábanas de Holanda
mi vientre en los veranos y apretarla
como aprietan en invierno
las pieles de los osos. Ese viento
(siempre despreciable) revuelve las mamparas,
los toldos del jardín.
Rescato la botella de ron, me bamboleo
con las últimas noticias. Al nuevo día
no me quiero hecha polvo en el espejo,
no me quiero hecha polvo en el espejo,
no me quiero hecha polvo en el espejo,

 

3. Y de pronto un olor suizo, malo


Y de pronto un olor suizo, malo.
Un cuerpo breve, verde, mantecoso
y sin tratos mayores con el agua potable.
Allá en los altos de San Juan Bautista,
frente al gran pisonay. Sólo curiosa,
sin pizca de humedad en mis estambres
seguí el rancio ritual.
Había luna llena (muy amarilla)
y los comerciantes de ganado
ebrios se despedían, tambaleantes
en sus caballos peludos de Cangallo.
Siete vacas, un buey, doce carneros
fueron negociados con provecho
durante la jornada. Yo no sé
por qué demonios (o deidades)
he terminado sobre esta cubierta
de lana roja y marrón, con animales
azules en los bordes y migajas
y emplastos de caldos antiguos. Aterrada
(aunque fingiendo mundo) ante las olas
de su hambre repelente de cantón
(suizo), sus rodillas heladas.
Por curiosa. Mi amor desperdiciado
me duele en el altillo de San Juan.
Mañana he de lavarme con jabón
de cristal y piedra pómez. Evitaré
que vean mis miserias bajo el sol.

 

4. Y van a decir que canto


Y van a decir que canto
desde la vanidad (o la ignorancia).
Ya no me importa, ratas,
lo que digan (aunque duela)
ahora que he perdido el respeto
de mis hijos, mi jardín,
mis animales (el perrito y la calandria)
por ocultar mis gracias de la envidia.
Ahora que corté mi cabello, cubrí
mis piernas de cobre con ceniza.
Les voy a recordar que yo medía
diez centímetros más que mis iguales,
y era sabia y bella y bondadosa.
Y a pesar de estos vestidos
baratos y sintéticos
(que casi nunca lavo) les recuerdo
mis bellos camisones
de algodón ovillado, mis sedas
que guardo entre frazadas
repletas de alcanfor, para la pena,
el goce, el desperdicio
(y la envidia otra vez).

 

5. Y de Dios ¿qué más puedo decir?


Y de Dios ¿qué más puedo decir
que Él no lo sepa? Casta soy
pero no hasta el delirio.
Me preocupé (como muchos)
por los pobres del reino.
Y veo (como todos)
el paso de la nave de los muertos.
Y temo. Y bebo valeriana.
Recíbeme con calma, mi Señor.

 


El viaje de Ulises (con Silvana Mangano
& Kirk Douglas)

 

Cuando estamos muy lejos (como ahora) a 20 horas
de vuelo o casi 20 días por el mar.
te recuerdo bailando sobre ese mostrador iluminado
de una playa nocturna.
Sin miedo ni recato, con toda la alegría de las cosas
que nombramos eternas.
Hace casi trece años.
Desde entonces nos hemos fatigado (más que
muchos)
por procurarnos algo de verduras y pescados y un
refugio a la hora del zancudo
contra la locura (tediosa) de la calle y la tristeza de
los inoportunos.
Amor que es un modelo de constancia (tejes y destejes
la chalina de alpaca).
Y no es por la retórica de Homero. También algunas
noches (mejor si estamos solos)
son notables nuestros vientres dulcísimos y tensos.
Privilegios
que suelen más bien darse (si se dan) entre amantes
de ocasión y sin futuro.
Entonces cuando te hallas muy lejos (como ahora) no
apareces tan sólo en la luz del bar junto a las olas,
vuelves también a mi memoria / vibrante como una
cierva (herida) tras las cortinas de nuestro
dormitorio.
Por eso a la distancia (digamos que rodeo los islotes
de Circe)
me cuesta recordar esas reyertas entre la madrugada.
La fría maldición en el almuerzo.