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Primera carta a un amigo progresista, o la reforma de la cantina mexicana a la luz, radiante, de la inglesa
Muy fino y dilecto amigo: Antes de comenzar, el óbolo de mi agradecimiento. Pocas, muy pocas cosas son en verdad inolvidables. Pues bien, en ese selecto repertorio ingresa, sin discusión, la despedida que inmerecidamente me tributó el grupo la mañana de mi partida; grupo del que, quién no lo sabe y agradece, eres estímulo permanente. ¿Acaso, de faltar tu interés, ese acto, que repito, no merecí, hubiera tocado tan hondamente las fibras de la amistad, concitado tantas y preclaras vocaciones de servicio? En modo alguno. Entre más me alejaba, en los caminos del aire de esa mañana primaveral, del aeropuerto Benito Juárez, más resonaba en mi espíritu la conceptuosidad de tu postrer discurso. Palabras a cuya fecunda sombra no pude menos que comprometerme en el sentido de hacer de este viaje de placer una verdadera gira de trabajo. En efecto, formal, gustosamente, me comprometí a estudiar en Inglaterra aquellas instituciones que, una vez trasplantadas a México, pudieran servir a la mejor felicidad de nuestro amadísimo pueblo. Y como la palabra se da para insuflar nuestro prestigio, así sea modesto, jamás para empedrar el camino de nuestro descrédito, así sea notable tan pronto (as soon, como dicen aquí) llegué a Londres puse manos, y corazón, a la obra. He aquí, Secretario General, mi primer, razonado informe. El solo hecho de pensar que ingresará, de inmediato, a la agenda de trabajo de “Orientación Cívica, A.C.”, me llena de legítimo orgullo. Adelante, pues. 1. Lo que de inmediato me entusiasmó de Londres fueron sus tabernas. Se les denomina, en lo general, Pubs, y, en lo particular, Locals. Dondequiera mires las encuentras; y pasada la primera impresión en el sentido de que sirven para promover turísticamente la historia pública y privada del pueblo inglés, principias a descifrar su verdadera, presente función social. Esto de que fungen como promotoras del pasado no es una simple frase. Timbre de orgullo de un bar inglés es la cantidad de años, entre más mejor, que separa su presente de su origen. Así, no son raras las genealogías que se remontan, cuando menos, al Renacimiento. Por eso su decoración se inscribe, reforzando los lugares comunes, en los distintos periodos dinásticos: pubs isabelinos, georgianos, de la Regencia, Victorianos, etcétera, etcétera. Incluso los nuevos procuran envejecerse; culto escenográfico del pasado que vence, en su propio terreno, a la Modernidad. Si bien la revolución pop ha introducido la estética del pub tecnológico, americanizado, del drugstore, esta moda apenas si se hace notar en la ciudad. Pub es, por lo tanto, aquella taberna en la que se liba cerveza insípida, oporto, gin o whisky —por citar, tan sólo, algunos productos— con vista a, y dentro de, una escenografía que recoge un momento de la historia, pública o doméstica, de Inglaterra, de Londres. En cuanto a la importancia de su función social, sigue, por favor, con atención, lo que, a partir de este momento, escribo. 2. En la misma medida en la que nuestra cantina propone una zona franca para el riesgo físico y el colapso metafísico, el pub sirve, tan sólo, para el esparcimiento de los parroquianos. Al escribir “tan sólo” no pretendo, en modo alguno, calificar sus fines como modestos. Todo lo contrario. El rito de solaz, por los motivos que precisaré más adelante, tiene una importancia social incalculable. En fin, caro amigo, podemos decir que tal es, en lo general, la diferencia que entabla un verdadero abismo (uso el término con premeditación) entre la cantina mexicana y la cantina inglesa. Molesta, lo sé, que dos sitios destinados, en última instancia, a un fin idéntico: la libación permisiva de alcohol, tengan resultados tan antagónicos; en lo personal y en lo social. Y molesta (debí escribir “irrita”) por lo mismo lo que tú, de espaldas a ese ventanal a través del que se cuelan los ruidos, entrañables, de la colonia Cuauhtémoc, estarás pensando. Esto es, que tal diferencia parece hospedar, auspiciar incluso, la siguiente falsa idea: el pueblo inglés es más inteligente que el mexicano en lo relativo a la ocupación del tiempo libre (advierto, desde ya, que en el contexto de este informe la mención de pueblo deviene rigurosa; hablo de pub y de cantina como sitios populares, de clase media para abajo, de reunión). Pero, tranquilízate. Hagamos a un lado cualquier equívoco racial. Digamos, de una vez y para siempre: la diferencia entre una y otra institución reside en simples, modificables, alterables datos culturales. Puesto de otro modo: en el hecho, clarificador, decisivo, de que, en tanto en las cantinas mexicanas se prohíbe el paso a la mujer, en los pubs ingleses no existe tamaña discriminación. En este terreno, no en otro, crece el árbol, robusto, de su desemejanza. Luego de pensarlo detenidamente, he llegado a la conclusión de que debemos echarnos a cuestas la reforma de la cantina mexicana imitando la liberalidad y madurez de la inglesa. Reforma que produciría, en un suspiro, una multitud de ventajas. Te ofrezco, a continuación, la sucinta glosa de las más evidentes. Las económicas y las sociales. 3. VENTAJAS ECONÓMICAS. El ingreso de la mujer a la cantina pondrá un hasta aquí a un improductivo vicio mexicano. Aludo, claro, a la dicotomía Trabajo/ Disipación. En nuestras cantinas se vive una demonología que afianza los eslabones de la cadena, horrible cadena, del subdesarrollo. Demonología que bien puede resumirse en la sensación de que, más allá de la puerta de batientes, asienta su odioso dominio la odiosa realidad: la vida, la familia, pero, sobre todo, el trabajo. ¿Qué parroquiano de la cantina mexicana, me pregunto en lo personal y a nombre de “Orientación Cívica, A.C.”, no está abrumado por lo inexorable? Entre el trabajo y el descanso debe existir, por el contrario, un puente dialéctico, fácilmente transitable. El descanso es eso: solaz, alegre recuperación de la energía gastada en la fábrica, en el taller, en el almacén, en la oficina. Empero, entre nosotros, el ingreso del trabajador a la cantina expresa una voluntad de exilio, de extravío, de desperdicio. Nada más funesto para una economía cuyo mayor enemigo es la metafísica. En suma: nuestra cantina, a diferencia de la inglesa, no postula una estación normal de la existencia, un capítulo festivo, reparador, de la producción. ¿Por qué ocurre esto? Bueno, no se requiere de especial agudeza para encontrar el origen de tamaña, antieconómica, aberración: la ausencia de la mujer, copropietaria de la vida, dadora de la normalidad. Esta ausencia, por fuerza, enajena. No es un trabajador equilibrado aquel que se emborracha con la sola compañía de la botella, de la jeta del cantinero, del sopor rijoso de sus compañeros de desgracia. La mujer, lo aseguro, quitaría a la cantina su carácter de excepción, su ser un Estado dentro del Estado. ¡Dejemos paso libre a las mujeres en las cantinas mexicanas! ¡Que nuestras cantinas ya no sigan siendo refugio de la irresponsabilidad, filo de la navaja en el que se decide, borrascosamente, la fuerza de trabajo del parroquiano, y con ella, el progreso de la República! 4. VENTAJAS SOCIALES. Creo, contigo, que en México no hay lucha de clases sino, más bien, diferentes grados de cercanía al poder público; esto es, a la responsabilidad de guiar los destinos patrios. Por eso afirmo esto: más que síntoma de una división de clases entre pobres y ricos, entre aquellos que no pueden y aquellos que sí pueden frecuentar los bares de lujo, la cantina refleja una vocación melodramática, sórdida, de nuestras clases populares. Afán suicida de enclaustrar, aún más, su convivencia de apartheid. Cerrazón que afecta, en primera instancia, a sus mismas mujeres, y en segunda, a la sociedad en general. Pues bien, ínclito amigo, la banalización de la cantina, su inclusión en la normalidad, tendría formidables efectos sociales. Pongo un simple ejemplo. Los pudientes mexicanos, sector que, desde mi punto de vista, tiene ya una importancia considerable, sabedores de que no correrían más riesgos de los que corren al salir a altas horas de la noche de los establecimientos de la Zona Rosa, o de los restaurantes periféricos de la ciudad, comenzarían a visitar las cantinas. Hecho del todo predecible si se valoran, en su justa medida, factores tales como el esnobismo y la novedad. De esta forma, los pobres, externando la sencillez de su gozo doméstico —esposas y esposos, hermanos y tías, abuelos y sobrinos echándose unos tragos—, tendrían la oportunidad de departir con gente encumbrada, y, por qué no, obtener, al calor de la plática y las copas, un legítimo beneficio. El pub inglés, lejano amigo, opera de algún modo como eficiente bolsa de trabajo. Muchos empleados, de ambos sexos, conocen allí, cerveza, whisky, gin, o juego de dardos de por medio, a los que, desde el día siguiente, serán sus jefes. Dejo en tus manos el hallazgo de los otros efectos, asimismo fecundos, que produciría la constante comunión de pobres y ricos mexicanos. 5. Un agregado a lo dicho en el número 3 (VENTAJAS ECONÓMICAS). Existe algo más que, para efectos de una sana productividad, debemos imitar de la taberna inglesa. Me refiero a sus horarios. En primer término, no abren todo el día; en segundo, cierran a las once, en punto, de la noche. La consecuencia es bien clara; no es lo mismo, cómo, estar pasadísimo de cucharadas a las cinco de la mañana que a las once de la noche. Lo primero lleva, indefectiblemente, al “San Lunes”; lo segundo, en cambio, a un sueño reparador. 6. ¿Te ha entusiasmado mi informe? Bien, para que nada se nos escape, voy a puntualizar una nota del pub que, en modo alguno, podemos adoptar en nuestras cantinas. Aludo a su incesante promoción de los valores locales del barrio. En efecto, entre los londinenses, el pub resume la tradición del lugar de la ciudad en que se vive; de ahí su nombre, íntimo, de local. Así como, durante toda la vida, se va a determinada iglesia, se va, toda la vida, a cierto pub. Este culto al barrio es sumamente peligroso para un país urgido de cambios, de reacomodos, del ascenso de sus habitantes; todo eso que los amargados llaman arribismo. Y como tal es nuestro caso, enfatizo, por honradez intelectual, esta característica altamente peligrosa del pub británico. 7. Me ocuparé, por último, de refutar la argumentación que, más de uno, opondrá a la reforma propuesta. Se dirá, así, que permitir el libre ingreso de la mujer a la cantina sería tonto; tanto como abrir la puerta, en lo por venir, a relajamientos disolventes de nuestras costumbres. Por ejemplo, la irrupción de esos clubes de lesbianas y homosexuales que tanto abundan en esta tierra protestante. Dicho argumento, mera glosa, en el fondo, del proverbio ese de que a la gente, cuando se le da la mano, termina por coger el pie, es falso de toda falsedad. Esto por dos razones irrecusables; la una, positiva; la otra, negativa. Positiva: A través, no de una década, sino de siglos, se ha probado la solidez de nuestra moral. Negativa: No le demos vueltas. Mientras el pub ha merecido una alta estima social, dando pábulo a una sabrosa literatura anecdótica, género en el que sobresalen, para no citar sino los más fuertes, los nombres de Shakespeare, Samuel Johnson o Dickens, nuestra cantina no ha sido otra cosa que la mentora de una, más legendaria que real, más sobrellevada que deseada, vocación lunfarda. Tu amigo, etc., etcétera. |