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Evoluciones |
La tierra antigua se ha civilizado. Ya no hay ninfas, ni sirenas, ni náyades meciéndose rítmica y voluptuosamente en el ondulante lecho de las aguas. Sobre el negro asfalto de los bulevares, bajo la mirada de los guardias, en grupos, los sobrinos de Orfeo van a la escuela con sus pizarras de piedra y sus esponjas. Todos han abdicado de su función divina, han renunciado ya a las glorias eternas: Apolo es profesor de mandolina, Pan da lecciones de lenguas modernas. Hércules es petrolero mecanógrafo, y el propio Júpiter, boticario bueno, despacha en cajitas, en su tienda, comprimidos y jarabes. Otrora llegaban a nuestros patios y hablaban con nosotros, cantando, pequeños ángeles de alas cortas y cándidos santos de albas nuevas. Y algunas veces, en el jardín, al anochecer un serafín caía, agarrándose el dolorido pie, herido en su vuelo por el aguijón de una abeja. ¿Y cuántas veces, frenando nuestra prisa, no nos hemos asomado a la ventana del establo para mirar la luz de Cristo y oír cómo nos hablaba su voz? Pablo de Tarso es hoy un pobre usurero, y Crisóstomo, chico de una tienda, mientras que el Espíritu Santo, encerrado en su jaula, se ha convertido en pollito de codorniz.
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