Nota introductoria
Vitaliano Brancati nació en Pachino, provincia de Siracusa, en 1907. Transcurrió su juventud en Catania y, como la mayor parte de sus coetáneos, era dannunziano en literatura, fascista en política y fogosamente vitalista. Muchos años después escribiría acerca de esos tiempos: “Veía con asombrada admiración, como uno ve las estatuas de Fidias, a mis compañeros más fornidos e idiotas, y habría dado dos tercios de cerebro a cambio de unos bíceps relevantes.” Sin embargo, el viraje ideológico se realizaría en 1933 (para ese año había publicado ya algunos libros de prosas y un poema dramático, El Everest, llevado a la escena en 1930). Habiendo obtenido una plaza de maestro en un concurso por oposición en el Instituto Magisterial, es enviado a Roma, donde Brancati descubre el verdadero rostro del régimen fascista: la corrupción de la capital, la violencia, la prevaricación de una censura política que, en el Teatro de las Artes, prohíbe las réplicas de su Don Juan involuntario. Ese mismo año regresa a Sicilia, pero ahora es ya antifascista, antidannunziano y enemigo de todo tipo de irracionalismo: “Se trató de una conversión a fondo, con todas las características típicas e históricas de las conversiones: rechazo de las ventajas y de los placeres de una situación moralmente insostenible; humildad ante un destino todavía completamente oscuro”, según las palabras de Alberto Moravia. Realmente el tema de “los años perdidos” bajo el dominio fascista constituye el centro alrededor del cual gira el drama humano y literario de Brancati, quien, ha observado Moravia, “mantuvo la desilusión como el eje de su arte y, para resarcirse de la amargura y del vacío, echó mano del juego y la ironía”. En esta actitud hallamos el signo de una modernidad que, por vías discretas e imprevistas, se vuelve cada vez más actual; de la misma manera, con un tenor de vida amargo y moralmente aristocrático, liberal y tolerante, Brancati había empezado a influir en la cultura italiana a partir de los años cuarenta. En 1941 se publicó Don Juan en Sicilia, en el que la matriz siciliana y de un naturalismo al estilo del de Giovanni Verga le cede definitivamente el puesto a una muy calculada y lúcida ironía. Esta obra es el primer éxito literario de Brancati y con ella se afirma su nueva concepción narrativa. Ese mismo año apareció también Los sueños perdidos; en 1943, Los placeres. Después de la guerra, publicó El bello Antonio (1949), Las dos dictaduras (1952) y El viejo con botas (1945). Brancati murió en Turín, en septiembre de 1954. Un año después aparecería Pablo el caliente —novela que el autor dejó inconclusa, ya que él pensaba agregarle otros dos capítulos—, con un prólogo de Alberto Moravia. Además de su actividad narrativa, Brancati escribió también para el teatro, un teatro calificado como “aristofanesco”, en el que parece tornarse aun más corrosivo el humor de la comedia humana que este autor había ido trazando constantemente en las páginas narrativas y en las de su diario. En 1957, se publicaron en un volumen las seis comedias que escribiera: Hay que hacer este matrimonio, Las trompas de Eustaquio, Don Juan involuntario, Una mujer de hogar, Rafael, El ama de llaves, escritas entre 1949 y 1954.
Guillermo Fernández
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