Micaela
Anoche más de alguno me soñaría —piensa Micaela cuando despierta en la mañana del sábado—. ¡Lástima que Ruperto Ledesma no quiera venir de su rancho! Es mejor, ahora que aprovechando los días santos vendrá David, como me tiene ofrecido en sus dos últimas. Pero Ruperto tampoco dejará de venir para esos días y es tan carrascaloso, ¡Jesús me ampare! Cómo se ponen estos pollos de pueblo cuando ven a una mujer. Anoche querían comerme. ¿Y las mujeres? Echaban chispas. Los muchachos por poco me faltan al respeto. ¡Es divertido! ¡Inocentes! ¡Lo que van a sufrir cuando venga David! Para que aprendan lo que debe ser un muchacho elegante. ¿Y el buenazo de Julián que picó ya mi anzuelo? ¿No estaba tan enamorado de santa Merceditas? Me lo hacía sufrir mucho la altiva... * * * Los planes de Micaela (“el hombre propone y Dios dispone”) se dirigían a humillar las fachas de Damián para vengarse del desaire que Prudencia y Clementina le habían inferido; pero también se vengaría de las murmuraciones y desdenes colectivos; principalmente todos verían quién podía más: ella, o esa mujer aventurera, que pretendía conquistar, entre otros, a Damián. El menosprecio de David Estrada y más todavía el de Julián Ledesma —que había logrado ser correspondido por Mercedes Toledo cuando Micaela creía tenerlo seguro—, traían a ésta “como enyerbada”, según el decir común. Haría que Damián la pidiera y entonces, o en vísperas del matrimonio, arregladas todas las cosas, hechos todos los gastos, lo dejaría plantado. Sus agravios la llevaban a peores proyectos: insinuarse a don Timoteo, despertarle con fuerza una pasión senil, favorecerlo con esperanzas, provocar un choque entre padre e hijo; era rumor general que don Timoteo no le guardaría respeto a su mujer difunta más de seis meses y que se casaría tal vez antes. |