Nota introductoria
“Hay que escribir los libros que llevamos dentro, y escribirlos es la única manera de vivir.” Así reflexiona el narrador de La pérdida del reino al referirse a la vocación del escritor: la ingenuidad y el sentido crítico como los contrapesos que nivelan la balanza de dicha vocación; la obra como índice del talento; la lucidez, la riqueza y la abundancia de dotes como obstáculos para llegar a ella. También con esta frase José Bianco prefigura el espíritu y el carácter (¿la frustración?) de su personaje. Rufino Velázquez, joven promesa literaria, reúne sus experiencias, reconstruye su historia, la escribe en desorden y aguarda el momento de elaborar con ella su libro, el libro de su vida. Agobiado quizás por la riqueza del material (de la realidad), ocupado aún en no dejar escapar ningún detalle y en terminar de vivir lo que para él ya ha concluido, confía la escritura de su libro a otro, a aquel que, lejano a la realidad inmediata de la historia, puede aplicar ese sentido crítico que necesita el otro plato de la balanza para ordenar el caos y reconocer en él las sombras y la luz que las proyecta. En una entrevista que José Bianco concedió a Danubio Torres Fierro (publicada en Plural, enero de 1976), confirma y aplica a sí mismo dicha reflexión: “Lo que escribo se parece a mí, da una idea bastante exacta de mi carácter. . .” Ciertamente, en la escasa producción de Bianco un hilo recorre su obra, tanto sus novelas y ensayos como sus traducciones (no es difícil encontrar un parentesco entre él y Henry James, de quien tradujo algunos de sus libros; además, en la misma entrevista, Bianco se refiere a la afinidad que debería existir siempre con el escritor al que se traduce). Ese hilo, que podríamos llamar estilo, carácter, nos habla de esa “única manera de vivir” que para Bianco significa la escritura —realizada con extraordinaria economía, con precisión, atendiendo a la esencia de las cosas— de los libros que van tomando fuerza en su interior. Y con ese mismo pudor que significa mostrarse ante otro, Bianco rechaza muchas veces sus libros (es imposible conseguir un ejemplar de su volumen de relatos La pequeña Gyaros, y ya muy difícil encontrar La pérdida del reino), los rectifica, los guarda y los retoma tiempo después. Y en el camino también rectifica, repite aquello que siempre le ha pertenecido. Delfín Heredia, protagonista de Las ratas, al referirse a su padre afirma que: “En sus cuadros intentaba decirlo todo: cuando un artista intenta decirlo todo, acaba muy a menudo, por omitir lo fundamental”. Treinta y dos años después, en La pérdida del reino, José Bianco quiere reiterar esta afirmación: “A menudo, cuando queremos decirlo todo, acabamos por omitir lo fundamental”. ¿Qué transformaciones sufre esta idea en los treinta y dos años que median entre la publicación de las dos novelas? Rufino Velázquez entrega al narrador de La pérdida del reino dos cajas que contienen su libro, un libro no escrito, para que sea él quien le dé forma y extraiga sólo aquello que conforma la sustancia literaria. El narrador, en tanto, sin olvidar nunca la realidad (“no he inventado los hechos materiales que refiero”), pero también sin dejar de convertirse en el autor del libro (“me parece haber atribuido a su carácter muchos rasgos del mío”), consigna, en un acto de alquimia literaria, solamente lo fundamental. Y de esa manera desea hacerles justicia, a la vez, a Rufino y al futuro lector del libro. De igual forma, Delfín Heredia narra su historia con el objetivo que se impuso al principio: aunque escriba pensando que sus páginas permanecerán inéditas, la existencia de un hipotético lector interesado en ellas guía su escritura. Si escribiera para sí mismo, se conformaría quizás con reunir sus manuscritos en otras tantas cajas, con intentar decirlo todo. A este respecto, Borges celebra esa excepcional cualidad de Bianco: un autor que escribe su obra sin perder nunca de vista a su lector, “cuya amistad es necesaria, cuya complicidad es preciosa”. Y así, cómplices y amigos, los lectores de Bianco cuentan con las piezas justas, con los elementos precisos que le permiten disfrutar de una obra literaria que linda con la perfección. Entre uno y otro personaje (Rufino y Delfín), entre una y otra actitudes, existe una diferencia. En tanto que en Las ratas Bianco se impone la tarea de la economía, en La pérdida del reino se enfrenta a ella, es el relato de dicho enfrentamiento (entre la imposibilidad de decirlo todo y la de no hacerlo). Delfín Heredia piensa en sí mismo y en un hipotético lector, mientras que el narrador de La pérdida del reino lo hace, por partida doble, en el lector y en Rufino Velázquez, a quien —a través de un acto de escribir y leer simultáneo, de trasladar a uno mismo lo que le pertenece a otro— quiere “concederle de algún modo, después de muerto, un hálito de vida”. Y ya que hablamos de realidades, hechos materiales, sustancias, y que nos referimos a las reflexiones de Bianco acerca del quehacer literario, que abundan en su obra y que giran con frecuencia en torno a la vocación del escritor, había que mencionar otra serie de ideas gemelas expresadas por igual en La pérdida del reino y en un ensayo titulado “La Argentina y su imagen literaria”, que data de 1962. Recuerda Bianco en ambos textos la distinción que hacía Platón entre ideas y opiniones. Vinculaba las primeras con el ser y el conocimiento, mientras que las segundas fluctuaban entre el ser y el no ser, el conocimiento y la ignorancia. Bianco aplica esta dicotomía a la situación que prevalece entre los narradores argentinos y, más en general, entre los narradores actuales, así como al conflicto central que padece Rufino Velázquez (“Ah, si pudiera intentar un género que requiera menos inteligencia que la crítica...”). Según él, Rufino necesita olvidar la “realidad para darnos su esencia”, “salir del rango de los filodoxos para entrar en el de los filósofos” (ambas frases se encuentran por igual en los dos textos citados). Esta preocupación —que, desde otro ángulo, parte de alguno de los ensayos dedicados a Julien Benda— está viva también en las ficciones de Bianco. Y la salida que encuentra, alcanza, dentro de lo que llama “literatura de imaginación”, una de las grandes alturas de la novelística actual. Junto con Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo —compiladores de la Antología de la literatura fantástica, para la cual fue escrita originalmente Sombras suele vestir—, Bianco se pone del lado de los contadores de cuentos. “A un anhelo del hombre —afirma Bioy Casares—, menos obsesivo, más permanente a lo largo de la historia, corresponde el cuento fantástico: al inmarcesible anhelo de oír cuentos.” Y al optar por este camino, Bianco toma partido por el lector, por aquel “hipotético lector” que empuja a Delfín Heredia a tratar estéticamente la realidad para narrar su historia.
Francisco Hinojosa
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