Material de Lectura

Darío Jaramillo Agudelo



Una antología

Nota introductoria de Vicente Quirarte



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Nota introductoria


Uno es el ser humano que vive. Otro, el poeta que crea. Cuando ambos se fusionan en una sola criatura, cuando la persona es la máscara y la máscara adquiere más realidad que quien la porta, estamos en presencia de alguien que combate con éxito la frase de que el poeta es el ser más antipoético del mundo. Tal es el caso de Darío Jaramillo. Debajo de su poesía de aparente sencillez, palpita el deber moral y estético de quien se arriesga a titular a una recolección de sus textos Libros de poemas o atreve la peligrosa y difícil definición de Poemas de amor.

Conocimos a Darío Jaramillo en un encuentro de poesía en la Ciudad de México, en octubre de 1989. Un par de meses atrás había perdido una pierna a causa la violencia civil de su natal Colombia, elemento que hermana a nuestras dos naciones, devastadas por la violencia pero redimidas por la herencia de su historia, sus respectivas cadencias, sus criaturas de palabra, sus inverosímiles y admirables paisajes. Conocer y querer a Darío fueron dos verbos simultáneos. Acudo a la primera persona del plural porque varios éramos quienes en ese momento entramos en el conocimiento de su persona y estuvimos de acuerdo en esa emoción inmediata.

El nombre del hotel Casablanca, donde se alojaban los poetas invitados, era igualmente una coincidencia afortunada. Al final de ese auto sacramental que es la película Casablanca, Rick dice al policía francés que ha decidido ponerse de su lado: “Louie, creo que este es el principio de una hermosa amistad”. Con el paso del tiempo, Darío se ha convertido en el mejor, informal y auténtico embajador de las dos naciones. Elena Poniatowska lo definió en una metáfora impecable: “arcángel de los mexicanos”.

Su simpatía natural, su amistad exigente y generosa, creció a la par que su trabajo como novelista, poeta y ensayista. Darío Jaramillo Agudelo ha demostrado que la transparencia no es enemiga de la inteligencia, ni la popularidad de la forma que desemboca en su claridad sin concesiones. Sus poemas de amor, inscritos de manera casi inmediata en la imaginación colectiva han llegado a ser, lo que es aún más difícil, patrimonio espiritual de la lengua. De ahí la importancia de su labor como antólogo y lector de escrituras de otros, como lo demuestra su notable Antología de crónica latinoamericana actual o el tratado que lo pinta de cuerpo entero: Poesía en la canción popular latinoamericana.

El viaje propuesto en los poemas que integran esta antología es una exploración del mundo a partir del carácter sedentario de su autor. Observador de los gatos, Darío sabe, como Baudelaire, que quien no es capaz de poblar su propia soledad tampoco podrá estar solo en medio de la multitud. Otro gran solitario, Luis Cernuda, dijo que la soledad sólo podría ser poblada por ella misma. Esta aceptación por parte del poeta colombiano no entraña un alejamiento sino una entrada profunda en el oficio de vivir. Por esa razón, su poesía es contundente, elemental y enemiga de la retórica o de fuegos de artificio.

La presente antología es una muestra de las cartas de identidad de su autor: el amante, el gato, el mango, la piedra o la cama aparecen no en su elementalidad pura sino en su significación plena. Esta capacidad para hallar en la vida diaria los elementos de su poética hacen de la aventura verbal de Jaramillo una de las más honestas y por esa razón convincentes de las letras actuales.

“¿Para qué las palabras si es posible el silencio?”. Alguien que formula semejante declaración de fe tiene la obligación de afinar las palabras en el esmeril siempre renovado del mundo. Que den todo de sí para volver a su origen. De ahí que en los poemas de este libro no haya una sola palabra ociosa y los adjetivos esenciales actúen como puntos de apoyo para afianzarse en la realidad y llegar a la cima.

Oriundo de Santa Rosa de Osos, también lugar de nacimiento del poeta Porfirio Barba Jacob, otro intenso y gran amigo de México, Darío es un antioqueño puro, sobrio animal de costumbres. Cuando alguien que no lo conocía lo interrogaba sobre su labor cotidiana, respondía sin titubear: “Trabajo en un banco”, lo cual era rigurosamente cierto, aunque no explicaba que era el subgerente cultural del Banco de la República y que bajo su responsabilidad estaban algunas de las entidades culturales más nobles y queridas de Colombia. Desde hace tiempo alejado de esos deberes, vive de su pluma, anima proyectos heroicos como la editorial Luna Libros y escribe su adictivo boletín Gozar leyendo, que cuenta con miles de seguidores en el espacio cibernético.

El año 2014, Ediciones Era dio a la luz una antología personal de la poesía de Darío Jaramillo Agudelo, bajo el título Basta cerrar los ojos. Es un orgullo para la UNAM que ahora sus palabras ingresen al catálogo de Material de Lectura y de tal modo puedan llegar a las manos y los ojos del lector que les dará nueva vida.

Cada uno de los poemas de este pequeño gran libro que el lector tiene en sus manos es una bomba contra el tiempo. La obtusa y permanente violencia humana no impedirá que las notas del poeta sigan sonando a través de los años. Me gusta imaginar estos poemas en su voz, con la limpia honestidad de su camisa de algodón blanco y disfrutando del lujo mayor de cada tarde cuando el crepúsculo entra a raudales por su ventana y tiñe de colores cambiantes las montañas frente a su departamento de Bogotá, donde da la bienvenida a la soledad para estar más intensamente con nosotros.

 

Vicente Quirarte

 


Otra arte poética una: el tiempo


Sobre la geometría del tiempo este poema que recorre la fría piel de los minutos que
     ni esperan ni acosan,
sobre la línea de los días sembrados en la metálica luz de los muertos, florecidos a punta
     de tanta vida que recorre sus venas de clepsidra.
Sobre el tiempo este poema asomado de reojo a la muerte,
sobre el tiempo hermano de la nada, sobre el tiempo ingrávido gravitando sobre
     mi cabeza y sobre la cabeza de mi hermano,
sobre el tiempo este poema,
sobre el tiempo que camina por encima de las aguas y pasa a través de los blancos
     jardines de yeso de las regiones del norte,
sobre el tiempo olvidado de los juegos de la tortuga y Aquiles,
sobre el tiempo despiadado el asombro impotente del poema,
sobre el silencio que es la música del tiempo terminado y constante y exacto,
teorema de las flores que nacen medidas por el día,
teorema del deseo y la culpa capturados en el largo insomnio de la noche puntual,
de la agorera, lenta noche,
sobre el tiempo inmensurable, midiendo el cambio de piel de las serpientes,
sangrando sobre la sombra del olvido,
sobre el tiempo este monótono poema,
sobre el tiempo que continúa más allá de la vana palabra del poema.

El oficio


La poesía, esa batalla de palabras cansadas; nombres de cosas que el ruido escamotea;
llegan los fieles a reconocer el signo, heráldica donde cada rito tiene su lugar:
allá la cornucopia, el ara, el gerifalte, aquí muy cerca una noche y una estrella:
amplia red de sonidos que ocultan este corazón aterido y amargo,
un gajo de uvas verdes, el silencio irrepetible de una calle de mi infancia.
La poesía: este consuelo de bobos sin amor ni esperanza,
borrachos por el ruido del verbo, aturdidos por cosas que significan otras cosas,
sonidos de sonidos.
Prefiero mirar tus cartas que leerlas; de súbito dibujas un beso;
la poesía: esta langosta, esta alharaca, esta otra cosa que no es ella,
la risa de Alejandra, el esplendor de tantos sueños silenciosos,
una forma callada.

De la nostalgia, 6


Es distinto este decir que aquel hechizo,
me repito enredado en la guerra de encontrar las palabras.
Ayer iluminación, hoy trampa, evasivo poema,
rescoldo apenas del vuelo del amor o el asombro,
huella penosa de las noches felices,
juego el poema de la luna conmigo, en la noche de ahora.
Está además el vano consuelo de mi desmemoria: que conozco la dicha.
Y está también la certeza más sabia y más inútil: que hay alguien dentro de mí perdido,
que envejezco.

De la nostalgia, 3


Diluir la memoria en una especie de estupor anhelante,
picaflor sin urgencias que enumera los lugares más tibios,
alelada memoria,
la muy frío espejo del calor de otro entonces,
memoria que pregunta cuánta materia de mi cuerpo queda
de aquellos cuerpos míos que vivieron cada alucinación y cada asombro,
cada cosa que hoy es nada,
y aún menos que nada
si es palabra.

Gatos


Aletargados en perpetua siesta
después de inconfesables andanzas nocturnas,
desentendidos o alertas,
los gatos están en la casa para ser consentidos,
para dejarse amar indiferentes.
Dios hizo los gatos para que hombres y mujeres aprendan a estar solos.

 

Gatos


Estados de la materia.
Los estados de la materia son cuatro:
líquido, sólido, gaseoso y gato.
El gato es un estado especial de la materia,
si bien caben las dudas:
¿es materia esta voluptuosa contorsión?
¿no viene del cielo esta manera de dormir?
Y este silencio, ¿acaso no procede de un lugar sin tiempo?
Cuando el espíritu juega a ser materia
entonces se convierte en gato.

Gatos


¿Cómo lograr que la quieta palabra escrita
posea la quietud del gato que duerme,
cómo hacer que la torpe palabra
nombre la oscuridad con mirada de gato,
su fijeza,
de qué manera conseguir palabras
con la tersura de la piel del gato,
a veces, pocas, palabras uña de gato,
y otras, muchas más, con el movimiento del gato,
su sigilo,
su distancia,
cómo decir palabras que posean
el silencio del gato,
cómo hacer que la palabra me contenga
y yo desaparezca,
hecho silencio,
como se desvanece entre la noche
un gato?

Gatos


Palabras para hablar de los gatos:
no hay palabras para hablar de los gatos.
Las palabras no abarcan a los gatos.
Los gatos son indiferentes
con los seres que hablan.
Un ladrido puede molestarlos
y un estruendo asusta a los gatos.
Pero los gatos no oyen las palabras,
no les interesa nada que pueda decirse con palabras.
¿Para qué las palabras si hay olfato,
para qué las palabras
si es posible el silencio?

Soy vegetal


Soy vegetal.
Broté de una semilla,
voy echando raíces
y el amor me hizo florecer por una vez.
Sé cantar cuando pasan los vientos
y quisiera abrazar el nido de algún pájaro.
También sé defenderme en la sequía.
Soy árbol por dentro.
Soy vegetal,
mi especie tiene nombre taxonómico,
está catalogada con una cifra y una clave,
es parte de un herbario.
Soy vegetal.
Mi más profunda vocación
es la quietud.

Caucho


El árbol de caucho es líquido,
sus hojas son agua, agua verde que respira,
surtidor detenido.
A su sombra, la tierra nunca está seca
y su tronco es humedad hecha madera.
Porción de selva en mi jardín,
árbol esponja, árbol laguna,
pulsación de los ríos subterráneos,
el verde caucho
viene de las profundidades del mar,
en el caucho no se separaron las aguas de la tierra
desde el primer día de la creación.

Sabor


Fibras enredadas entre la dentadura,
dulzor definitivo,
azúcar que es agua, agua que es azúcar,
jugo entre hilos,
pequeño planeta entre rojo y amarillo,
fruta que se desprende segregando una goma,
fruta amarilla que se sonroja
disculpándose de su propia perfección.
El mango es una prueba
de la existencia de Dios.

Cuando decimos piedra no decimos nada, 10


Virtudes de la piedra.
Paciente, la piedra deja que la penetre el musgo y se deleita sintiendo cómo el sol
     quema el musgo y la calienta.
Tímida, el contacto con el agua le cambia el color.
Religiosa, la inmovilidad es evidencia de que la piedra es budista.
Justa, cumple con celo la ley de gravitación universal.
Eterna, la piedra es anterior a las pirámides, que son de piedra.
Profundas, el piso del océano es de piedra.
Bella, la piedra es bella como la piedra.
Discreta, la piedra nunca contará nada.
Díscola, lanzada por David, siempre buscará la cabeza de Goliath.
Original, ninguna piedra se parece a otra piedra.
Santas, en el infierno no hay piedras. Por eso el infierno está empedrado
     de buenas intenciones.
Condenada, la piedra que peque se ata a un hombre escandaloso y se arroja
     al fondo del mar.

Canto a mi cama


Mi cama es la cama de todos los días.
Aprendí hace mucho las sombras que se ven desde mi cama,
a tientas llego fácil en mi cama al volumen de la música,
al suiche de la lámpara, a mis gafas,
mi cama me acoge cada noche, se abre en la forma de cada músculo mío,
mi cama tiene la prueba de que no existo sino en sueños
y mi peso que se tiende en ella como si flotara
respira para que bailen los dioses de la noche,
fantasmas varios y alucinaciones de la insomne duermevela,
cada noche jardín distinto o variado infierno,
estremecimientos que ni yo conozco y que mi cama conoce,
desgarraduras y éxtasis que mi cama sabe.
Cama que me conoces solitario, quieto, difunto casi,
cuánto te agradezco que me entrenes
para que la muerte así me llegue,
sobre ti,
y te queden mis sueños,
mi única sustancia.

La visita de Margarita Cueto a Medellín en 1968


A fines del año pasado llegó Margarita Cueto a Medellín.
Venía en un gran tanque de formol, y semejaba una de esas imágenes de cera
     que parecen bañadas en esperma;
desde días antes se sentía un insoportable olor a crisantemo y las polillas habían
     invadido el aeropuerto.
(Antes de que Thomas Alva Edison inventara el fonógrafo, Doña Margarita repartía
     sus días entre ensayar Taboga con Juan Arvizu y espantar los diminutos gusanos
     de la muerte).
Fue aquél un espectáculo digno de verse: Un oxidado cañón encontrado en Chorros
     Blancos saludó el aterrizaje del avión,
y en ese preciso instante resucitaron siete viejos amantes del bambuco;
acto seguido una banda de invisibles instrumentistas, después de los himnos
     de Colombia y México, interpretó “Corazones sin rumbo” con fantasmal
     vehemencia y todos pudimos llorar a nuestras anchas:
La música se oía del otro lado de la muerte: era el momento de las grandes libaciones
     de incienso, se podía hacer una profesión de la queja o fabricarse un cuchillo
     para matar tanto olvido.
Pero esto no fue todo: en la casa de una de mis tías, la vitrola descompuesta desde
     hacia 27 años comenzó a funcionar sin que nadie la tocara, y en la familia se dijo
     que todo había sido un milagro.
Ya por la noche, en el homenaje de rendida admiración, después de las palabras
     del señor alcalde, se anunció una canción de Doña Margarita;
Pero en lugar de las estrofas del bambuco, comenzaron a salir de su boca pequeñas
     telarañas que le dieron al recinto el aspecto de un desván.
Y la señora comenzó a derretirse hasta volverse miel de abejas que una nube
     de moscas devoró con odio generoso;
fue entonces cuando las magnolias enviadas por el Señor Obispo se tornaron
     en un polvillo ceniciento que los predicadores de Año
Nuevo explotaron sin misericordia cuando hablaron de la muerte.
Pero ya todos éramos estatuas de sal.

Hola soledad


Bienvenida, vieja amiga, te creí ausente y aquí estabas escondida, confundida conmigo;
bienvenida, ahora que te veo, bienvenida a tu más propia casa, el latido de mi sangre,
a ti te acojo en el tiempo largo del poema, en el suave sueño, en el hormigueo
     de mi mano izquierda,
báñate conmigo, una ducha caliente que golpee la espalda,
ah, desnudos sí que tú y yo somos uno solo,
préstame una de tus camisas blancas de algodón,
ven, tomemos café, sin azúcar: así lo bebo solamente contigo,
amiga, ladilla, sombra,
y fumemos viendo el cambio de color de la montaña, fúndete conmigo para que pueda
     mirar cómo amanece,
ven cántame una canción, aguántame la risa de gozarte hasta el tuétano, generosa mía,
llévame así, apacible, a este o aquel libro, deja que te lea en voz alta y dime si te aburres,
vuélvete música, almohada; convierte, maga, tu sustancia en humo, en el umbral
     de las visiones,
liba conmigo la euforia santa del silencio,
alucina, muchacha de mi vida, y cuenta tu cuento mientras yo, torpe, tomo tu dictado:
tacha siempre toda espera o esperanza,
que no se sienta el tiempo,
y baila conmigo la danza de la sonrisa en el ojo de la mente
hasta caer, inseparablemente juntos, fulminados.

Desollamientos


...the seafaring man with one leg...
R. L. Stevenson


Sin pie mi cuerpo sigue amando lo mismo
y mi alma se sale al lugar que ya no ocupo,
fuera de mí:
no, no hay aquí símbolos,
el cuerpo se acomoda a la pasión
y la pasión al cuerpo que pierde sus fragmentos
y continúa íntegro, sin misterios incólume.
Contra la muerte tengo la mirada y la risa,
soy dueño del abrazo de mi amigo
y del latido sordo de un corazón ansioso.
Contra la muerte tengo el dolor en el pie que no tengo,
un dolor tan real como la muerte misma
y unas ganas enormes de caricias, de besos,
de saber el nombre propio de un árbol que me obsede,
de aspirar un perdido perfume que persigo,
de oír ciertas canciones que recuerdo a fragmentos,
de acariciar mi perro,
de que timbre el teléfono a las seis de la mañana,
de seguir este juego.

Mozart en la autopista


Cierro la ventana,
alejo los zumbidos de otros autos
y voy en mi cápsula a ochenta kilómetros por hora,
entre Mozart,
donde tiempo y espacio, horas y kilómetros no cuentan
y un clarinete puede ser la causa primera,
la explicación de todo,
la punta del ovillo.
Mozart en la autopista.
El mundo es claro y feliz.

Poemas de amor, 1


Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.

Poemas de amor, 4


Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche;
un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias.
Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.
Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel
y que convierta en palabras tu mirada.
Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti,
un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo.
Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.

Poemas de amor, 6


Tu voz por el teléfono tan cerca y nosotros tan distantes,
tu voz, amor, al otro lado de la línea y yo aquí solo, sin ti, al otro lado de la luna,
tu voz por el teléfono tan cerca, apaciguándome, y tan lejos tú de mí, tan lejos,
tu voz que repasa las tareas conjuntas,
o que menciona un número mágico,
que por encima de la alharaca del mundo me habla para decir en lenguaje cifrado
     que me amas.
Tu voz aquí, a lo lejos, que le da sentido a todo,
tu voz que es la música de mi alma,
tu voz, sonido del agua, conjuro, encantamiento.

Poemas de amor, 8


Tu lengua, tu sabia lengua que inventa mi piel,
tu lengua de fuego que me incendia,
tu lengua que crea el instante de demencia, el delirio del cuerpo enamorado,
tu lengua, látigo sagrado, brasa dulce,
invocación de los incendios que me saca de mí, que me transforma,
tu lengua de carne sin pudores,
tu lengua de entrega que me demanda todo, tu muy mía lengua,
tu bella lengua que electriza mis labios, que vuelve tuyo mi cuerpo por ti purificado,
tu lengua que me explora y me descubre,
tu hermosa lengua que también sabe decir que me ama.

Poemas de amor, 13


Primero está la soledad.
En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese fruto perplejo, no tiene que agriarse con tu sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original —contigo mismo—.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro de ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.

Conjuro


Que el azar me lleve hasta tu orilla,
ola o viento, que tome tu rumbo,
que hasta ti llegue y te venza mi ternura.

Amores imposibles, 11


Altar donde te invoco,
ara de ofrendas ante la mención de lo sagrado:
una pregunta, una mirada,
el vello suave de tu brazo izquierdo,
el miedo de que noten los otros que por ti me muero,
tu risa entre un silencio que sólo quiere oír tu risa,
un viaje, una postal, este poema,
mi remoto amor imposible,
ahora te invoco,
ahora te invoco y vuelvo a embriagarme de un instante de cielo,
de mi más lejano amor imposible.

Amores imposibles, 13


Amores imposibles
ineficaces como la compasión,
como la compasión necesarios.
Amores imposibles que te acompañan con más intensidad
que los amores posibles.
Amores imposibles que te dan la dimensión de tu soledad,
que llenaron de presencias tu soledad,
que le dieron sentido a tu soledad.
Amores imposibles que hicieron imposible la sola soledad.
Amores imposibles que son la soledad acompañada.

Amores imposibles, 14


Algo por ahí quiere ser luz,
una palabra viene con vocación de destello,
una palabra que llega hecha cenizas.
Un abrazo viene con calor de entraña
y antes de llegar se desvanece en aire:
nunca lo escucharás,
nunca sentirás la piel de tu amor imposible,
nunca sabrás a qué huele.
Pero su compañía acortará las esperas,
irás solo y abrazado a tu dichosa nada,
acorazado contra el tedio,
de algún modo sereno.

Some present moments of the future


1
Ángel instantáneo,
delirio,
pompa de tiniebla absoluta,
descomedido reventar de la memoria,
jabón del tiempo.

2
Teas que arden juntas, ondulantes.
Sola llama que dos llamas funde, confundidas:
ninguna llama es ella misma ni la otra,
sola nueva llama nuestros cuerpos.

3
El deseo dibuja su sombra:
otra sangre que transcurre cerca,
palpitación y palpitación en la tiniebla.
Basta cerrar los ojos para que lluevan estrellas,
basta tu mano aquí,
bastan tus labios.

4
Mi mano acariciando tu nalga,
mis dedos se mueven suaves sobre tu suavidad.
El vacío durante un instante
y luego la otra orilla que rozo dejándote la marca de mi huella.
Tú sobre mí,
desmayados los dos,
sólo mi mano moviéndose.

5
Mi único pie se estruja entre tus pies que lo aprisionan tiernos.
Luego acaricias el muñón y siento la caricia más abajo.
Estoy amputado y me acaricias entero,
resucitas mi pie en clave de dicha,
de danza,
ese pie que siempre es dolor fantasma
es ahora el fantasma del gozo,
su eterna eternidad.

6
Luz de nosotros,
ámbar o lila, del color de esta tarde
todos los relojes destilando dicha:
duremos este tú y yo,
beso, saliva y piel,
duremos.

Una noche


El día no es la luz,
es tiniebla trasparente que se viste de negro con las horas,
para que las voces del insomnio
traspasen el silencio de la noche
y el quiste del desamor se convierta en un llanto de palabras
     quebradas, en un clamor del aire.
El olvido es amor que se convierte en nada interminable de obsesiones,
en lento deshacerse;
al final del amor está el olvido y el olvido demora madurándose
y las voces que a veces se escuchan a la madrugada, antes de la primera luz,
son eco del silencio angustiado de los seres que olvidan, de los seres
     que amaron y llevan semanas y meses olvidando.
El olvido no es que algo se borre en la memoria,
el olvido te ocupa todo el tiempo, a la hora del trabajo o del aseo, cuando comes o rezas
     no te olvidas de olvidar.
Entretanto en la noche, cuando el silencio es la materia más consistente de lo oscuro,
se cuelan voces sin dueño, las voces silenciosas de aquellos que agonizan olvidando:
—Voy birlando tus apariciones, eludo los instantes en que sólo a ti te deseo,
eres la mía nunca más,
nadie repite, no hay regresos, lo sabemos, pero no descanso de olvidarte,
me gasto cada noche entera contigo, olvidándote. Tú bien lejos y yo aquí contigo
olvidándote,
olvidándote.
—La palabra mata
y yo te voy desollando con cada sílaba.
Dardo mi verbo, arma mortal.
Lunas en agonía hacen explosión en esta memoria de guerra.
Cuando el amor acaba todo recuerdo tortura, olvidando se convierten en espinas las dichas
     del pasado:
saber que me amaste es aprender que tu amor envenena;
para degradarme hoy, te amé entonces.
estoy en guerra con lo que tengo de ti, un fantasma que se apodera de mis noches,
la rabia de saber que no es el tuyo, cuando otro cuerpo.
Tengo que purificarme de ti, suicidarme de ti, mudar la piel que tú acariciaste.
Tengo que matarte en mí para no ser sólo un pedazo de pasado.
—Cómo te voy desamando, qué largo y monótono ejercicio ya no amarte y pensar en ti
     todo el tiempo,
qué tortura sutil sentir que mi lujuria está en abrazar un cuerpo que ya no abrazaré,
¿cuándo un tiempo sin ti y conmigo, vuelto a mí, recuperado de la droga de tu aliento?
Te expulso de mí, te exorcizo, te llamo a cada segundo para que salgas de mi alma, para
     que tu fantasma no me anule.
Ah, nuestros momentos de dicha quedan demasiado lejos y ya no me justifican los insomnios
     de este olvido minucioso.
Se me va un día entero olvidando cada minuto de nosotros.
Se me va toda la rabia cuando me doy cuenta, lacerado, de que ni siquiera pude herirte.

Una elegía


Todavía perduran esas tardes de sol: nada qué esperar del mañana,
todo nos lo daba el día que vivíamos,
un pan desordenado del que confía en todo, sueño profundo, sueño quieto,
la mínima certeza de la carne con algo de ternura contra la mala sangre,
una displicente seguridad de que perduraríamos jóvenes, incólumes, sin mancha ninguna
     en las entrañas.
Todavía existen esas tardes sin desprecio y sin afecto por nada que no fuera
     nuestro goce:
el mundo entero cabía en el lecho donde nos amamos.
Vislumbro un jardín entre brumas: sentíamos el olor de los jazmines difuminados,
aquella niebla tenía los aromas leves de nuestros cuerpos,
ese perfume que llegó a ser otro perfume,
el olor inextinguible:
todavía cada bocanada de aire me mantiene vivo solamente por la esperanza de aspirar
     ese olor.
Corazón depredador, cloaca, ruina de un cielo que fue todo lo que yo haya sido:
ahora mi palabra sucia ronda aquellas ruinas de mí mismo:
te amé y eso basta,
abrazado a ti fui feliz,
ahora lo sé,
ahora cuando le perteneces a la muerte.

Los amigos muertos


Si ahora regresaran llegarían con su edad intacta,
más allá de la muerte, inmortales
con aire de ignorar lo nuevo que hay en el mundo,
sin interés en nada distinto de indagar lo que ahora soy.
¿Por qué las canas y la panza?
¿Por qué mi trajinado traje mortal que cruje tanto
y mi cojera?
¿Por qué mi apatía con el mundo, mi apatía conmigo,
mi desgano?
¿Por qué mi fastidio con el ruido y sus ruindades?
¿Por qué mi amor al silencio, mi mutismo?
También preguntarían perversos por qué conmigo la muerte es indolente.
si ahora regresaran, llegarían dándome un abrazo que todavía extraño.

De la nostalgia, 1


Recuerdo solamente que he olvidado el acento de las más amadas voces,
y que perdí para siempre el olor de las frutas de la infancia,
el sabor exacto del durazno,
el aleteo del aire frío entre los pinos,
el entusiasmo al descubrir una nuez que ha caído del nogal.
Sortilegios de otro día, que ahora son apenas letanía incolora,
vana convocatoria que no me trae el asombro de ver un colibrí entre mi cuarto,
como muchas madrugadas de mi infancia.
¿Cómo recuperar ciertas caricias y los más esenciales abrazos?
¿Cómo revivir la más cierta penumbra, iluminada apenas con la luz de los Beatles,
y cómo hacer que llueva la misma lluvia que veía caer a los trece años?
¿Cómo tornar al éxtasis de sol, a la luz ebria de mis siete años,
al sabor maduro de la mora,
a todo aquel territorio desconocido por la muerte,
a esa palpitante luz de la pureza,
a todo esto que soy yo y que ya no es mío?

Razones del ausente


Si alguien les pregunta por él,
díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa
acaso ya nadie reconozca su rostro;
díganle también que no dejó razones para nadie,
que tenía un mensaje secreto, algo importante qué decirles
pero que lo ha olvidado.
Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra parte del mundo,
díganle que todavía no es feliz,
si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se fue con el corazón
    vacío y seco
y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o el perdón
y que ni él mismo sufre por eso,
que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él mismo,
que tantas cosas que vio apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto,
díganle que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un día de sol,
díganle que hubo palabras que le hicieron creer en el amor
y luego supo que el amor dura
lo que dura una palabra.
Díganle que como un globo de aire perforado a tiros,
su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni siquiera está desesperado
y díganle que a veces piensa que esa calma inexorable es su castigo;
díganle que ignora cuál es su pecado
y que la culpa que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato del problema
y díganle que en ciertas noches de insomnio y aun en otras en que cree haberlo soñado,
teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que le queda
y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz
y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho de vino en noches de lluvia
siente cierta alegría pueril por su inocencia
y díganle que en esas ocasiones dichosas habla a solas.
Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas en sus ojos
y una planta de moras sembrada en su estómago y una serpiente enroscada en su cuello.
y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida honradamente,
de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas ceremonias en las que no creerá
y díganle que se llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches,
ciertas complicidades mal entendidas
y el recuerdo de dos o tres rostros que siempre vuelven a él en la oscuridad
y nada.

Fuentes


Los poemas fueron tomados de:

Historias (1974): “Otra arte poética una: el tiempo” y “La visita de Margarita Cueto
     a Medellin en 1968”.
Tratado de retórica (1978): “El oficio” y “Razones del ausente”.
Poemas de amor (1986): “De la nostalgia 1, 3 y 6” y “Poemas de amor, 1, 4, 6, 8 y 13”.
Del ojo a la lengua (1995): “Cuando decimos piedra no decimos nada, 10”.
Cartas cruzadas (1995): “Una noche”.
Cantar por cantar (2001): “Amores imposibles, 11, 13 y 14”, “Hola soledad”, “Conjuro”,
     “Desollamientos”, “Canto a mi cama” y “Mozart en la autopista”.
Gatos (2005): “Gatos”.
La voz interior (2006): “Soy vegetal”, “Caucho" y “Sabor”.
Cuadernos de música, (2007): “some present moments of the future”.
El cuerpo y otra cosa (inédito): “Una elegía” y “Los amigos muertos”.

Darío Jaramillo Agudelo


Santa Rosa de Osos, Antioquia, Colombia, 1947. Ha publicado ocho libros de poemas. Su obra poética reunida fue publicada en 2003 por el Fondo de Cultura Económica con el título de Libros de poemas. Posteriormente, la editorial Pre-Textos publicó Gatos (2005), Cuadernos de música (2007) y Sólo el azar (2011). Es, también, autor de siete novelas. La última de ellas, Historia de Simona (Pre-Textos, 2011), obtuvo el premio Pereda de novela breve. Fue también dos veces finalista del Premio Rómulo Gallegos. En 1977 obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Es miembro correspondiente de Academia Colombiana de la Lengua y fue becario de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation (2008).