Breves vistas desde Pompeya En el mundo Twitter, TL sólo puede significar una cosa: la línea del tiempo (timeline). En efecto, en Twitter toda escritura conforma una línea de tiempo en continuo movimiento. O al revés: en Twitter, todo tiempo está hecho de escritura en su incesante aparecer y desaparecer. Luciérnaga de hoy. No hay tiempo sin escritura, ésa es la primera conclusión. No hay escritura que no sea, simultáneamente, tiempo que pasa. Así, sólo el esfuerzo de una escritura colectiva, incesantemente enunciada, constantemente acaecida, logra hacer posible lo posible: que el tiempo exista y, ya existiendo, que el tiempo pase. Graciela Romero fue, antes que todo, @diamandina —su nombre de escritora de Twitter—. Recuerdo el primer tuit que le leí: “Me haces falta de sobra”. Recuerdo la manera en que la frase me hizo reír y, luego, reflexionar y, al final, volver a reír pero esta vez con conocimiento de causa: faltar y sobrar, dos verbos, y la frase que en otro contexto podría ser cliché: me haces falta. ¿Qué se dice en realidad cuando se dice “me haces falta de sobra”? Entre otras cosas se dice que la frase, aparentemente natural, es en realidad artificio puro. Se dice que las posibilidades de los juegos del lenguaje son infinitas y que, en el teclado preciso, esas posibilidades nacen del batir de alas de lo coloquial. Se dice que entre letra y letra se mece una inteligencia jocosa y crítica, atenta. Se dice, pues, que ahí hay escritura. Por eso la seguí leyendo. Y me hice su seguidora. Digo, parafraseándola, que leer a @diamandina es lo de hoy. II. Tractatus logicus tuiterus 1. Digámoslo así: un tuit no produce sentido sino presente. 1.1 Un tuit no cuenta lo que pasó; constata que algo sucede. 1.1.1. Un tuit es lo que sucede. 1.2. Excepto por las palabras, nada ocurre mientras tuiteamos. 1.2.1. El presente del tuit es, desde antes, un presente mediado. 1.2.2. El presente del tuit es, desde antes, un readymade. 1.2.3. Frente a pantallas y teclado, los tuiteros participan de un presente ficticio. 1.2.3.1. Algo pasa: la ficción lo encubre. Nada pasa: el tuit lo descubre. 1.2.3.2. El tuitero es el mejor personaje de Sí Mismo. 1.2.4. El presente del tuit lo produce un cuerpo sentado. 1.3. Porque el presente del tuit es desde antes un readymade, no hay tuit sincero. 1.3.1. Todo tuit es, desde antes, inverosímil. 1.3.2. El tuit confesional es una contradicción en términos. 1.3.3. Nadie hace en realidad tuit tease. 1.3.4. Alterproducido y alterdirigido, el tuit va de afuera hacia afuera. 1.3.4.1. El tuit es una escena. 1.4. El presente del tuit, como el presente del tuitero, se basa en un principio de yuxtaposición y montaje. 1.4.1. El presente del tuit ocurre en la articulación aleatoria del TL. 1.4.1.1. Aun si el otro tuit es del mismo tuitero, un tuit requiere de otro para existir. 1.4.1.1.1. Todo tuit es eco. 1.4.1.1.2. Todo tuit es contacto. 1.4.1.1.3. Todo tuit es limbo. 1.4.1.2. Un tuit deviene tuit en su TL. 1.4.2. El presente del tuit está en la pantalla. 1.5. La función de borrar acentúa la consistencia efímera del presente del tuit. 1.5.1. El tuit es el presente más corto. 1.5.2. El tuit es el presente en su modo más precario. 1.5.2.1. Se necesita un gran esfuerzo colectivo para producirnos como el presente del tuit. 1.5.3. Borrar es lo propio del tuit. 1.6. Como las esporas, el tuit se reproduce a través de los retuits (RT) que lo diseminan de TL en TL. 1.6.1. De TL en TL, la reproducción esporádica del tuit es un proceso de encuadre y reencuadre. 1.6.2. La reproducción esporádica del tuit excluye su fusión con otro. 1.6.3. Esporádicamente también significa de cuando en cuando. Un tuit. 1.7. Twitter: sesión de escritura en vivo. 1.7.1. El Twitter es el jazz de la escritura. 1.7.2. Un tuit interpelado por otro: escritura en vivo .1.7.2.1. Escrito hacia: el tuit. 1.7.2.2. Todo tuit es zigzag. 1.7.3. Una cadena de rápidas reacciones semánticas: el impulso nervioso del tuit. 1.7.4. Metonímicas operaciones mínimas: el tuit dialógico. 1.7.5. Ortografías errantes: las transformaciones sintácticas del tuit. 1.8. Caleidoscópico, proteico, colectivo, esporádico: el presente del tuit. 1.9. Mira: acaba de aparecer este tuit. III. Breves mensajes desde Pompeya Son varias las razones que explican mi reciente adicción al Twitter. Si he leído bien los ensayos teóricos acerca de este fenómeno de comunicación instantánea que se establece a través de mensajes escritos en no más de 140 caracteres, esas razones también son complejas. Todos los caminos parten esta vez de Pompeya, y no de Roma. Nuestra cuna no es ya más esa ciudad eterna donde las ruinas yacen, capa sobre capa, en un gesto de circular totalidad. Nuestra cuna es, aquí y ahora, esa otra ciudad petrificada en la gloria de un instante: Pompeya. Corte. Tajo. Interrupción. Hubo, alguna vez, eso es cierto, un homo psychologicus. Se trataba de ese ser humano de las sociedades industriales que construyó gruesos muros para separar lo privado de lo público y proteger así una noción silenciosa y profunda, individual y estable, del yo. Porque tenía un secreto, el homo psychologicus inventó el psicoanálisis, por ejemplo. Tener un rico “mundo interior” y una “historia propia” fueron, en esa época, cosas de suyo importantes. Escribir largos libros laberínticos (libros, en este sentido, romanos) que llegaban, sin embargo, a un final bien establecido, no sólo era especial para el escritor que firmaba el relato con su nombre, desligando así al autor del narrador y del personaje, sino también para el lector que, en silencio, en otra habitación del mundo privado, recibiría el mensaje que lo alertaría sobre los recovecos propios. Se narraba, pues, para ser o porque se era alguien extraordinario. Se leía por igual cantidad de razones. Uno de los máximos representantes de ese mundo —francés, por cierto, y de apellido Mallarmé— llegó a argumentar que la vida existía para ser contada en un libro. A juzgar por el peso del papel, los libros eran objetos bastante engorrosos en esa época. Pero el homo psychologicus, como se sabe, ya fue. En su lugar se ha ido formando, no del lento quehacer de la ruina romana, sino del imperioso instante de Pompeya, el homo technologicus: un ser poshumano que habita los espacios físicos y virtuales de las sociedades informáticas para quien el yo no es ni secreto ni una hondura ni mucho menos una interioridad, sino, por el contrario, una forma de visibilidad. Conectado siempre a digitalidades diversas, el technologicus escribe dentro de habitaciones transparentes bordeadas de pantallas y, de hecho, acompañado con frecuencia de gente. Ahí, pues, escribe esa vida que sólo existe para que aparezca inscrita en fragmentos de circulación constante en esa exterioridad —para usar un término vintage— conocida como soporte Web 2.0. Se trata, en ambos casos, de escribir la vida. Pero en la iracunda competencia entre la ficción y la no-ficción (como nombran estas cosas en el ex imperio de Estados Unidos) la no-ficción va ganando, y por goliza. Una extraña pero sugerente combinación entre el culto a la personalidad y una noción alterdirigida del yo dentro de un régimen de visibilidad total ha provocado que cientos de miles de millones de seres poshumanos se lancen raudos y veloces a transmitir mensajes escritos sobre lo que les acontece en ese justo y pompéyico instante. Sin trama totalizadora ni objetivo teleológico alguno, esos pedazos de escritura cruzan el espacio cibernético sin otro fin más que el aparecer donde aparecen, es decir, frente a la vista legitimadora de su otro igual. Leer es, en efecto, una forma de constatar. No hay secreto. Porque soy una DM (Digital Migrante), he llegado al Twitter con algunos años de atraso. Eso no le resta, sin embargo, ni intensidad ni placer a mi nueva tuitadicción. De mis alebrestadas exploraciones por esta Pompeya mexicana del siglo XXI rescato la diseminación horizontal de la información (me he enterado de más minucias culturales y políticas a través de la lectura y los subrayados de mi comunidad tuitera —desde los links de Alberto Chimal o Ernesto Priego a los comentarios de Yuri Herrera o Irma Gallo— que en cualquier otro medio); el ejercicio crítico del periodismo ciudadano (la información producida y propagada acerca del terremoto de Chile me basta como ejemplo); y sobre todo, las formas de escritura que responden con creces a la pregunta/abracadabra de todo tuit: ¿qué le está pasando (al lenguaje)? Por malformaciones del oficio, busco escritura en todo lo que hago. Contra todo pronóstico eso también lo he encontrado en el tuit. Tengo la impresión, por ejemplo, de que a tuitescritores como @diamandina y @Frank_lozanodr (antes @franklozanodr) les importa escribir y aparecer en la pantalla, en ese orden. Más que informar sobre lo que les pasa (aunque lo hacen), estos dos escritores de Guadalajara (es lo más que pude colegir de sus sitios) escriben lo que le pasa al lenguaje. Sus textos nos permiten ser testigos de lo que sucede cuando Oulipo ha tomado el mando y la sociedad entera se atiene a la máxima de los 140 caracteres de extensión. Analizar con justicia lo que hacen me llevaría páginas enteras, pero anoto aquí la manera jocosa y deslumbrante en que ambos desensamblan el lenguaje popular, con frecuencia cambiando letras que convierten una palabra en varias más o reposicionando palabras dentro de una oración que se convierte, así entonces, en una oración ya desconocida. En su “Me haces falta de sobra”, de @diamandina, o en “Que-herida”, que aparece en este instante en mi pantalla dentro de una cajita horizontal firmada por @Frank_lozanodr, no sólo hay un profundo conocimiento de los giros cotidianos del lenguaje sino una lúdica subversión de la sintaxis y la ortografía que me indican que ahí hay escritura y, por lo tanto, pongo atención, implicándome. En un terreno que no alcanza a cubrir el aforismo pero al que no llega del todo el poemínimo, @diamandina escribe: “Desde 1998 te estaba esperando en 2010”, “El acto malabárico de poner en movimiento tantos celos al mismo tiempo”, “Reaccionaria: preferiría no preferir no hacerlo”, “Mis planes tienen una agilidad sorprendente para dar vuelta en bu”. De @Frank_lozanodr: “Recuerdas ese jardín. No lo tuvimos”. “Yo en realidad tengo una piedra en el corazón, y oídos sordos”. “Y rueda la piedra, gira en su pértiga sonámbula hasta su conversión en polvo”. Llevo días ya citándolos a la menor provocación y eso, válgame dios, voy a decir una reverenda barbaridad (cosa que se me da, a decir verdad), eso es algo que no hice ni siquiera con Tolstoi. IV. Erotografías pompeyanas La ortografía, como se sabe, es “la parte de la gramática normativa que fija las reglas para el uso de las letras y signos de puntuación en la escritura”. Otra fuente añade: “La ortografía se basa en la aceptación de una serie de convenciones por parte de la comunidad lingüística con el objetivo de mantener la unidad de la lengua escrita”. Lo que a mí me queda claro es que la ortografía es una convención dinámica y tensa, puesto que en el “fijar” de las reglas se asume que participan integrantes, acaso disímiles, de “la comunidad lingüística” También me queda claro que la lengua tiende a la dispersión y el no sé qué tan sano esparcimiento, puesto que se han creado organismos, tales como la Real Academia, para “mantener su unidad”. No estoy muy segura del nivel de fiabilidad de mis fuentes (y aquí he de confesar que son fuentes wikipédicas) pero todo parece indicar que meterse con la ortografía no es un asunto menor. Más allá de una simple distracción o un analfabético devaneo, retar a la ortografía implica vérselas con las mismísimas fuerzas que mantienen a una lengua intacta. El mal ortógrafo puede bien ser un perfecto ignorante, pero mirado de otra forma, mirado desde los lentes del Twitter, también podría ser guerrillero de las fuerzas centrífugas de la lengua escrita. ¿Y para qué querríamos una lengua que, parafraseando lo que le dijo López Velarde a la Diamantina (Patria), fuera siempre fiel a Sí Misma? Aclaro: no es éste un alegato en favor de las faltas de ortografía en general, aparezcan éstas sobre papel o sobre la pantalla. Lo que quiero hacer es sentar las bases para analizar uno de los métodos más comúnmente empleados por los tuitescritores de la Pompeya mexicana de inicios de siglo XXI cuando contestan a la pregunta “¿qué es lo que está pasando (con el lenguaje)?”. Mi teoría es que, utilizando a la ortografía como un campo de acción, estos tuitescritores alteran tanto el significado de palabras específicas así como de frases completas —ya de extracción popular, ya de una cultura libresca— para producir visiones críticas y lúdicas del cotidiano de donde surgen. Así, desde las oficinas donde laboran o dentro de esas habitaciones para solos, los tuitescritores se las arreglan para producir la frase que, como el verso o el aforismo o el poemínimo cuando lo es, continúe constatando que, si es lenguaje, entonces no es natural ni inamovible ni pétreo. Si es lenguaje es lúdico. Si es lenguaje, en manos del teclado y en pantallas disímiles, pues entonces es política. Tal vez @Pelinni tenía razón cuando aseguraba que “Ustedes son geniales, pero tienen un empleo mediocre y una vida triste”, pero sin duda está en lo correcto cuando añade: “Ésa es la magia de Twitter”. Arqueólogos de significados apenas ocultos y malabaristas de la frase bien hecha, los tuitescritores son gente que ha aprendido bien, y para bien, el viejo adagio que reza que, sobre todo, hay que saber reírse de uno mismo. Es interesante, sin duda, encontrarse en los laberintos de la Neopompeya con escritores que, utilizando más comúnmente el soporte de papel, hacen una transición limpia a la frase de 140 caracteres: de las traducciones de Aurelio Asiain (@aasiain), por ejemplo, a las elucubraciones bien hechas de Isaí Moreno (@isaimoreno); de los juegos de palabras que desde el otro lado del charco produce Jorge Harmodio (@harmodio) a los subrayados de Jordi Soler (@jsolerescritor). Es posible encontrar en Twitter lipogramas (Gael García publicó uno hace un tiempo, por ejemplo), palíndromos, ficciones súbitas, traducciones exactas, minificciones. También es interesante descubrir a esos otros tuitescritores que tal vez publican o no en papel, pero cuyo modo de escribir es, sobre todo, electrónico. Podrían pasar por ocurrencias o puntadas y, siéndolo, como lo podrían ser, todas estas frases de 140 caracteres o menos, son otra cosa: son escritura. Que la conciencia gramatical está ahí, activa y desafiante, antiautoritaria y nada pueril, me queda claro en entradas como la de @hiperkarma: “De ahora en adelante. Usaré Mayúsculas Cuando Hable”. Dándole RT a una frase de @mutante, @hiperkarma se hace eco de las trasgresiones ortográficas así: “No pienso poner ni una coma y dar así una libertad inusitada a la interpretación del texto escrito”. Fue ella quien, desde Monterrey, respondió crítica y justamente al anuncio mal redactado de Gandhi: “Si tu límite de lectura son 140 caracteres. Te vamos a hacer leer. / Si su puntuación es mala, les enseñaré a escribir”. Sus métodos aparentan ser simples pero tienen, sin duda, su chiste. Van los más recurrentes: el cambio/sustitución de letras dentro de una palabra, primero y, después, la reubicación/reemplazamiento de una palabra por otra dentro de una frase. En ambos casos el fin (buscado o no) es producir una proliferación de significados que desnaturaliza, cuestionándolo, el significado que ya nunca más será “original”. Con el simple cambio de la vocal “e” por la vocal “a”, la palabra “felicidad”, por ejemplo, puede devenir en “falicidad”, neovocablo a través del cual se asocia el falo con el significado positivo de la palabra inicial. En “Me rehuso a que no me reuses”, @diamandina borra la mudísima “h” de la segunda palabra que ahora, incluso sin guión entre sus partes, adquiere una dimensión erótica, si no es que sexual. En “Instrucciones para bailar matemáticamente: cuestión de seguir el algorritmo”, la incorporación de una segunda “erre” en la última palabra logra intercambiar, de manera por demás feliz, el ritmo del baile con la idea de método propio de la ciencia de los números. Un hashtag de #pornolibros (yo lo seguí en @viajerovertical o Herson Barona) lleva este ejercicio al paroxismo al cambiar letras en algunas palabras de ciertos títulos muy conocidos para producir un doble significado sexual. Culises, de Joyce, es uno de ellos, por ejemplo. Existe un segundo método en el cual la palabra permanece intacta, pero cuyo cambio de posición en una frase bien conocida (un dicho popular, el título de alguna canción o película, por ejemplo) termina por producir resultados paródicos o epifánicos. @diamandina dijo alguna vez: “Engañifa. Albaricoque. No es por presumir, pero tengo felicidad de palabra”. La “facilidad” de la frase coloquial (tener facilidad de palabra) ha sido exponencialmente elevada a través de la “felicidad”, palabra que respeta las reglas de la ortografía, pero cuyo posicionamiento en esta oración no es “natural”. Otros, como @viajerovertical, se valen de sus lecturas de filosofía para plantear cuestiones de teoría literaria, “¿La experiencia se conserva o se disuelve en el texto?”, y para llevar a cabo reflexiones personales sobre la memoria y, entre otras cosas, el amor: “Qué dolor el idilio en que uno solo es los dos amantes y el jardín y el pájaro”. De las interacciones con el inglés, los tuitescritores también cosechan sus frases de 140 caracteres. @diamandina lo logra otra vez, combinando las burbujas del champán con las del envoltorio de plástico en: “A manera de brindis hay que caminar sobre el bubble wrap”. Lo que en sentido literal podría ser tomado como un error ya de conocimiento (el no saber las reglas ortográficas) o de mecánica (el típico “dedazo”), deviene en el universo de la tuitescritura, gracias al ingenio y al roce continuo con el hacer de las palabras, en breves frases con gran poder evocativo y, en su caso, paródico. He aquí la razón por la cual he llamado erotografía a estos juegos con ortografías alternativas que tanto caracterizan a los tuitescritores de hoy: el roce, el cuerpo a cuerpo con las palabras de todos los días. El placer. Ah, el placer de volver a leer, por fin, algo fresco. Nota final: la erotografía no tiene nada que ver, que yo sepa, con la más bien aleatoria ortografía del Twitter o twiter o tuiter o tuitah. V. Turno nocturno
1.3. Porque el presente del tuit es desde antes un readymade, no hay tuit sincero.
la intimidad es un concepto que fue construido por las clases acomodadas a finales del siglo XIX, para distinguirse de las clases populares. Estaba basado en la posesión de espacios cerrados (casas y habitaciones, pero también espacios sociales impermeables), que garantizaban un cierto refinamiento en la vida interior y relacional. En rigor ese concepto deja de existir a mediados del siglo XX con la extensión de las formas de espectacularización y publicidad.
VI. Contra la calidad literaria
necesitamos recobrar esa energía que la gente tiene, como escritor y como lector, cuando envía por primera vez un e-mail por internet; cuando descubre que puede escribir cualquier cosa, hasta las más personales, incluso para alguien a quien no conoce. Cuando descubre que los que no se conocen pueden, sin embargo, comunicarse. En eso andan, produciendo ese diálogo, desde Kenneth Goldsmith (Uncreative Writing. Managing Language in the Digital Era) hasta Vicente Luis Mora (El lectoespectador), desde Vanessa Place (Notes on Conceptualistas) hasta Damián Tabarovsky (Literatura de izquierda). Y eso, francamente, me parece más interesante que andar midiendo qué texto se parece más al texto del XIX que el temeroso censor neoconservador guarda en su cabeza. |
1 Graciela Romero y Alberto Chimal, “El viajero del tiempo y la chica del ya fue en mi TL”, en “La Cámara Verde”, Periódico de Poesía, núm. 37, marzo de 2011: http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=1687. 2 Josefina Ludmer, “Literaturas postautónomas”, en http://www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v17/ludmer.htm. 3 Tamara Kamenszain, La boca del testimonio. Lo que dice la poesía, Norma, Buenos Aires, 2007. |