Material de Lectura

 

Nota introductoria

 

Edgar Allan Poe, poeta, ensayista, y narrador controvertido, cultivó siempre una estética, que es inseparable de su destino espiritual y de su experiencia humana; es decir, que sus vivencias más enaltecedoras y más lastimosas se orientan hacia una belleza que es, a la vez, la expresión de un drama personal y el logro perfecto de un arte vigilado por un sentido estilístico. Así, en toda su obra se refleja su impulso de transformar el sufrimiento, de exaltar los estados imaginativos que le conferían una reconciliación momentánea con la vida, de resolverse, al igual que Nerval, a “capturar el sueño y arrancarle su secreto (...) y comprender que entre el mundo externo y el mundo interno existe un vínculo”. De ahí que Baudelaire –un alma gemela– lo retratara tan fielmente cuando dice que su temperamento le permitió pintar y explicar, de una forma impecable, sobrecogedora, la excepción en el orden moral, y que ningún hombre ha contado tan mágicamente las excepciones de la vida humana y de la naturaleza. Porque, efectivamente, Poe analiza lo efímero y fugaz, explora lo imponderable y describe, en forma precisa, concreta y deductiva, todo lo imaginable que seduce al ser nervioso y lo hunde.

Poe nace en Boston el 19 de enero de 1809, en una época y ambiente que, a pesar de su disfraz de libertad, no permite el desarrollo de la individualidad, donde el culto a lo material aniquila a los espíritus que, como el de Edgar, creen tan sólo en lo inmutable, en lo etéreo, en lo eterno. Todo ello contribuyó para convertir a Poe en un hombre solitario, alcohólico, pero que poseía, al decir de Baudelaire, ese “agudo buen sentido maquiavélico que como columna luminosa precede al sabio a través del desierto de la historia”. Su lucidez y talento provocaron la envidia de escritores y críticos, algunos tan implacables como Rufus Griswold, cuyos comentarios destructivos continuaron aun después de la muerte del poeta. El aislamiento, las infinitas dificultades económicas y las experiencias apasionadas y alucinantes que marcaron su vida en forma incesante, se relacionan íntimamente con el terror y la extrañeza que caracterizan sus poemas y narraciones.

Desde niño Poe fue un lector ávido. Su entrega a la labor periodística probablemente se originó cuando tuvo acceso a las revistas literarias trimestrales que su padre adoptivo, el señor Allan, recibía de Inglaterra y Escocia. En ellas se enfrentó al mundo erudito, crítico y pedante de las letras, donde el romanticismo de principios del XIX casi se fundía con ecos de Pope o de Johnson. La presencia de Byron impactó tan fuertemente a Poe que, años después, en diversas ocasiones hubo de imitarlo en algunos extravíos y gestos excéntricos. Así también dejaron una huella indeleble Coleridge y Wordsworth, y desde luego, todo cuento y novela de terror que cayera en sus manos. Aunado a estos descubrimientos, se encuentra Swedenborg, que influyó decisivamente en la elucubración de sus conceptos literarios con la teoría de las correspondencias, según la cual las fuerzas naturales y espirituales, lo humano y lo sobrenatural, la vida y la muerte, el microcosmos y el macrocosmos encuentran su equilibrio a través de la fusión gradual entre materia y espíritu: esto se percibe en su cuento “Revelación mesmérica”. Además del mesmerismo, en su obra Poe explora la frenología, la ensoñación, la locura y otros estados mentales anómalos y los transforma en elementos de su arte.

Poe representa, en forma casi aislada, al movimiento romántico de su país. Sus ideas poéticas son tan fundamentales que prácticamente constituyen los lineamientos de la poesía moderna occidental, y han quedado expuestas en diversos ensayos, como “El principio poético” y “La filosofía de la composición”. En estas obras muestra su profunda y constante preocupación por la depuración formal, por un control rítmico, por la armonía musical, por la adaptación de las ideas a un molde exacto, por la obstinada búsqueda de la belleza. Esto se puede apreciar en poemas como “A Helena”, “Ulalume” o “El cuervo”, en donde, como nos dice Darío, se ven “desfilar la procesión de sus castas enamoradas a través del polvo de plata de un místico ensueño”. Además, este último, de tema lúgubre y tono melancólico, se ciñe a las propuestas de Poe, al lograr una extraordinaria musicalidad. Desde luego sus versos han sido objeto de innumerables polémicas: para Whitman los excesos artesanales, aunque brillantes, producen un efecto mecánico; Tennyson y W.F. Yeats no dudaron de su genio; según Baudelaire, Mallarmé y Valéry, su penetración psicológica, sus descubrimientos literarios, su visión fantástica, convierten a “Edgarpo”, como lo llamaron, en una figura simbólica y decisiva de la literatura moderna.

Sobre todo, Poe obtuvo su vastísimo reconocimiento con sus cuentos, porque en ellos, su mente lógica lo incitó a crear un método con el fin de sorprender y horrorizar al lector, al mismo tiempo que estimular su ímpetu de elucidación. Poe mismo los dividió en tres tipos: “grotescos”, como “William Wilson” donde el efecto se logra por medio de un humor irónico y siniestro; los “arabescos”, como “La caída de la Casa Usher” o “El gato negro”, donde el poder de la historia surge del terror u otra emoción violenta; y los “racionales” como “La carta robada” donde por primera vez encontramos a un detective, Auguste Dupin (antecedente de Sherlock Holmes) con un agudo poder analítico. Sin embargo, esta distinción resulta, en la mayoría de los casos, imprecisa debido a que unos y otros presentan características y situaciones ambiguas o ambivalentes. En casi todos ellos encontramos la combinación de lo insólito con lo real, de lo ingrávido con lo insufrible, de lo terrorífico con lo racional. De hecho, en sus historias, “el oasis de la fatalidad” se permea a través de su peculiar ambientación: sitios extraños (una casona, abadía o castillo alejados, en ruinas, lúgubres), las decoraciones en rojos, grises y negros que se vislumbran a través de una tenue luz o casi total oscuridad. Los eventos se desarrollan en la noche y los personajes, instruidos, aristocráticos —rara vez americanos—, tienen algún rasgo común que permite la identificación del lector. El argumento —dice Poe siguiendo los preceptos clásicos— es aquél en el que ninguna parte pueda omitirse sin arruinar su totalidad. Pero el elemento que les imparte un sello tan singular es la perversidad, como principio artístico y como una de las fuerzas intrínsecas y misteriosas que llevan al personaje a cometer una acción vil, inexplicable, peligrosa, aterradora, sin otra razón que la absoluta seguridad de que no debía cometerla. Dice Poe que la perversidad natural, posee la atracción del abismo, cuya fuerza primitiva, irresistible, lleva al hombre a ser incesantemente homicida y suicida, asesino y verdugo.

Poe muere la madrugada del 7 de octubre de 1849 en medio de terribles alucinaciones, pero ya en “Sombra” nos había dejado este testimonio:

Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.


 

Ana Rosa González Matute