Nota introductoria
Elena Garro (1920) quería ser coreógrafa, bailarina o general, y de pronto se puso a escribir cuentos. Pero ha escrito más novelas que cuentos, si pudiera hacerse esa clase de equiparación contando el número de cuartillas publicadas. Mientras la mayoría de los escritores afirma que desde siempre ambicionaba escribir, Elena Garro sostiene, en cuanto se lo preguntan, que su vocación era otra. Quizá por esa otra vocación escribió también, antes que las novelas, varias obras de teatro que figuran en el libro Un hogar sólido, con seis piezas en un acto, y Felipe Ángeles, obra en tres actos. Lo cierto es que la Garro ha escrito muchos cuentos y algunos, si no es que la mayoría, extraordinarios. Hasta antes de su autoexilio —Nueva York, Madrid, París— los antologadores decían que su mejor historia corta es “La culpa es de los tlaxcaltecas”. Ni aquéllos, los antologadores, ni los críticos han hecho un balance acerca de los más recientes cuentos publicados como para señalar que tal o cual texto es el mejor de lo que se ha creado en los últimos años. Elena Garro ha dicho que sus esfuerzos, con una salud minada a partir de un corazón roto, están dedicados a escribir una novela en torno a la Revolución Rusa, más que historias cortas. En ese libro se sostendría la tesis de que la Gran Duquesa María —hija del Zar a la que se dio por desaparecida, salvándose en apariencia de la matanza— podría haber aparecido en el mundo occidental, y desde luego en el cine, con el nombre de Greta Garbo. Nadie puede asegurar, sin embargo, que no haya escrito cuentos en seguida de Andamos huyendo Lola, volumen editado por Joaquín Mortiz, aunque publicara hasta ahora otras tres novelas, luego de Los recuerdos del porvenir, la primera y más conocida. El otro libro de cuentos es La semana de colores, editado por la Universidad Veracruzana. Los años pasan —unos ocho desde que anunció la escritura de la novela sobre la Revolución Rusa— pero se ignora si el libro está terminado y si hay algún editor comprometido ya a publicarla, como se ignoran muchas cosas de Elena Garro. Por ejemplo que tenía una máquina de escribir desvencijada y que luego pasó mucho tiempo sin máquina. Habría que especular que la novela sobre la Revolución Rusa está escrita de tal forma novelada que, a lo largo de sus páginas, habrá, seguro, minihistorias tejidas de tal suerte que el lector salte de una a otra, fascinado por el lenguaje electrizante y encantador de la Garro. En alguna ocasión la escritora dijo en Madrid que escribía las novelas a vuelamáquina. Urgían los adelantos, en cuanto a regalías, para sobrevivir en ese país, España. Por extraños móviles iba de un hostal a otro, de un hotel a otro, huyendo de sombras inidentificables que la acosaban a ella y también a su hija, Helena Paz Garro. Quizá no fue con esa misma rapidez, empleada en las novelas, como escribió Andamos huyendo Lola, cuyos textos están bien trabajados. Aun cuando los personajes principales de los cuentos sean una madre y una hija y dos gatos que andan a salto de urbes y de países, merodean alrededor de ellos otros seres que dan fe con sus actos de lo terrible que puede ser la condición humana, hablen de ellos en inglés, en francés o en español castizo. No es el caso de que hayan sido escritos con celeridad y con descuido —se insiste—, porque son textos redondos. Henry Miller nunca daba a leer un texto escrito tres años antes, al contrario de Juan José Arreola que cuando se ha releído, según palabras suyas, ha descubierto que sus cuentos fueron publicados sin que, al releerlos, sintiera que algo sobraba o la necesidad de agregar algo. Por supuesto, para Elena Garro, Henry Miller no es uno de los autores de su predilección, como para que siguiera ejemplos que el escritor norteamericano sugiriera copiar. Elena Garro se identifica con autores como Francis Scott Fitzgerald, por mencionar a uno, cuyos personajes son opuestos del todo a los de Henry Miller. En lugar de hombres andrajosos y de amores sórdidos, son caballeros y damas que viven y aman como gente civilizada. Alguna vez la escritora mexicana —originaria de Puebla y que vivió su niñez en Iguala, Guerrero— deploró la existencia actual de jóvenes de arete, maquillaje, aturdidos de ruido por la música moderna, drogados y salvajes, y se preguntó: “¿Dónde están los bellos y los hermosos, llenos de ideales y de valor?”. Ella misma se respondió: “Desaparecidos para siempre”. Habría que preguntar si con la desaparición de los jóvenes bellos y valientes desaparecerán también los personajes de Elena Garro, es decir, sus cuentos, novelas y obras de teatro. Lástima que los editores mexicanos poco hayan ofrecido más allá de Andamos huyendo Lola y de sus novelas: Los recuerdos del porvenir, Reencuentro de personajes, Testimonios sobre Mariana y La casa junto al río. Se ignora si hay tantos más cuentos como para integrar un volumen, pero se sabe que cuando menos una novela —¿sobre la Revolución Rusa?— está terminada. No sería extraño que a Elena Garro empezaran a publicarle en francés y entonces principiara un reconocimiento que aquí se le ha regateado.
Marco Aurelio Carballo
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